Los sistemas psíquicos en la teoría de Niklas Luhmann [1]
Los sistemas
psíquicos, tanto como los sistemas sociales, son sistemas de sentido porque
procesan información y producen significados. Pero, mientras los sistemas
sociales procesan información y producen significados en forma de comunicaciones,
los sistemas psíquicos procesan información y producen significados en forma de
pensamientos.
La operación
de los sistemas psíquicos que procesa información y produce significados
en forma de pensamientos es la conciencia: “Por
conciencia… se debe entender… sólo un modo de operación específico de los
sistemas psíquicos.”[2] Lo
que le da estabilidad y continuidad a la conciencia es la permanente producción
y combinación de pensamientos y el enlace de unos con otros en el tiempo. Los
pensamientos producen y autorreproducen el sistema psíquico mediante las
operaciones de la conciencia.
Cada
individuo es poseedor y portador de su propio sistema psíquico. Por lo tanto,
estos sistemas son muy numerosos (uno por cada habitante del planeta) y,
además, todos operan al mismo tiempo. Esta doble particularidad (la enorme cantidad
de sistemas psíquicos y su operatoria individual en simultáneo), excluye la
posibilidad de que su funcionamiento pueda ser coordinado y de que pueda
existir consenso o acuerdo entre todos ellos, acerca de cualquier asunto.
Todos los
contactos del sistema psíquico con el entorno están mediados por los sentidos y
el sistema nervioso (por ejemplo, mediante la percepción). Pero, la percepción
es una forma (no la única) de observar la realidad externa. Uno escucha lo que
el otro le dice, e ignora el ruido ambiente; otro, presta atención con la vista
a una porción de lo que mira y deja fuera de foco el resto. Los sentidos
procesan las sensaciones procedentes del mundo externo, el cerebro las organiza
en forma de precepciones y la conciencia “interpreta” esas percepciones en
forma de pensamientos, esquemas conceptuales, sentimientos, etc. De este modo y
dentro de este circuito la conciencia puede distinguir sus propias operaciones
de lo que pasa afuera de ella misma.
Por último,
los lenguajes y las diferentes formas expresivas exteriorizan todo este proceso
en forma de comunicaciones. Mientras tanto, afuera de estos sistemas de sentido
el mundo sigue siendo como es, e independiente de la captura que de él hacen la
conciencia y la comunicación. Por eso Luhmann apunta que “Aunque el mundo
existe de manera simultánea para todos los sistemas, los cerebros, los sistemas
de conciencia y los sistemas de comunicación forman secuencias diferentes de
los sucesos y con ello diferentes velocidades de operación.”[3]
De esta
forma, mediante la selección perceptiva, se establece una primera
simplificación del mundo en torno que luego vuelve a simplificarse a nivel de
la conciencia con la formación de representaciones y, una vez más, se
simplifica cuando esos pensamientos se comunican mediante el uso del lenguaje.
Como se ve, en todo este proceso, mediante simplificaciones, se acrecienta la
distancia del mundo tal como es, respecto del mundo tal como es percibido,
pensado y comunicado. Una cosa es la realidad real, otra la realidad semiótica[4].
No puede ser de otra manera, porque la complejidad de la realidad exterior al
sistema excede con creces la capacidad de éste para abordarla en su totalidad.
Por eso es muy estrecha la relación entre los sistemas psíquicos y la
producción y el reconocimiento de realidad semiótica.
Los sistemas
psíquicos están abiertos a los estímulos del entorno, pero son operacionalmente
cerrados. Esto significa que los sistemas
de conciencia solamente pueden operar con pensamientos para producir otros pensamientos
y, de ese modo, mantener activo su funcionamiento. Sin embargo, el sistema
psíquico observa el entorno, puede observarse a sí mismo y, también, puede ser
observado por otros sistemas de sentido (psíquicos y sociales). Observar, en
cada caso, significa establecer un límite entre lo observado y
lo que queda afuera de la observación y, mediante ese límite, producir una
diferencia entre esto y no lo otro. Establecer límites y
producir diferencias son los dos recursos que tiene el sistema
psíquico para autorreproducirse mientras produce sus propios elementos.
