Osvaldo Dallera

lunes, agosto 07, 2023

Los sistemas psíquicos en la teoría de Niklas Luhmann

 

Los sistemas psíquicos en la teoría de Niklas Luhmann [1]

 

Los sistemas psíquicos, tanto como los sistemas sociales, son sistemas de sentido porque procesan información y producen significados. Pero, mientras los sistemas sociales procesan información y producen significados en forma de comunicaciones, los sistemas psíquicos procesan información y producen significados en forma de pensamientos.

La operación de los sistemas psíquicos que procesa información y produce significados en forma de pensamientos es la concienciaPor conciencia… se debe entender… sólo un modo de operación específico de los sistemas psíquicos.”[2] Lo que le da estabilidad y continuidad a la conciencia es la permanente producción y combinación de pensamientos y el enlace de unos con otros en el tiempo. Los pensamientos producen y autorreproducen el sistema psíquico mediante las operaciones de la conciencia. 

Cada individuo es poseedor y portador de su propio sistema psíquico. Por lo tanto, estos sistemas son muy numerosos (uno por cada habitante del planeta) y, además, todos operan al mismo tiempo. Esta doble particularidad (la enorme cantidad de sistemas psíquicos y su operatoria individual en simultáneo), excluye la posibilidad de que su funcionamiento pueda ser coordinado y de que pueda existir consenso o acuerdo entre todos ellos, acerca de cualquier asunto.

Todos los contactos del sistema psíquico con el entorno están mediados por los sentidos y el sistema nervioso (por ejemplo, mediante la percepción). Pero, la percepción es una forma (no la única) de observar la realidad externa. Uno escucha lo que el otro le dice, e ignora el ruido ambiente; otro, presta atención con la vista a una porción de lo que mira y deja fuera de foco el resto.  Los sentidos procesan las sensaciones procedentes del mundo externo, el cerebro las organiza en forma de precepciones y la conciencia “interpreta” esas percepciones en forma de pensamientos, esquemas conceptuales, sentimientos, etc. De este modo y dentro de este circuito la conciencia puede distinguir sus propias operaciones de lo que pasa afuera de ella misma.

Por último, los lenguajes y las diferentes formas expresivas exteriorizan todo este proceso en forma de comunicaciones. Mientras tanto, afuera de estos sistemas de sentido el mundo sigue siendo como es, e independiente de la captura que de él hacen la conciencia y la comunicación. Por eso Luhmann apunta que “Aunque el mundo existe de manera simultánea para todos los sistemas, los cerebros, los sistemas de conciencia y los sistemas de comunicación forman secuencias diferentes de los sucesos y con ello diferentes velocidades de operación.”[3]

De esta forma, mediante la selección perceptiva, se establece una primera simplificación del mundo en torno que luego vuelve a simplificarse a nivel de la conciencia con la formación de representaciones y, una vez más, se simplifica cuando esos pensamientos se comunican mediante el uso del lenguaje. Como se ve, en todo este proceso, mediante simplificaciones, se acrecienta la distancia del mundo tal como es, respecto del mundo tal como es percibido, pensado y comunicado. Una cosa es la realidad real, otra la realidad semiótica[4]. No puede ser de otra manera, porque la complejidad de la realidad exterior al sistema excede con creces la capacidad de éste para abordarla en su totalidad. Por eso es muy estrecha la relación entre los sistemas psíquicos y la producción y el reconocimiento de realidad semiótica.

Los sistemas psíquicos están abiertos a los estímulos del entorno, pero son operacionalmente cerrados. Esto significa que los sistemas de conciencia solamente pueden operar con pensamientos para producir otros pensamientos y, de ese modo, mantener activo su funcionamiento. Sin embargo, el sistema psíquico observa el entorno, puede observarse a sí mismo y, también, puede ser observado por otros sistemas de sentido (psíquicos y sociales). Observar, en cada caso, significa establecer un límite entre lo observado y lo que queda afuera de la observación y, mediante ese límite, producir una diferencia entre esto y no lo otro. Establecer límites y producir diferencias son los dos recursos que tiene el sistema psíquico para autorreproducirse mientras produce sus propios elementos.

