Osvaldo Dallera

martes, agosto 30, 2016

La condición laboral: de Chaplin a Sambucetti

En los últimos doscientos cincuenta años la condición laboral de los trabajadores experimentó varias transformaciones. El concepto de trabajo se instaló en Occidente, desde mediados del siglo XVIII, como fuerza organizadora de las sociedades a partir de la revolución industrial. Entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XXI los trabajadores atravesaron por cuatro condiciones que se distinguen nítidamente una de la otra y cada una con características bien definidas.

i. La condición proletaria

Durante la primera mitad del siglo XIX las malas condiciones en que la clase obrera realizaba su labor (largas jornadas de trabajo, bajos salarios y condiciones laborales deplorables) agudizaron los conflictos y las tensiones con la clase capitalista. La condición proletaria era una situación de cuasi exclusión del cuerpo social. El proletariado era un eslabón esencial en el proceso naciente de la industrialización, pero estaba destinado a trabajar para reproducirse “acampando en la sociedad pero sin ubicarse en ella”. Esto significa que, aún teniendo trabajo, en ese entonces no eran considerados como parte de la sociedad; en otras palabras, estaban excluidos. Bajo esta condición los trabajadores obtenían una retribución próxima a un ingreso mínimo que aseguraba sólo la reproducción del trabajador y su familia y no permitía invertir en el consumo no imprescindible. Al mismo tiempo vivían bajo una ausencia de garantías legales en la situación de trabajo y dentro un marco jurídico débil en la relación del trabajador con la empresa. La condición proletaria, si bien era precaria, estaba un escalón más arriba que la de los excluidos (mendigos, tullidos, enfermos y ancianos): tener o no tener trabajo marcaba la diferencia, aunque esa diferencia estuviera trazada por un límite demasiado delgado.
A partir de la segunda mitad de ese siglo tendió a mejorar el clima social y el cuadro de las condiciones de vida de la clase trabajadora. La sindicalización de los trabajadores junto a la aparición de leyes que regulaban las relaciones laborales, y el surgimiento de sociedades de socorros mutuos, movimientos educativos y religiosos, y organizaciones políticas que hicieron posible una mayor toma de conciencia de sus derechos dieron lugar a la formación de una clase obrera más moderna y cohesionada. La relación de la condición obrera con la sociedad encarada como un todo era, a partir de entonces, más compleja.

ii. la condición obrera

Es probable que no haya producción cultural más expresiva que el film "Tiempos modernos" para ilustrar este momento de la situación de los trabajadores. Entre fines del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX se constituyó una nueva condición laboral. La crisis económica mundial de 1929 acentuó el malestar social entre los asalariados por el desempleo masivo. Esto derivó en la modificación de las estrategias de los gobiernos y organizaciones empresarias que se orientaron hacia el keynesianismo.
El lugar de la condición obrera en la sociedad de la década de 1930 podría caracterizarse como una relativa integración en la subordinación (Castel, 1997: 348). Esto significa que los trabajadores ya no estaban excluidos de la sociedad pero estaban fuertemente subordinados a los sectores dominantes de ésta. Según Castel (1997: 329-340) la transformación de la condición proletaria en condición obrera (o, lo que es igual, el pasaje de las condiciones imperantes al inicio de la revolución industrial hasta el advenimiento del taylorismo y el fordismo) se produjo a partir del cumplimiento de cinco condiciones:
1. una separación rígida entre quienes trabajan efectiva y regularmente, y los inactivos o semiactivos, que están excluidos del mercado de trabajo.
2. la fijación del trabajador a su puesto de trabajo y la racionalización del proceso de trabajo en el marco de una “gestión del tiempo precisa, dividida, reglamentada...” (Castel, 1997: 333). Se aprecia aquí, en esta condición, los aportes del taylorismo.
3. el acceso a través del salario a nuevas normas de consumo que convertían al obrero en el propio usuario de la producción en masa. Estamos ya en plena etapa del fordismo.
4. El acceso a la propiedad social y a los servicios públicos. Los trabajadores (en la Argentina, específicamente, a partir de 1945) comienzan a tener acceso a bienes colectivos tales como la salud, la higiene, la vivienda, la educación y el esparcimiento.
5. La inscripción en un derecho del trabajo que reconocía al trabajador como miembro de un colectivo dotado de un estatuto social, más allá de la dimensión puramente individual del contrato de trabajo. Aparecen, al final de este período, las leyes laborales, las convenciones colectivas y se acrecienta la capacidad negociadora de los sindicatos, institución en la que, nunca como antes, los trabajadores adquieren identidad como clase social.

