Osvaldo Dallera

lunes, agosto 14, 2023

El sistema educativo

 

El Sistema Educativo*

 

* Tomado de: Dallera, Osvaldo (2010): Sociología del sistema educativo (o crítica de la educación cínica). Buenos Aires, editorial Biblos.

 

Función social del sistema educativo y selección pedagógica

 

Desde la perspectiva sistémica la relevancia social de la educación no está en el desarrollo que cada persona pueda lograr mientras pasa por el sistema educativo, Más bien, lo que le interesa a una sociología de la educación enrolada en esta corriente es encontrar un argumento convincente, capaz de explicar la función social que el sistema cumple para la sociedad. Esta distinción es importante porque no niega que la educación produzca efectos en las personas. Pero ese no es un problema sociológico. En efecto, si se mira el fenómeno de la educación desde un punto de vista menos individual, pero más sociológico y funcional, advertimos que la función social del sistema educativo es una función selectiva, es decir, selecciona a los sujetos que pasan por él, dividiéndolos en mejores y peores, para ofrecérselos luego a otros sistemas sociales (por ejemplo, al sistema económico, o al mercado laboral).

Hasta fines del siglo XVIII las diferencias sociales venían de la cuna, de la sangre o del abolengo, y la sociedad estaba segmentada de acuerdo con esos criterios. Durante la modernidad la selección societal que se practica por afuera del sistema educativo no desaparece, pero irrumpe en la escena la selección pedagógica, que recurre al esquematismo binario mejor/peor, imprescindible para llevar a cabo el proceso de selección. A esta altura, la selección pedagógica se muestra, ya, paradójica: todos deben estar igualmente incluidos en un sistema cuya función es precisamente seleccionar (o sea, excluir) estableciendo diferencias. Por lo tanto, de una igualdad se desprende una desigualdad: los más aventajados, cuando se educan, lejos de disminuir las diferencias que los separan de los menos aventajados, aumentan la brecha y sacan más distancia. A pesar de esto y además de ser inevitable, la selección pedagógica termina siendo “preferible” a la posibilidad de seleccionar por las condiciones de partida que cada uno trae y que mencionamos anteriormente (si bien sabemos que tampoco esas condiciones de partida dejan de jugar su papel a la hora de establecer diferencias en las trayectorias educativas personales).

Por último, la selección pedagógica se hace efectiva mediante la implementación de los criterios y las prácticas que se suceden al interior del subsistema escolar (elogios, reprensiones, calificaciones, constancias de promoción, etc.). En función de esos criterios el sistema asigna posiciones sociales de éxitos y fracasos. Por eso, el medio del que dispone el sistema educativo para llevar a cabo la selección pedagógica que de él espera la sociedad es la carrera, o trayectoria que se va gestando a lo largo de todo el proceso de escolarización. La carrera es una representación global de la trayectoria escolar del estudiante. “Carrera o trayectoria” es la denominación global que recibe el conjunto de acciones, acontecimientos selectivos, éxitos y fracasos acumulados en el tiempo por un individuo que transitó por el sistema educativo.

En resumen, la sociedad utiliza el sistema educativo para ubicar a los recorren sus circuitos (y también a los que no pasan) en las distintas posiciones que ofrecen los otros sistemas sociales (económico, jurídico, laboral, sanitario, etc.) Y en el mismo proceso, el sistema educativo le provee a la sociedad los elementos, recursos e individuos para que siga funcionando de manera asimétrica, por vía de la selección pedagógica.