La cerradura
operacional y la autorreproducción de la conciencia definen la individualidad de
los sistemas psíquicos. Según Luhmann se denomina individualidad porque esa
cerradura operacional es indivisible. Para “individualizarse” producen una
semántica que les permite reconocerse como individuos. Así, “la
individualidad de los individuos” es un proceso de autodescripción que
cada cual construye a partir de diferencias que le permiten tanto el reconocimiento
propio como ajeno con diferentes cargas de aceptación o rechazo. Luhmann agrega
que, hasta no hace mucho, reconocerse y aspirar a ser reconocido como individuo
suponía adjudicarse rasgos y características comunes al hombre universal. Más
cerca en el tiempo, esa autodescripción viró hacia una semántica de la
desviación. Para reconocerse como individuo, desde entonces, se requiere contar
con diferencias y distinciones que favorezcan la autorreproducción del sistema
psíquico “por medio del escándalo, el vanguardismo, la revolución, la crítica
neurótica de todo lo establecido y semejantes autoestilizaciones.”[5] Con
el tiempo, esas diferencias fueron imitadas, lo que aparentaba ser diferente
terminando siendo parecido, y así “la individualidad del individuo” retomó la
senda de parecer distinto a los muchos otros, siendo semejante en la diferencia
que lo iguala a casi todos.
Pensamientos y representaciones
Para Luhmann
los pensamientos son las unidades elementales de los sistemas
psíquicos y, como tales, son acontecimientos que no tienen duración en el
tiempo: desaparecen en el mismo momento que se producen. La forma de acceder a
ellos es observando los comportamientos de cada individuo, aunque nunca se
puede observarlos totalmente ni tampoco llegar al fondo de cómo la conciencia
procesa sus operaciones.
Esas
unidades elementales pueden ser denominadas representaciones.[6] La
conciencia procesa pensamientos como representaciones que organizan la
«corriente de la vida consciente» de cada individuo. Esto significa que en el
proceso de autorreproducción del sistema psíquico la conciencia encadena
representaciones de manera que una representación da lugar a la producción de
la siguiente. Las representaciones de la conciencia no reproducen ni replican
el entorno. Si bien el entorno irrita el sistema psíquico mediante estímulos
procesados por el sistema nervioso, las representaciones que se derivan no
reproducen punto por punto lo representado ni tampoco son una copia de ello.
Para mantener
su funcionamiento la conciencia necesita establecer diferencias dentro de un
repertorio limitado de representaciones. Esto significa que la representación
que en cada momento ocupa la conciencia se distingue de la anterior y de la
siguiente, y, al mismo tiempo, ninguna conciencia tiene la capacidad de poder
representarse todo; sólo puede producir representaciones que se deriven de
otros contenidos de conciencia ya representados. Dentro del limitado repertorio
de representaciones diferentes que en cada momento ocupa la conciencia, se
destacan las siguientes configuraciones:
La memoria
conserva alguna de las operaciones de la conciencia en forma de esquemas que
pueden ser reutilizados en diferentes momentos. Por ejemplo, los esquemas hacen
posible la comprensión de la comunicación sin que eso signifique que la
conciencia “sepa” cómo, por qué y qué entiende. Los esquemas hacen posible la
comprensión que permite la continuidad de los intercambios comunicativos sin
que eso signifique que pueda identificarse la comprensión que permite la
continuidad de la comunicación con la correcta comprensión de lo comunicado por
el otro. En este caso “entender” sólo significa comprender lo necesario para
que la comunicación continúe.
Por otra parte,
el uso de estos esquemas, útiles para la comprensión, son flexibles respecto de
la orientación que se le da a lo que en cada momento uno entiende en el curso
de la comunicación. Por ejemplo, pueden adaptarse para orientar el sentido de
lo comprendido en una dirección, pero también en su contraria, si las
condiciones contextuales son diferentes. Por eso, entre otras cosas, los
sistemas psíquicos comprenden lo que comprenden permitiendo que la conciencia
se adapte una y otra vez a las condiciones cambiantes del entorno. Un ejemplo
ilustrativo de esta capacidad esquematizadora, pero a la vez flexible y
cambiante de la comprensión y la comunicación es la mutabilidad de los puntos
de vista y las opiniones.
