El
sistema económico[1]
Si bien es
cierto que para la teoría de sistemas sociales no hay un sistema que esté
ubicado jerárquicamente en la cima de la sociedad y por encima de los demás
sistemas sociales, es difícil no concederle a la economía, en nuestro tiempo,
por lo menos un papel condicionante sobre los individuos y sobre el resto de
los sistemas de la sociedad.
El sistema
económico es un emergente funcional de la sociedad moderna. Esto significa que
surgió como consecuencia de problemas en ese orden que, con los recursos y mecanismos
a su alcance, la economía premoderna (de subsistencia y mercantil en las
transacciones, feudal en el modo de producción y estratificada en las
relaciones sociales), no estaba en condiciones de afrontar.
Dentro del
sistema económico moderno, los agentes económicos (personas, empresas,
gobiernos, etc.) se comunican entre sí porque quieren proveerse de cosas que no
necesitan inmediatamente. Esta particularidad nos habla de unos excedentes que
suponen, al mismo tiempo un determinado tipo de escasez. Si adquiero algo que
ahora no necesito es porque poseo otra cosa que el que necesita ahora lo que yo
tengo, no tiene. Unos necesitan bienes o servicios para consumir, otros
necesitan insumos y mano de obra para producir, y todos necesitamos dinero para
funcionar. Los individuos, las organizaciones (principalmente las empresas) y
el Estado componen el entorno interno del sistema económico.
Estructura funcional del sistema económico
En el nuevo
contexto que plantea la modernidad, el sistema económico moderno se organiza en
torno a la combinación de cuatro elementos básicos que le dan forma a su
estructura funcional: un viejo problema
reformulado, una operación, un medio y un ámbito de desenvolvimiento. El viejo problema de la economía
es la escasez, la operación
propia del sistema es el pago, el medio es el dinero y el mercado es el ámbito
dentro del cual el sistema económico pone en funcionamiento esta estructura. La
dinámica conjunta de estos elementos define el carácter autorreferencial
del sistema y su apertura al entorno.
El principio de escasez (sobre todo escasez
de dinero) determina el contexto de la economía, gobierna al sistema económico
moderno, condiciona el desenvolvimiento social de los individuos y el
funcionamiento de los demás sistemas sociales. En efecto, el sistema económico
moderno reformula este viejo problema y construye una segunda escasez
que es la escasez de los medios de pago, principalmente escasez de dinero. De
modo que ahora lo que escasea es el dinero, no las mercancías (que siempre se
producen en abundancia), ya que si se tuviera dinero se las podría pagar, pues
todo puede comprarse.
La capacidad
de pago pone en movimiento la economía, de modo que el pago es la unidad
elemental del sistema económico. ¿Por qué? simplemente porque los pagos
posibilitan otros pagos y hacen que el sistema no se detenga. Quien entrega
algo a cambio de dinero está en condiciones de usar ese dinero para repetir la
operación. En cierto modo pagar funciona como una carta de inclusión, un
mensaje social que ratifica el funcionamiento del sistema diciéndole a todos
que cualquiera que tenga dinero puede formar parte del sistema, es decir, podrá
pagar cuando quiera hacerlo. En ese sentido, pagar, produce un efecto
tranquilizador en los miembros de
la sociedad. De hecho, es
información para los que no están involucrados en ese evento concreto, pero
saben que con dinero también ellos podrán entrar en ese circuito de pagos
(podría decirse, estarán incluidos en el sistema). Así, el sistema se hace
autorreferente, es decir, utiliza los pagos para su propio sostén y
mantenimiento, con independencia de la relación que los pagos mantienen con el
valor de aquello por lo cual se paga y las consecuencias que esos pagos (o no
pagos) generan.
