Osvaldo Dallera

lunes, julio 31, 2023

El sistema político

 

El sistema político[1]

 

El sistema político evoluciona de una dimensión jerárquica premoderna bidimensional, a una dimensión moderna tridimensional. Dentro de la estructura jerárquica premoderna la distinción básica que guiaba la comunicación política era arriba/abajo, exhibía una orientación vertical y quedaba reflejada en la relación de poder entre autoridad y súbdito (esquema superior/inferior). La transformación moderna del orden interno del sistema político se estructura “sobre la triple diferenciación de Política, Administración y Público…”[2], y cambia de una orientación vertical a otra circular. En la dimensión tridimensional cada uno de estos subsistemas se transforma en entorno del otro.  Dentro del núcleo del sistema político no hay un subsistema que, en términos de poder y capacidad de influencia sobre los otros, ocupe el centro de la escena. En este sentido el sistema es acéntrico.

El poder es el medio de comunicación que el sistema tiene para cumplir su función social, es decir, para dar a conocer las decisiones vinculantes que toma. Para que el poder se ejercite, primero es necesario que estén creadas las condiciones de su aparición y de la continuidad de su uso. Podemos unificar en la inseguridad todas las condiciones de posibilidad del poder como emergente social. La función del uso del poder es tomar decisiones colectivamente vinculantes para reducir complejidad. Si ese poder se usa demasiado entonces se produce una inflación del poder, lo que de alguna manera debilita a su portador. Cuando el poder no se usa lo suficiente se habla de deflación del poder y esto ocurre cada vez que el poder se usa poco, no su usa o no se acude a la variedad de formas disponibles para su ejercicio.

 

Los subsistemas del sistema político

 

La Administración

 

Luhmann llama administración al conjunto de “procesos de decisión organizados y programados en el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial.” (Luhmann 2014: 131). Las decisiones que toman las administraciones se apoyan en puntos de vista políticos y en los mandatos que les confieren los cargos que ocupan sus funcionarios. La decisión vinculante es la forma de comunicación que la administración produce para cumplir su función social.

Mediante decisiones la administración elabora soluciones razonables para problemas que se han planteado en condiciones ya preestablecidas. “Soluciones razonables” significa generar respuestas a problemas que tengan en cuenta el contexto en que esa decisión tiene cabida, que presupone la existencia de otras decisiones que ya han sido tomadas y con las cuales esta nueva decisión debe relacionarse. La administración decide sabiendo que tendrá que tomar otras decisiones.

Para las administraciones políticas las decisiones son programas de acción de dos tipos. Por un lado, están los programas orientados a fines. En estos programas se tiene en cuenta el cálculo de costos y beneficios de las decisiones a tomar. Por otro lado, están los programas orientados condicionalmente, según los cuales, determinadas causas (excluyendo otras) producen la decisión o la no decisión. En cualquier caso, toda decisión lleva implícitos valores que orientan preferencias en una dirección o en otra. La administración hace uso del oportunismo como recurso para darle cauce a la decisión. Luhmann define el oportunismo como “un comportamiento que se oriente según preferencias cambiantes, esto es, que emplea programas contradictorios, en tanto que unas veces se le dirige una atención privilegiada a este valor y otras a aquel otro a costa del resto”[3].

La racionalidad de la administración se expresa en la planificación política de las decisiones, es decir, en la elaboración de programas de decisión condicionales y de fines, y en la articulación de las exigencias jurídicas con los requerimientos económicos. Cuanto más se apega la administración a estas prácticas, en mejores condiciones está de hacer frente a influencias que provienen del entono y que hacen fuerza por distorsionar los criterios establecidos en el programa de decisión.

 

La política

 

La política moderna nace como la forma de apoyo que necesita la administración para reemplazar a las antiguas formas de imposición de las decisiones mediante la violencia o la jerarquía proveniente de la posición económica o nobiliaria o la presencia de un líder.  Para llevar adelante su función de mediadora del sistema mediante su capacidad de influir en sus respectivos entornos, la política trabaja con un oído puesto en la administración y el otro en el público.

Dentro de la política se destaca la tarea de los partidos políticos, cuya función consiste en preparar los procesos de toma de decisiones que vinculen colectivamente y, también, la decisión de formar parte del gobierno o seguir permaneciendo en la oposición. El subsistema político, mediante la tarea de los partidos, lleva a cabo un desglose de demandas mediante procedimientos de:

-       Filtrado: problemas que no se atienden o no se toman en cuenta,

-       Selección: problemas a los que se los toma en consideración,

-       Generalización: problemas que se agrupan en un eje o factor común disimulando sus diferencias,

-       Nivelación: problemas de diferente magnitud a los que se ubica en el mismo nivel de atención, y

-       reducción de exigencias: problemas a los que se le brindan soluciones por debajo de las expectativas de sus demandantes.

Luhmann sostiene que los partidos están tan ocupados en llevar adelante estas tareas y en cumplir con su función específica, que es difícil esperar que realmente entiendan las dificultades de la población.[4]

La política despliega su racionalidad reflexionando sobre: a. las decisiones a tomar sobre los problemas del entorno y no sobre la solución de esos problemas, b. sobre los efectos de las decisiones que se han tomado; y, c. sobre las posibilidades de cambio en el manejo del poder, que nunca pierde de vista. Uno diría, con un ojo puesto en las decisiones y el otro en cómo ganar las elecciones. Sobre esta base los partidos hacen su cálculo racional al que subordinan cualquier consideración que no contemple el éxito en las elecciones y la consecuente obtención de cargos. Así, la racionalidad política puesta al servicio del sistema subordina los programas y vuelve instrumentales los valores. La estructura pluralista de la política se hace sensible a las exigencias y descarga una parte de éstas en la administración, que es la que decide.

