Osvaldo Dallera

jueves, junio 15, 2006

La Construcción de la autoridad docente

La autoridad docente se construye sobre una base institucional y tres pilares personales. La base institucional consiste en el apoyo y el respaldo que la institución, a través de su equipo de conducción, ofrece a los profesores para que éstos lleven a cabo sus prácticas con la tranquilidad que supone saberse contenidos dentro de un marco previamente definido y, por supuesto, coherentemente sostenido (me apresuro a aclarar que lo directivos de una escuela, para poder oficiar de sostén y respado del personal docente, deberán exhibir todas y cada una de las cualidades que, en esta nota, se les exige a los profesores para mantener su autoridad).
En efecto, sin el apoyo que debe brindar la institución al plantel docente, el ejercicio de la tarea se hace cada vez más difícil. En parte, esta dificultad tiene sus raíces en los embates de opinión provenientes de los otros sectores de la comunidad educativa (léase alumnos y padres que con sus puntos de vistas profanos cuestionan, cada vez con mayor frecuencia, la actuación profesional de los profesores). De cualquier modo, la educación como materia opinable y la actitud de las conducciones escolares frente a este asunto debe ser objeto de tratamiento por separado. Prefiero decir algo sobre los tres pilares personales que debe aportar el docente (y los directivos).
El primero tiene que ver con su idoneidad profesional. Un buen profesor comienza siendo autoridad ante sus alumnos cuando demuestra que tiene conocimientos sólidos y actualizados sobre la materia que enseña y que, además, los enseña de manera tal que los alumnos están en condiciones de entender lo que se les presenta. Es decir, sabe mucho y es didácticamente competente. Los alumnos reconocen, en general, a los buenos docentes, por estas cualidades. En otro sentido, deben ser materia de análisis las instituciones que hoy día tienen a su cargo la formación docente, pues, en buena medida, ellas son en parte responsables de la solidez de esta columna.
El segundo pilar es el plus de cultura que un profesor debe estar en condiciones de poseer (y exhibir) más allá de sus conocimientos específicamente profesionales. Un maestro, un profesor, deberían ser personas medianamente cultas. Una persona medianamente culta es una persona que reúne por lo menos estas características: está razonablemente informada, posee el hábito de la lectura, está en contacto con productos mediáticos de buena calidad y, en sus relaciones con los otros, exhibe una buena cuota de sensibilidad. Llamo sensibilidad al cuidado de las formas y al cultivo del buen gusto. Todo esto, sin perjuicio del dominio de la ciencia o el arte específico que debe dominar por ser el propio de su profesión. En el siglo XVIII podía decirse de personas como estas que eran personas ilustradas. Hoy podemos decir que una persona ilustrada (es decir, una persona con esas cualidades) es una persona culta. También estar en posesión de este plus es valorado por los alumnos y dota, a los profesores, de una autoridad que los pone “por encima” (bien entendida esta expresión) del mundo vulgar, al que no se le puede exigir que muestre esos requisitos (un submundo del mundo vulgar está constituido por los medios masivos de comunicación).
Si bien no se puede caer en la simplificación de decir que antes todos los profesores eran así y ahora ninguno muestra estas características, sí se puede conjeturar que ese estereotipo o modelo descrito precedentemente viene de una época lejana, pero no tanto. Lo que me interesa resaltar es que de un tiempo a esta parte, muchos profesores, en general, han abandonado el deseo de ser cultos como un valor en sí mismo y las prácticas concretas que los llevaban a la adquisición de esa forma de ser. Ahora, algunos, prefieren ser “populares”.
El tercer pilar es su condición de persona adulta y, por lo tanto, madura. En primer lugar una persona adulta tiene conciencia de sus derechos tanto como de sus obligaciones. Es decir, es responsable. En segundo lugar, la adultez es un rasgo difícil de medir pero, a lo mejor, más fácil de percibir. Tal vez sea mejor describir a una persona adulta comenzando por señalar cuándo deja de serlo. Una persona deja de ser adulta cuando se comporta como un adolescente. Para decirlo de otro modo, una persona es adulta cuando deja de hacer pavadas (recuérdese que se dice de los adolescentes que están en “la edad del pavo”). Conforme a lo dicho en otro lugar[1], un adulto deja de hacer pavadas en tres dominios específicos que, supuestamente, debió haber percibido mientras hacía su escuela media y mientras convivía en su casa y con su familia, entre personas adultas. Esos tres aspectos en los que el adulto deja de ser pavo son la presencia, el trato y la expresión. Dicho de otro modo, cuando uno es adulto deja de tratar de parecer un “pibe”, o una “teenagers”; trata a los otros y se hace tratar sin perder de vista la madurez que se espera de él y se expresa exhibiendo y mostrando un lenguaje amplio, pulido y modos acordes con los de una persona culta. Cualquier desvío de esas prácticas debe entenderse como un recurso retórico de uso tan preciso como esporádico.
Uno podría decir que el profesor comienza a perder su autoridad docente cuando expone sus debilidades en uno de esos tres pilares. Es difícil que la institución pueda hacerse cargo del respaldo de profesores cuyos recursos en alguno de esos tres campos (o en todos) son más que modestos, por no decir, precarios o, directamente, rústicos. Al mismo tiempo, frente a los demás miembros de la comunidad, la pérdida de uno o más requisitos los hace más vulnerables ante los embates cuestionadores e impugnadores de las prácticas docentes, que hoy están a la orden del día (“no sabe explicar ni corregir”, “es impuntual”, “no cumple con sus obligaciones”, “es arbitrario cuando evalúa”, etc.) Sin perjuicio de que muchas veces esas críticas son justas, lo que pretendo decir es que esas malas prácticas, cuando verdaderamente existen, provienen de la ausencia de alguno de esos tres pilares. Los avances de alumnos y padres frente a la posición endeble del profesor tienen que ver con el debilitamiento de la estructura de la profesión en tanto que tal, que es como decir, la falta de solidez de las prácticas y la ausencia de herramientas en el profesor para hacer frente con buenos argumentos a las impugnaciones (las más de las veces patéticas) que vienen de los demás miembros de la comunidad educativa. Y, según creo, estando en posesión de esos elementos, es algo que puede evitarse.
[1] Dallera, Osvaldo: La escuela Razonable. Ediciones E. D. B. Buenos Aires, 2000.