El medio dinero permite diferenciar al
sistema económico de los demás sistemas sociales y hace posible los pagos. El
dinero presenta la particularidad de que otorga una gran libertad para
elegir qué, cuándo, cómo y a quién pagar. Quien lo tiene no está obligado
ni a usarlo ni a retenerlo; puede atesorarlo, gastarlo, aceptar lo que se le
ofrece, o rechazarlo. Como medio,
además, garantiza que entre quien lo entrega y lo recibe se transmita información
en forma de precios. Lo que hace el dinero es organizar el acceso a bienes
escasos y producir distribuciones desiguales, necesarias para el mantenimiento
de su propia circulación. El dinero generaliza la disposición convergente a intercambiar por parte de los actores
económicos. Pero, según Luhmann, además de esa función simbólica, el dinero presenta, como la otra cara de esa
misma moneda, una dimensión diabólica
(“diabólica” no en el sentido moral o religioso sino en el sentido de lo que
separa o divide). Esto quiere decir que en el mismo acto de intercambio el
dinero expresa las divergencias existentes entre los participantes
(divergencias en las urgencias, en las necesidades, en la cantidad y calidad de
información, etc.). En este sentido Luhmann concluye que lo simbólico y lo
diabólico del dinero se manifiesta en toda operatoria económica siempre que en
el uso del dinero “… hay más divergencia que convergencia, aunque se trata de
divergencia sobre la base de un intento de convergencia”.[2]
El ámbito dentro del cual se llevan a cabo
estas prácticas del sistema es el mercado. Para Luhmann el mercado “es
la percepción del consumo desde de la perspectiva de la producción y de la
organización de la distribución”.[3]
En el mercado los productores ven los esfuerzos de los competidores, siempre y
cuando éstos influyan en las oportunidades de venta para atraer consumidores
que para ellos siempre resultan escasos. Podría decirse que el mercado es el
espacio económico producido por los productores y comercializadores para
observar cómo observan los consumidores y para observar, también, cómo observan
esa observación los competidores.
Clausura operativa y apertura al entorno del sistema
económico
Dentro de
este contexto y de esta estructura funcional al sistema no lo afecta ni qué,
ni cómo, ni a quién, ni para qué se paga. Todos estos
aspectos son externos al sistema económico y en este sentido, forman parte de
su entorno. De manera que la clausura operativa o cerradura operacional del
sistema consiste, justamente, en la cadena de pagos: sólo los pagos posibilitan
que se pueda seguir pagando. De este modo el sistema se independiza de lo que
pasa afuera y se hace autónomo de cualquier aspecto ajeno a su funcionamiento.
Si lo queremos ver de otro modo, al sistema económico le es indiferente lo que
hay detrás de cada pago para seguir funcionando, es decir, se independiza tanto
del valor de las cosas por las cuales se paga como de los criterios que se
eligen para pagar, y de los motivos por los cuales se decide o no pagar.
Sin embargo,
aunque el valor de las cosas carezca de importancia, para poder pagar es
necesaria alguna referencia que permita sostener el vínculo entre el pago y lo
pagado. Ese recurso es el precio. Los precios son independientes del
supuesto valor real de aquello a lo que se refieren. Esto quiere decir que para
que los pagos sean posibles, se necesita un recurso, un mecanismo que
establezca algún vínculo con lo que pasa en el entorno de la economía. Para
establecer esa relación entre el sistema y el entorno, la economía se hace
insensible al valor y recurre a los precios como criterio de referencia para
poder realizar pagos. Los precios son variables, contingentes e influenciables
entre otros factores, por el conjunto de interacciones y negociaciones que se
producen en las diferentes transacciones que genera el funcionamiento del
sistema.
Aunque el
sistema económico es operacionalmente cerrado también es un sistema abierto
al entorno. La apertura del sistema económico al entorno (es decir, a la
relación de la economía con los otros sistemas de la sociedad y con las
personas) se realiza a través, o por medio de las necesidades. Todo lo
que pasa en la sociedad y que requiere dinero para efectuar pagos, son
necesidades que abren el sistema económico a su entorno. Lo podemos decir de
otra manera: las necesidades son el nexo que vincula al sistema económico con
el entorno.
Si los
precios sirven para regular las transacciones y ponerles una referencia
cuantitativa, el criterio de ganancia
funciona como el móvil por excelencia de la economía moderna. El criterio de ganancia estimula para
realizar transacciones comerciales, es productor de riqueza y es generador de
problemas de distribución. El criterio de ganancia es utilizado por el sistema
económico como una herramienta que le permite controlarse a sí mismo porque
quien lo adopta, lo único que quiere es poder incrementar su capacidad de pago
y esto, como sabemos, alimenta al sistema. Como dice Luhmann, los pagos
benefician al pagador. Quien va detrás de la ganancia se
despoja de cualquier interés por cuestiones relacionadas con la producción
(le es indiferente producir una cosa o la otra). Al mismo tiempo el criterio de
ganancia está despojado de valoraciones y preferencias acerca del tipo
de negocios, o desvinculado de la novedad (o antigüedad) del servicio o
producto que hará posible alcanzar ese objetivo. También se desentiende
de los criterios que impulsan a la contraparte de la operación a establecer un
vínculo con él dentro del sistema económico. Dicho de otro modo, si él gana
porque alguien le compró lo que vende, no espera que el otro le venda algo a él
o que actúe impulsado por el mismo criterio.