La cerradura operacional y la autorreproducción de la conciencia definen la individualidad de los sistemas psíquicos. Según Luhmann se denomina individualidad porque esa cerradura operacional es indivisible. Para “individualizarse” producen una semántica que les permite reconocerse como individuos.  Así, “la individualidad de los individuos” es un proceso de autodescripción que cada cual construye a partir de diferencias que le permiten tanto el reconocimiento propio como ajeno con diferentes cargas de aceptación o rechazo. Luhmann agrega que, hasta no hace mucho, reconocerse y aspirar a ser reconocido como individuo suponía adjudicarse rasgos y características comunes al hombre universal. Más cerca en el tiempo, esa autodescripción viró hacia una semántica de la desviación. Para reconocerse como individuo, desde entonces, se requiere contar con diferencias y distinciones que favorezcan la autorreproducción del sistema psíquico “por medio del escándalo, el vanguardismo, la revolución, la crítica neurótica de todo lo establecido y semejantes autoestilizaciones.”[5] Con el tiempo, esas diferencias fueron imitadas, lo que aparentaba ser diferente terminando siendo parecido, y así “la individualidad del individuo” retomó la senda de parecer distinto a los muchos otros, siendo semejante en la diferencia que lo iguala a casi todos.


 

Pensamientos y representaciones

 

Para Luhmann los pensamientos son las unidades elementales de los sistemas psíquicos y, como tales, son acontecimientos que no tienen duración en el tiempo: desaparecen en el mismo momento que se producen. La forma de acceder a ellos es observando los comportamientos de cada individuo, aunque nunca se puede observarlos totalmente ni tampoco llegar al fondo de cómo la conciencia procesa sus operaciones.

Esas unidades elementales pueden ser denominadas representaciones.[6] La conciencia procesa pensamientos como representaciones que organizan la «corriente de la vida consciente» de cada individuo. Esto significa que en el proceso de autorreproducción del sistema psíquico la conciencia encadena representaciones de manera que una representación da lugar a la producción de la siguiente. Las representaciones de la conciencia no reproducen ni replican el entorno. Si bien el entorno irrita el sistema psíquico mediante estímulos procesados por el sistema nervioso, las representaciones que se derivan no reproducen punto por punto lo representado ni tampoco son una copia de ello.

Para mantener su funcionamiento la conciencia necesita establecer diferencias dentro de un repertorio limitado de representaciones. Esto significa que la representación que en cada momento ocupa la conciencia se distingue de la anterior y de la siguiente, y, al mismo tiempo, ninguna conciencia tiene la capacidad de poder representarse todo; sólo puede producir representaciones que se deriven de otros contenidos de conciencia ya representados. Dentro del limitado repertorio de representaciones diferentes que en cada momento ocupa la conciencia, se destacan las siguientes configuraciones:

 

 

La memoria conserva alguna de las operaciones de la conciencia en forma de esquemas que pueden ser reutilizados en diferentes momentos. Por ejemplo, los esquemas hacen posible la comprensión de la comunicación sin que eso signifique que la conciencia “sepa” cómo, por qué y qué entiende. Los esquemas hacen posible la comprensión que permite la continuidad de los intercambios comunicativos sin que eso signifique que pueda identificarse la comprensión que permite la continuidad de la comunicación con la correcta comprensión de lo comunicado por el otro. En este caso “entender” sólo significa comprender lo necesario para que la comunicación continúe. 

Por otra parte, el uso de estos esquemas, útiles para la comprensión, son flexibles respecto de la orientación que se le da a lo que en cada momento uno entiende en el curso de la comunicación. Por ejemplo, pueden adaptarse para orientar el sentido de lo comprendido en una dirección, pero también en su contraria, si las condiciones contextuales son diferentes. Por eso, entre otras cosas, los sistemas psíquicos comprenden lo que comprenden permitiendo que la conciencia se adapte una y otra vez a las condiciones cambiantes del entorno. Un ejemplo ilustrativo de esta capacidad esquematizadora, pero a la vez flexible y cambiante de la comprensión y la comunicación es la mutabilidad de los puntos de vista y las opiniones.