El papel protagónico de la política lo desempeñan los políticos: individuos agrupados en organizaciones que actúan como mediadoras entre el Estado (la Administración) y la población (el pueblo y “la gente”). El político “puede lanzar temas, proclamar valores, sacar brillo a símbolos, sin que tenga que establecerlos al mismo tiempo como programas. No necesita dañar a otros, ni siquiera a otros políticos, y, bajo la protección de no estar vinculado, puede presentarse en la esfera pública con palabras que suenan bien y con una abarcadora voluntad de exigir. Así, puede tratar de capitalizar el consenso y montar posiciones sin comprometerse con aplicaciones muy especiales de este poder. Por otro lado, debe aspirar al éxito y ha de pretender el poder de decidir. Toma el éxito por adelantado, trabaja con él y proyecta lo que haría si tuviera que decidir. Por ello, necesita esforzarse continuamente apuntando hacia el todo y hacia lo valioso. Esto no le fuerza, empero, a un cálculo exacto de los costes de sus propuestas y a una exacta transmisión de dicho cálculo, sino más bien a una generalización de unos intereses y valores demasiado específicos”[5].

Lo que el político en realidad hace es construir comunicación política con un doble lenguaje: uno orientado al público y el otro a la administración.  Cuando se dirige al público predomina el lenguaje expresivo y cuando su comunicación se orienta a la administración hace uso de un lenguaje instrumental. Según Luhmann, mientras que el lenguaje instrumental está elaborado con vistas a que la administración decida en el sentido “correcto”, el lenguaje expresivo tiene por finalidad tranquilizar y dotar de una confianza continua al público asumiendo que siempre “se hace esto para lograr esto otro”.

En este contexto el trabajo del político es comunicativamente arduo, difícil y artificial, ya que tiene que hablar pensando en lo que va a decir para que no emerjan a la superficie sus verdaderos fines y tenga un fuerte impacto en la audiencia, sus apelaciones a la emotividad. Es una tarea que exige el manejo de múltiples lenguajes según la ocasión.

 

El público

 

Desde el siglo XIX la población adquiere mayor protagonismo dentro del sistema como un factor de poder que se expresa, según el momento por el que esté atravesando la actividad política, como elector (si en el momento de las elecciones), organizado en movimientos de protesta (en instancias de demandas colectivas), y como opinión pública (en períodos preelectorales).

Luhmann propone diferenciar dinámicamente los roles del público. La diferenciación dinámica hace referencia a las formas en que el público se pone en contacto con la política asumiendo tres roles diferentes. El primero de esos roles es el de “observador disciplinador” de la política. El ejercicio de este rol es, al mismo tiempo, indirecto (observa a través de los medios y observa signos de la actividad de los políticos), permanente (la política se siente observada en todo momento), y pasivo (la observación, ejerce una influencia simbólica sobre la política). El segundo de esos roles consiste en prestar (o quitar) apoyo político. Este es un rol que el público desempeña en determinados momentos, por ejemplo, el período de elecciones. El tercer rol consiste en la prosecución política de intereses. En el ejercicio de este rol el público se vincula a demandas que buscan satisfacer aspectos puntuales de la vida personal y colectiva de los miembros que lo componen. A diferencia de la observación disciplinadora, estos dos roles del público respecto de la política son activos, discontinuos y complementarios de la observación disciplinadora.

Las tareas de la administración y la política las desempeñan personas provenientes del público. Es un hecho que en la sociedad moderna “cualquiera del público puede convertirse en político o funcionario”.[6] Así de generoso es el sistema político. Sin embargo, esa generosidad no es desinteresada o gratuita. El sistema debe ofrecer condiciones atractivas para quienes tengan o crean tener condiciones para formar parte de la política o de la administración. Quien forme parte del público y crea tener vocación política deberá tener en cuenta las espinas que están esparcidas el camino. Deberá saber que con la misma facilidad con que se ganan y generan “contactos” se pierden relaciones y se gestan enemistades. No deberá perder de vista, al mismo tiempo, que las caídas son más estrepitosas y rápidas que los asensos inciertos. Que, en términos cuantitativos, los tiempos de la política no conocen limitaciones. Por último, conviene que no ignore que, una vez adentro, sus gustos personales y debilidades afectivas habrá de dejarlas colgadas en la puerta de ingreso. Como dice Luhmann, quien crea tener vocación y cualidades para la tarea política deberá contar con “la disponibilidad para entregar a sus hijos”.[7] En resumen, quienes entre los miembros del público tengan aspiraciones políticas deberán cumplir con ciertas condiciones entre las que sobresalen el aprendizaje para realizar las funciones que se les encomienden, la capacidad para saber reunir información y adquirir destrezas para el desempeño de sus tareas y la pericia necesaria para manejar sus sentimientos y sus actitudes frente a las exigencias y expectativas de quienes se quedaron del otro lado del mostrador, es decir del lado del público.

 

Cortocircuitos y esquemas de distinción

 

En la circularidad que envuelve la relación entre administración, política y público los problemas se transforman en temas que circulan comunicativamente dentro del sistema político. Esta circulación produce cortocircuitos que adoptan la forma de críticas recíprocas entre los actores del sistema frente a lo que cada una dice o hace acerca del problema transformado en tema.

El cortocircuito facilita el uso de fórmulas simplificadoras. Según Luhmann, la distinción progresista/conservador codifica la política de la modernidad: “El código progresista/conservador representa la oposición entre cambio y mantenimiento de las estructuras del sistema social…”.[8] Tal vez en nuestros días la actualización del lado conservador de esa fórmula haya mutado al término “neoliberal”. Una vez ubicados dentro de una de estas distinciones los contenidos que se vierten en estos recipientes pueden ser de cualquier tipo y factor y se simplifican todavía más. Un recorte de subsidios es conservador, una asignación de planes sociales se ve como progresista. Con esto el cortocircuito favorece la comunicación vacía de contenido.

