El origen del sistema escolar
como subsistema del sistema educativo
El sistema escolar moderno es un sistema parcial de
la sociedad. Sus elementos son las comunicaciones que se producen como
resultado de las relaciones que mantienen los actores del sistema en sus
respectivos roles de alumnos, profesores, padres, maestros, directivos,
funcionarios, organizaciones, etc. Así, por ejemplo, un tipo de comunicación
que distingue al sistema escolar como subsistema del sistema educativo y de los
demás sistemas sociales es la pregunta y la respuesta en el examen, y la
devolución del profesor a los alumnos en forma de calificaciones. Cada una de
esas comunicaciones genera expectativas que, a su vez, delimitan el universo de
comunicaciones posibles que pueden formar parte del sistema.
Las organizaciones toman decisiones con el
propósito de absorber incertidumbre.
Pero, al absorber la incertidumbre mediante la toma de decisiones en el
presente, las organizaciones generan riesgos
a futuro. Al transformar las incertidumbres en riesgos, lo que se logra es
generar nuevos problemas que se desconocen y sobre los cuales deberán recaer
nuevas decisiones, que volverán a absorber incertidumbre, transformándolas en
nuevos riesgos. De algún modo, esa forma de proceder es lo que explica su
supervivencia.[2]
Este modo de entender la escuela cambia por
completo el enfoque con respecto a la función social que cumple. En primer
lugar, ya no puede ser vista como una organización que realiza objetivos (por
ejemplo, pulir a los alumnos, o construir una sociedad más “culta”), sino que
hay que entenderla como una organización que busca sus objetivos en función de
lo que en cada momento no se sabe. En este sentido, la escuela está ocupada en
reformular constantemente la manera en que observa el mundo y la realidad que
la circunda con vistas a modificar a cada instante sus objetivos en función de
los cambios que experimenta el entorno.
En segundo lugar, la escuela, en principio, parece
confiable porque hace siempre lo mismo, funciona de manera rutinaria (por eso
absorbe incertidumbre) y reformula una y otra vez sus objetivos. Sin embargo,
los resultados sociales que arroja no siempre son los que se esperan de ella.
Por eso, la escuela es una organización que reacciona a los propios efectos o
resultados que genera. Por ejemplo, como tiene que mantener a la mayor cantidad
posible de estudiantes dentro del sistema, entonces, muchas veces acredita que
hay alumnos que saben lo que no saben y ese es el precio que paga para que esos
alumnos sigan “en carrera”. Pero después tiene que elaborar nuevos objetivos y
programas que les permitan, a esos alumnos que siguen estando adentro,
justificar la faceta pedagógica y educativa de la escuela. El punto es que esos
alumnos que aprobaron sin saber luego salen a incorporarse a otros sistemas de
la sociedad “como si supieran”: sus certificaciones se lo permiten. Es en este
sentido que decimos que la escuela es una organización que se observa a sí
misma y que se construye momento a momento. Los efectos de sus prácticas
arrojan sobre ella nueva incertidumbre y eso le exige buscar nuevos
objetivos.
En tercer lugar, la manera en que la escuela se
observa a sí misma es a través de la planificación, la programación y la
dirección de las operaciones que lleva a cabo (enseña, evalúa, controla, en una
palabra, sanciona). Sin embargo, a pesar
de que planifica y controla no puede predeterminar los futuros estados del
sistema, ni siquiera las futuras relaciones entre ella y su entorno. Dicho en
forma más concreta, haga lo que haga, la escuela no puede decirse a sí misma
cómo va a ser ella más adelante, ni tampoco qué va a pasar con las categorías
de alumno y profesor, ni con la configuración del sistema educativo en su
conjunto (es decir, con su entorno), sencillamente porque no puede controlar
los resultados que se desprenden de sus operaciones. Como cualquier otro
sistema social, la escuela evoluciona “ciega” ante su propio futuro. Todo lo
que puede hacer es dejar que los efectos que se desprenden de sus propias
operaciones reingresen a la escuela en forma de nuevos problemas para intentar
darles una respuesta mediante la reformulación de sus objetivos y de sus
prácticas. Por eso, para la teoría de sistemas las organizaciones como la
escuela son nada más que decisiones: a cada instante tienen que decidir qué
hacer y cómo, con lo que se les viene encima. Por ahora, el reingreso de los
problemas del sistema en el sistema la mantiene viva a ella y al sistema
educativo, y eso es lo que cuenta.