 

Evolución del sistema educativo moderno

 

Desde la perspectiva sistémica el sistema educativo moderno es el resultado de la evolución y de la diferenciación funcional. Por una parte, lo evolutivo del sistema educativo se expresa en su carácter ateleológico. Esto quiere decir que el sistema educativo no surgió con la finalidad de hacer progresar a los seres humanos y a la sociedad, sino para resolver un problema social de ese momento que consistía en incorporar masivamente a los niños y a los jóvenes a un mundo que, para poder funcionar de acuerdo con las nuevas reglas, exigía la presencia de muchos individuos que puedan participar en los nuevos sistemas funcionales en los que se había diferenciado la sociedad. Es evidente que esto no significa que eventualmente, muchos alumnos no puedan experimentar, como de hecho sucede, mejoras que redundan en beneficios para sus respectivas vidas personales, o que la sociedad no pueda verse beneficiada por contar entre sus miembros con gente mejor educada. Pero una cosa es que eso eventualmente pase, y otra cosa muy distinta es pensar que el sistema educativo surgió con el fin de que eso pase indefectiblemente. 

Por otra parte, el sistema educativo, mientras evoluciona, se diferencia sistémica y funcionalmente de otros sistemas sociales que imparten educación: la religión, la familia, las empresas y las universidades. Esto no significa que esos sistemas dejaron de enseñar. Por cierto, siguieron haciéndolo, pero, podríamos decir, para satisfacer otras demandas y otras necesidades sociales que sólo se podían cumplir dentro de la propia jurisdicción de cada uno de esos ámbitos. Al producirse la diferenciación sistémica, se fueron fortaleciendo nuevas experiencias educativas. Por resultar funcionales para ese momento social se produjo la selección de aquellas que resultaron las más apropiadas, por ejemplo, el surgimiento de la escuela como forma de organización. Esas prácticas, a fuerza de repetirse, reestabilizan y consolidan la separación del sistema educativo de otros sistemas funcionales de la sociedad que, hasta ese momento de forma indistinta y cada uno a su modo, se ocupan de la educación de los niños y de los jóvenes. Al diferenciarse de los demás sistemas sociales de la sociedad el sistema educativo comienza a gestar su propia autonomía y, con ello, empieza a diferenciarse también funcionalmente, desplegando su función selectiva y realizando actividades propias y distintas a las que se realizaban hasta ese momento, en los otros sistemas parciales.

 

Las fórmulas pedagógicas del sistema educativo

 

El sistema educativo, mientras funciona, cumple su función social selectiva con independencia de la buna voluntad y las buenas intenciones de quienes están vinculados de manera directa o indirecta al sistema, sosteniendo su actividad y sus expectativas apoyados en la creencia de que la educación es el medio adecuado para que los individuos alcancen una determinada meta y para que la sociedad mejore su funcionamiento. Esas metas y ese fin varían según la época, pero lo que se mantiene constante es el esquema medio-fines. Esta creencia se plasma en diferentes fórmulas pedagógicas de contingencia, a medida que el sistema evoluciona. Cada una de esas fórmulas expresa el ideal pedagógico del momento en el que aparece, pero siempre manifiesta el deseo de transformar a los individuos y a la sociedad por medio de la educación.

 

a. Perfección

 

El primer ideal, la primera meta pedagógica de la modernidad es una herencia religiosa y familiar que proviene del período premoderno y que tiene que ver con la búsqueda de la perfección de los sujetos. Este ideal pedagógico consiste en lograr, mediante la educación, que cada uno desarrolle sus disposiciones innatas de conformidad con su procedencia social. La perfección debe coincidir con el desarrollo de las potencialidades de cada uno dentro de los límites que marca la perfección de cada sector social. En este sentido, cada estrato social tiene su medida de perfección. La versión laica de ese ideal, reformulada por la escuela moderna, sostiene que la perfección, a partir del siglo XVIII presenta una doble dimensión. Por un lado, una dimensión ontológica que supone la aspiración en todo ser humano de llegar a ser perfecto. Por otro lado, una dimensión moral dentro de la cual cada uno debe tender a ser tan perfecto como para llegar a actuar y comportarse correctamente tanto en la escena pública como en el ámbito privado.

