* Tomado
de: Dallera, Osvaldo (2010): Sociología del sistema educativo (o crítica de
la educación cínica). Buenos Aires, editorial Biblos.
Función social del sistema educativo y selección
pedagógica
Desde la perspectiva sistémica la relevancia social
de la educación no está en el desarrollo que cada persona pueda lograr mientras
pasa por el sistema educativo, Más bien, lo que le interesa a una sociología de
la educación enrolada en esta corriente es encontrar un argumento convincente,
capaz de explicar la función social que el sistema cumple para la sociedad.
Esta distinción es importante porque no niega que la educación produzca efectos
en las personas. Pero ese no es un problema sociológico. En efecto, si se mira
el fenómeno de la educación desde un punto de vista menos individual, pero más
sociológico y funcional, advertimos que la función social del sistema educativo
es una función selectiva, es decir,
selecciona a los sujetos que pasan por él, dividiéndolos en mejores y peores, para ofrecérselos luego a otros sistemas sociales (por
ejemplo, al sistema económico, o al mercado laboral).
Hasta fines del siglo XVIII las diferencias
sociales venían de la cuna, de la sangre o del abolengo, y la sociedad estaba
segmentada de acuerdo con esos criterios. Durante la modernidad la selección societal que se practica por
afuera del sistema educativo no desaparece, pero irrumpe en la escena la selección pedagógica, que recurre al esquematismo
binario mejor/peor, imprescindible
para llevar a cabo el proceso de selección. A esta altura, la selección pedagógica
se muestra, ya, paradójica: todos deben estar igualmente incluidos en un sistema cuya función es precisamente seleccionar (o sea, excluir) estableciendo
diferencias. Por lo tanto, de una igualdad se desprende una desigualdad:
los más aventajados, cuando se educan, lejos de disminuir las diferencias que
los separan de los menos aventajados, aumentan la brecha y sacan más distancia.
A pesar de esto y además de ser inevitable, la selección pedagógica termina
siendo “preferible” a la posibilidad de seleccionar por las condiciones de
partida que cada uno trae y que mencionamos anteriormente (si bien sabemos que
tampoco esas condiciones de partida dejan de jugar su papel a la hora de
establecer diferencias en las trayectorias educativas personales).
Por último, la selección pedagógica se hace
efectiva mediante la implementación de los criterios y las prácticas que se
suceden al interior del subsistema escolar (elogios, reprensiones,
calificaciones, constancias de promoción, etc.). En función de esos criterios
el sistema asigna posiciones sociales de éxitos y fracasos. Por eso, el medio del que dispone el sistema
educativo para llevar a cabo la selección pedagógica que de él espera la
sociedad es la carrera, o trayectoria que
se va gestando a lo largo de todo el proceso de escolarización. La carrera es
una representación global de la trayectoria escolar del estudiante. “Carrera o
trayectoria” es la denominación global que recibe el conjunto de acciones,
acontecimientos selectivos, éxitos y fracasos acumulados en el tiempo por un
individuo que transitó por el sistema educativo.
En resumen, la sociedad utiliza el sistema
educativo para ubicar a los recorren sus circuitos (y también a los que no
pasan) en las distintas posiciones que ofrecen los otros sistemas sociales
(económico, jurídico, laboral, sanitario, etc.) Y en el mismo proceso, el
sistema educativo le provee a la sociedad los elementos, recursos e individuos
para que siga funcionando de manera asimétrica, por vía de la selección
pedagógica.