En resumen,
la relación entre la escasez y la operación de pagar (o no poder pagar) mediada
por el dinero, hace que el sistema económico funcione con independencia de lo
que sucede afuera (es decir, de lo que pasa en la sociedad, en la política, e
incluso con independencia de los individuos que expresan en el mercado sus
preferencias por unos bienes y servicios y no por otros). Dicho de otra forma, en nuestra economía,
todo gira alrededor de la cuestión de poder pagar con dinero o, si se prefiere,
de tener dinero para poder pagar. El viejo problema económico de la escasez,
entonces, se administra y se regula pagando con dinero. Y con esto la economía
moderna universaliza dos elementos: la operación que es propia del sistema
económico moderno (pagar/ no pagar) y el uso del dinero que hace posible que
esa operación se lleve a cabo.
Prestaciones
y función social del sistema económico
El problema
social al que pretende dar respuesta el sistema económico cumpliendo con su
función es el de articular dos tensiones que se producen en la sociedad
moderna. La primera es una tensión de carácter material y que se puede
expresar mediante la distinción acumulación/distribución. Lo que alguien
o algunos acumulan (bienes o dinero) sale del circuito de la distribución. La
otra es una tensión de carácter temporal. La relación presente/futuro es
una relación siempre tensa: lo que unos acumulan hoy, otros pueden necesitarlo
ahora o mañana.
De esta doble
tensión surge el problema social al que tiene que hacer frente el sistema
económico. Se trata de un problema de distribución material en el tiempo que
necesita mantenerse en equilibrio. Mantener ese equilibrio, entonces, es
justamente la función del sistema económico que consiste en regular la
distribución de bienes y dinero escasos en el presente, con el objeto de
restringir los problemas futuros en materia de satisfacción de necesidades.
Sin embargo, aunque el sistema económico lleve a cabo su función, no puede
impedir realizar una desigual distribución entregando más a los ricos (sobre
todo más crédito y más oportunidades para explotar la movilidad de sus
inversiones), que a los pobres.
La relación
que el sistema económico mantiene con los individuos y con los otros sistemas
sociales definen las prestaciones que la economía le brinda a cada uno
de ellos. El sistema económico
realiza prestaciones cuando satisface necesidades de las personas, pero también
del sistema de salud, del sistema educativo, o del sistema de justicia. Ahora
bien, la satisfacción de las necesidades no es la función social de la economía,
sino que es una prestación del sistema a la sociedad. La función de un
sistema tiene un carácter más general y abarcador que sus prestaciones. La
función social del sistema económico es la de resolver un problema de la
sociedad en general y no de individuos o sistemas sociales particulares.
Ya sea en el
cumplimiento de su función social o en las prestaciones que la economía brinda
a las personas y a los otros sistemas, las condiciones sociales e históricas
del entorno agravan el problema de la escasez, la distribución y el futuro debido a que mientras el sistema funciona,
la recursividad de pagos tiende a favorecer al que tiene mejores condiciones
para operar dentro del sistema (o sea, al que está en mejores
condiciones de seguir pagando). El que ya puede pagar incrementa su capacidad
de pago. Esto, en el fondo, no es otra cosa que una tendencia a la
concentración y una distribución desigual de la riqueza: el más rico, el que
tiene mejores posibilidades de pagar, encuentra más y mejores oportunidades de incrementar
su capacidad de pago, por ejemplo, mediante mejor acceso al crédito y mayor
capacidad de diversificar sus inversiones.
Este
desfasaje temporal hace que unos adquieran para más tarde lo que otros podrían
necesitar ahora, y genera desequilibrios en el presente, bajo la forma de
escasez: lo que unos adquieren para más adelante, podría ser necesitado por
otros, hoy. Entonces el problema de la economía consiste en intentar lograr una
provisión estable de bienes y servicios en el futuro, a partir de la
distribución actual. Este aspecto es el que determina la función del sistema
económico, que consiste en poner en marcha un mecanismo social capaz de
articular la concentración económica de largo plazo (de bienes y de dinero) con
la distribución actual. En palabras de Luhmann, la función social de la
economía consiste en “la generación y regulación de escasez para la
desproblematización de la futura satisfacción de necesidades”.[4]
Otra forma de abordar el problema de la relación
entre política y economía es a partir de la pregunta acerca de si es posible
que la política como sistema social diferenciado puede regular el
funcionamiento de la economía que es también un sistema social operativamente cerrado
y autorreferente. La respuesta de Luhmann a esta pregunta es “no”, si por regulación se entiende
intervención externa de un sistema en otro con su propio esquema de distinción.