 

 

Los sistemas psíquicos deben lidiar con la contingencia del entorno, es decir, con lo puede ser o puede pasar de una manera, pero también de otra.  O, dicho en forma más coloquial, nuestras cabezas tienen que buscar un cierto grado de ajuste o correspondencia entre lo que piensan acerca de lo que puede pasar afuera y lo que efectivamente pasará. El modo de establecer esos ajustes entre conciencia y entorno, por parte de los sistemas psíquicos, se hace mediante la formación de expectativas. Nuestras expectativas individuales, las de cada uno de nosotros, funcionan como moldes dentro de los cuales esperamos que encajen las cosas que pasan afuera de nuestras cabezas. Como se comprenderá, una vez acaecido el acontecimiento, las expectativas pueden verse cumplidas o decepcionadas. Pero, como en el caso de la relación de los signos con la realidad real, las expectativas son también realidad semiótica sin ninguna correspondencia con lo que efectivamente pasa afuera. Sin embargo, ninguno de nosotros podría vivir, ni de hecho vive, sin expectativas que nos auxilien en nuestra vida diaria, para conducirnos de manera más o menos satisfactoria: desde las más simples (esperar que nuestros artefactos de uso cotidiano funcionen cuando los necesitamos) hasta las más complejas (ir a votar con la esperanza de ver cumplidos nuestros propósitos por parte de las decisiones tomadas por los gobernantes).

Podríamos decir que nuestras expectativas se forman naturalmente con el sólo propósito de ayudarnos a orientarnos en el mundo. Nuestras expectativas se forman o las modelamos sin necesidad de que se cumplan condiciones previas de conocimiento tanto acerca de uno mismo como del mundo que nos rodea. Por eso, dice Luhmann, la única exigencia para la formación de expectativas es que sirvan para darle continuidad al funcionamiento de nuestra conciencia ayudando a dotar de sentido a los acontecimientos. De ahí que las expectativas se constituyen en configuradoras de nuestras estructuras mentales que hacen posible la producción y reproducción de nuestros pensamientos significativos en cada abordaje de acontecimientos del entorno. El paso del tiempo hace su trabajo: pasamos, con el bagaje de nuestras experiencias a cuesta, de aquella formación arbitraria y natural de expectativas, a la estabilización en nuestra conciencia de aquellas que nos sirven para simplificarnos la vida porque presumimos que a esa altura, entre nosotros y el mundo que nos rodea, sobre la base de algunas satisfacciones y otras cuantas desilusiones, se produjo un ensamble más o menos aceptable y previsible: “Uno se orienta inevitablemente por la propia historia de la conciencia, por más singular que haya sido su desarrollo; la determinación de la experiencia actual asegura que no puedan formarse cualquier tipo de expectativas. Para ello están a disposición tipos socialmente estandarizados, con los cuales uno se puede orientar.”[7]

 

 

Buena parte de nuestras expectativas se fundamentan a sí mismas en la autopercepción que cada uno tiene de sí mismo. Cuando la experiencia deja su huella en la conciencia esas expectativas sostenidas en la autopercepción de uno mismo se estabilizan como pretensiones. Entonces uno empieza a esperar del entorno (de los sistemas sociales, pero también de los demás individuos) reconocimientos y respuestas que estén acordes a esa autopercepción. En cierto modo, uno es lo que cree que es y, sobre esa base, apuntala sus pretensiones. Como dice Luhmann, “un individuo no tendrá ninguna dificultad para agregar nuevos méritos a su cabeza, si tiene pretensiones.”[8] Por eso, el nivel de las pretensiones siempre da cuenta de lo que cada uno cree de sí mismo. No debe sorprender, entonces, que buena parte de los problemas de uno comiencen en sus pretensiones, es decir en la forma en que cada cual se ve a sí mismo y a partir de ahí comienza a pretender aquello que excede sus condiciones, sus capacidades, sus méritos o sus posibilidades.  

Por supuesto, la realidad externa, el mundo circundante y el entorno en general, algunas veces convalidan esas pretensiones, pero, en no pocas ocasiones, las decepcionan. Entonces las expectativas pueden verse satisfechas, pero también pueden desilusionar a quien se apoya en ellas. Cuando las expectativas se ven retribuidas positivamente uno termina creyendo que merece lo que pretende y entonces refuerza sus pretensiones, o las acrecienta. En cambio, cuando esas mismas expectativas reciben como respuesta una decepción, no siempre el sistema revisa las pretensiones; suele ocurrir que sobrevenga un estado de frustración o, todavía más problemático, un empecinamiento en mantener aquello que es desmentido. Las frustraciones suelen acarrear pretensiones adicionales: por ejemplo, mayor comprensión por parte de los demás o ayuda ante la falta del reconocimiento que se presume merecido. Se instala entonces, en el individuo, un requerimiento terapéutico (otra pretensión) que lo asista ante esa incomprensión ajena, o un resentimiento que exterioriza en el entorno las propias limitaciones o distorsiones autoperceptivas. La salida individual a este problema es conocida: la sociedad está enferma y la culpa es siempre de los otros.