Evolución del sistema educativo moderno
Desde la perspectiva sistémica el sistema educativo
moderno es el resultado de la evolución y de la diferenciación funcional. Por una parte, lo evolutivo del sistema
educativo se expresa en su carácter
ateleológico. Esto quiere decir que el sistema educativo no surgió con la
finalidad de hacer progresar a los seres humanos y a la sociedad, sino para resolver
un problema social de ese momento que consistía en incorporar masivamente a los
niños y a los jóvenes a un mundo que, para poder funcionar de acuerdo con las
nuevas reglas, exigía la presencia de muchos individuos que puedan participar
en los nuevos sistemas funcionales en los que se había diferenciado la
sociedad. Es evidente que esto no significa que eventualmente, muchos alumnos
no puedan experimentar, como de hecho sucede, mejoras que redundan en
beneficios para sus respectivas vidas personales, o que la sociedad no pueda
verse beneficiada por contar entre sus miembros con gente mejor educada. Pero
una cosa es que eso eventualmente
pase, y otra cosa muy distinta es pensar que el sistema educativo surgió con el
fin de que eso pase indefectiblemente.
Por otra parte, el sistema educativo, mientras
evoluciona, se diferencia sistémica y funcionalmente de otros sistemas sociales
que imparten educación: la religión, la familia, las empresas y las
universidades. Esto no significa que esos sistemas dejaron de enseñar. Por
cierto, siguieron haciéndolo, pero, podríamos decir, para satisfacer otras
demandas y otras necesidades sociales que sólo se podían cumplir dentro de la
propia jurisdicción de cada uno de esos ámbitos. Al producirse la
diferenciación sistémica, se fueron fortaleciendo nuevas experiencias
educativas. Por resultar funcionales para ese momento social se produjo la selección de aquellas que resultaron las
más apropiadas, por ejemplo, el surgimiento de la escuela como forma de
organización. Esas prácticas, a fuerza de repetirse, reestabilizan y consolidan la separación del sistema educativo de
otros sistemas funcionales de la sociedad que, hasta ese momento de forma
indistinta y cada uno a su modo, se ocupan de la educación de los niños y de
los jóvenes. Al diferenciarse de los demás sistemas sociales de la sociedad el
sistema educativo comienza a gestar su propia autonomía y, con ello, empieza a
diferenciarse también funcionalmente, desplegando su función selectiva y realizando
actividades propias y distintas a las que se realizaban hasta ese momento, en
los otros sistemas parciales.
Las fórmulas pedagógicas del sistema educativo
El sistema educativo, mientras funciona, cumple su
función social selectiva con independencia de la buna voluntad y las buenas
intenciones de quienes están vinculados de manera directa o indirecta al sistema,
sosteniendo su actividad y sus expectativas apoyados en la creencia de que la
educación es el medio adecuado para que los individuos alcancen una determinada
meta y para que la sociedad mejore su funcionamiento. Esas metas y ese fin varían
según la época, pero lo que se mantiene constante es el esquema medio-fines. Esta
creencia se plasma en diferentes fórmulas pedagógicas de contingencia, a
medida que el sistema evoluciona. Cada una de esas fórmulas expresa el ideal
pedagógico del momento en el que aparece, pero siempre manifiesta el deseo de
transformar a los individuos y a la sociedad por medio de la educación.
a. Perfección
El primer ideal, la primera meta pedagógica de la
modernidad es una herencia religiosa y familiar que proviene del período
premoderno y que tiene que ver con la búsqueda de la perfección de los sujetos. Este ideal pedagógico consiste en
lograr, mediante la educación, que cada uno desarrolle sus disposiciones
innatas de conformidad con su procedencia social. La perfección debe coincidir con el desarrollo
de las potencialidades de cada uno dentro de los límites que marca la
perfección de cada sector social. En este sentido, cada estrato social tiene su medida de perfección. La versión laica de
ese ideal, reformulada por la escuela moderna, sostiene que la perfección, a partir del siglo XVIII
presenta una doble dimensión. Por un lado, una dimensión ontológica que supone
la aspiración en todo ser humano de llegar a ser perfecto. Por otro lado, una dimensión moral dentro de la cual cada uno debe tender a ser tan
perfecto como para llegar a actuar y comportarse correctamente tanto en la
escena pública como en el ámbito privado.
