En una de sus evangélicas, Almafuerte dice: "educar no es convencer: educar es vencer"[i].
Hay en la reflexión por lo menos dos miradas sobre la educación. En la primera,
la educación es vista como un hecho comunicativo dentro del cual el que educa
(conduce, orienta) usa los recursos que tiene a disposición (principalmente la
didáctica y en ella toda la batería de artilugios retóricos a su alcance) para
persuadir a los otros y orientarlos en el sentido elegido por el educador. En
la segunda, la educación tiene los aires de una batalla que hay que librar,
suponemos, contra el error, la tozudez, la ignorancia o cualquier otro tipo de
carencia relacionada con la falta de conocimientos.
Aunque Almafuerte prefiere la última de las acepciones,
quienes ejercemos el rol de padres, el oficio docente o aspiramos a terciar en
controversias relacionadas con la cosa pública como ciudadanos
"ilustrados"[ii],
es decir, quienes intentamos educar en sentido amplio, estamos al tanto de que
ya sea en una acepción o en la otra, el saber debe o debería jugar un papel
preponderante. Y eso, probablemente, porque desde que nos lo enseñaron, creímos
que el saber es poder. Sin embargo, y muy a pesar nuestro, la segunda
modernidad (si les queda más cómodo, la posmodernidad) puso en entredicho ese
verosímil. Una manera de problematizar la premisa ya anunciada por Francis Bacon es a través de algunos usos metafóricos del saber como ver.
"Ve más el que
sabe más". Esta es la conclusión bien moderna a la que parece
llegar Lorenzo Vilches en su libro "La lectura de la Imagen"[iii].
Está claro que la afirmación se refiere, en primer lugar, a las competencias
cognitivas del lector. En efecto, quien tiene más recursos culturales, más
conocimientos, está en condiciones de ver lo que otros no ven no sólo por
razones de posición sino también por cuestiones, si se quiere, relacionadas con
el superávit o el déficit educativo de cada cual. "Ver", aquí, se usa
como metáfora de "entender" o "comprender". Quedaría,
entonces, "entiende más el que sabe más". No se trata de decir, lo
que por otra parte es cierto, que unos pueden ver una cosa y otros pueden ver
otra. Se trata de aceptar, simplemente, la idea de que "saber" sirve,
entre otras cosas, para entender mejor aquello que ese saber se dispone a
abordar. En el fondo un asunto cuantitativo se transforma en otro cualitativo.
Dialéctica pura, diría un hegeliano o un marxista. Saber más hace posible
"ver" mejor.
"Veo más, veo
antes y veo mejor". Esto se lo decía yo (y se lo sigo diciendo a veces) a
mis hijos cuando quería (quiero) hacerles "ver"/entender algo que
ellos, por motivos de edad, falta de "experiencia" y, por qué no
decirlo, con un capital cultural todavía en formación, insistían (insisten) en
mantener posiciones respecto a diferentes asuntos que a mi juicio están
equivocadas. Independientemente de cuánta razón me asiste en el uso de esa
admonición, lo que tiene de bueno es que si bien puede quedarme un poco holgada
a mí, en otras relaciones asimétricas que no me incluyan, supone la
superioridad cultural/educativa del que sabe más respecto del que sabe menos en
tres dimensiones bien definidas de la capacidad de entender: la dimensión
cuantitativa, la dimensión temporal y la dimensión cualitativa. En conjunto el
mayor saber en esas tres dimensiones debería conferir alguna
"autoridad" a quien es capaz de exhibirla. Cuando uno capitaliza sus
aprendizajes (escolares, "de vida", de conducta, de
especializaciones, etc.), está en mejores condiciones de correr el velo de
ignorancia y, con ello, enfrentar los problemas y las dificultades que de
manera inexorable le plantea la realidad, aunque no siempre obtenga los
resultados esperados (como suele decirse, cuando la enfrentamos, la realidad
también juega su partido y por eso conviene encararla siempre con los mejores
recursos). Sin embargo, como dice Luhmann[iv],
la modernidad acabó con la noción de autoridad y en su lugar impuso, en el
mejor de los casos, la negociación y el consenso habida cuenta que ahora, todas
las opiniones deben ser atendidas. Habrá que admitir, no obstante, que no pocas
veces, las figuras de autoridad de antaño (padres, profesores, funcionarios,
etc.) con sus conductas ambiguas, su escasa formación y la pobre capacidad para
sostener sus posiciones racionalmente, hicieron bastante para que eso ocurra.
