Por deficiencias propias
de las administraciones y oportunismo ajeno de las oposiciones la actividad
política en las democracias contemporáneas exhibe una tendencia hacia la
des-legitimación permanente de los gobiernos elegidos por mayoría. Este proceso se traduce en desconfianza
hacia el sistema político en general, y la democracia en particular y es el
resultado del aprovechamiento por parte de todos los actores del sistema
(gobierno, oposición, movimientos sociales, MMC, corporaciones, etc.) de la
desconfianza de la población en los gobiernos y en las elecciones. El proceso
de deslegitimación se lleva a cabo a través de la puesta en acto de dos grandes
estrategias o recursos:
1. Producción de comunicación
política negativa. Comunicación
política negativa es aquella producida de manera deliberada por un
conjunto de emisores organizados con la finalidad de desinformar, confundir y
escandalizar a los receptores a los que van dirigidos sus mensajes. La
comunicación negativa tiene una usina, dos grandes grupos de voceros, dos
espacios de difusión bien definidos y dos beneficiarios que se excluyen
mutuamente pero son funcionales uno al otro. La usina de la comunicación
negativa es el conjunto de factores de poder que construye estrategias
discursivas (argumentos racionales y/o emocionales) que sostienen sus intereses
sectoriales. Sus voceros son los periodistas y los políticos
parlamentarios (en general, los legisladores). Los espacios sociales privilegiados
donde se expresa la comunicación negativa son los medios de comunicación y el
parlamento. Finalmente los beneficiarios son indistintamente el gobierno
y la oposición, según la dirección en la que se orienta la producción de esta
comunicación.
2.
Formación de contrapoderes. La otra ruta que
conduce a la deslegitimación es la que Pierre Rosanvallón (2007) denomina
contrademocracia y que consiste en la formación y el avance de los
contrapoderes. El fervor por la legitimidad de ejercicio desplaza o minimiza la
importancia de la legitimidad de origen y, al mismo tiempo, impulsa la
formación de contrapoderes. Los contrapoderes despliegan un conjunto de
formas indirectas del ejercicio del poder que se activan en la periferia del
sistema, cuestionan el funcionamiento de las instituciones y son más eficaces
cuanto más las debilitan. Según este autor actúan como una fuerza material de
resistencia práctica a los poderes legitimados sólo por el voto, y se
constituyen en un problema, una sanción y un cuestionamiento a lo instituido.
Los contrapoderes se manifiestan de manera permanente, sin restricciones y se
presentan agrupados en tres grandes conjuntos:
2.1.
Poderes de control. Los poderes de control se presentan en
tres modalidades: Como vigilancia, como denuncia y como calificación.
*
La vigilancia puede ser de dos tipos. Por un lado, la
vigilancia cívica que es una vigilancia directamente política y se
manifiesta por medio de intervenciones en la prensa o en asociaciones (por
ejemplo, sindicatos o cámaras empresarias), haciendo huelgas o peticionando. La
protesta y el llamado de atención son sus expresiones más eficaces. Por otro
lado, la vigilancia de regulación que es indirecta y se caracteriza por
ser evaluativa y crítica de los gobernantes.
* La denuncia
se sostiene en la figura del escándalo y tal vez sea uno de los recursos más
utilizados por los contrapoderes que, por medio de sus voceros, la utilizan
para producir comunicación política negativa. También cumple una función de
agenda y produce un triple efecto: de institución, de moralización (en el
sentido de ausencia de transparencia), y de afectación de la reputación de los
políticos y los gobernantes.
* la
calificación es una especie de evaluación de las administraciones y la
política que pretende documentar y argumentar técnica y cuantitativamente el
desempeño y las acciones de los funcionarios. También, en este caso se vigila o
se pone en juego la reputación, pero ya no de orden moral sino de orden
técnico, de competencia o de idoneidad de los gobernantes.
2.2.
Poderes de sanción y obstrucción. Estos poderes se
organizan en coaliciones que, en conjunto, le dan forma a un poder sustentado
en la capacidad de impedir. Según
Rosanvallón no necesitan ser coherentes, y por eso son frágiles y volátiles (en
nuestro país sobran los ejemplos de “alianzas” construidas para llevar adelante
esos propósitos). Por lo general se expresan en el bando de la oposición y
constituyen “una democracia de rechazo frente a una democracia de proyectos”.
Mantienen una confrontación permanente de vetos e impugnaciones que provienen
de grupos económicos, sociales y políticos, apoyados en una población siempre
dispuesta a favorecer los obstáculos capaces de frenar las acciones de
gobierno.
2.3.