En el marco de la teoría de sistemas “regulación” significa puesta en práctica
de la reducción de diferencias dentro
de un sistema. O, dicho de otra manera, es la forma práctica en que cada
sistema reduce sus propias diferencias internas. Por lo tanto, es improbable,
según Luhmann, que un sistema, en este caso la política, pueda erigirse como un
sistema superior, capaz y en condiciones de regular el funcionamiento de otros
sistemas o de la sociedad en general. En concreto, no se puede aplicar el
concepto de regulación política al funcionamiento de la sociedad. Se pueden hacer
leyes relacionadas con la familia, pero la política no puede regular las
diferencias en la distribución de afecto dentro del grupo familiar.
Detrás del concepto de regulación se esconde la
idea de que es posible planificar la sociedad desde la política y se expresa
una cierta confianza en que si eso se puede hacer entonces siempre que se hable
de crisis económica se podrá pensar en alternativas políticas para superarlas.
Además, con el uso del concepto se presupone que es difícil aceptar la idea de
que las cosas pueden funcionar sin que haya algo o alguien que las oriente en
algún sentido. En definitiva, siempre que se piensa en regulación hay
expectativas acerca de que las cosas, en la sociedad, bien podrían ser de otro
modo.
En este punto Luhmann confronta el punto de vista
de la teoría de sistemas con las expectativas políticas que la teoría de la
acción deposita en la regulación de la economía para resolver problemas
sociales. Por lo general se tiende a pensar que, si algo no anda bien en la
economía, algo se puede hacer desde afuera para arreglar lo que no funciona y
para eso siempre se piensa en la política.
Esta idea de regulación
como acción de la política sobre la economía encierra varios presupuestos.
El primero de ellos es el que responde a la pregunta ¿quién regula? Se supone
que, desde afuera de la economía, debe haber alguien (un sujeto, una organización) o algo (un plan) con
capacidad y en condiciones de ejercer alguna restricción sobre la marcha de la
economía tal como se desenvuelve en ese momento. Además, se asume que esa
acción de regular se sostiene en (o responde a) algún objetivo que busca reorientar el sentido de la economía o darle
otra dirección. Por último, se sabe que cualquier acción de este tipo se ejerce
sobre un objeto que, se presume, es
susceptible de ser regulado.
Entonces tenemos que desde la perspectiva de la
teoría de la acción la regulación es ejecutada por un sujeto que tiene objetivos
sobre un objeto al que se quiere
redireccionar. Con lo cual, para Luhmann, con estas consideraciones realizadas
desde la teoría de la acción queda abierto el problema de los alcances y límites de la regulación. Por
si todo esto fuera poco, la regulación como acción sobre un objeto externo (en
este caso la economía) produce efectos cuya
particularidad es que no son regulados y que por lo general se presentan en
forma de consecuencias buscadas, o no
buscadas si quienes regulan no esperaban que suceda lo que finalmente sucedió.
Esos efectos en forma de consecuencias, sobre todo si son no buscadas o no
esperadas, permiten conjeturar deficiencias
en la implementación de la regulación y, como desenlace probable, siempre
existe la posibilidad de que cuando se explicitan las expectativas que lleva
consigo la acción regulatoria se produzcan reacciones en contra que, habiendo
sido advertidas, terminan funcionando como profecías autocumplidas.
Sin embargo, Luhmann niega que esto sea posible.
Para él los sistemas sociales al estar funcionalmente diferenciados se autorregulan,
y afirma: “Ninguna política puede sanear la economía, alguna de sus áreas
parciales o las empresas particulares, pues para ello se requiere dinero, es
decir, economía.”[5]
Para Luhmann, regulación dentro del marco teórico
sistémico significa reducción de diferencias
y los límites de la regulación son los límites que distinguen sistema y
entorno. Por lo tanto, un sistema sólo se puede regular a sí mismo a partir de
sus propias operaciones mientras se autorreproduce. La política se limita y
regula a sí misma tomando decisiones vinculantes que producen efectos que la
obligan a tomar otras decisiones. La economía se regula y limita en la
circulación del dinero en forma de pagos que dan lugar a otros pagos.