La escuela como organización hace operativas sus decisiones mediante la aplicación de programas que ejecutan su propio código, y a través de la utilización de su específico medio de comunicación simbólico. En el caso del sistema educativo el código que lo identifica es mejor/peor y se expresa de dos maneras. Cuando se toma el sistema educativo en su conjunto este código se expresa en la carrera o la trayectoria del estudiante en términos también binarios: seleccionado/excluido. Los seleccionados siguen en carrera, y los excluidos quedan afuera de cualquier circuito que requiera de credenciales educativas para continuar incluido (por ejemplo, continuar estudios universitarios o conseguir empleos que requieren alguna calificación).
Pero el código del sistema educativo no sólo se
expresa de manera binaria cuando se analizan trayectorias, sino que también se
expresa en la actividad del día a día de los alumnos en los términos binarios aprobado/reprobado. Es obvio que, a la
larga, la trayectoria global termina construyéndose sobre la base de muchos
aprobados o reprobados. Para diferenciar estas dos formas de expresión que
adquiere el código diremos que la expresión seleccionado/excluido
se utiliza como código propio del sistema educativo global y la distinción aprobado/reprobado es más propia del
subsistema escolar.
Entre los programas que usa el sistema escolar se destacan los exámenes, los
trabajos prácticos y cualquier otra técnica evaluativa que sirva para poder
poner en acto el código aprobado/reprobado en el orden del aprendizaje de
contenidos. Los reglamentos de convivencia, o cualquier otro mecanismo
regulador de la disciplina escolar son utilizados para aprobar o desaprobar los
comportamientos individuales o colectivos de los estudiantes.
El medio
de comunicación simbólico del
sistema escolar son las calificaciones
(en las evaluaciones y en la convivencia), y la carrera o la trayectoria
que exhibe cada uno de nosotros es el medio de comunicación del sistema
educativo tomado en su conjunto, cada vez que la sociedad en general u otro
sistema parcial de la sociedad requiere que le digamos cómo nos fue mientras lo
transitábamos.
Las comunicaciones que se producen dentro del sistema escolar son comunicaciones que hacen referencia a ese sistema y a ningún otro. En este sentido, el sistema escolar es un sistema autorreferente. Observemos este ejemplo. Las calificaciones que los profesores vuelcan en sus libretas o en las actas constituyen una operación que es propia del sistema escolar. Es un requisito del funcionamiento del sistema que los alumnos sean calificados en algún momento por sus profesores, para certificar si progresan o no en sus aprendizajes, si cumplen o no con los objetivos de la escuela, y, por tanto, para dejar constancia de si pasan o no de un curso a otro. Ese es el aspecto autorreferencial del sistema: las notas le sirven al sistema, para mantenerse en funcionamiento. Observemos que se trata de certificar y de dejar constancia, dos requisitos del funcionamiento del sistema, independientes de los aprendizajes de los alumnos. Sin embargo, eso no impide que, por lo general, con esas mismas calificaciones se pretenda hacer referencia a eso que, supuestamente, aprendieron los alumnos y expusieron en sus exámenes, en sus lecciones y en sus comportamientos. Ese es el aspecto heterorreferencial del sistema: en este caso, una comunicación propia del sistema escolar se utiliza para cumplir con otra función que no es la específica de ese sistema. Por ejemplo, se usa la calificación para intentar explicar lo que un alumno supuestamente tiene en su cabeza sobre alguna asignatura. Por supuesto, entre la nota volcada en el acta (la constancia) y lo que se pretende referir con esa nota fuera del sistema escolar (es decir, el aprendizaje del alumno), no hay ninguna relación necesaria ni de correspondencia. El acta puede contener un diez y la cabeza del alumno, en un caso extremo, puede no estar ni siquiera enterada de por qué figura esa calificación entre sus notas.