 

 

La relación entre las pretensiones del sistema psíquico y las comunicaciones acerca de ellas proveniente de otros individuos o de la sociedad en general y de los sistemas parciales en particular, despiertan en el individuo diferentes sentimientos. La capacidad de regular las pretensiones en función de sus relaciones con el entorno, le permite al sistema moderar la manifestación de los sentimientos. En este sentido, los sentimientos adaptan el sistema psíquico a la satisfacción o la decepción de las pretensiones, y afloran cuando el sistema psíquico se desestabiliza (positiva o negativamente). A este respecto Luhmann sostiene que son una respuesta a los problemas internos del sistema y no una representación de la adecuación o falta de adecuación entre sistema y entorno. De algún modo, los sentimientos también son, y funcionan como los signos. Frente a situaciones problemáticas, no pocas veces nos dejamos guiar por nuestros sentimientos, simplificamos la complejidad del problema y tomamos decisiones cuyas consecuencias no siempre resultan ser como esperábamos. No puede sorprender, entonces, que en nuestra época la falta de adecuación entre las pretensiones individuales y las condiciones socioambientales que devuelve el entorno, deriven en una sobrecarga expresiva de las emociones, con desenlaces, muchas veces, desmesurados. Luhmann resume la relación expectativas-pretensiones-sentimientos-emociones, del siguiente modo “Las expectativas, como ya hemos dicho, organizan los episodios de la existencia autopoiética, y las pretensiones reintegran tales episodios en el sistema psíquico. De allí se sigue, por un lado, que el individuo se verá expuesto en mayor medida a sus propios sentimientos, si las pretensiones no pueden volverse rutinarias. De aquí que la sociedad moderna esté más expuesta al peligro de la emocionalidad de lo que se piensa”.[9] 

 

Interpenetración

 

Hay una estrecha relación entre la producción y el reconocimiento de realidad semiótica y el vínculo existente entre los diferentes sistemas de sentido, en particular, entre los sistemas de conciencia y los sistemas de comunicación o sistemas sociales.  La relación entre sistemas de sentido se denomina interpenetración. La interpenetración requiere de la formación de un sistema social, lo que implica, de suyo, una instancia comunicativa entre dos seres humanos. La comunicación pone en acto, expresa, de modo simplificado, con sus propios recortes y selecciones, el intercambio de contenidos de conciencia previamente generados en los sistemas psíquicos intervinientes. A su vez, cualquier forma de poner en marcha la comunicación presupone una relación de interpenetración. Para decirlo de manera directa, no hay interpenetración sin comunicación y no hay comunicación sin interpenetración.

Hay dos tipos de interpenetración: interpenetración social e interpenetración personal. El primer tipo hace referencia a la interpenetración entre sistemas de conciencia y sistemas sociales (por ejemplo, los procesos de socialización que se producen dentro de la familia o en la escuela), y el segundo, a la interpenetración entre sistemas de conciencia (por ejemplo, la conversación, que es un sistema social). En cualquier caso, cada uno de los sistemas pertenece al entorno del otro, y, como sabemos, el entorno, para el sistema, es siempre desorden y complejidad inabordable. Además, ambos sistemas influyen recíprocamente sobre la estructura del otro. Recordemos que la estructura de un sistema es la sintaxis con la cual ese sistema limita las combinaciones posibles de los elementos (realidad semiótica) con los que opera y, al mismo tiempo, permite que se formule un sentido posible para ser comprendido o comunicado.

La interpenetración permite que cada uno de los sistemas interpenetrantes ponga a disposición del otro su propia complejidad. Dicho de otra forma, en tanto que los dos son uno entorno para el otro, ambos sistemas son, a la vez, penetrador y penetrado por el desorden de la propia complejidad del otro. Aunque ningún sistema puede capturar o captar la totalidad de la complejidad del otro, la interpenetración es posible siempre que entre los dos sistemas exista un medio que permita establecer, mantener y continuar el vínculo. El medio que hace posible la interpenetración es el lenguaje. Entonces, mientras dura el contacto, la manera que cada uno tiene de ordenar el desorden proveniente de ese entorno, es adecuándolo a su propia estructura interna (esquemas, expectativas, pretensiones, sentimientos).

