Osvaldo Dallera

lunes, febrero 06, 2017

El ocaso del saber como poder

En una de sus evangélicas, Almafuerte dice: "educar no es convencer: educar es vencer"[i]. Hay en la reflexión por lo menos dos miradas sobre la educación. En la primera, la educación es vista como un hecho comunicativo dentro del cual el que educa (conduce, orienta) usa los recursos que tiene a disposición (principalmente la didáctica y en ella toda la batería de artilugios retóricos a su alcance) para persuadir a los otros y orientarlos en el sentido elegido por el educador. En la segunda, la educación tiene los aires de una batalla que hay que librar, suponemos, contra el error, la tozudez, la ignorancia o cualquier otro tipo de carencia relacionada con la falta de conocimientos.
Aunque Almafuerte prefiere la última de las acepciones, quienes ejercemos el rol de padres, el oficio docente o aspiramos a terciar en controversias relacionadas con la cosa pública como ciudadanos "ilustrados"[ii], es decir, quienes intentamos educar en sentido amplio, estamos al tanto de que ya sea en una acepción o en la otra, el saber debe o debería jugar un papel preponderante. Y eso, probablemente, porque desde que nos lo enseñaron, creímos que el saber es poder. Sin embargo, y muy a pesar nuestro, la segunda modernidad (si les queda más cómodo, la posmodernidad) puso en entredicho ese verosímil. Una manera de problematizar la premisa ya anunciada por Francis Bacon  es a través de algunos usos metafóricos del saber como ver.
"Ve más el que sabe más". Esta es la conclusión bien moderna a la que parece llegar Lorenzo Vilches en su libro "La lectura de la Imagen"[iii]. Está claro que la afirmación se refiere, en primer lugar, a las competencias cognitivas del lector. En efecto, quien tiene más recursos culturales, más conocimientos, está en condiciones de ver lo que otros no ven no sólo por razones de posición sino también por cuestiones, si se quiere, relacionadas con el superávit o el déficit educativo de cada cual. "Ver", aquí, se usa como metáfora de "entender" o "comprender". Quedaría, entonces, "entiende más el que sabe más". No se trata de decir, lo que por otra parte es cierto, que unos pueden ver una cosa y otros pueden ver otra. Se trata de aceptar, simplemente, la idea de que "saber" sirve, entre otras cosas, para entender mejor aquello que ese saber se dispone a abordar. En el fondo un asunto cuantitativo se transforma en otro cualitativo. Dialéctica pura, diría un hegeliano o un marxista. Saber más hace posible "ver" mejor.
"Veo más, veo antes y veo mejor". Esto se lo decía yo (y se lo sigo diciendo a veces) a mis hijos cuando quería (quiero) hacerles "ver"/entender algo que ellos, por motivos de edad, falta de "experiencia" y, por qué no decirlo, con un capital cultural todavía en formación, insistían (insisten) en mantener posiciones respecto a diferentes asuntos que a mi juicio están equivocadas. Independientemente de cuánta razón me asiste en el uso de esa admonición, lo que tiene de bueno es que si bien puede quedarme un poco holgada a mí, en otras relaciones asimétricas que no me incluyan, supone la superioridad cultural/educativa del que sabe más respecto del que sabe menos en tres dimensiones bien definidas de la capacidad de entender: la dimensión cuantitativa, la dimensión temporal y la dimensión cualitativa. En conjunto el mayor saber en esas tres dimensiones debería conferir alguna "autoridad" a quien es capaz de exhibirla. Cuando uno capitaliza sus aprendizajes (escolares, "de vida", de conducta, de especializaciones, etc.), está en mejores condiciones de correr el velo de ignorancia y, con ello, enfrentar los problemas y las dificultades que de manera inexorable le plantea la realidad, aunque no siempre obtenga los resultados esperados (como suele decirse, cuando la enfrentamos, la realidad también juega su partido y por eso conviene encararla siempre con los mejores recursos). Sin embargo, como dice Luhmann[iv], la modernidad acabó con la noción de autoridad y en su lugar impuso, en el mejor de los casos, la negociación y el consenso habida cuenta que ahora, todas las opiniones deben ser atendidas. Habrá que admitir, no obstante, que no pocas veces, las figuras de autoridad de antaño (padres, profesores, funcionarios, etc.) con sus conductas ambiguas, su escasa formación y la pobre capacidad para sostener sus posiciones racionalmente, hicieron bastante para que eso ocurra.