Poderes de enjuiciamiento y judicialización de la política. Se espera de los procesos judiciales lo que no se obtiene en las
elecciones. La democracia del debate y la confrontación le deja su lugar a la
democracia de imputación. Se impone el juicio como procedimiento de puesta a
prueba de los comportamientos. Es una
especie de política de la política (metapolítica) considerada superior a las
elecciones porque produce resultados más tangibles. La judicialización de la
política no busca el ejercicio de la justicia distributiva o de mayor equidad
sino una falsa justicia represiva, de sanción y estigmatización del sistema y
de los políticos vistos como sospechosos y defraudadores voluntarios. Parece
que se condena a las personas, pero se
termina enjuiciando al sistema.
La apropiación
ciudadana de los contrapoderes conduce a devaluar y disminuir el poder legal.
Con estas prácticas y estas estrategias conducen a la des-legitimación de los
gobiernos surgidos del voto popular y, con ello, contribuyen al desencanto
democrático. Al mismo tiempo debilitan
la capacidad de la sociedad de entender la política como un proceso complejo
que debe captarse y entenderse como una
totalidad y no por episodios o eventos
aislados e inconexos. Lo que los contrapoderes ganan en control, obstrucción,
impugnación e imputación lo pierde la sociedad en visibilidad y en legibilidad
del conjunto. Se presta demasiada atención a cada hecho, evento o episodio de
la coyuntura política, económica, educativa o de cualquier otro ámbito, y se
pierde de vista el carácter complejo, sistémico y estructural del
funcionamiento democrático.
Según Rosanvallón
cuando el ejercicio de estos poderes indirectos degenera, se instaura la antipolítica
que no es otra cosa que la tendencia contemporánea a la disolución de lo
político. La antipolítica es la consecuencia patológica del control, la
obstrucción y la sospecha que termina en la estigmatización compulsiva y
permanente de los gobernantes, hasta el punto de constituirlas en fuerza
enemiga, radicalmente exterior a la sociedad. Concibe el poder como una máquina
siniestra de conspirar y complotar. Es un verdadero problema contemporáneo, una
patología de la política de nuestro tiempo:se busca tanto la transparencia
política que se termina abandonando la búsqueda de la construcción de un mundo
común. Se está más atento a la moral y las cualidades de los políticos que a la
búsqueda del bienestar o del interés general. En pocas palabras, la
antipolítica es heredera de un estilo de ridiculización política ilustrado
principalmente por la prensa y los MMC que asumen una perspectiva pesimista y
desilusionada, a partir del ejercicio de la comunicación negativa, que no busca
tanto cambiar el curso de las cosas como disminuir y abuchear a los
funcionarios.
En simultáneo, el
sistema pretende re-legitimar la democracia y el funcionamiento del sistema político apelando
a los valores. Con la prédica de valores el sistema se hace inseguro e
inestable porque a la hora de decidir tiene que optar por opciones concretas y,
muchas veces, contrarias entre sí. Mientras los valores intentan legitimar el
sistema, las decisiones ayudan a acrecentar las tensiones. En este contexto,
para seguir actuando en política hay que incluir en los discursos y
exposiciones, apelaciones a la paz, la libertad, el consenso, el diálogo, etc.,
sabiendo que los problemas que el entorno le plantea al sistema exigen otras
fuentes donde abrevar y otros recursos para funcionar. Esta forma de
legitimación es inconducente porque olvida la separación entre la forma que la
política elige para adoptar soluciones y los problemas estructurales de la
sociedad moderna que no guardan ninguna relación con esos valores. Al hablar de
valores lo que se pretende ocultar es la autorreferencia de la política, el
hecho objetivo de que la política y todos sus actores trabajan para sí mismos.
Se prefiere que no se note que muchos de los valores que se usan para armar el
discurso democrático de la política actual, muchas veces se contradicen entre
sí (paz/justicia, libertad/igualdad). Pero no deja de ser un trabajo
interesante de los políticos hablar siempre sobre valores porque lo que se sabe
es que hablando no se decide. Para decirlo de otro modo, el sistema habla de
valores pero gobierna tomando decisiones concretas. Cuando uno se da cuenta de
todo esto advierte que la diferencia de programas entre partidos es una ficción
con la que hay que contar para que el sistema político siga haciendo su trabajo
y cumpliendo con su función, porque lo que no puede dejar de hacer es seguir
tomando decisiones.
Bibliografía
citada
Rosanvallón, Pierre
(2007): La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza.
Buenos Aires, Ediciones Manantial.
--(2009): La
legitimidad democrática. Imparcialidad, reflexividad, proximidad. Buenos
Aires, Ediciones manantial
Torres Nafarrate, Javier (2004): Luhmann: la
política como sistema. México, fondo de Cultura Económica
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