 

b. Formación

 

Durante el siglo XIX, y ante la evidencia de la desmesura (y el fracaso) de aquel ideal de perfección, el sistema educativo reformula sus pretensiones y las presenta, en otros términos. El proceso de aprendizaje se conforma siguiendo el camino del saber orientado de acuerdo con las pautas de la investigación científica que en la edad Moderna adquiere el rango de modelo del conocimiento.[1]  Con esta modificación se presta más atención a otros aspectos de la vida social que venían en ascenso, tales como el conocimiento y la organización. A partir de entonces, se trata de que la educación se transforme en un proceso de formación integral de las personas por vía, sobre todo, del acceso al conocimiento dentro de la escuela. Con la teoría de la formación aparecen y convergen el individuo y la ciencia que se encuentran, ahora, en la escuela como expresión organizada de la educación. En ese nuevo contexto la autoridad de la verdad que viene del conocimiento científico reemplaza a la revelación que era recibida del campo religioso. El docente es el depositario de esa autoridad y la exhibe en su desempeño profesional. Es él el que tiene a su cargo la tarea de mediar entre el individuo y la ciencia. Con la nueva autoridad de la verdad el maestro reemplaza al sacerdote. El ideal de formación se presenta socialmente como la ideología de un sistema que ahora la sociedad reconoce y necesita como autónomo y funcionalmente diferenciado.

 

c. Aprender a aprender

 

Con el asentamiento de la diferenciación funcional y el aumento de complejidad de la sociedad moderna se hace más difícil ser perfectos, cuesta demasiado responder a los problemas que se van generando, con conocimientos y procedimientos que envejecen cada vez más rápido, y la formación integral de la persona pasa a ser una expectativa pedagógica demasiado ambigua, abstracta y general. En ese contexto, a partir del siglo XX se hacen todavía más modestas las pretensiones del sistema educativo, a la vez que más puntuales. Si bien no se abandona la búsqueda del progreso que caracteriza a la modernidad, ese objetivo se circunscribe a la búsqueda de un logro que parece más propio de la tarea que se ejerce en las escuelas. Se trata, básicamente, de que los educandos aprendan a aprender. Ahora el aprendizaje no consiste en acumular conocimientos sino en adquirir una capacidad que le permita a cada individuo utilizar lo que lleva aprendido para seguir aprendiendo. Aprender es saber cambiar las expectativas ante la modificación de las circunstancias. Lo que hay que aprender es aprender a modificarse con las modificaciones del entorno.  El individuo debe aumentar su capacidad de aprender porque ahora tiene que ser educado para un mundo y una sociedad cuyo futuro es incierto porque es el resultado de lo que se decide hacer en el presente.  Como dice Luhmann, lo único que se sabe del futuro es que será diferente del presente. Y, para eso, nada mejor que haber adquirido la capacidad de aprender a cambiar con los cambios, es decir, haber aprendido a aprender.

 

La pedagogía como reflexión del sistema educativo

 

El sistema educativo funciona; la pedagogía reflexiona críticamente sobre el funcionamiento del sistema. La crítica pedagógica pone en tela de juicio la función selectiva del sistema educativo y, por lo tanto, no acepta la selección por medio de la organización escolar y los exámenes. Esta crítica se impone al criterio predominante durante el siglo XIX, de poner el acento en la generación de desigualdad sobre la base de la igualdad que suponía la instrumentación de exámenes organizados en la escuela.

La razón de ser de la reflexión pedagógica es la operación del sistema. Ahora bien, esa reflexión tiene como finalidad mejorar el funcionamiento del sistema, con lo cual la pedagogía le aplica, de algún modo, al mismo sistema educativo, su propio código mejor/peor. En este sentido, la pedagogía trata al sistema educativo como si él mismo tuviera que ser educado. Esto quiere decir que la pedagogía se programa a sí misma como teoría reflexiva que procura con su propia práctica hacer que el sistema educativo sea mejor.