Sin embargo, como el cambio es lo característico de la sociedad, para explicar la relación entre política y sociedad, la distinción adecuada debe apoyarse en el eje de la transformación y, a partir de ahí, observar la relación desde la distinción estabilidad/inestabilidad. Como dice Luhmann, de lo que hay que ocuparse no es del cambio, que de hecho es un componente intrínseco de la dinámica social, sino de la instabilidad o instabilidad que los cambios generan y sus efectos en las expectativas.

 

El sistema político orienta su funcionamiento autorreferencial recurriendo a dos procesos internos que supuestamente ayudan a manejar la complejidad política, aun cuando no permiten aportar ninguna certeza respecto del origen de los problemas. Por un lado, se apunta a las historias internas del sistema: cómo se comportaron políticamente unos y otros en el pasado y, sobre todo, qué errores cometieron. Por otro lado, se hace uso de los problemas que vienen del entorno. Se habla, se discute, se debate sobre economía, políticas de salud, estrategias educativas, etc. Los problemas siguen estando del lado de afuera mientras adentro se alimenta la inflación comunicativa. Luhmann denomina a estas dos estrategias historización y externalización de la autorreferencia. Los tres subsistemas se observan entre sí observando tres mecanismos de externalización diferentes que a cada uno le permite simplificar al otro y, al mismo tiempo, conjeturar acerca de sus acciones y comportamientos.  La opinión pública que circula principalmente en los MMC es el campo de resonancia de la relación entre público y política. En la relación entre política y administración lo que cada parte tiene en cuenta es el conjunto de personas que ocupan cargos o que pueden llegar a ocuparlos. Por último, el derecho es la externalización de la relación entre público y administración. El derecho es el mecanismo externo que cada una de las partes observa para regular las relaciones de poder entre ambas, entre otras cosas, para evitar abusos y arbitrariedades. Desde luego, las relaciones que cada subsistema proyecta en su pantalla se reflejan en las otras dos. La opinión pública observa a políticos y funcionarios; para acceder a los cargos las personas que aspiran a ello tienen que (o deberían) ajustarse a derecho y, por lo tanto, observar su relación con este factor.

El sistema se autosensibiliza por medio de comunicaciones que ponen en discusión problemas que afectan a distintos sectores sociales y se abre al ingreso de los intereses individuales y colectivos, pero al procesarlos, se cierra operativamente. En este sentido el sistema es abierto y cerrado a la vez. Así, el sistema se hace autorreferente porque en ese procesamiento tiene que tomar decisiones que darán lugar a la toma de otras decisiones, postergando una y otra vez la solución de los problemas.



[1] Del libro: Dallera, Osvaldo (2019): Entre expectativas y decepciones. La sociología política de Niklas Luhmann. Amazon

[2]  Luhmann, Niklas (1993): Teoría política en el Estado de bienestar. Madrid, Alianza editorial. P. 62

 

[3] Luhmann, Niklas (2014): Sociología política. Madrid, editorial Trotta. P. 190

 

[4] Torres Nafarrate, Javier (2004): Luhmann: la política como sistema. México, Fondo de Cultura Económica - Universidad Iberoamericana – Universidad Nacional Autónoma de México. P. 168

 

[5] Luhmann, 2014: p. 216

[6] Luhmann, N. 2014: 340

[7] Luhmann, N: 2014: p. 348

[8] Luhmann, N. 1993: p. 83 

sábado, julio 29, 2023

La familia como sistema social

La familia como sistema social[1]

 

Desde una perspectiva sistémica las familias se forman como sistemas sociales, es decir, como sistemas de comunicación. Esto significa que la familia, socialmente, está compuesta por las comunicaciones que se producen entre sus miembros y no por los individuos que interactúan en el grupo, como supone la teoría sociológica tradicional. Dicho de otro modo, el componente de una familia es la comunicación producida entre sus integrantes y no cada uno de ellos tomados como individuos psicofísicos. Desde luego, la comunicación familiar presupone la presencia de esos individuos vinculados entre sí, porque de lo contrario no habría comunicación.

La familia es un sistema autónomo, y como tal reúne las propiedades de todos los sistemas sociales. En primer lugar, es un sistema operacionalmente cerrado. Esto quiere decir que la dinámica familiar depende y se alimenta sólo de las comunicaciones que se producen entre los integrantes del grupo familiar. En segundo lugar, las comunicaciones de la familia son autorreferenciales, es decir, son comunicaciones que se generan a partir de otras comunicaciones que circulan en la familia. Esas comunicaciones familiares siempre están ligadas al interés temático momentáneo de quienes forman parte de ella, y de esa forma nace y se reproduce el sistema. En la familia se habla acerca de lo que se habla en la familia y eso genera más comunicación familiar.

¿Qué quiere decir que “en la familia se habla acerca de lo que se habla en la familia”? La comunicación familiar surge de las observaciones que cada uno de sus miembros hace sobre las comunicaciones y las conductas de los otros miembros integrantes. Cada uno observa al otro no sólo en lo que dice o hace, sino también en cómo ese otro observa, es decir, cada uno observa las observaciones del otro dentro de la familia. Cada uno observa lo que el otro dice, pero desde su posición de observador puede captar cosas que los demás no perciben. En esta trama cada uno pone en juego sus observaciones con lo que dice, pero también con lo que calla. Estas observaciones de observaciones se denominan “observaciones de segundo orden”, y se diferencian de las de primer orden en que éstas observan, podríamos decir, los hechos del mundo externo directamente. Si yo miro un partido de fútbol ésa es una observación de primer orden. Si yo leo el comentario o escucho el relato del mismo partido hecho por un periodista, la mía es una observación de segundo orden: estoy observando cómo observaron el partido, el relator y el periodista. Dentro de la familia, la observación de segundo orden es la observación de cada uno de los miembros sobre las observaciones de los demás, acerca de lo que se comunica al interior del grupo familiar.