"No alcanza
con que tú sólo lo veas si los demás no lo ven". Esto me lo dijo una
vez la representante legal de la escuela en la que trabajé como rector durante
más de dos décadas, a la salida de una reunión del equipo directivo en la que
yo trataba de explicar y sostener argumentativamente mi posición frente al
grupo de pares sin poder convencerlos (esfuerzo no valorado por Almafuerte como
educativo). En fin, en aquella oportunidad, como en tantas otras, no conseguí
ni una cosa ni la otra. Podría decirse
que la (sabia) reflexión de la representante legal es la contrapartida social
de aquel "ver más, antes y mejor" individual. Yo diría que le da un
baño de realidad o de época y pone sobre la mesa las limitaciones de cualquier
presunto saber, por más, mejor y anticipatorio que pueda ser o parecer, cuando
tiene que habérselas en un proceso comunicativo de este tiempo. En efecto, intuyo
que con su invitación la representante legal dijo mucho más de lo que se
propuso. Creo que sin que los supiera, me estaba diciendo lo que desde hace
bastante tenemos que escuchar una y otra vez de aquellos que ante el saber o
los argumentos de otros responden con frases del tipo "bueno, lo de él, lo
de ella, lo tuyo, no es ni mejor ni peor, es distinto, y hay que aceptarlo
porque cada uno tiene su punto de vista". Y con eso, además de intentar
(y, por supuesto, muchas veces lograr) cerrar el debate, el relativismo hace su
entrada triunfal en cualquier disputa razonada que uno quiera mantener.
“No se ve lo que no
se ve”. Luhmann suele utilizar esa afirmación que parece una perogrullada
para hacer referencia al punto ciego de toda observación, es decir lo que
ninguno de nosotros puede ver de sus propios abordajes de la realidad. Por eso
toda observación necesitará siempre de otra observación que la observe. Ese es
el motivo por el cual algunos van al psicólogo. Sin embargo, hay ocasiones en
que quienes nos rodean ofician de observadores de segundo orden (esos que ven
lo que uno no ve, es decir, que observan con qué criterios, puntos de vistas o
distinciones, el otro observa el mundo para tratar de entenderlo o explicarlo).
Es evidente que la intervención de la
representante legal, en aquella oportunidad, tuvo mucho que ver con esto,
aunque muy probablemente ella no supiera quien era Luhmann.
Después de lo dicho creo que a quienes se obstinan en
mantener sus posiciones seguros de que la razón, sus conocimientos y su
experiencia los asisten siempre, en cualquier circunstancia y frente a
cualquier auditorio, les (nos) vendría bien recordar dos cosas. La primera es que
individualmente siempre es preferible
saber que no saber (lo que incluye: estudiar, aprender, capitalizar las
experiencias). Quien sabe menos es más vulnerable, está más expuesto a los
engaños, y queda a merced de quienes justamente, porque reúnen conocimientos
que lo superan, pueden, muchas veces, manipularlos a voluntad. La segunda es
que socialmente es decir, cuando el
saber es comunicado, su hipotético poder se ve confrontado y no pocas veces
derrotado por los viejos ídolos, hoy reciclados, que había detectado Bacon y
que encontraron en el relativismo radical de la última modernidad su mejor
guarida. Esta es la razón por la que en más de una ocasión hay que aceptar retroceder,
callar, esperar, incluso dejar de insistir con lo que uno sabe porque en este
asunto de "ver, en el sentido de entender" conviene admitir que en nuestra época, no
siempre, saber es poder.
[i] Almafuerte (1970): Obras completas. Evangélicas - Poesías - Discursos. Buenos Aires,
Ediciones Antonio Zamora.
[ii] En el sentido que
le da Habermas a esta acepción en: Habermas, J. (1997) Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural
de la vida pública. España, Editorial Gustavo Gilli, 5ta. edición.
[iii] Vilches Lorenzo
(1983): La lectura de la imagen. Prensa, cine televisión". Barcelona,
España, editorial Paidós.
[iv] Luhmann Niklas (1997):
Observaciones de la modernidad.
Racionalidad y contingencia en la sociedad moderna. España, Editorial Paidós, página 130