b. Formación
Durante el siglo XIX, y ante la evidencia de la desmesura (y el fracaso)
de aquel ideal de perfección, el sistema educativo reformula sus pretensiones y
las presenta, en otros términos. El proceso de aprendizaje se conforma siguiendo el camino del saber
orientado de acuerdo con las pautas de la investigación científica que en la
edad Moderna adquiere el rango de modelo del conocimiento.[1]
Con esta
modificación se presta más atención a otros aspectos de la vida social que
venían en ascenso, tales como el conocimiento y la organización. A partir de
entonces, se trata de que la educación se transforme en un proceso de formación integral de las personas por
vía, sobre todo, del acceso al conocimiento dentro de la escuela. Con la teoría de la formación aparecen y convergen
el individuo y la ciencia que se encuentran, ahora, en la escuela
como expresión organizada de la educación. En ese nuevo contexto la autoridad de la verdad que viene del
conocimiento científico reemplaza a la revelación
que era recibida del campo religioso. El docente es el depositario de esa
autoridad y la exhibe en su desempeño profesional. Es él el que tiene a su
cargo la tarea de mediar entre el individuo y la ciencia. Con la nueva
autoridad de la verdad el maestro reemplaza al sacerdote. El ideal de formación
se presenta socialmente como la ideología de un sistema que ahora la sociedad
reconoce y necesita como autónomo y funcionalmente diferenciado.
c. Aprender a aprender
Con el asentamiento de la
diferenciación funcional y el aumento de complejidad de la sociedad moderna se
hace más difícil ser perfectos, cuesta demasiado responder a los problemas que
se van generando, con conocimientos y procedimientos que envejecen cada vez más
rápido, y la formación integral de la persona pasa a ser una expectativa
pedagógica demasiado ambigua, abstracta y general. En ese contexto, a partir del siglo XX se hacen todavía más modestas las
pretensiones del sistema educativo, a la vez que más puntuales. Si bien no se
abandona la búsqueda del progreso que caracteriza a la modernidad, ese objetivo
se circunscribe a la búsqueda de un logro que parece más propio de la tarea que
se ejerce en las escuelas. Se trata, básicamente, de que los educandos aprendan a aprender. Ahora el aprendizaje no consiste en acumular
conocimientos sino en adquirir una capacidad que le permita a cada individuo
utilizar lo que lleva aprendido para seguir aprendiendo. Aprender es saber
cambiar las expectativas ante la modificación de las circunstancias. Lo que hay
que aprender es aprender a modificarse con las modificaciones del entorno. El individuo debe aumentar su capacidad de
aprender porque ahora tiene que ser educado para un mundo y una sociedad cuyo
futuro es incierto porque es el resultado de lo que se decide hacer en el
presente. Como dice Luhmann, lo único
que se sabe del futuro es que será diferente del presente. Y, para eso, nada
mejor que haber adquirido la capacidad de aprender a cambiar con los cambios,
es decir, haber aprendido a aprender.
La pedagogía como reflexión del sistema educativo
El sistema educativo funciona; la pedagogía
reflexiona críticamente sobre el funcionamiento del sistema. La crítica
pedagógica pone en tela de juicio la función selectiva del sistema educativo y,
por lo tanto, no acepta la selección por medio de la organización escolar y los
exámenes. Esta crítica se impone al criterio predominante durante el siglo XIX,
de poner el acento en la generación de desigualdad sobre la base de la igualdad
que suponía la instrumentación de exámenes organizados en la escuela.
La razón de ser de la reflexión pedagógica es la operación del sistema. Ahora
bien, esa reflexión tiene como finalidad mejorar el funcionamiento del sistema,
con lo cual la pedagogía le aplica, de algún modo, al mismo sistema educativo,
su propio código mejor/peor. En este
sentido, la pedagogía trata al sistema educativo como si él mismo tuviera que
ser educado. Esto quiere decir que la pedagogía se programa a sí misma como
teoría reflexiva que procura con su propia práctica hacer que el sistema
educativo sea mejor.