A los efectos del sistema social familia, todo lo que acontece fuera de ella, pero también el cuerpo y el aparato psíquico de cada uno de los miembros que la integran, forman parte del entorno familiar. Esta es la forma en que los sistemas sociales se reconocen como tales: a partir de la distinción entre sistema y entorno. Todo lo que no forma parte del sistema (es decir, en este caso, todo aquello que no es comunicación interna, dentro de la familia), es entorno. Entorno, en definitiva, es todo aquello que está fuera de los límites del sistema. Esto significa que lo que hacen los miembros de una familia (ponerse en pareja, invertir en una propiedad), tanto interna como externamente (encerrarse en el dormitorio, o pedir una consulta al médico), es exterior a la familia como sistema. Lo social de la familia está en sus comunicaciones y no, por ejemplo, en el dolor de estómago del padre, en el aislamiento del adolescente en su cuarto, o en el examen que aprobó la hermana en la escuela media.  Cada una de esas circunstancias forma parte del entorno familiar, es decir, está afuera y no adentro de la familia. Sólo ingresan a la familia cuando se comunican, es decir, como comunicaciones que pertenecen al sistema.

Pero ¿cómo ingresa todo lo que es exterior a la familia? Esta pregunta equivale a interrogarse por cómo ingresa el entorno al interior del sistema. La respuesta a esta pregunta, según Luhmann, es que la distinción sistema/entorno, aplicada al sistema familia se realiza en personas.[2] Para entender mejor todo esto es imprescindible comprender el significado del concepto “persona” dentro del marco teórico en el que se sostiene la teoría de sistemas sociales. Para la teoría de sistemas sociales una persona es la construcción resultante de una observación hecha por un observador, sobre lo que un individuo dice, expresa y, en general, comunica. En otras palabras, para Luhmann las personas son unidades de imputación de acciones y responsabilidades a partir de sus comunicaciones dentro del sistema social familia[3]. De manera que dentro de esta teoría una persona no es un sujeto, un individuo, digámoslo así, compuesto por un organismo y un sistema psíquico: una persona es la construcción que surge de las observaciones de los demás a partir de lo que un individuo comunica dentro del sistema. Una persona, en pocas palabras, es un artefacto construido a partir de observaciones, y al que se le puede atribuir cualidades al solo efecto de ser utilizado en y para la comunicación.

Así, la familia es un fenómeno social resultante de la distinción de personas (=comunicaciones de cada individuo observadas por los otros miembros del grupo). Con lo que cada miembro comunica dentro del grupo familiar, permite ingresar su propio entorno a la familia. Dicho de otro modo, la forma que tiene el entorno de ingresar a la familia es a través de las personas construidas al interior del sistema a partir de las observaciones que los otros miembros del grupo hacen de las comunicaciones del individuo observado.

De manera que el mundo extrafamiliar ingresa a la familia mediante las observaciones que sus miembros hacen sobre la comunicación acerca de los hechos y las acciones que cada integrante mantiene con su propio mundo exterior y con sus vivencias internas. La madre le cuenta a su esposo y sus hijos que está triste (su vivencia) porque su mejor amiga está enferma (un hecho del mundo exterior). Mediante esa comunicación la madre asume el estatuto de persona a partir de la observación que hacen de su comunicación, el esposo y los hijos, y el entorno de la madre ingresa de ese modo a la familia. Cada integrante receptor de la comunicación observa lo dicho desde su perspectiva. Sólo esto, y no otra cosa, resulta socialmente relevante para la familia. Quien se va de la familia o elige no contar lo que le pasa interrumpe la comunicación familiar y, con ello, desarticula la estructura del sistema.

De esto se desprende que, contrariamente a lo que se supone, la familia no tiene la función de socializar a sus miembros, en el sentido de prepararlos para que en el futuro sepan desenvolverse en los distintos ámbitos y circunstancias sociales por los que deban atravesar. Lo que sí hace la familia es ayudar a sus miembros a ser personas, es decir, a ser capaces de comunicación dentro del grupo familiar, y esto también es incluir a la persona en la sociedad. En este sentido podríamos decir que “…la familia es un sistema parcial que tiene la función de incluir a la persona entera de los participantes en la comunicación”[4]; dicho de otra forma, la función de la familia consiste en hacer que las personas que la componen estén familiarmente incluidas, en tanto y en cuanto esas personas son capaces de comunicación; como ya dijimos, capaces de hacer ingresar el entorno al sistema a través de sus conductas y sus expresiones.

Como vemos, el entorno ingresa a la familia a través de lo que cada uno de sus miembros comunica dentro de ese sistema. Pero también ocurre que el sistema penetra y produce efectos en su entorno. El aparato psíquico de cada integrante de la familia es entorno del sistema familiar porque ni el cuerpo ni el psiquismo de los individuos forman parte del sistema social familia que sólo está integrado por comunicaciones. O, dicho en otros términos, cuerpos y sistemas psíquicos están afuera y no adentro del sistema familia. Por lo tanto, lo que circula como comunicación en la familia, también deja sus huellas en el psiquismo de sus miembros. En efecto, en el juego de observaciones de observaciones y de comunicaciones dentro del sistema familiar se produce otro hecho tan interesante como inquietante: la forma en que esas operaciones familiares ingresan en el aparato psíquico de cada uno de los miembros de la familia.

Dentro de la teoría de sistemas el ensamble de un aparato psíquico con un sistema social se denomina “acoplamiento estructural”. El acoplamiento estructural es el engarce de un sistema social (en este caso el grupo familiar) con un sistema psíquico (el aparato psíquico de cada miembro de la familia), mediante el lenguaje (lo que unos se dicen a otros dentro del grupo). Cuando esto sucede, el sistema psíquico puede distinguir lo que puede afectarlo psíquicamente, y puede manejarlo, de lo que puede ser una afectación social. Pero disponer de esa capacidad requiere de una fortaleza psíquica que no siempre está a disposición del afectado. Quien no puede manejarlo, enferma o termina la relación (se divorcia, se va de casa, etc.). Nuestra época, por suerte hizo uso de la libertad para descomprimir situaciones agobiantes.

