* Del libro: Dallera Osvaldo (2021): ¿Cómo llegamos hasta aquí? Orden
social y cambio sociocultural. Publicado en Amazon
La
cultura es el telón de fondo que hace posible la interacción y otras formas de
comunicación. Los
sistemas de interacción son intercambios
comunicativos, por lo general breves, que ocurren diariamente, entre dos o más
personas, cuando se encuentran cara a cara o, también ahora, dentro de
diferentes espacios virtuales. Es
difícil imaginar la posibilidad de cualquier interacción sin, por lo menos, una
porción de cultura compartida. Al mismo tiempo, los sistemas de interacción son
la puerta de entrada de los cambios socioculturales que se producen en las
formas, maneras y estilos de comunicación entre personas, porque posibilitan la
aparición o la emergencia de nuevas formas de interactuar (modos de tratarse,
maneras de expresarse, estilos de presentación) que pueden al principio
sorprender, incluso ser rechazadas pero que también pueden ser incorporadas al
acervo cultural de la sociedad y dar paso a nuevas formas de sociabilidad.
El
sistema cultural regula las acciones significativas de los individuos orientadas
hacia el entorno (los otros
individuos, el medio ambiente, los sistemas sociales), mediante patrones
culturales. Los patrones
culturales son guías para la acción producidos
socialmente, almacenados en hábitos,
usos, costumbres y tradiciones, transmitidos
principalmente a través de instituciones sociales (familia y escuela), y compartidos por los miembros de la
comunidad dentro de la cual están funcionalmente legitimados en creencias,
valores, y recursos expresivos. En suma, el sistema cultural es el proveedor
de sistemas de significación, creencias, criterios de orientación de valor y
símbolos expresivos que regulan el funcionamiento y dan relativa estabilidad al
orden social.
En
conjunto el sistema cultural funciona como una “atmósfera” cuyo componente vital
es el sentido que hace posible los intercambios comunicativos de diferente
orden. Eagleton, por ejemplo, en lugar de hablar de atmosfera sugiere que “La
cultura puede verse como una suerte de inconsciente social… Es (el)… contexto
no totalizable en el cual adquiere significación todo lo que decimos y
hacemos.”[1] Habermas asocia la cultura al concepto de mundo de la vida y le asigna esta
capacidad de amalgamar “…al acervo de saber, en que los participantes en la
comunicación se abastecen de interpretaciones para entenderse sobre algo en el
mundo.”[2] Para Luhmann la cultura es “…un requerimiento que sirve de
mediador entre interacción y lenguaje —una especie de provisión de posibles
temas listos para una entrada súbita y rápidamente comprensible en procesos
comunicacionales concretos.” Cuando la cultura se almacena especialmente para
fines comunicativos, Luhmann la denomina semántica[3]. Si bien para Luhmann el contenido de la cultura
no es en sí mismo normativo, determina o limita las posibilidades de sentido y
eso restringe la selección de temas como adecuados o inadecuados, y los usos de
formas de la comunicación como correctas o incorrectas.[4] Dirk Baecker[5] sostiene que la cultura es la forma en que la
sociedad se describe a sí misma reduciendo su propia complejidad, construyendo
límites para hacer eficaces los controles y abriéndose al entorno para recibir
estímulos mediante los cuales reproduce, una y otra vez, sus operaciones
(acciones y comunicaciones) y, al mismo tiempo, experimenta cambios. De este
modo, la cultura hace significativo el mundo y le da sentido estableciendo
relaciones causales, interpretando hechos, poniendo las cosas en contexto y
observándolas desde alguna perspectiva. Establecer relaciones, poner en
contexto, interpretar en un sentido y no en otro, y focalizar los hechos y las
cosas desde un determinado punto de vista son distintos modos de efectuar
recortes para reducir la complejidad del mundo. Clifford Geertz habla de las
culturas como guías de acción, programas, para realizar eficazmente
(eficazmente para esa cultura), las conductas y las expectativas de sus
miembros. Por eso dice este autor: "...la cultura se comprende
mejor...como una serie de mecanismos de control -planes, recetas, fórmulas,
reglas, instrucciones (lo que los ingenieros de computación llaman
"programas")- que gobiernan la conducta...".
De
todos estos aportes podemos rescatar cuatro características bien definidas de
la cultura en relación con el mantenimiento del orden social: se produce, se
acumula, se transmite y comparte.
La
cultura se produce haciendo uso de sistemas de significación que ella misma
genera y que le sirven para autorreproducirse mientras los individuos que hacen
uso de ellos se relacionan entre sí. Los
sistemas de significación son conjuntos de signos y códigos. El lenguaje,
el semáforo, los uniformes, las calificaciones escolares son sistemas de
significación producidos socialmente y productores de cultura. Cada uno de
ellos está construido con un fin estrictamente práctico, pues no tiene otra
finalidad que establecer entre la gente perteneciente a la misma cultura, procesos de comunicación. La dimensión
significante de la cultura tiene por función
dotar de sentido a los hechos, saberes y conductas de los individuos que
participan de ella y, de ese modo, ordenar el mundo cognoscitivo, afectivo y
actitudinal de sus miembros.