Las mejoras que busca la pedagogía se plantean siempre en términos de reforma
del sistema educativo. Esto significa
que la pedagogía, a través de la producción de teoría siempre quiere mejorar el
funcionamiento del sistema educativo. A su vez, esos intentos de reforma
siempre recaen sobre los programas del sistema. Se pretende cambiar los
contenidos, los métodos y las modalidades de evaluación, el sistema de
calificaciones, etc. En general suele
decirse, a este respecto, que con las reformas lo que se busca es mejorar la
calidad del sistema y lograr una distribución más equitativa de los supuestos
beneficios que genera. Pero, si el sistema educativo debe ser continuamente
reformado, es porque las reformas, una vez teorizadas y luego puestas en
marcha, siempre fracasan y exigen una nueva reflexión pedagógica para
implementar una nueva reforma. Por lo tanto, la relación entre sistema
educativo y pedagogía adquiere el formato del esquema
reflexión-reforma-fracaso-reflexión-reforma-fracaso…, y así indefinidamente.
Ahora bien, para que la pedagogía pueda reflexionar sobre el sistema educativo
y perseguir sus objetivos de reforma, necesita construir un discurso coherente
que le permita sostener las modificaciones que impulsa.
Las reformas pedagógicas siempre hacen referencia al perfeccionamiento
del sistema y nunca tienen como objeto el mejoramiento de los estudiantes que,
en todo caso, ese es un asunto de la educación personal. Por eso, reformas
pedagógicas y mejoramiento de los estudiantes son dos niveles diferentes de
relación con las intenciones de mejorar algo. A la pedagogía le interesa
mejorar el sistema, a la educación le interesa mejorar a los estudiantes.
Pero, el sistema educativo funciona de espaldas a
las intenciones pedagógicas y a las intenciones de los educadores. No obstante,
para sostener cada uno sus acciones, tanto los pedagogos como los educadores,
algo tienen que decir, porque algo tienen que seguir haciendo ya que
inevitablemente la pedagogía (y también los docentes) alternan en sus prácticas
entre la esperanza y la desilusión. En definitiva, lo que sucede es que por más
buenas intenciones y por más reformas que haga el sistema educativo para
mejorar la “igualdad de oportunidades” entre los alumnos, nunca va a poder
dejar de establecer diferencias, sencillamente, porque eso es lo que le reclama
(aunque sea de manera implícita) la sociedad y los demás sistemas sociales, y
porque mientras existan los exámenes y las calificaciones (y por ahora no
parece que eso pueda modificarse), siempre habrá alumnos que tengan buenas
notas, alumnos que tengan notas más bajas, alumnos que continúen en carrera,
alumnos que dejen la carrera, alumnos que sigan, alumnos que repitan, y eso es
lo que utilizan la universidad, las profesiones, la economía, el mercado laboral
y otros sistemas, para seguir funcionando y para seguir haciendo lo que hacen.
Por eso Luhmann dice que las intenciones son la mentira vital de la
pedagogía.
El sistema educativo
es un sistema social y, como todos los sistemas sociales, produce comunicaciones
que “se hacen” con los elementos que el mismo sistema genera y reconoce como
propios (clases, lecciones, exámenes, notas, calificaciones, sanciones,
evaluaciones, etc.). Las dificultades del sistema educativo de nuestro tiempo
se gestaron al fragor de su propia dinámica comunicativa. Entre los principales
problemas actuales del sistema se destaca la pérdida de importancia y
significación de tres vínculos comunicacionales:
Ya no importa quién
dice qué.
La jerarquía del emisor (el libro, el profesor, el director, el docente) se
disolvió en una heterarquía múltiple. Las emisiones llegan desde distintos
puntos y en distintos soportes, y ninguna resulta jerárquicamente superior a
ninguna otra.
Ya no importa qué
dice quién
La escuela funciona de manera esquizoide: sabe, o debería saber, que no hay
verdades ni valores absolutos, pero, al seleccionar contenidos y enseñarlos, lo
hace como si las cosas fueran tal y como son dichas dentro del aula.