5 comentarios:

Ileana Rosario dijo...

Muchas gracias por tan interesante artículo. Al investigar sobre qué es una persona culta para aclarar algunos conceptos a mis alumnos universitarios di con este blog. El mismo me servirá para discutir que los grandes escritores no son exclusivamente las personas cultas de un país como tiene entendido una amada alumna.

Anónimo dijo...

no comparto con las ideas. sobre la autoridad del docente.uno no deja de ser adulto maduro porq haga otras cosas diferentes de lo q haga la masa en general... si pasa por una madurez de conocimietos y q este al tanto de los cambios de la sociedad y de diferentes temas.. pero no comparto determinadas ideas.

Ileana Rosario dijo...

El artículo deja claro que la autoridad de un docente se debilita cuando falla en alguno de los siguientes aspectos: competencia en la materia que enseña, cultura general y ser una persona madura.El último aspecto involucra el ser responsable(obligaciones y derechos), su apariencia, el trato hacia los demás y el dominio del discurso oral y escrito. Anónimo deja claro que es en este último aspecto en que no comparte las ideas, pero no expone las razones que justifican su posición.Un docente que no cumpla con el aspecto de madurez no es confiable y definitivamente, no representa una autoridad ante sus colegas y educandos. El dominio del discurso escrito tanto como el oral, o la expresión como indica el artículo, es un claro reflejo de un pensamiento bien articulado, que puede expresar con coherencia y congruentemente lo que desea expresar en realidad.

Anónimo dijo...

cuando un docente no es competente en su materia el respeto en clase se desgasta, pero si se suma la soveberbia eso ya no tiene solucion

Unknown dijo...

En absoluta discrepancia con la nota, soy alumna de 2 año de la universidad, y lo fuí desde los 6 años hasta los 18 años de mi formación básica. Desde esta posición debo informarle que no hay una "forma" de aprender a educar, el único método que da esta posibilidad, es que mientras el docente enseña aprenda al mismo tiempo. Es decir, que tanto el material, las formas de explicar, o el tipo de calificación, deben ser métodos para acercarse y compartir con los alumnos. Está mas que claro que debemos ser cultos, respetuosos y maduros, pero eso no solo dentro de un aula si no en la vida misma, y si solo son bases para el aula y los docentes, dejeme decirle que mi opinión hacia usted es que es debe ser un ser muy triste y autoritario, y nadie dentro de su aula la respetará justamente por estos motivos.
Los alumnos somos los que tenemos derechos, ustedes se han esforzado para que nosotros les brindemos nuestra atención, que es lo mas hermoso que le puede regalar un ser humano. Ser escuchado con atención por ser uno capaz de expresarse correcta y fraternalmente, es la realización misma de la vida en mi opinión.
Y si mi comentario le parece "profano" dejeme decirle que nosotros somos el futuro, y que ustdes no han hecho mas que bastardearnos con sus pautas y reglas. Cuando en realidad es a traves de nosotros los alumnos, que se deben formar las pautas de enseñanza.
Por que piensa usted que en un estudio magister el docente es un alumno mas? Por que los alumnos de este tipo, han alcanzado un nivel superior y pueden estar a la par del docente, eso es ser bastardeado, los niños de 6 años deben tratrse igual o mejor que los alumnos de un magister, ya que ellos tienen mayor información que una persona adulta formada por este sistema de educación, ellos nos enseñaran sobre aventura y diversión, el único motivo por el que la escuela debe funcionar si su fin es formar personas felices y competentes en esta aventura de la vida.