En cierto modo esa libertad hizo de las familias modernas “sistemas sociales comunicativamente desinhibidos”. Cualquier miembro de una familia hoy puede decir (casi) cualquier cosa. Puede interpelar a otro miembro, puede hacer sugerencias, incluso también puede obrar sin tener que consultar o pedir permiso. En sus relaciones recíprocas, los miembros de una familia saben que los otros pueden actuar en las mismas condiciones, de modo que para que esta desinhibición no degenere, cada uno mantiene su posición usando la potencial desinhibición de los demás como protección de su propia desinhibición: si ellos pueden (hablar o callar), yo también.  De este modo, y por este motivo, se genera una especie de orden o armonía construida internamente que es propia de cada grupo familiar. Cada miembro de la familia tiene su propio umbral de desinhibición, porque al observar que el otro o los otros también podrían decir o hacer según les plazca, ese potencial se neutraliza mutuamente. Cada uno se cuida bien de lo que dice o lo que calla porque, de esa manera, sabe que los otros también hacen lo mismo y que con ese comportamiento todos resultan funcionales al mantenimiento de la armonía, siempre relativa e inestable, del grupo familiar. Por eso, aunque está a su disposición, ningún miembro utiliza toda la desinhibición de la que es capaz. Cada uno sabe lo que puede y lo que no conviene decir frente a los otros, de tal forma que se expresa, pero al mismo tiempo se guarda lo que a su juicio puede exhibir los problemas familiares estructurales. Como quienes componen el grupo familiar se conocen entre sí lo suficiente, terminan por seleccionar los temas que son comunicativamente viables dentro de la familia y transforman en tabú, o en temas de los que “mejor conviene no hablar”, esas otras cuestiones potencialmente conflictivas. No faltará quienes alberguen expectativas de tiempos más propicios para decir lo que ahora no se puede, pero, también eso, la mayoría de las veces se aplaza indefinidamente.

Dentro de este marco cada uno cree que conoce más o menos bien a todos los demás. Con el paso del tiempo uno empieza a darse cuenta de que los otros no son tan conocidos como nos parecían, pero claro, ya cada cual hizo de sus comunicaciones y de sus conductas para con los otros un estereotipo y entonces todos comienzan a comportarse como los demás esperan, porque de esa forma se evitan rispideces. Desde luego, también pasa que las cosas no sean tan así y la conversación se transforme en pelea y la convivencia en huida. Por eso, esa función inclusiva de la familia, observada desde afuera, puede entenderse como éxito o fracaso sin que en uno u otro caso pierda su condición socializante.

Como resultado de este funcionamiento sistémico la familia exhibe algunas características que conviene destacar. En primer lugar, la familia es un sistema social cuya comunicación está orientada hacia las personas. Al mismo tiempo es un sistema muy sensible a los cambios que se producen en las personas que la integran. Por ejemplo, la planificación familiar o el crecimiento de los hijos son factores que afectan al sistema en su conjunto.

En segundo lugar, los miembros de una familia toman lo que los otros miembros hacen o dicen, como comunicación intrafamiliar producida por el miembro observado a partir de lo que él o ella observaron de los otros miembros. A partir de las observaciones de uno sobre cómo lo observan los otros miembros de la familia, uno actúa en consecuencia.  De este modo, la comunicación familiar funciona como un espejo de observaciones de observaciones. Se advierte de inmediato que esta dinámica incrementa considerablemente la comunicación familiar y produce la propia historia de la familia.

En tercer lugar, la estabilidad y la dinámica del sistema familiar no es el producto de una estructura normativa ni tampoco de un orden negociado. Es, más bien, el resultado de cómo cada miembro observa cómo el otro observa lo que cree que está bien o está mal, y dentro de qué contexto cree una cosa y la otra.  Esto no significa que no hay normas dentro de la familia o que no existan logros en el grupo mediante fórmulas de consenso. Lo que significa es que la estabilidad familiar es consecuencia de la observación de cada miembro a las observaciones de los otros y, por tanto, de la adecuación de la comunicación a esas observaciones de segundo orden (= observaciones de observaciones). De este modo, ninguna familia, en tanto que sistema parcial de la sociedad, es un orden predeterminado por normas o acuerdos sino un sistema dinámico que ajusta sus expectativas a cada instante, en virtud de la observación de segundo orden.

En cuarto lugar, y consecuentemente, la relativa “armonía” familiar no es otra cosa que el orden que construye un observador, en un determinado momento, a partir de las observaciones de las observaciones de los demás sobre lo que ese observador hace o dice. Lo que permite que todo esto suceda es el conocimiento reciproco de las personas (= construcciones para la comunicación) a partir de observaciones.

En resumen, para la sociología sistémica la familia es un fenómeno social cuyo único componente real es la comunicación que, por supuesto, presupone a los miembros que la componen y que dentro del sistema funcionan como personas. Como la familia es un fenómeno social, está sujeta a los condicionamientos y variaciones históricas. En la premodernidad fue un vehículo de integración de los miembros de cada familia con otras familias, con la política y la economía, por lazos hereditarios. En nuestro tiempo esa función y ese mecanismo quedaron relegados, y la familia funciona como sistema de socialización de sus miembros, hacia dentro del propio sistema familiar. Esto significa que las transformaciones sociales producen alteraciones en la estructura familiar. Sólo cuando los avatares de cada uno de sus miembros ingresan a la familia como comunicación, la familia procesa esa información y con ello construye a la persona dándole cabida al interior del sistema.