Los sistemas psíquicos observan el entorno, incluidos otros sistemas de conciencia, haciendo uso de esquematizaciones binarias del tipo correcto/incorrecto, bueno/malo, agradable/desagradable, justo/injusto, etc. Estos esquemas binarios cumplen una doble función. Por un lado, en las relaciones de interpretación esos esquemas funcionan como reductores de la complejidad de los otros sistemas psíquicos o sociales con los cuales establecen sus vínculos. Por otro lado, son indicativos del recorrido formativo realizado en el pasado por ese sistema para observar el entorno de la forma en que lo hace, y no de otra. En este sentido, los esquemas binarios ayudan o contribuyen a la configuración de la subjetividad de cada uno en la medida que con ellos o mediante ellos, los individuos estructuran su propio mundo interno y externo.

 

Sistemas psíquicos y socialización

 

Una de las formas en que se manifiesta la interpenetración es la socialización. La socialización entre sistemas sociales y sistemas de conciencia está orientada a regular el comportamiento y proveer a quienes se ha de socializar, de esquemas binarios que les permitan abordar la complejidad del entorno mediante criterios simplificadores tanto en el orden cognitivo como en el plano valorativo.

Las instituciones sociales, principalmente la familia, la escuela, los MMC y, ahora también las redes sociales, mientras socializan, establecen perspectivas, en forma de distinciones (siempre distinciones internas del sistema, nunca distinciones que se corresponden con la realidad real). Esas esquematizaciones se utilizan al interior del sistema psíquico para adoptar criterios de verdad y diferenciar entre verdadero y falso, y emitir juicios de valor para distinguir bien y mal, agradable, desagradable, en suma, pautas sociales de aceptabilidad. En este sentido, los esquemas binarios son una huella que dejaron los procesos de socialización en los que participó cada uno de nosotros.

Los procesos de socialización constituyen un intento insustituible para el logro de la cohesión y la inclusión social. Además, resultan indispensables para producir y proveer criterios de normalidad social y cultural. Sin embargo, los sistemas de conciencia socializados no siempre responden a las expectativas de quienes tuvieron a su cargo el proceso de socialización; es decir no siempre cumplen con las expectativas forjadas dentro de la atmosfera cultural donde esos procesos tuvieron lugar. Cuando eso sucede, a las diferencias construidas, presentadas y ofrecidas como esquemas binarios por los sistemas socializadores, los sistemas de conciencia, en su autorreproducción responden con el desarrollo de sus propias diferencias individuales y particulares que luego son evaluadas socialmente positiva o negativamente, en términos esquemáticos tales como normal/anormal, sano/enfermo, sumiso/rebelde, ambicioso/conformista, según las pautas culturales predominantes. Por eso la socialización en general y la educación en particular deben ser comprendidas como tareas cuyos resultados han de asumirse como contingentes: pueden ser coronados por el éxito, pero también pueden decepcionar las expectativas que motivaron el intento. Y esto también puede suceder en nuestro tiempo, dentro de los grupos de pertenencia en las redes sociales. Incluso allí, uno puede ser bien considerado por los otros miembros, o, todo lo contrario.

 

 



[1] Del libro: Dallera Osvaldo (2022): Realidad semiótica, sistemas psíquicos y virus culturales. Amazon

[2] Luhmann, N. (1998): Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general. España, editorial Anthropos, p 242.

[3] Luhmann, N. (2006): La sociedad de la sociedad. México, editorial Herder, p. 85

[4] “Realidad semiótica” es cualquier cosa (un lápiz, una prenda de vestir, un automóvil), hecho (la lectura de un libro) o circunstancia (un accidente callejero) que significa algo para alguien que la comprende de algún modo y que, a partir de su propia comprensión, puede seguir produciendo y distribuyendo más realidad semiótica para ser comprendida por otros.

[5] Luhmann, N. (1998): P. 245-246

[6] Luhmann, N. (1998), p. 242

[7] Luhmann, N. (1998) p. 247.

[8] Idem, p.248

[9] Luhmann, (1998), p.248

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