Los sistemas
psíquicos deben lidiar con la contingencia del entorno, es decir, con lo puede
ser o puede pasar de una manera, pero también de otra. O, dicho en forma
más coloquial, nuestras cabezas tienen que buscar un cierto grado de ajuste o
correspondencia entre lo que piensan acerca de lo que puede pasar afuera y lo
que efectivamente pasará. El modo de establecer esos ajustes entre conciencia y
entorno, por parte de los sistemas psíquicos, se hace mediante la formación de expectativas. Nuestras
expectativas individuales, las de cada uno de nosotros, funcionan como moldes
dentro de los cuales esperamos que encajen las cosas que pasan afuera de
nuestras cabezas. Como se comprenderá, una vez acaecido el acontecimiento, las
expectativas pueden verse cumplidas o decepcionadas. Pero, como en el caso de
la relación de los signos con la realidad real, las expectativas son también
realidad semiótica sin ninguna correspondencia con lo que efectivamente pasa
afuera. Sin embargo, ninguno de nosotros podría vivir, ni de hecho vive, sin
expectativas que nos auxilien en nuestra vida diaria, para conducirnos de
manera más o menos satisfactoria: desde las más simples (esperar que nuestros
artefactos de uso cotidiano funcionen cuando los necesitamos) hasta las más
complejas (ir a votar con la esperanza de ver cumplidos nuestros propósitos por
parte de las decisiones tomadas por los gobernantes).
Podríamos
decir que nuestras expectativas se forman naturalmente con el sólo propósito de
ayudarnos a orientarnos en el mundo. Nuestras expectativas se forman o las
modelamos sin necesidad de que se cumplan condiciones previas de conocimiento
tanto acerca de uno mismo como del mundo que nos rodea. Por eso, dice Luhmann,
la única exigencia para la formación de expectativas es que sirvan para darle
continuidad al funcionamiento de nuestra conciencia ayudando a dotar de sentido
a los acontecimientos. De ahí que las expectativas se constituyen en
configuradoras de nuestras estructuras mentales que hacen posible la producción
y reproducción de nuestros pensamientos significativos en cada abordaje de
acontecimientos del entorno. El paso del tiempo hace su trabajo: pasamos, con
el bagaje de nuestras experiencias a cuesta, de aquella formación arbitraria y
natural de expectativas, a la estabilización en nuestra conciencia de aquellas
que nos sirven para simplificarnos la vida porque presumimos que a esa altura,
entre nosotros y el mundo que nos rodea, sobre la base de algunas
satisfacciones y otras cuantas desilusiones, se produjo un ensamble más o menos
aceptable y previsible: “Uno se orienta inevitablemente por la propia historia
de la conciencia, por más singular que haya sido su desarrollo; la
determinación de la experiencia actual asegura que no puedan formarse cualquier
tipo de expectativas. Para ello están a disposición tipos socialmente
estandarizados, con los cuales uno se puede orientar.”[7]
Buena parte
de nuestras expectativas se fundamentan a sí mismas en la autopercepción que
cada uno tiene de sí mismo. Cuando la experiencia deja su huella en la conciencia
esas expectativas sostenidas en la autopercepción de uno mismo se estabilizan
como pretensiones. Entonces uno empieza a esperar del entorno (de
los sistemas sociales, pero también de los demás individuos) reconocimientos y
respuestas que estén acordes a esa autopercepción. En cierto modo, uno es lo
que cree que es y, sobre esa base, apuntala sus pretensiones. Como dice
Luhmann, “un individuo no tendrá ninguna dificultad para agregar nuevos méritos
a su cabeza, si tiene pretensiones.”[8] Por
eso, el nivel de las pretensiones siempre da cuenta de lo que cada uno cree de
sí mismo. No debe sorprender, entonces, que buena parte de los problemas de uno
comiencen en sus pretensiones, es decir en la forma en que cada cual se ve a sí
mismo y a partir de ahí comienza a pretender aquello que excede sus
condiciones, sus capacidades, sus méritos o sus posibilidades.
Por
supuesto, la realidad externa, el mundo circundante y el entorno en general,
algunas veces convalidan esas pretensiones, pero, en no pocas ocasiones, las
decepcionan. Entonces las expectativas pueden verse satisfechas, pero también
pueden desilusionar a quien se apoya en ellas. Cuando las expectativas se ven
retribuidas positivamente uno termina creyendo que merece lo que pretende y
entonces refuerza sus pretensiones, o las acrecienta. En cambio, cuando esas
mismas expectativas reciben como respuesta una decepción, no siempre el sistema
revisa las pretensiones; suele ocurrir que sobrevenga un estado de frustración
o, todavía más problemático, un empecinamiento en mantener aquello que es
desmentido. Las frustraciones suelen acarrear pretensiones adicionales: por
ejemplo, mayor comprensión por parte de los demás o ayuda ante la falta del
reconocimiento que se presume merecido. Se instala entonces, en el individuo,
un requerimiento terapéutico (otra pretensión) que lo asista ante esa
incomprensión ajena, o un resentimiento que exterioriza en el entorno las
propias limitaciones o distorsiones autoperceptivas. La salida individual a
este problema es conocida: la sociedad está enferma y la culpa es siempre de
los otros.