 



[1] Fragmento del libro: Dallera Osvaldo (2020): Sociología de la familia, del sistema educativo y de la escuela. Amazon

[2] Luhmann, Niklas (2016): Distinciones directrices. Madrid, CIS, Centro de Investigaciones Sociológicas, página 95.

[3] Ídem, página 97

[4] Giancarlo Corsi, Elena Esposito, Claudio Baraldi (1996): Glosario sobre teoría social de Niklas Luhmann. México – Barcelona, coedición Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), Editorial Anthropos. Página 82


miércoles, julio 26, 2023

El sistema escolar. La escuela como sistema social

 

El sistema escolar[1]


El origen del sistema escolar como subsistema del sistema educativo

 A partir de comienzos del siglo XIX la educación se organiza bajo el formato de lo que hoy conocemos como escuela y funciona como un subsistema del sistema educativo. Esta diferenciación interna comienza por las prácticas que se llevan a cabo dentro de la escuela. Por ejemplo, aparece la figura del maestro que le tiene que enseñar las mismas cosas a un conjunto de alumnos, mediante técnicas y estrategias adecuadas para lograr ese objetivo (se seleccionan temas para ser enseñados, se ubica a los alumnos dentro de un aula adoptando una determinada disposición espacial, se ejerce el control sobre las conductas mediante recursos disciplinarios, se los divide por edades, se establecen reglas de promoción a cursos superiores, etc.).

El sistema escolar moderno es un sistema parcial de la sociedad. Sus elementos son las comunicaciones que se producen como resultado de las relaciones que mantienen los actores del sistema en sus respectivos roles de alumnos, profesores, padres, maestros, directivos, funcionarios, organizaciones, etc. Así, por ejemplo, un tipo de comunicación que distingue al sistema escolar como subsistema del sistema educativo y de los demás sistemas sociales es la pregunta y la respuesta en el examen, y la devolución del profesor a los alumnos en forma de calificaciones. Cada una de esas comunicaciones genera expectativas que, a su vez, delimitan el universo de comunicaciones posibles que pueden formar parte del sistema.

 La escuela como organización

 Desde la perspectiva sistémica la escuela adquiere el perfil de una organización moderna. Las organizaciones modernas son sistemas que observan (y se observan a sí mismas) y que traducen sus observaciones en decisiones. Dentro de la escuela, como sucede dentro de cualquier organización moderna de la sociedad, se toman decisiones que, en función de las circunstancias que las rodean, siempre aparentan ser decisiones racionales, es decir, medios para alcanzar ciertos fines: se decide enseñar estos contenidos y no aquellos, se decide, bajar los niveles de complejidad y exigencia para favorecer la retención del alumnado y mantenerlo dentro del sistema educativo, etc.

Las organizaciones toman decisiones con el propósito de absorber incertidumbre. Pero, al absorber la incertidumbre mediante la toma de decisiones en el presente, las organizaciones generan riesgos a futuro. Al transformar las incertidumbres en riesgos, lo que se logra es generar nuevos problemas que se desconocen y sobre los cuales deberán recaer nuevas decisiones, que volverán a absorber incertidumbre, transformándolas en nuevos riesgos. De algún modo, esa forma de proceder es lo que explica su supervivencia.[2]

Este modo de entender la escuela cambia por completo el enfoque con respecto a la función social que cumple. En primer lugar, ya no puede ser vista como una organización que realiza objetivos (por ejemplo, pulir a los alumnos, o construir una sociedad más “culta”), sino que hay que entenderla como una organización que busca sus objetivos en función de lo que en cada momento no se sabe. En este sentido, la escuela está ocupada en reformular constantemente la manera en que observa el mundo y la realidad que la circunda con vistas a modificar a cada instante sus objetivos en función de los cambios que experimenta el entorno.

En segundo lugar, la escuela, en principio, parece confiable porque hace siempre lo mismo, funciona de manera rutinaria (por eso absorbe incertidumbre) y reformula una y otra vez sus objetivos. Sin embargo, los resultados sociales que arroja no siempre son los que se esperan de ella. Por eso, la escuela es una organización que reacciona a los propios efectos o resultados que genera. Por ejemplo, como tiene que mantener a la mayor cantidad posible de estudiantes dentro del sistema, entonces, muchas veces acredita que hay alumnos que saben lo que no saben y ese es el precio que paga para que esos alumnos sigan “en carrera”. Pero después tiene que elaborar nuevos objetivos y programas que les permitan, a esos alumnos que siguen estando adentro, justificar la faceta pedagógica y educativa de la escuela. El punto es que esos alumnos que aprobaron sin saber luego salen a incorporarse a otros sistemas de la sociedad “como si supieran”: sus certificaciones se lo permiten. Es en este sentido que decimos que la escuela es una organización que se observa a sí misma y que se construye momento a momento. Los efectos de sus prácticas arrojan sobre ella nueva incertidumbre y eso le exige buscar nuevos objetivos. 

En tercer lugar, la manera en que la escuela se observa a sí misma es a través de la planificación, la programación y la dirección de las operaciones que lleva a cabo (enseña, evalúa, controla, en una palabra, sanciona).  Sin embargo, a pesar de que planifica y controla no puede predeterminar los futuros estados del sistema, ni siquiera las futuras relaciones entre ella y su entorno. Dicho en forma más concreta, haga lo que haga, la escuela no puede decirse a sí misma cómo va a ser ella más adelante, ni tampoco qué va a pasar con las categorías de alumno y profesor, ni con la configuración del sistema educativo en su conjunto (es decir, con su entorno), sencillamente porque no puede controlar los resultados que se desprenden de sus operaciones. Como cualquier otro sistema social, la escuela evoluciona “ciega” ante su propio futuro. Todo lo que puede hacer es dejar que los efectos que se desprenden de sus propias operaciones reingresen a la escuela en forma de nuevos problemas para intentar darles una respuesta mediante la reformulación de sus objetivos y de sus prácticas. Por eso, para la teoría de sistemas las organizaciones como la escuela son nada más que decisiones: a cada instante tienen que decidir qué hacer y cómo, con lo que se les viene encima. Por ahora, el reingreso de los problemas del sistema en el sistema la mantiene viva a ella y al sistema educativo, y eso es lo que cuenta.