Como sabemos, las diferencias son el resultado de
observaciones que el propio sistema realiza trazando distinciones. Las distinciones que emplea la regulación son
observaciones que distinguen o trazan una diferencia que produce efectos que, a
su vez, dan lugar a otras observaciones de la primera distinción, con sus propios
efectos. Observan la observación a partir de la cual se produjo una diferencia
y cómo es posible reducirla a partir de otra observación. La regulación es una
observación de segundo orden.
¿Qué es lo que ofrece el proceso de regulación a la
vista del sistema que observa? Básicamente la regulación es información de una
diferencia que se procura reducir, construida a partir de una distinción
trazada por el propio sistema. Para Luhmann todas estas explicaciones teóricas de la regulación, desde los
comienzos de la modernidad, estuvieron orientadas a reducir la diferencia
denominada desigualdad. Pero el
problema está en que la sociedad misma, en su funcionamiento es generadora de
desigualdades por la sencilla razón de que cada sistema social, mientras
funciona, produce diferencias (o sea desigualdades) con sus propias
operaciones. Por ejemplo, en el sistema económico, la desigualdad se expresa en
la distinción entre ricos y pobres, en la educación en la diferencia entre
mejores y peores, en la política entre los que mandan y los que obedecen, etc.
Para decirlo en pocas palabras, la desigualdad es una propiedad interna de
todos los sistemas e inherente al funcionamiento de cada uno de ellos.
Con esto lo que Luhmann nos dice
es que la diferencia que se quiere reducir no está afuera del sistema, sino que
es construida por el propio sistema con sus observaciones. Afuera el mundo es
como es. No es o no funciona como un repositorio de diferencias que están a la
espera de ser reducidas o disminuidas. Por eso, regular es, en definitiva,
observar una observación con otra observación de orientación diferente. Según
Luhmann, los efectos de estas operaciones del sistema nunca terminan superando
la diferencia que tratan de reducir y tras los efectos producidos, el sistema
tiene que volver a autorregularse con sus propias operaciones. Para Luhmann, la
regulación es a la economía lo que la roca fue para Sísifo. Antes bien, según
el autor, sucede que la regulación nunca termina de conseguir lo que se propone
y sólo alcanza un acercamiento de las condiciones de los dos lados de la
distinción. Dicho de otra forma, en lugar de ver subir a los de abajo todos
terminan juntándose en el medio. Por lo tanto, hay tres cosas que, según Luhmann, no se pueden esperar de la regulación: 1.
que tenga éxito, 2. que el orden sea un resultado de su aplicación, y 3. que,
como resultado de su fracaso, se genere desorden.
Cuando se pretende regular hay que confrontar con
estructuras que están antes de que la regulación pensada se pueda poner en
marcha. La regulación se piensa para ser aplicada afuera del sistema, pero a
partir de las estructuras del sistema que la piensa. Por eso el mito de Sísifo:
la regulación apunta a estructuras de otros sistemas que una y otra vez, con
sus operaciones, reproducen aquello que se pretende regular. La regulación se
aplica, produce un efecto, a partir de ese efecto la regulación es observada
por otros y esa observación también genera reacciones. Quien regula puede
anticipar esa secuencia, pero no la puede evitar. Puede planificar la
regulación, puede prever la observación y la reacción que resultará de ella.
pero no puede evitar que todo eso suceda. Quien observa la planificación de la
regulación, su aplicación y sus efectos también es parte de la sociedad y hace
su juego.
Todos los sistemas tienen una racionalidad que le es propia y se ajusta a los requerimientos de
su funcionamiento. Cada sistema, mientras funciona, genera asimetrías que
requieren ser reguladas internamente a partir de la racionalidad particular de
ese sistema que sopesa soluciones, selecciona las que considera mejores para la
continuidad del sistema y desecha las demás. Eso es regulación interna, eso es
evaluación de diferencias y eso es, también, producción de desigualdad: para la
salud del sistema hay soluciones mejores que otras. Decir mejor y peor es una
forma de calificar las asimetrías internas de todos los sistemas.