La relación
entre las pretensiones del sistema psíquico y las comunicaciones acerca de
ellas proveniente de otros individuos o de la sociedad en general y de los
sistemas parciales en particular, despiertan en el individuo diferentes
sentimientos. La capacidad de regular las pretensiones en función de sus
relaciones con el entorno, le permite al sistema moderar la manifestación de
los sentimientos. En este sentido, los sentimientos adaptan el
sistema psíquico a la satisfacción o la decepción de las pretensiones, y
afloran cuando el sistema psíquico se desestabiliza (positiva o negativamente).
A este respecto Luhmann sostiene que son una respuesta a los problemas internos
del sistema y no una representación de la adecuación o falta de adecuación
entre sistema y entorno. De algún modo, los sentimientos también son, y
funcionan como los signos. Frente a situaciones problemáticas, no pocas veces
nos dejamos guiar por nuestros sentimientos, simplificamos la complejidad del
problema y tomamos decisiones cuyas consecuencias no siempre resultan ser como
esperábamos. No puede sorprender, entonces, que en nuestra época la falta de
adecuación entre las pretensiones individuales y las condiciones
socioambientales que devuelve el entorno, deriven en una sobrecarga expresiva
de las emociones, con desenlaces, muchas veces, desmesurados.
Luhmann resume la relación expectativas-pretensiones-sentimientos-emociones,
del siguiente modo “Las expectativas, como ya hemos dicho, organizan los
episodios de la existencia autopoiética, y las pretensiones reintegran tales
episodios en el sistema psíquico. De allí se sigue, por un lado, que el
individuo se verá expuesto en mayor medida a sus propios sentimientos, si las
pretensiones no pueden volverse rutinarias. De aquí que la sociedad moderna
esté más expuesta al peligro de la emocionalidad de lo que se piensa”.[9]
Interpenetración
Hay una
estrecha relación entre la producción y el reconocimiento de realidad semiótica
y el vínculo existente entre los diferentes sistemas de sentido, en particular,
entre los sistemas de conciencia y los sistemas de comunicación o sistemas
sociales. La relación entre sistemas de sentido se denomina interpenetración.
La interpenetración requiere de la formación de un sistema
social, lo que implica, de suyo, una instancia comunicativa entre dos seres
humanos. La comunicación pone en acto, expresa, de modo simplificado, con sus
propios recortes y selecciones, el intercambio de contenidos de conciencia
previamente generados en los sistemas psíquicos intervinientes. A su vez,
cualquier forma de poner en marcha la comunicación presupone una relación de
interpenetración. Para decirlo de manera directa, no hay interpenetración sin
comunicación y no hay comunicación sin interpenetración.
Hay dos
tipos de interpenetración: interpenetración social e interpenetración personal.
El primer tipo hace referencia a la interpenetración entre sistemas de
conciencia y sistemas sociales (por ejemplo, los procesos de socialización que
se producen dentro de la familia o en la escuela), y el segundo, a la
interpenetración entre sistemas de conciencia (por ejemplo, la conversación,
que es un sistema social). En cualquier caso, cada uno de los sistemas
pertenece al entorno del otro, y, como sabemos, el entorno, para el sistema, es
siempre desorden y complejidad inabordable. Además, ambos sistemas influyen
recíprocamente sobre la estructura del otro. Recordemos que la estructura de un
sistema es la sintaxis con la cual ese sistema limita las combinaciones
posibles de los elementos (realidad semiótica) con los que opera y, al mismo
tiempo, permite que se formule un sentido posible para ser comprendido o
comunicado.
La
interpenetración permite que cada uno de los sistemas interpenetrantes ponga a
disposición del otro su propia complejidad. Dicho de otra forma, en tanto que
los dos son uno entorno para el otro, ambos sistemas son, a la vez, penetrador
y penetrado por el desorden de la propia complejidad del otro. Aunque ningún
sistema puede capturar o captar la totalidad de la complejidad del otro, la
interpenetración es posible siempre que entre los dos sistemas exista un medio
que permita establecer, mantener y continuar el vínculo. El medio que hace
posible la interpenetración es el lenguaje. Entonces, mientras dura
el contacto, la manera que cada uno tiene de ordenar el desorden proveniente de
ese entorno, es adecuándolo a su propia estructura interna (esquemas,
expectativas, pretensiones, sentimientos).