 Código, programa y medio de comunicación simbólico del sistema escolar

La escuela como organización hace operativas sus decisiones mediante la aplicación de programas que ejecutan su propio código, y a través de la utilización de su específico medio de comunicación simbólico.  En el caso del sistema educativo el código que lo identifica es mejor/peor y se expresa de dos maneras. Cuando se toma el sistema educativo en su conjunto este código se expresa en la carrera o la trayectoria del estudiante en términos también binarios: seleccionado/excluido. Los seleccionados siguen en carrera, y los excluidos quedan afuera de cualquier circuito que requiera de credenciales educativas para continuar incluido (por ejemplo, continuar estudios universitarios o conseguir empleos que requieren alguna calificación).

Pero el código del sistema educativo no sólo se expresa de manera binaria cuando se analizan trayectorias, sino que también se expresa en la actividad del día a día de los alumnos en los términos binarios aprobado/reprobado. Es obvio que, a la larga, la trayectoria global termina construyéndose sobre la base de muchos aprobados o reprobados. Para diferenciar estas dos formas de expresión que adquiere el código diremos que la expresión seleccionado/excluido se utiliza como código propio del sistema educativo global y la distinción aprobado/reprobado es más propia del subsistema escolar.

Entre los programas que usa el sistema escolar se destacan los exámenes, los trabajos prácticos y cualquier otra técnica evaluativa que sirva para poder poner en acto el código aprobado/reprobado en el orden del aprendizaje de contenidos. Los reglamentos de convivencia, o cualquier otro mecanismo regulador de la disciplina escolar son utilizados para aprobar o desaprobar los comportamientos individuales o colectivos de los estudiantes.

El medio de comunicación simbólico del sistema escolar son las calificaciones (en las evaluaciones y en la convivencia), y la carrera o la trayectoria que exhibe cada uno de nosotros es el medio de comunicación del sistema educativo tomado en su conjunto, cada vez que la sociedad en general u otro sistema parcial de la sociedad requiere que le digamos cómo nos fue mientras lo transitábamos.

 Autorreferencia y heterorreferencia del sistema escolar

Las comunicaciones que se producen dentro del sistema escolar son comunicaciones que hacen referencia a ese sistema y a ningún otro. En este sentido, el sistema escolar es un sistema autorreferente. Observemos este ejemplo. Las calificaciones que los profesores vuelcan en sus libretas o en las actas constituyen una operación que es propia del sistema escolar. Es un requisito del funcionamiento del sistema que los alumnos sean calificados en algún momento por sus profesores, para certificar si progresan o no en sus aprendizajes, si cumplen o no con los objetivos de la escuela, y, por tanto, para dejar constancia de si pasan o no de un curso a otro. Ese es el aspecto autorreferencial del sistema: las notas le sirven al sistema, para mantenerse en funcionamiento. Observemos que se trata de certificar y de dejar constancia, dos requisitos del funcionamiento del sistema, independientes de los aprendizajes de los alumnos. Sin embargo, eso no impide que, por lo general, con esas mismas calificaciones se pretenda hacer referencia a eso que, supuestamente, aprendieron los alumnos y expusieron en sus exámenes, en sus lecciones y en sus comportamientos. Ese es el aspecto heterorreferencial del sistema: en este caso, una comunicación propia del sistema escolar se utiliza para cumplir con otra función que no es la específica de ese sistema. Por ejemplo, se usa la calificación para intentar explicar lo que un alumno supuestamente tiene en su cabeza sobre alguna asignatura. Por supuesto, entre la nota volcada en el acta (la constancia) y lo que se pretende referir con esa nota fuera del sistema escolar (es decir, el aprendizaje del alumno), no hay ninguna relación necesaria ni de correspondencia. El acta puede contener un diez y la cabeza del alumno, en un caso extremo, puede no estar ni siquiera enterada de por qué figura esa calificación entre sus notas.

Así, autorreferencia quiere decir que el sistema escolar produce calificaciones para que los alumnos continúen dentro del sistema para seguir produciendo califica-ciones que luego el sistema eduativo utilizará para confeccionar la trayectoria de cada uno y, de ese modo, cumplir con su función selectiva.

Selección pedagógica y constatación de rendimientos

Como el sistema educativo debe seleccionar a quienes van a integrarse en la sociedad, entonces necesita de algo que le permita justificar esa selección. Por eso la escuela toma exámenes y, en función de lo que cada alumno rinde en esas instancias, pone calificaciones. El rendimiento justifica la selección y la selección legitima la sociedad de rendimientos.

A partir de principios del siglo XIX los exámenes y las calificaciones se vuelven instrumentos de constatación de rendimientos y, por lo tanto, de selección. Para ser seleccionado hay que rendir. La unidad de rendimiento y selección resultó útil para fomentar la creencia de que había una relación de correspondencia entre lo que el alumno realmente había aprendido y lo que quedaba reflejado en sus rendimientos por vía de los exámenes. En suma, el siglo XIX trata el problema de la selección como un problema de exámenes y, consecuentemente, como un problema de rendimiento de los alumnos. A partir de ese momento al problema de distribuir educación de manera igual entre todos, la selección pedagógica le suma la dificultad de tener que constatar los rendimientos de quienes se educan. Este cambio, con respecto a la situación anterior se tomó como una mejora.  Pero este valor no logra desplazar de la conciencia el hecho de que ahora la selección que realiza la escuela reemplaza a la selección natural.