Así, autorreferencia quiere decir que el sistema escolar produce
calificaciones para que los alumnos continúen dentro del sistema para seguir
produciendo califica-ciones que luego el sistema eduativo utilizará para
confeccionar la trayectoria de cada uno y, de ese modo, cumplir con su función
selectiva.
Selección pedagógica y constatación de rendimientos
Como el sistema educativo debe seleccionar a quienes van a integrarse en la sociedad, entonces necesita de algo que le permita justificar esa selección. Por eso la escuela toma exámenes y, en función de lo que cada alumno rinde en esas instancias, pone calificaciones. El rendimiento justifica la selección y la selección legitima la sociedad de rendimientos.
A partir de principios del siglo XIX los exámenes y
las calificaciones se vuelven instrumentos de constatación de rendimientos y, por lo tanto, de selección. Para ser seleccionado hay que rendir. La unidad
de rendimiento y selección resultó útil para fomentar la creencia de que había
una relación de correspondencia entre lo que el alumno realmente había
aprendido y lo que quedaba reflejado en sus rendimientos por vía de los
exámenes. En suma, el siglo XIX trata el problema de la
selección como un problema de exámenes y, consecuentemente, como un problema
de rendimiento de los alumnos. A partir de ese momento al problema de
distribuir educación de manera igual entre todos, la selección pedagógica le
suma la dificultad de tener que constatar los rendimientos de quienes se
educan. Este cambio, con respecto a la situación anterior se tomó como una
mejora. Pero este valor no logra
desplazar de la conciencia el hecho de que ahora la selección que realiza la
escuela reemplaza a la selección natural.
Durante el siglo XX se asienta el intento de
salvaguardar la inclusión de toda la población en el sistema educativo, aunque
al mismo tiempo se toma conciencia de que en el interior del sistema se produce
una selección pedagógica que ahora la lleva a cabo la organización escolar (la escuela) en reemplazo de la selección que
antes ejecutaban la naturaleza y el medio social de procedencia. La correlación entre selección y rendimiento es
clave y se mantiene más o menos firme.
Instrumentos de selección
Para contribuir a la función social de selección del sistema educativo la escuela se vale de dos subsistemas que le proporcionan los instrumentos necesarios para hacer efectiva esa tarea. Con esos instrumentos va encasillando a los alumnos según su rendimiento hasta imprimirle casi una identidad que es el fruto de las múltiples interacciones que establece con sus docentes.
a. El subsistema de interacción
educativa. El maestro no sólo educa, sino que también
selecciona. Y esto no puede ser de otra manera porque el docente debe emitir un
juicio sobre el rendimiento de los alumnos y queda claro que ese juicio no
puede ser uniforme para todos. Para eso, los recursos más inmediatos con los
que cuenta son aquellos que utiliza en sus encuentros (interacciones) con los
alumnos y se destacan tres: el examen,
las calificaciones y los señalamientos.
El instrumento de selección más potente y explícito
dentro de este subsistema educativo es el examen. Según Foucault, el
examen aparece, junto con las tácticas disciplinarias, como otra forma de
ejercer el control sobre los jóvenes con el propósito de objetivar la
transmisión de conocimientos que se da del profesor al alumno. Para Luhmann,
además de ejercer una función de control, en los exámenes "se concentra la acción de la selección".
Íntimamente relacionado con
el examen, el otro instrumento que utiliza el sistema educativo para
seleccionar pedagógicamente a los alumnos son las calificaciones. Las calificaciones
tienen su ámbito de aplicación dentro del salón de clases y evalúan el rendimiento
en relación con la exigencia y la experiencia desarrollada en el aula. Fuera de
ese espacio su valor informativo es casi nulo.