Frente a esta manera de funcionar de los sistemas,
según Luhmann, se puede observar la desigualdad como problema o asumirla como
punto de partida para las operaciones recursivas del sistema. La mirada de
Luhmann sobre la relación entre pretensiones de regulación y desigualdad es
concluyente: “A pesar de las particularidades que se
dan en cada sistema funcional, el postulado de la igualdad explica el impulso
regulativo, la más o menos desbordante manía regulatoria de la sociedad
moderna. La distinción igual/desigual ofrece un esquema especialmente favorable
para programas de reducción de diferencias de todo tipo y, con ello, la
política se ve exigida de manera especial. El esquema igual/desigual ofrece
buenas posibilidades de entendimiento con las pretensiones regulativas en la
sociedad moderna y buenas posibilidades también de exponerse a la observación.
Pero obviamente no ofrece la posibilidad de que la regulación supere efectivamente
la diferencia igual/desigual en dirección de la igualdad y que pueda permanecer
ahí. El esquema de la igualdad solo tiene la función de aportar una especie de
legitimidad a la regulación, esto es, seguridad frente a observadores no
especificados”.[6]
Las pretensiones
políticas de regular la economía
El sistema económico se autorregula cuando resuelve
diferencias de dinero en los pagos. Si la regulación se efectúa en alguna
diferencia observada en una variable de la economía (por ejemplo, en la tasa de
desempleo o en las variaciones del tipo de cambio) no se produce una
autorregulación del sistema económico. En ese caso se trata de una observación
del sistema político que afectará una variable económica.
No se puede, con la regulación política, eliminar las
diferencias que hacen lugar justamente al funcionamiento del sistema económico
y a su distinción como sistema. Si eso sucediera, el sistema económico dejaría
de existir. Lo que sí se puede es
observar desde la política las diferencias que se producen en las transacciones
con dinero y elaborar programas de regulación con pretensiones de reducción de
esas diferencias. Por eso Luhmann insiste en que las referencias sistémicas
política y economía permanecen separadas y la autorregulación de la economía
solo se puede especificar a través de distinciones en las cantidades de
dinero (Luhmann, N. 2017: 456). Lo que de algún modo quiere decir que el
significado de la palabra regulación aplicada al interior del sistema económico
no es el mismo que el que adquiere cuando se usa desde la perspectiva del
sistema político. Regulación al interior del
sistema económico es autorregulación en las diferencias en los pagos con dinero
para que el sistema siga funcionando con operaciones propias. Regulación desde
el sistema político es intervención externa sobre variables económicas.
Quien se asume como regulador desde afuera de la economía observa la realidad
desde sus propias posibilidades de intervención, pero no puede ignorar que esa
forma de observar también puede ser observada incluso desde la posibilidad de
resistir esa posible intervención.
La regulación no puede pasar por encima de la
realidad construida por el sistema económico a partir de su propio código y de
sus propias distinciones. El código del sistema económico no varía, pero sus
programas de ejecución del código pueden variar si son influenciados por los
programas políticos. Esta posibilidad de variación que presentan los programas
puede ser aprovechada por la política para regular la economía. Así, en materia
de regulación, la tarea de la política consiste en influir con sus programas en
los programas de la economía para reducir las diferencias internas. Por eso, la
política no puede intervenir con sus programas en las cantidades que definen
las diferencias internas del sistema económico. Esas cantidades que siempre se
expresan en pagos o, más en general, en transacciones hechas con dinero son
autorreguladas internamente con los programas de la economía. Ante esta forma de operar de los sistemas funcionales lo
único que le queda a la política es observar los efectos que tiene la influencia
de sus programas en la economía con el propósito de medir el grado de sus
éxitos o sus fracasos y, consecuentemente, para armar nuevos programas que
vuelvan a influir sobre esos efectos.
Cuando Luhmann analiza el problema de la regulación en los países en desarrollo le dedica un párrafo a la posición de los excluidos dentro de las diferencias producidas por el funcionamiento del sistema económico. Cuando las diferencias se reproducen continuamente, dice, los excluidos observan los efectos del funcionamiento del sistema con su propio esquema de distinción con la idea de que a partir de esas observaciones puede ser posible aplicar programas que reduzcan esas diferencias. Al mismo tiempo, y con más frecuencia de lo que se cree, muchos programas de regulación influyen en la economía profundizando las diferencias existentes. Cuando esto sucede, dice Luhmann, se inhiben las posibilidades de los afectados de poder comunicarse dentro de los diferentes sistemas en los que deberían hacerse escuchar. En muchos casos el efecto de exclusión llega al punto en que los excluidos pierden la capacidad de poder comunicarse en los diferentes sistemas funcionales: “en el lenguaje del derecho (haciendo valer sus aspiraciones), … en el de la economía (pagando o no pagando), … en el de la política (por medio de violencia)”[7]
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