Osvaldo Dallera

viernes, julio 08, 2016

Deslegitimación y destrucción de la política: comunicación negativa, poderes de control y apelación a los valores

Por deficiencias propias de las administraciones y oportunismo ajeno de las oposiciones la actividad política en las democracias contemporáneas exhibe una tendencia hacia la des-legitimación permanente de los gobiernos elegidos por mayoría.  Este proceso se traduce en desconfianza hacia el sistema político en general, y la democracia en particular y es el resultado del aprovechamiento por parte de todos los actores del sistema (gobierno, oposición, movimientos sociales, MMC, corporaciones, etc.) de la desconfianza de la población en los gobiernos y en las elecciones. El proceso de deslegitimación se lleva a cabo a través de la puesta en acto de dos grandes estrategias o recursos:
1. Producción de comunicación política negativaComunicación política negativa es  aquella producida de manera deliberada por un conjunto de emisores organizados con la finalidad de desinformar, confundir y escandalizar a los receptores a los que van dirigidos sus mensajes. La comunicación negativa tiene una usina, dos grandes grupos de voceros, dos espacios de difusión bien definidos y dos beneficiarios que se excluyen mutuamente pero son funcionales uno al otro. La usina de la comunicación negativa es el conjunto de factores de poder que construye estrategias discursivas (argumentos racionales y/o emocionales) que sostienen sus intereses sectoriales. Sus voceros son los periodistas y los políticos parlamentarios (en general, los legisladores). Los espacios sociales privilegiados donde se expresa la comunicación negativa son los medios de comunicación y el parlamento. Finalmente los beneficiarios son indistintamente el gobierno y la oposición, según la dirección en la que se orienta la producción de esta comunicación.
2. Formación de contrapoderes. La otra ruta que conduce a la deslegitimación es la que Pierre Rosanvallón (2007) denomina contrademocracia y que consiste en la formación y el avance de los contrapoderes. El fervor por la legitimidad de ejercicio desplaza o minimiza la importancia de la legitimidad de origen y, al mismo tiempo, impulsa la formación de contrapoderes. Los contrapoderes despliegan un conjunto de formas indirectas del ejercicio del poder que se activan en la periferia del sistema, cuestionan el funcionamiento de las instituciones y son más eficaces cuanto más las debilitan. Según este autor actúan como una fuerza material de resistencia práctica a los poderes legitimados sólo por el voto, y se constituyen en un problema, una sanción y un cuestionamiento a lo instituido. Los contrapoderes se manifiestan de manera permanente, sin restricciones y se presentan agrupados en tres grandes conjuntos:
2.1. Poderes de control. Los poderes de control se presentan en tres modalidades: Como vigilancia, como denuncia y como calificación.
* La vigilancia puede ser de dos tipos. Por un lado, la vigilancia cívica que es una vigilancia directamente política y se manifiesta por medio de intervenciones en la prensa o en asociaciones (por ejemplo, sindicatos o cámaras empresarias), haciendo huelgas o peticionando. La protesta y el llamado de atención son sus expresiones más eficaces. Por otro lado, la vigilancia de regulación que es indirecta y se caracteriza por ser evaluativa y crítica de los gobernantes.
* La denuncia se sostiene en la figura del escándalo y tal vez sea uno de los recursos más utilizados por los contrapoderes que, por medio de sus voceros, la utilizan para producir comunicación política negativa. También cumple una función de agenda y produce un triple efecto: de institución, de moralización (en el sentido de ausencia de transparencia), y de afectación de la reputación de los políticos y los gobernantes.
* la calificación es una especie de evaluación de las administraciones y la política que pretende documentar y argumentar técnica y cuantitativamente el desempeño y las acciones de los funcionarios. También, en este caso se vigila o se pone en juego la reputación, pero ya no de orden moral sino de orden técnico, de competencia o de idoneidad de los gobernantes.
2.2. Poderes de sanción y obstrucción. Estos poderes se organizan en coaliciones que, en conjunto, le dan forma a un poder sustentado en la capacidad de impedir.  Según Rosanvallón no necesitan ser coherentes, y por eso son frágiles y volátiles (en nuestro país sobran los ejemplos de “alianzas” construidas para llevar adelante esos propósitos). Por lo general se expresan en el bando de la oposición y constituyen “una democracia de rechazo frente a una democracia de proyectos”. Mantienen una confrontación permanente de vetos e impugnaciones que provienen de grupos económicos, sociales y políticos, apoyados en una población siempre dispuesta a favorecer los obstáculos capaces de frenar las acciones de gobierno.