Durante el siglo XX se asienta el intento de salvaguardar la inclusión de toda la población en el sistema educativo, aunque al mismo tiempo se toma conciencia de que en el interior del sistema se produce una selección pedagógica que ahora la lleva a cabo la organización escolar (la escuela) en reemplazo de la selección que antes ejecutaban la naturaleza y el medio social de procedencia. La correlación entre selección y rendimiento es clave y se mantiene más o menos firme.

Instrumentos de selección

Para contribuir a la función social de selección del sistema educativo la escuela se vale de dos subsistemas que le proporcionan los instrumentos necesarios para hacer efectiva esa tarea. Con esos instrumentos va encasillando a los alumnos según su rendimiento hasta imprimirle casi una identidad que es el fruto de las múltiples interacciones que establece con sus docentes.

a.   El subsistema de interacción educativa. El maestro no sólo educa, sino que también selecciona. Y esto no puede ser de otra manera porque el docente debe emitir un juicio sobre el rendimiento de los alumnos y queda claro que ese juicio no puede ser uniforme para todos. Para eso, los recursos más inmediatos con los que cuenta son aquellos que utiliza en sus encuentros (interacciones) con los alumnos y se destacan tres: el examen, las calificaciones y los señalamientos.

El instrumento de selección más potente y explícito dentro de este subsistema educativo es el examen. Según Foucault, el examen aparece, junto con las tácticas disciplinarias, como otra forma de ejercer el control sobre los jóvenes con el propósito de objetivar la transmisión de conocimientos que se da del profesor al alumno. Para Luhmann, además de ejercer una función de control, en los exámenes "se concentra la acción de la selección".

Íntimamente relacionado con el examen, el otro instrumento que utiliza el sistema educativo para seleccionar pedagógicamente a los alumnos son las calificaciones.  Las calificaciones tienen su ámbito de aplicación dentro del salón de clases y evalúan el rendimiento en relación con la exigencia y la experiencia desarrollada en el aula. Fuera de ese espacio su valor informativo es casi nulo.

Las calificaciones constituyen el nexo que vincula la enorme cantidad de evaluaciones por las que pasa un alumno en su tránsito por la escuela, y las certificaciones y acreditaciones que expide la institución. En este sentido ofician como referencia de las decisiones que el sistema escolar toma para definir, por ejemplo, la promoción de un año al otro, la repetición, o la expedición del certificado que acredita la terminación de los estudios.

En un nivel de menor “exactitud” y de mayor ambigüedad, los señalamientos tales como los elogios y las reprensiones funcionan como instrumentos de selección de mayor nivel de generalidad y menor precisión que las calificaciones. Los señalamientos son formas muy generales y amplias de diferenciación.  En general toman la forma de elogios y reprensiones que los profesores les hacen a los alumnos en la interacción continua que presenta el sistema educativo tanto en lo que hace al rendimiento académico como al comportamiento de los alumnos en relación con el código de convivencia de la escuela. En cierto modo los señalamientos orientan las futuras calificaciones y sanciones que el docente utilizará para ubicar a los alumnos en alguna escala de mejor/peor. Muchos señalamientos positivos ayudarán a volcar el valor de una nota dudosa hacia arriba; demasiadas reprensiones demandarán un concepto disciplinario negativo. Los alumnos se van haciendo mejores o peores a través de sus demostraciones de saber (rendimiento académico) y de sus demostraciones de adaptabilidad social (formas de convivencia acordes a los criterios de la institución).

b. Certificaciones y acreditaciones. Con estos instrumentos el sistema escolar recoge el rendimiento diario de los alumnos y lo plasma en certificaciones que finalmente definen, por ejemplo, el pase de un año al otro, la repetición o la posibilidad de ingresar a la universidad.

En efecto, las certificaciones y acreditaciones escolares proceden de manera binaria: aprobó o no aprobó el curso, pasó o no pasó de año, terminó o no terminó el ciclo. Al decir que las acreditaciones y certificaciones son más rigurosas, lo decimos en el sentido de que permiten menos contemplaciones y menos interpretaciones que las que pueden admitir las calificaciones, y no en el sentido de que definen con más precisión la relación entre el certificado y el rendimiento real del alumno. En este sentido, las certificaciones son decisiones que establecen diferencias a nivel de la organización escolar, particularmente el pasar de año, la graduación, y el poder ingresar a la universidad. Es dentro del subsistema escolar donde se plasma el verdadero efecto de selección, porque ya no se documenta tanto a través de las calificaciones, sino a través de los certificados.

En resumen, el sistema escolar acredita sobre la base de la información aportada por los instrumentos de selección utilizados dentro del sistema de enseñanza. En este sentido, existe una gradación en la precisión de los instrumentos que va de menor a mayor.  Así aparecen, en primer lugar, los señalamientos tales como los elogios y las reprensiones que funcionan como los instrumentos de mayor nivel de generalidad y menor precisión. Después aparecen las calificaciones que tienden a ser más precisas y específicas que los señalamientos debido a su capacidad para ser acumulables en el tiempo y a la cantidad de matices que ofrecen con vistas a trazar diferencias en los rendimientos (tanto en los rendimientos del mismo alumno, como también diferencias entre rendimientos de alumnos que, se supone, recibieron la misma enseñanza dentro del aula). A diferencia de los señalamientos, las calificaciones le aportan al proceso de selección un grado mayor de concreción. Por último, las certificaciones y acreditaciones aparecen como el instrumento de selección que ofrece menos margen de movilidad. Son ellas las que definen o cierran un ciclo para abrir otro mediante la expedición de títulos, certificados o impugnaciones que indican la repetición o, en casos extremos, la pérdida de membrecía.

 



[1] Extracto de libro: Dallera, Osvaldo (2020): Sociología de la familia, del sistema educativo y de la escuela. Amazon

[2] Luhmann, Niklas (1997b): Organización y decisión. Autopoiesis, acción y entendimiento comunicativo. España. Universidad Iberoamericana-Anthropos. Pág. 187-188