La
cultura se acumula como memoria colectiva. La memoria colectiva
es el instrumento cultural que contribuye a acrecentar los conocimientos de la
comunidad a medida que ésta se permite consolidarlos y fijarlos como propios en
función de sus necesidades. Pero ninguna cultura puede acumular toda la
información que produce y recordar todo lo que le acontece. La memoria
colectiva no puede saturarse de saberes y de creencias ni tampoco puede
convertirse en un caos de recuerdos inconexos que con el tiempo diluyan la
identidad. Las culturas autorregulan el caudal de su propio universo de saberes
y creencias apelando al olvido como
instrumento de recorte que, descartando aquellos productos culturales que no
valora ni utiliza, refuerza aquellos otros que confluyen para su propia
configuración. En este sentido, Dirk Baecker apunta que “La cultura regula,
mediante la memoria y el control, cómo hablar de qué cosas, qué temas evitar y
cómo cambiar de tema según el contexto social en el que se esté… La cultura
simplemente memoriza cómo se ha enfrentado el último susto”.[6]
El
hecho de que la cultura sea compartida
hace que el orden social permanezca relativamente estable en el largo plazo.
Pero ¿qué es lo que se comparte? En general, y siguiendo a Parsons, los
miembros de una sociedad comparten patrones
culturales que posibilitan los intercambios comunicativos dentro de los
sistemas de comunicación. Los patrones culturales son líneas de orientación de
la comunicación que se mantienen más o menos estables en el largo plazo y que,
fundamentalmente, sirven para facilitar la comprensión y el entendimiento de
las expectativas del otro y actuar en consecuencia, ya sea satisfaciendo esas
expectativas o desatendiéndolas. Cada uno de nosotros, para estar incluido
dentro de los diferentes sistemas sociales (desde la familia hasta la escuela o
el sistema económico), debe haber incorporado, internalizado, aprendido, un
conjunto de pautas de orientación que funcionan como “prerrequisitos
culturales” que nos asignan el estatuto de miembros de la sociedad. En uno u
otro caso se pone en marcha un proceso de intercambios en la comunicación en el
que la respuesta del otro a la intervención de uno siempre dependerá del
cumplimiento o no de las expectativas relacionadas con esas pautas de orientación.
La
cultura se transmite dentro de una
misma generación y entre generaciones. Dirk Baecker[7]
reconoce cuatro grandes distribuidores de cultura: el lenguaje, la escritura,
la imprenta y los dispositivos electrónicos. En cualquier caso, la distribución
de cultura supone la presencia de un agente (individual o colectivo) que
transmite, y otro que aprende los contenidos transmitidos. En general y a
grandes rasgos existen tres formas de transmisión cultural[8].
En primer lugar, la transmisión vertical,
por lo general lenta y conservadora, es la que se da, por ejemplo, de padres a
hijos, de maestros a alumnos y de una generación a otra. En segundo lugar, la transmisión horizontal, rápida y
contagiosa, ocurre entre los miembros de la misma generación, como en el caso
de la moda. Por último, la transmisión
oblicua, se produce entre individuos de distinta generación, pero sin que
los una ningún parentesco o relación formal institucionalizada. Esta última
forma de transmisión y la horizontal, son las predominantes en las sociedades
modernas en donde adquieren mayor ascendencia los medios de comunicación, los
grupos de pares y las redes sociales.[9]
Según Schaeffer[10],
la importancia de la transmisión oblicua aumenta conforme se incrementa la
población y la sociedad se hace más compleja.
[1] Eagleton, Terry (2017): Cultura (Editorial Taurus). Página 36
[2] Habermas, Jürgen (1987): Teoría de la
acción comunicativa, II. Crítica de la razón funcionalista. (Madrid, Taurus ediciones).
Página 196.
[3] Luhmann, Niklas
(1998a): Sistemas sociales. Lineamientos
para una teoría general (España, Anthropos Editorial, En coedición con la
Universidad Iberoamericana, México, D.F., y con el Centro Editorial Javeriano,
Pontificia Universidad Javeriana, Santafé de Bogotá). Página 161
[4] Luhmann, Niklas (2006) La sociedad de
la sociedad, (México, Editorial Herder – Universidad Iberoamericana). Página
161
[5] Baecker, Dirk. (1997). The Meaning of Culture. Thesis Eleven. 51. 37-51.
[6] Baecker, Dirk, op. Cit.
[7] Cfr. Baecker, Dirk
(2018): Estudios acerca de la próxima
sociedad. (Santiago de Chile, Ediciones Metales pesados).
[8] Cfr. Cavalli
Sforza, Luigi L. (2007): La evolución de
la cultura. Propuestas concretas para
futuros estudios. (Barcelona, Editorial Anagrama).
[9] Cfr. Mosterín,
Jesús (1993): Filosofía de la cultura
(Madrid, Alianza Editorial)
[10] Schaeffer,
Jean- Marie (2009): El fin de la excepción humana. (Buenos
Aires, FCE). Página 232
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