En los últimos
doscientos cincuenta años la condición laboral de los trabajadores experimentó
varias transformaciones. El concepto de trabajo se instaló en Occidente, desde
mediados del siglo XVIII, como fuerza organizadora de las sociedades a partir
de la revolución industrial. Entre fines del siglo XVIII y principios del siglo
XXI los trabajadores atravesaron por cuatro condiciones que se distinguen
nítidamente una de la otra y cada una con características bien definidas.
i. La condición proletaria
Durante
la primera mitad del siglo XIX las malas condiciones en que la clase obrera
realizaba su labor (largas jornadas de trabajo, bajos salarios y condiciones
laborales deplorables) agudizaron los conflictos y las tensiones con la clase
capitalista. La condición proletaria era una
situación de cuasi exclusión del cuerpo social. El proletariado era un eslabón
esencial en el proceso naciente de la industrialización, pero estaba destinado
a trabajar para reproducirse “acampando en la sociedad pero sin ubicarse en
ella”. Esto significa que, aún teniendo trabajo, en ese entonces no eran considerados
como parte de la sociedad; en otras palabras, estaban excluidos. Bajo
esta condición los trabajadores obtenían una retribución próxima a un ingreso
mínimo que aseguraba sólo la reproducción del trabajador y su familia y no
permitía invertir en el consumo no imprescindible. Al mismo tiempo vivían bajo
una ausencia de garantías legales en la situación de trabajo y dentro un marco
jurídico débil en la relación del trabajador con la empresa. La condición
proletaria, si bien era precaria, estaba un escalón más arriba que la de los
excluidos (mendigos, tullidos, enfermos y ancianos): tener o no tener trabajo
marcaba la diferencia, aunque esa diferencia estuviera trazada por un límite
demasiado delgado.
A
partir de la segunda mitad de ese siglo tendió a mejorar el clima social y el
cuadro de las condiciones de vida de la clase trabajadora. La sindicalización
de los trabajadores junto a la aparición de leyes que regulaban las relaciones
laborales, y el surgimiento de sociedades de socorros mutuos, movimientos
educativos y religiosos, y organizaciones políticas que hicieron posible una
mayor toma de conciencia de sus derechos dieron lugar a la formación de una
clase obrera más moderna y cohesionada. La
relación de la condición obrera con la sociedad encarada como un todo
era, a partir de entonces, más compleja.
ii. la condición obrera
Es probable que no
haya producción cultural más expresiva que el film "Tiempos modernos"
para ilustrar este momento de la situación de los trabajadores. Entre fines del siglo XIX y
el primer tercio del siglo XX se constituyó una nueva condición laboral. La
crisis económica mundial de 1929 acentuó el malestar social entre los
asalariados por el desempleo masivo. Esto derivó en la modificación de las
estrategias de los gobiernos y organizaciones empresarias que se orientaron hacia el keynesianismo.
El lugar de la
condición obrera en la sociedad de la década de 1930 podría caracterizarse como
una relativa integración en la subordinación (Castel, 1997: 348). Esto
significa que los trabajadores ya no estaban excluidos de la sociedad pero
estaban fuertemente subordinados a los sectores dominantes de ésta. Según
Castel (1997: 329-340) la transformación de la condición proletaria en
condición obrera (o, lo que es igual, el pasaje de las condiciones imperantes
al inicio de la revolución industrial hasta el advenimiento del taylorismo y el
fordismo) se produjo a partir del cumplimiento de cinco condiciones:
1. una separación
rígida entre quienes trabajan efectiva y regularmente, y los inactivos o
semiactivos, que están excluidos del mercado de trabajo.
2. la fijación del
trabajador a su puesto de trabajo y la racionalización del proceso de trabajo
en el marco de una “gestión del tiempo precisa, dividida, reglamentada...”
(Castel, 1997: 333). Se aprecia aquí, en esta condición, los aportes del taylorismo.
3. el acceso a
través del salario a nuevas normas de consumo que convertían al obrero en el
propio usuario de la producción en masa. Estamos ya en plena etapa del fordismo.
4. El acceso a la
propiedad social y a los servicios públicos. Los trabajadores (en la Argentina,
específicamente, a partir de 1945) comienzan a tener acceso a bienes colectivos
tales como la salud, la higiene, la vivienda, la educación y el esparcimiento.