"No alcanza con que tú sólo lo veas si los demás no lo ven". Esto me lo dijo una vez la representante legal de la escuela en la que trabajé como rector durante más de dos décadas, a la salida de una reunión del equipo directivo en la que yo trataba de explicar y sostener argumentativamente mi posición frente al grupo de pares sin poder convencerlos (esfuerzo no valorado por Almafuerte como educativo). En fin, en aquella oportunidad, como en tantas otras, no conseguí ni una cosa ni la otra.  Podría decirse que la (sabia) reflexión de la representante legal es la contrapartida social de aquel "ver más, antes y mejor" individual. Yo diría que le da un baño de realidad o de época y pone sobre la mesa las limitaciones de cualquier presunto saber, por más, mejor y anticipatorio que pueda ser o parecer, cuando tiene que habérselas en un proceso comunicativo de este tiempo. En efecto, intuyo que con su invitación la representante legal dijo mucho más de lo que se propuso. Creo que sin que los supiera, me estaba diciendo lo que desde hace bastante tenemos que escuchar una y otra vez de aquellos que ante el saber o los argumentos de otros responden con frases del tipo "bueno, lo de él, lo de ella, lo tuyo, no es ni mejor ni peor, es distinto, y hay que aceptarlo porque cada uno tiene su punto de vista". Y con eso, además de intentar (y, por supuesto, muchas veces lograr) cerrar el debate, el relativismo hace su entrada triunfal en cualquier disputa razonada que uno quiera mantener.
No se ve lo que no se ve”. Luhmann suele utilizar esa afirmación que parece una perogrullada para hacer referencia al punto ciego de toda observación, es decir lo que ninguno de nosotros puede ver de sus propios abordajes de la realidad. Por eso toda observación necesitará siempre de otra observación que la observe. Ese es el motivo por el cual algunos van al psicólogo. Sin embargo, hay ocasiones en que quienes nos rodean ofician de observadores de segundo orden (esos que ven lo que uno no ve, es decir, que observan con qué criterios, puntos de vistas o distinciones, el otro observa el mundo para tratar de entenderlo o explicarlo).  Es evidente que la intervención de la representante legal, en aquella oportunidad, tuvo mucho que ver con esto, aunque muy probablemente ella no supiera quien era Luhmann.
Después de lo dicho creo que a quienes se obstinan en mantener sus posiciones seguros de que la razón, sus conocimientos y su experiencia los asisten siempre, en cualquier circunstancia y frente a cualquier auditorio, les (nos) vendría bien recordar dos cosas. La primera es que individualmente siempre es preferible saber que no saber (lo que incluye: estudiar, aprender, capitalizar las experiencias). Quien sabe menos es más vulnerable, está más expuesto a los engaños, y queda a merced de quienes justamente, porque reúnen conocimientos que lo superan, pueden, muchas veces, manipularlos a voluntad. La segunda es que socialmente es decir, cuando el saber es comunicado, su hipotético poder se ve confrontado y no pocas veces derrotado por los viejos ídolos, hoy reciclados, que había detectado Bacon y que encontraron en el relativismo radical de la última modernidad su mejor guarida. Esta es la razón por la que en más de una ocasión hay que aceptar retroceder, callar, esperar, incluso dejar de insistir con lo que uno sabe porque en este asunto de "ver, en el sentido de entender"  conviene admitir que en nuestra época, no siempre, saber es poder.



[i]  Almafuerte (1970): Obras completas. Evangélicas - Poesías - Discursos. Buenos Aires, Ediciones Antonio Zamora.
[ii] En el sentido que le da Habermas a esta acepción en: Habermas, J. (1997) Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. España, Editorial Gustavo Gilli, 5ta. edición.
[iii] Vilches Lorenzo (1983): La lectura de la imagen. Prensa, cine televisión". Barcelona, España, editorial Paidós.
[iv] Luhmann Niklas (1997): Observaciones de la modernidad. Racionalidad y contingencia en la sociedad moderna.  España, Editorial Paidós, página 130