Las mejoras que busca la pedagogía se plantean siempre en términos de reforma del sistema educativo.  Esto significa que la pedagogía, a través de la producción de teoría siempre quiere mejorar el funcionamiento del sistema educativo. A su vez, esos intentos de reforma siempre recaen sobre los programas del sistema. Se pretende cambiar los contenidos, los métodos y las modalidades de evaluación, el sistema de calificaciones, etc.  En general suele decirse, a este respecto, que con las reformas lo que se busca es mejorar la calidad del sistema y lograr una distribución más equitativa de los supuestos beneficios que genera. Pero, si el sistema educativo debe ser continuamente reformado, es porque las reformas, una vez teorizadas y luego puestas en marcha, siempre fracasan y exigen una nueva reflexión pedagógica para implementar una nueva reforma. Por lo tanto, la relación entre sistema educativo y pedagogía adquiere el formato del esquema reflexión-reforma-fracaso-reflexión-reforma-fracaso…, y así indefinidamente. Ahora bien, para que la pedagogía pueda reflexionar sobre el sistema educativo y perseguir sus objetivos de reforma, necesita construir un discurso coherente que le permita sostener las modificaciones que impulsa.

Las reformas pedagógicas siempre hacen referencia al perfeccionamiento del sistema y nunca tienen como objeto el mejoramiento de los estudiantes que, en todo caso, ese es un asunto de la educación personal. Por eso, reformas pedagógicas y mejoramiento de los estudiantes son dos niveles diferentes de relación con las intenciones de mejorar algo. A la pedagogía le interesa mejorar el sistema, a la educación le interesa mejorar a los estudiantes.

Pero, el sistema educativo funciona de espaldas a las intenciones pedagógicas y a las intenciones de los educadores. No obstante, para sostener cada uno sus acciones, tanto los pedagogos como los educadores, algo tienen que decir, porque algo tienen que seguir haciendo ya que inevitablemente la pedagogía (y también los docentes) alternan en sus prácticas entre la esperanza y la desilusión. En definitiva, lo que sucede es que por más buenas intenciones y por más reformas que haga el sistema educativo para mejorar la “igualdad de oportunidades” entre los alumnos, nunca va a poder dejar de establecer diferencias, sencillamente, porque eso es lo que le reclama (aunque sea de manera implícita) la sociedad y los demás sistemas sociales, y porque mientras existan los exámenes y las calificaciones (y por ahora no parece que eso pueda modificarse), siempre habrá alumnos que tengan buenas notas, alumnos que tengan notas más bajas, alumnos que continúen en carrera, alumnos que dejen la carrera, alumnos que sigan, alumnos que repitan, y eso es lo que utilizan la universidad, las profesiones, la economía, el mercado laboral y otros sistemas, para seguir funcionando y para seguir haciendo lo que hacen. Por eso Luhmann dice que las intenciones son la mentira vital de la pedagogía.

El sistema educativo es un sistema social y, como todos los sistemas sociales, produce comunicaciones que “se hacen” con los elementos que el mismo sistema genera y reconoce como propios (clases, lecciones, exámenes, notas, calificaciones, sanciones, evaluaciones, etc.). Las dificultades del sistema educativo de nuestro tiempo se gestaron al fragor de su propia dinámica comunicativa. Entre los principales problemas actuales del sistema se destaca la pérdida de importancia y significación de tres vínculos comunicacionales:

Ya no importa quién dice qué. La jerarquía del emisor (el libro, el profesor, el director, el docente) se disolvió en una heterarquía múltiple. Las emisiones llegan desde distintos puntos y en distintos soportes, y ninguna resulta jerárquicamente superior a ninguna otra.

Ya no importa qué dice quién La escuela funciona de manera esquizoide: sabe, o debería saber, que no hay verdades ni valores absolutos, pero, al seleccionar contenidos y enseñarlos, lo hace como si las cosas fueran tal y como son dichas dentro del aula.