5. La inscripción
en un derecho del trabajo que reconocía al trabajador como miembro de un
colectivo dotado de un estatuto social, más allá de la dimensión puramente
individual del contrato de trabajo. Aparecen, al final de este período, las
leyes laborales, las convenciones colectivas y se acrecienta la capacidad
negociadora de los sindicatos, institución en la que, nunca como antes, los
trabajadores adquieren identidad como clase social.
iii. la condición salarial (1945-1975)
A partir del final
de la Segunda Guerra Mundial (1945) y hasta mediados de la década del 70 se
construyó un modelo de sociedad que en el orden laboral dio lugar al
advenimiento de la condición salarial. En este contexto se fundan los sistemas de
relaciones industriales con eje en la negociación colectiva, los pactos
laborales y la seguridad social (Godio, 2001: 156-157).Desde la perspectiva
keynesiana todo lo que pueda contribuir a frenar los despidos será algo
bueno desde el punto de vista de la regulación social. Del mismo modo, todo lo
que ayude a impedir la caída del salario evitará la espiral descendente
hacia el subempleo. Por último, todo lo que se encamine a sostener el poder
adquisitivo de los trabajadores contribuirá al mantenimiento del equilibrio
del sistema (Cohen, 1998: 102).
¿Por qué condición
salarial? Básicamente, por el papel protagónico que cumplió el salario al
funcionar como fuerza impulsora de la dinámica social. Tener un empleo seguro,
trabajar en el sector terciario de la economía, cobrar el sueldo mensualmente,
acceder a un título, o ejercer una profesión dentro de una empresa constituyen
rasgos propios de la sociedad salarial. En
este sentido, también la condición salarial operaba como impulsora del progreso
individual.
En este escenario
tuvo un papel destacado el rol regulador del Estado en tres direcciones
principales: 1. la garantía de una protección social generalizada (los
trabajadores ya no estaban sujetos a las arbitrariedades de los empleadores),
2. el mantenimiento de los grandes equilibrios y el pilotaje de la economía (la
economía e incluso la producción experimentaban diversos grados de
planificación, según la orientación de las políticas implementadas por los cada
gobierno), y 3. la búsqueda de un compromiso entre los diferentes actores en el
proceso de crecimiento (la negociación entre los empresarios y los trabajadores
teniendo al Estado como árbitro, se constituyó en un recurso fundamental para
la convivencia entre las clases sociales e incluso, para el desarrollo y el
crecimiento económico) . En el orden social uno de los mayores logros de la
sociedad salarial fue la integración de los diversos sectores y clases
sociales. Como las brechas no eran tan profundas y la distribución era más
equitativa, las tensiones tendían a resolverse en la mesa de negociaciones.
Otros logros de la sociedad salarial fueron la expansión del consumo masivo, el
acceso de muchos trabajadores a la vivienda propia, y la participación de la
mayoría en la actividad cultural y el goce del tiempo libre (Castel, 1997: 387).
Como consecuencia de estas transformaciones disminuyeron significativamente la
pobreza y la marginalidad.
iv.
De la sociedad salarial a la cadena invisible (las dos últimas décadas del
siglo XX y los inicios del siglo XXI)
En la primera
década del siglo XXI, en el programa de televisión argentina “Poné a Francella”
se emitía un sketch en el que el empleado Sambucetti tenía que
estar dispuesto a hacer lo que su empleadora, la señora de Roble, le exigiera.
Estas exigencias siempre iban más allá de las tareas que eran propias del
trabajo que Sambucetti hacía en la empresa. El empleado tenía que disfrazarse,
hacer lo que ella le pidiera, hasta llegar a los límites de esa exigencia. Al
final, cuando todo terminaba, Sambucetti, con tono de alivio y resignación,
pronunciaba esta frase: “gracias a Dios no perdí el trabajo”.