2.3. Poderes de enjuiciamiento y judicialización de la política. Se espera de los procesos judiciales lo que no se obtiene en las elecciones. La democracia del debate y la confrontación le deja su lugar a la democracia de imputación. Se impone el juicio como procedimiento de puesta a prueba de los comportamientos.  Es una especie de política de la política (metapolítica) considerada superior a las elecciones porque produce resultados más tangibles. La judicialización de la política no busca el ejercicio de la justicia distributiva o de mayor equidad sino una falsa justicia represiva, de sanción y estigmatización del sistema y de los políticos vistos como sospechosos y defraudadores voluntarios. Parece que se condena  a las personas, pero se termina enjuiciando al sistema.
La apropiación ciudadana de los contrapoderes conduce a devaluar y disminuir el poder legal. Con estas prácticas y estas estrategias conducen a la des-legitimación de los gobiernos surgidos del voto popular y, con ello, contribuyen al desencanto democrático.  Al mismo tiempo debilitan la capacidad de la sociedad de entender la política como un proceso complejo que debe  captarse y entenderse como una totalidad y no  por episodios o eventos aislados e inconexos. Lo que los contrapoderes ganan en control, obstrucción, impugnación e imputación lo pierde la sociedad en visibilidad y en legibilidad del conjunto. Se presta demasiada atención a cada hecho, evento o episodio de la coyuntura política, económica, educativa o de cualquier otro ámbito, y se pierde de vista el carácter complejo, sistémico y estructural del funcionamiento democrático.
Según Rosanvallón cuando el ejercicio de estos poderes indirectos degenera, se instaura la antipolítica que no es otra cosa que la tendencia contemporánea a la disolución de lo político. La antipolítica es la consecuencia patológica del control, la obstrucción y la sospecha que termina en la estigmatización compulsiva y permanente de los gobernantes, hasta el punto de constituirlas en fuerza enemiga, radicalmente exterior a la sociedad. Concibe el poder como una máquina siniestra de conspirar y complotar. Es un verdadero problema contemporáneo, una patología de la política de nuestro tiempo:se busca tanto la transparencia política que se termina abandonando la búsqueda de la construcción de un mundo común. Se está más atento a la moral y las cualidades de los políticos que a la búsqueda del bienestar o del interés general. En pocas palabras, la antipolítica es heredera de un estilo de ridiculización política ilustrado principalmente por la prensa y los MMC que asumen una perspectiva pesimista y desilusionada, a partir del ejercicio de la comunicación negativa, que no busca tanto cambiar el curso de las cosas como disminuir y abuchear a los funcionarios.
En simultáneo, el sistema pretende re-legitimar la democracia y el  funcionamiento del sistema político apelando a los valores. Con la prédica de valores el sistema se hace inseguro e inestable porque a la hora de decidir tiene que optar por opciones concretas y, muchas veces, contrarias entre sí. Mientras los valores intentan legitimar el sistema, las decisiones ayudan a acrecentar las tensiones. En este contexto, para seguir actuando en política hay que incluir en los discursos y exposiciones, apelaciones a la paz, la libertad, el consenso, el diálogo, etc., sabiendo que los problemas que el entorno le plantea al sistema exigen otras fuentes donde abrevar y otros recursos para funcionar. Esta forma de legitimación es inconducente porque olvida la separación entre la forma que la política elige para adoptar soluciones y los problemas estructurales de la sociedad moderna que no guardan ninguna relación con esos valores. Al hablar de valores lo que se pretende ocultar es la autorreferencia de la política, el hecho objetivo de que la política y todos sus actores trabajan para sí mismos. Se prefiere que no se note que muchos de los valores que se usan para armar el discurso democrático de la política actual, muchas veces se contradicen entre sí (paz/justicia, libertad/igualdad). Pero no deja de ser un trabajo interesante de los políticos hablar siempre sobre valores porque lo que se sabe es que hablando no se decide. Para decirlo de otro modo, el sistema habla de valores pero gobierna tomando decisiones concretas. Cuando uno se da cuenta de todo esto advierte que la diferencia de programas entre partidos es una ficción con la que hay que contar para que el sistema político siga haciendo su trabajo y cumpliendo con su función, porque lo que no puede dejar de hacer es seguir tomando decisiones.

Bibliografía citada

Rosanvallón, Pierre (2007): La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza. Buenos Aires, Ediciones Manantial.
--(2009): La legitimidad democrática. Imparcialidad, reflexividad, proximidad. Buenos Aires, Ediciones manantial

Torres Nafarrate, Javier (2004): Luhmann: la política como sistema. México, fondo de Cultura Económica

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