Ya no importa a quién
dice qué, quién.
Los receptores se han fugado y los docentes lo perciben mejor que nadie. Las
aulas están realmente repletas de receptores virtuales, cuya capacidad de
atención está puesta en el chat, en otras prestaciones de los teléfonos móviles,
y en los contenidos mediáticos. Todo lo demás puede resolverse cortando y
pegando, y ahora, recurriendo al Chat GPT.
Cinismo educativo
En virtud de todas
estas contingencias, el sistema educativo se ha vuelto cínico, en el sentido
que le da Sloterdijk a esta expresión: una bajeza bien formulada. Se sigue
pregonando un discurso educativa y políticamente correcto, mientras que los
pasillos, los baños y las salas de profesores de las escuelas siguen siendo
testigos privilegiados de la corrosión que experimenta el sistema educativo
moderno. Formación integral de la persona, educación en valores, conocimientos
socialmente significativos, son algunas de las fórmulas cínicas del discurso
pedagógico de superficie. El cinismo educativo de hoy es el resultado del desajuste
entre los postulados de la modernidad y las prácticas de vida posmodernas. Se
actúa con el pragmatismo de la posmodernidad, pero se predica con el discurso
moderno bien pensante. Todo esto nos permite suponer que, si se lo vincula con
los demás sistemas sociales que forman parte de su entorno, el sistema
educativo, tal como lo conocemos, parece incapaz de responder masivamente a las
demandas provenientes de los demás sistemas.
En este contexto el
problema de los pedagogos, de los funcionarios y de los especialistas en
educación es pensar que los sistemas en vez de evolucionar de manera ciega se
pueden “reparar” modificando lo que salió mal o no dio resultados. Perfección,
formación integral de la persona, capacidad de aprender, inclusión y equidad,
son algunas de las fórmulas fracasadas que componen las bonitas páginas
pedagógicas escritas en el transcurso de la modernidad. Mal que les pese a los
pedagogos, el sistema educativo no tiene arreglo, sencillamente porque no hay
nada que arreglar. El sistema se modifica y se transforma más rápidamente que
nuestra capacidad de asimilación y va en una dirección que apenas podemos
conjeturar. Y eso es todo con lo que contamos.
Luhmann sabe y
advierte que, inevitablemente, la educación moderna corre de fracaso en
fracaso. Pero, también, y todavía más importante, tiene en claro las
consecuencias que podrían desencadenarse, si se asumiera la postura que pondera
seriamente la idea abandonar la faena educativa confiada a la organización
escolar. Quienes proponen esta salida razonan de este modo: si todo lo que pudo
obtenerse del sistema educativo tal como funciona es el estado actual de cosas,
lo mejor sería suprimir la escuela e intentar otro modelo educativo sin los
males que, por fortuna, nos depara el que conocemos.
Luhmann nos advierte
una y otra vez de esta paradoja, resultado del ingreso de la reflexión crítica
de la pedagogía al sistema, con el propósito de mejorar la performance
educativa: “(la educación) se desarrolla como correlato de la creciente
complejidad de la sociedad, y tiene por función, sobre todo, proveer a los
cambios personales de transferibilidad a otros sistemas distintos de aquel en
el que se originaron. Esto tiene que ser pagado con considerables
desequilibrios y con efectos socializadores secundarios imprevisibles.” Por,
eso, recomienda: “La tarea de la pedagogía podría consistir, ante todo, en
cuidar que el precio a pagar por ello no sea demasiado alto y que el resultado
no sea peor que si se hubiera evitado el esfuerzo.”[2]
[1] Luhmann, Niklas, Schorr, Karl Eberhard, 1993: El sistema educativo (problemas de reflexión). México. Universidad
de Guadalajara, Universidad Iberoamericana, Instituto Tecnológico de Estudios
superiores de Occidente. Página 97
[2] Luhmann, Niklas (1998): Complejidad
y modernidad: de la unidad a la diferencia. Madrid, Editorial Trotta. P.
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