Con la crisis
económica mundial de mediados de los 70 la sociedad salarial se derrumbó y las
condiciones laborales se estructuraron alrededor del modelo de las competencias que, como resultado produjo una
condición laboral que sujeta con una cadena
invisible y promueve la servidumbre
voluntaria. El modelo de las competencias. sustituye la exigencia de
calificaciones en los trabajadores y se desplaza hacia el requerimiento de
características personales que se añaden a la calificación. Las calificaciones
de un trabajador están compuestas por sus conocimientos sobre la materia en la
que desarrolla sus labores (saber) más sus aptitudes para desempeñarse en el
puesto de trabajo (saber hacer). En conjunto, las calificaciones se
resumen en la fórmula “saber + saber hacer”.
Las competencias, en cambio, se agrupan en el saber ser,
que consiste en adquirir la capacidad de adaptarse a las exigencias de la
empresa, orientar el comportamiento en esa dirección, controlar las actitudes
ante los demás (directivos, colegas, clientes, etc.), poner en evidencia las
aspiraciones y exhibir el deseo de progresar. La competencia, entonces es más
amplia que la calificación, y la incluye. Lo que busca el modelo de la
competencia es, por un lado, asegurar que los trabajadores sean leales a la
empresa y, por otro lado, que ellos hayan internalizado el conjunto de
requerimientos de este proceso de trabajo, que está compuesto por la plena
disposición física, psíquica y temporal del empleado al servicio de la
producción. En este nuevo contexto el empresario no remunera igual a todos los
trabajadores que ocupan el mismo puesto, sino que le paga a cada individuo
según la manera en que se desempeña en el puesto...(Durand, 101).
El modelo de las
competencias en el orden laboral es funcional a los dos principios básicos que
regulan la producción: 1. El flujo tenso. Este concepto remite al
ensamble sin interrupciones ni fisuras de todas las partes que integran el
proceso de producción de un bien o un servicio. Contiene en su esencia el
imperativo de la economía de tiempo
porque organiza el trabajo en tiempo restringido. En este punto el modelo es heredero del toyotismo. 2. El trabajo en equipo (team
work). Este componente es el complemento necesario del flujo tenso.
Consiste en la reorganización del trabajo privilegiando su carácter colectivo.
El trabajo en equipo requiere buena disposición para trabajar en grupo y
compromiso de los empleados con los objetivos de la tarea. De manera indirecta
esto implica estimular el esfuerzo individual dentro del grupo, lo que de algún
modo lleva a alimentar la competencia entre quienes lo componen y, al mismo
tiempo, supone un control del trabajo sin un controlador directo, porque la
ruptura del flujo denuncia la falla en el conjunto. En este sentido, el trabajo
en equipo es uno de los pilares de la implicación forzada de los trabajadores
asalariados en los objetivos y valores de la empresa. El que no está en
sintonía tiene muchas chances de quedar afuera.
Si dejamos de lado
el aspecto humorístico de la referencia anterior al programa de Guillermo
Francella, los conceptos de implicación
forzada y servidumbre voluntaria
expresan lo que tiene que hacer el trabajador si quiere conservar el empleo y
aspirar a lograr mejores posiciones dentro de la empresa. Los trabajadores
deben comprometerse a fondo en su trabajo porque no tienen otra alternativa si
quieren conservar su empleo. Lo que predomina en la evaluación del desempeño es
el comportamiento del trabajador y su nivel de implicación con los valores de la
empresa. En función de eso las remuneraciones se fijan en forma individual,
según se cumpla o no con el requisito de la implicación. Al mismo tiempo las
remuneraciones se complementan con otros beneficios que no son retribuidos en
dinero (concesiones dentro de la jornada laboral, incentivación de la
creatividad, promesas de ascensos, generación de cargos, etc.). “Como hay
efectivamente compensaciones no salariales para el compromiso en el trabajo,
los empleados a menudo se ocupan en labores ingratas y las realizan lo mejor
que pueden” (Durand, 24-25).
Referencias bibliográficas
Castel, Robert
(1997): Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado.
Buenos Aires, Paidós.
Cohen, Daniel
(1998): Riqueza del mundo, pobreza de las naciones. Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica.
Durand,
Jean-Pierre (2011): La cadena invisible. Flujo tenso y servidumbre
voluntaria. México, Fondo de Cultura Económica.
Godio, Julio
(2001): Sociología del trabajo y política. Buenos Aires, Editorial
Atuel.
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