Ya no importa a quién dice qué, quién. Los receptores se han fugado y los docentes lo perciben mejor que nadie. Las aulas están realmente repletas de receptores virtuales, cuya capacidad de atención está puesta en el chat, en otras prestaciones de los teléfonos móviles, y en los contenidos mediáticos. Todo lo demás puede resolverse cortando y pegando, y ahora, recurriendo al Chat GPT.

 

Cinismo educativo

 

En virtud de todas estas contingencias, el sistema educativo se ha vuelto cínico, en el sentido que le da Sloterdijk a esta expresión: una bajeza bien formulada. Se sigue pregonando un discurso educativa y políticamente correcto, mientras que los pasillos, los baños y las salas de profesores de las escuelas siguen siendo testigos privilegiados de la corrosión que experimenta el sistema educativo moderno. Formación integral de la persona, educación en valores, conocimientos socialmente significativos, son algunas de las fórmulas cínicas del discurso pedagógico de superficie. El cinismo educativo de hoy es el resultado del desajuste entre los postulados de la modernidad y las prácticas de vida posmodernas. Se actúa con el pragmatismo de la posmodernidad, pero se predica con el discurso moderno bien pensante. Todo esto nos permite suponer que, si se lo vincula con los demás sistemas sociales que forman parte de su entorno, el sistema educativo, tal como lo conocemos, parece incapaz de responder masivamente a las demandas provenientes de los demás sistemas.

En este contexto el problema de los pedagogos, de los funcionarios y de los especialistas en educación es pensar que los sistemas en vez de evolucionar de manera ciega se pueden “reparar” modificando lo que salió mal o no dio resultados. Perfección, formación integral de la persona, capacidad de aprender, inclusión y equidad, son algunas de las fórmulas fracasadas que componen las bonitas páginas pedagógicas escritas en el transcurso de la modernidad. Mal que les pese a los pedagogos, el sistema educativo no tiene arreglo, sencillamente porque no hay nada que arreglar. El sistema se modifica y se transforma más rápidamente que nuestra capacidad de asimilación y va en una dirección que apenas podemos conjeturar. Y eso es todo con lo que contamos.

Luhmann sabe y advierte que, inevitablemente, la educación moderna corre de fracaso en fracaso. Pero, también, y todavía más importante, tiene en claro las consecuencias que podrían desencadenarse, si se asumiera la postura que pondera seriamente la idea abandonar la faena educativa confiada a la organización escolar. Quienes proponen esta salida razonan de este modo: si todo lo que pudo obtenerse del sistema educativo tal como funciona es el estado actual de cosas, lo mejor sería suprimir la escuela e intentar otro modelo educativo sin los males que, por fortuna, nos depara el que conocemos.

Luhmann nos advierte una y otra vez de esta paradoja, resultado del ingreso de la reflexión crítica de la pedagogía al sistema, con el propósito de mejorar la performance educativa: “(la educación) se desarrolla como correlato de la creciente complejidad de la sociedad, y tiene por función, sobre todo, proveer a los cambios personales de transferibilidad a otros sistemas distintos de aquel en el que se originaron. Esto tiene que ser pagado con considerables desequilibrios y con efectos socializadores secundarios imprevisibles.” Por, eso, recomienda: “La tarea de la pedagogía podría consistir, ante todo, en cuidar que el precio a pagar por ello no sea demasiado alto y que el resultado no sea peor que si se hubiera evitado el esfuerzo.”[2]



[1] Luhmann, Niklas, Schorr, Karl Eberhard, 1993: El sistema educativo (problemas de reflexión). México. Universidad de Guadalajara, Universidad Iberoamericana, Instituto Tecnológico de Estudios superiores de Occidente. Página 97

[2] Luhmann, Niklas (1998): Complejidad y modernidad: de la unidad a la diferencia. Madrid, Editorial Trotta. P. 256

 

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