Los sistemas
psíquicos observan el entorno, incluidos otros sistemas de conciencia, haciendo
uso de esquematizaciones binarias del tipo
correcto/incorrecto, bueno/malo, agradable/desagradable, justo/injusto, etc.
Estos esquemas binarios cumplen una doble función. Por un lado, en las
relaciones de interpretación esos esquemas funcionan como reductores de la
complejidad de los otros sistemas psíquicos o sociales con los cuales
establecen sus vínculos. Por otro lado, son indicativos del recorrido formativo
realizado en el pasado por ese sistema para observar el entorno de la forma en
que lo hace, y no de otra. En este sentido, los esquemas binarios ayudan o
contribuyen a la configuración de la subjetividad de cada uno en la medida que
con ellos o mediante ellos, los individuos estructuran su propio mundo interno
y externo.
Sistemas psíquicos y socialización
Una de las
formas en que se manifiesta la interpenetración es la socialización. La
socialización entre sistemas sociales y sistemas de conciencia está orientada a
regular el comportamiento y proveer a quienes se ha de socializar, de esquemas
binarios que les permitan abordar la complejidad del entorno mediante criterios
simplificadores tanto en el orden cognitivo como en el plano valorativo.
Las instituciones
sociales, principalmente la familia, la escuela, los MMC y, ahora
también las redes sociales, mientras socializan, establecen perspectivas, en
forma de distinciones (siempre distinciones internas del sistema, nunca
distinciones que se corresponden con la realidad real). Esas esquematizaciones
se utilizan al interior del sistema psíquico para adoptar criterios de verdad y
diferenciar entre verdadero y falso, y emitir juicios de valor para distinguir
bien y mal, agradable, desagradable, en suma, pautas sociales de aceptabilidad.
En este sentido, los esquemas binarios son una huella que dejaron los procesos
de socialización en los que participó cada uno de nosotros.
Los procesos
de socialización constituyen un intento insustituible para el logro de
la cohesión y la inclusión social. Además, resultan indispensables para
producir y proveer criterios de normalidad social y cultural. Sin
embargo, los sistemas de conciencia socializados no siempre responden a las
expectativas de quienes tuvieron a su cargo el proceso de socialización; es
decir no siempre cumplen con las expectativas forjadas dentro de la atmosfera
cultural donde esos procesos tuvieron lugar. Cuando eso sucede, a las
diferencias construidas, presentadas y ofrecidas como esquemas binarios por los
sistemas socializadores, los sistemas de conciencia, en su autorreproducción
responden con el desarrollo de sus propias diferencias individuales y
particulares que luego son evaluadas socialmente positiva o negativamente, en
términos esquemáticos tales como normal/anormal, sano/enfermo, sumiso/rebelde,
ambicioso/conformista, según las pautas culturales predominantes. Por eso la
socialización en general y la educación en particular deben ser comprendidas
como tareas cuyos resultados han de asumirse como contingentes: pueden ser
coronados por el éxito, pero también pueden decepcionar las expectativas que
motivaron el intento. Y esto también puede suceder en nuestro tiempo, dentro de
los grupos de pertenencia en las redes sociales. Incluso allí, uno puede ser
bien considerado por los otros miembros, o, todo lo contrario.
[1] Del libro:
Dallera Osvaldo (2022): Realidad semiótica, sistemas psíquicos y virus
culturales. Amazon
[2] Luhmann, N. (1998): Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general.
España, editorial Anthropos, p 242.
[3] Luhmann, N. (2006): La sociedad de la
sociedad. México, editorial Herder, p. 85
[4] “Realidad semiótica” es cualquier cosa (un lápiz, una
prenda de vestir, un automóvil), hecho (la lectura de un libro) o circunstancia
(un accidente callejero) que significa algo para alguien que la comprende de
algún modo y que, a partir de su propia comprensión, puede seguir produciendo y
distribuyendo más realidad semiótica para ser comprendida por otros.
[5] Luhmann, N. (1998): P. 245-246
[6] Luhmann, N. (1998), p. 242
[7] Luhmann, N. (1998) p. 247.
[8] Idem, p.248
[9] Luhmann, (1998), p.248
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