Las calificaciones
constituyen el nexo que vincula la enorme cantidad de evaluaciones por las que
pasa un alumno en su tránsito por la escuela, y las certificaciones y
acreditaciones que expide la institución. En este sentido ofician como
referencia de las decisiones que el sistema escolar toma para definir, por
ejemplo, la promoción de un año al otro, la repetición, o la expedición del
certificado que acredita la terminación de los estudios.
En un nivel de menor “exactitud” y de mayor
ambigüedad, los señalamientos tales
como los elogios y las reprensiones funcionan como instrumentos de selección de
mayor nivel de generalidad y menor precisión que las calificaciones. Los señalamientos son formas muy generales y
amplias de diferenciación. En general
toman la forma de elogios y reprensiones que los profesores les
hacen a los alumnos en la interacción continua que presenta el sistema
educativo tanto en lo que hace al rendimiento
académico como al comportamiento
de los alumnos en relación con el código de convivencia de la escuela. En
cierto modo los señalamientos orientan las futuras calificaciones y sanciones
que el docente utilizará para ubicar a los alumnos en alguna escala de
mejor/peor. Muchos señalamientos positivos ayudarán a volcar el valor de una
nota dudosa hacia arriba; demasiadas reprensiones demandarán un concepto
disciplinario negativo. Los alumnos se van haciendo mejores o peores a través
de sus demostraciones de saber (rendimiento académico) y de sus demostraciones
de adaptabilidad social (formas de convivencia acordes a los criterios de la
institución).
b. Certificaciones y acreditaciones. Con estos instrumentos el sistema escolar recoge el rendimiento diario de los alumnos y
lo plasma en certificaciones que
finalmente definen, por ejemplo, el pase de un año al otro, la repetición o la
posibilidad de ingresar a la universidad.
En efecto, las certificaciones
y acreditaciones escolares proceden de manera binaria: aprobó o no aprobó
el curso, pasó o no pasó de año, terminó o no terminó el ciclo. Al decir que
las acreditaciones y certificaciones son más rigurosas, lo decimos en el
sentido de que permiten menos contemplaciones y menos interpretaciones que las
que pueden admitir las calificaciones, y no en el sentido de que definen con
más precisión la relación entre el certificado y el rendimiento real del
alumno. En este sentido, las certificaciones son decisiones que establecen diferencias a nivel de la organización
escolar, particularmente el pasar de año, la graduación, y el poder ingresar a
la universidad. Es dentro del subsistema escolar donde se plasma el verdadero
efecto de selección, porque ya no se documenta tanto a través de las
calificaciones, sino a través de los certificados.
En resumen, el sistema escolar acredita sobre la
base de la información aportada por los instrumentos de selección utilizados
dentro del sistema de enseñanza. En este sentido, existe una gradación en la
precisión de los instrumentos que va de menor a mayor. Así aparecen, en primer lugar, los señalamientos tales como los elogios y
las reprensiones que funcionan como los instrumentos de mayor nivel de
generalidad y menor precisión. Después aparecen las calificaciones que tienden a ser más precisas y específicas que los
señalamientos debido a su capacidad para ser acumulables en el tiempo y a la
cantidad de matices que ofrecen con vistas a trazar diferencias en los rendimientos
(tanto en los rendimientos del mismo alumno, como también diferencias entre
rendimientos de alumnos que, se supone, recibieron la misma enseñanza dentro
del aula). A diferencia de los
señalamientos, las calificaciones le aportan al proceso de selección un grado
mayor de concreción. Por último, las certificaciones
y acreditaciones aparecen como el
instrumento de selección que ofrece menos margen de movilidad. Son ellas las
que definen o cierran un ciclo para abrir otro mediante
la expedición de títulos, certificados o impugnaciones que indican la
repetición o, en casos extremos, la pérdida de membrecía.
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