iii. la condición salarial (1945-1975)

A partir del final de la Segunda Guerra Mundial (1945) y hasta mediados de la década del 70 se construyó un modelo de sociedad que en el orden laboral dio lugar al advenimiento de la condición salarial.  En este contexto se fundan los sistemas de relaciones industriales con eje en la negociación colectiva, los pactos laborales y la seguridad social (Godio, 2001: 156-157).Desde la perspectiva keynesiana todo lo que pueda contribuir a frenar los despidos será algo bueno desde el punto de vista de la regulación social. Del mismo modo, todo lo que ayude a impedir la caída del salario evitará la espiral descendente hacia el subempleo. Por último, todo lo que se encamine a sostener el poder adquisitivo de los trabajadores contribuirá al mantenimiento del equilibrio del sistema (Cohen, 1998: 102). 
¿Por qué condición salarial? Básicamente, por el papel protagónico que cumplió el salario al funcionar como fuerza impulsora de la dinámica social. Tener un empleo seguro, trabajar en el sector terciario de la economía, cobrar el sueldo mensualmente, acceder a un título, o ejercer una profesión dentro de una empresa constituyen rasgos propios de la sociedad salarial.  En este sentido, también la condición salarial operaba como impulsora del progreso individual.
En este escenario tuvo un papel destacado el rol regulador del Estado en tres direcciones principales: 1. la garantía de una protección social generalizada (los trabajadores ya no estaban sujetos a las arbitrariedades de los empleadores), 2. el mantenimiento de los grandes equilibrios y el pilotaje de la economía (la economía e incluso la producción experimentaban diversos grados de planificación, según la orientación de las políticas implementadas por los cada gobierno), y 3. la búsqueda de un compromiso entre los diferentes actores en el proceso de crecimiento (la negociación entre los empresarios y los trabajadores teniendo al Estado como árbitro, se constituyó en un recurso fundamental para la convivencia entre las clases sociales e incluso, para el desarrollo y el crecimiento económico) . En el orden social uno de los mayores logros de la sociedad salarial fue la integración de los diversos sectores y clases sociales. Como las brechas no eran tan profundas y la distribución era más equitativa, las tensiones tendían a resolverse en la mesa de negociaciones. Otros logros de la sociedad salarial fueron la expansión del consumo masivo, el acceso de muchos trabajadores a la vivienda propia, y la participación de la mayoría en la actividad cultural y el goce del tiempo libre (Castel, 1997: 387). Como consecuencia de estas transformaciones disminuyeron significativamente la pobreza y la marginalidad.

iv. De la sociedad salarial a la cadena invisible (las dos últimas décadas del siglo XX y los inicios del siglo XXI)

En la primera década del siglo XXI, en el programa de televisión argentina “Poné a Francella” se emitía un sketch en el que el empleado Sambucetti tenía que estar dispuesto a hacer lo que su empleadora, la señora de Roble, le exigiera. Estas exigencias siempre iban más allá de las tareas que eran propias del trabajo que Sambucetti hacía en la empresa. El empleado tenía que disfrazarse, hacer lo que ella le pidiera, hasta llegar a los límites de esa exigencia. Al final, cuando todo terminaba, Sambucetti, con tono de alivio y resignación, pronunciaba esta frase: “gracias a Dios no perdí el trabajo”.
Con la crisis económica mundial de mediados de los 70 la sociedad salarial se derrumbó y las condiciones laborales se estructuraron alrededor del modelo de las competencias que, como resultado produjo una condición laboral que sujeta con una cadena invisible y promueve la servidumbre voluntaria. El modelo de las competencias. sustituye la exigencia de calificaciones en los trabajadores y se desplaza hacia el requerimiento de características personales que se añaden a la calificación. Las calificaciones de un trabajador están compuestas por sus conocimientos sobre la materia en la que desarrolla sus labores (saber) más sus aptitudes para desempeñarse en el puesto de trabajo (saber hacer). En conjunto, las calificaciones se resumen en la fórmula “saber + saber hacer”.  Las competencias, en cambio, se agrupan en el saber ser, que consiste en adquirir la capacidad de adaptarse a las exigencias de la empresa, orientar el comportamiento en esa dirección, controlar las actitudes ante los demás (directivos, colegas, clientes, etc.), poner en evidencia las aspiraciones y exhibir el deseo de progresar. La competencia, entonces es más amplia que la calificación, y la incluye. Lo que busca el modelo de la competencia es, por un lado, asegurar que los trabajadores sean leales a la empresa y, por otro lado, que ellos hayan internalizado el conjunto de requerimientos de este proceso de trabajo, que está compuesto por la plena disposición física, psíquica y temporal del empleado al servicio de la producción. En este nuevo contexto el empresario no remunera igual a todos los trabajadores que ocupan el mismo puesto, sino que le paga a cada individuo según la manera en que se desempeña en el puesto...(Durand, 101).
El modelo de las competencias en el orden laboral es funcional a los dos principios básicos que regulan la producción: 1. El flujo tenso. Este concepto remite al ensamble sin interrupciones ni fisuras de todas las partes que integran el proceso de producción de un bien o un servicio. Contiene en su esencia el imperativo de la economía de tiempo porque organiza el trabajo en tiempo restringido. En  este punto el modelo es heredero del toyotismo. 2. El trabajo en equipo (team work). Este componente es el complemento necesario del flujo tenso. Consiste en la reorganización del trabajo privilegiando su carácter colectivo. El trabajo en equipo requiere buena disposición para trabajar en grupo y compromiso de los empleados con los objetivos de la tarea. De manera indirecta esto implica estimular el esfuerzo individual dentro del grupo, lo que de algún modo lleva a alimentar la competencia entre quienes lo componen y, al mismo tiempo, supone un control del trabajo sin un controlador directo, porque la ruptura del flujo denuncia la falla en el conjunto. En este sentido, el trabajo en equipo es uno de los pilares de la implicación forzada de los trabajadores asalariados en los objetivos y valores de la empresa. El que no está en sintonía tiene muchas chances de quedar afuera.
Si dejamos de lado el aspecto humorístico de la referencia anterior al programa de Guillermo Francella, los conceptos de implicación forzada y servidumbre voluntaria expresan lo que tiene que hacer el trabajador si quiere conservar el empleo y aspirar a lograr mejores posiciones dentro de la empresa. Los trabajadores deben comprometerse a fondo en su trabajo porque no tienen otra alternativa si quieren conservar su empleo. Lo que predomina en la evaluación del desempeño es el comportamiento del trabajador y su nivel de implicación con los valores de la empresa. En función de eso las remuneraciones se fijan en forma individual, según se cumpla o no con el requisito de la implicación. Al mismo tiempo las remuneraciones se complementan con otros beneficios que no son retribuidos en dinero (concesiones dentro de la jornada laboral, incentivación de la creatividad, promesas de ascensos, generación de cargos, etc.). “Como hay efectivamente compensaciones no salariales para el compromiso en el trabajo, los empleados a menudo se ocupan en labores ingratas y las realizan lo mejor que pueden” (Durand, 24-25).

Referencias bibliográficas

Castel, Robert (1997): Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Buenos Aires, Paidós.
Cohen, Daniel (1998): Riqueza del mundo, pobreza de las naciones. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Durand, Jean-Pierre (2011): La cadena invisible. Flujo tenso y servidumbre voluntaria. México, Fondo de Cultura Económica.

Godio, Julio (2001): Sociología del trabajo y política. Buenos Aires, Editorial Atuel.

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