En los últimos meses en la Argentina
pudo verse una campaña publicitaria gráfica, radial y televisiva del gobierno actual cuyo
remate en cada exhibición es la fórmula "todo es posible juntos". Sin
dudas, otra manera de decir de aquella campaña publicitaria de una
multinacional deportiva que terminaba con la frase "impossible is nothing". En la
gráfica callejera podía verse en primer plano las manos de una persona tomando
agua potable de una canilla comunitaria. En televisión se explica cómo es
posible lograr socialmente desarrollo, crecimiento y hasta autorrealización a
partir del "ambicioso proyecto de
hacer una empanada". Dejamos para otra ocasión comentar la función que
se le asigna en el mismo spot a "los gobernantes que se ocupen de tener
buenas rutas para que no haya pozos", como si la administración de un país se redujera a realizar las tareas de un municipio.
La explicación del orden social (cómo
es posible, cómo se logra) fue desde siempre uno de los principales problemas
en el estudio de la sociedad. En la campaña puede verse toda una "estrategia de época" utilizada para
explicar cómo el orden social vigente construye una imagen de inclusión que les
permite a los que están afuera observarse como si estuvieran adentro. El
constructivismo sistémico, para explicar el orden social, parte de la
distinción inclusión/exclusión. Para
esta corriente teórica la sociedad moderna como un todo está compuesta por
sistemas sociales parciales tales como el sistema político, el sistema económico, el sistema jurídico, el
sistema educativo, el sistema sanitario, etc. En una sociedad con estas
características los individuos están incluidos en (o quedan excluidos de) los
sistemas sociales parciales, es decir, están adentro o no del sistema
económico, del sistema político, del sistema jurídico, del sistema sanitario,
del sistema educativo, etc. Sin embargo, nadie puede quedar excluido totalmente de la sociedad
porque su elemento constituyente es la comunicación: con el lenguaje en la interacción, con el dinero en el sistema económico, con el poder en el sistema político, con las calificaciones en el sistema escolar, etc. Cada sistema parcial tiene su medio de comunicación simbólicamente generalizado y dentro de ellos quienes están incluidos usan esos medios para producir comunicación. Como dice Luhmann, para
hacer que alguien quede afuera de la sociedad hay que impedirle que se
comunique (él dice "habría que matarlo") porque, de otra manera,
siempre es posible para cualquiera comunicarse de alguna forma o dentro de
algún intercambio social. Los excluidos también se comunican, aunque sea entre
ellos.
La exclusión de los sistemas parciales
funciona para los excluidos de manera mutuamente condicionante. El que no está
incluido en un sistema tiene altas posibilidades de ser excluido de los otros.
Si lo quisiéramos decir en términos de la sociología de Pierre Bourdieu,
diríamos que las posiciones que cada
uno ocupa en un campo social determinan también la posición en los demás campos
(y, por supuesto, condicionan las posesiones
y las disposiciones de sus
ocupantes). Ya lo sabemos: el que no tiene dinero no puede pagar, el que no fue a la escuela tendrá dificultades en el mercado laboral, el que no trabaja queda afuera del sistema de obras sociales, etc.
En nuestra sociedad la relación
inclusión/exclusión se vuelve inestable. La condición de incluido no se
adquiere de una vez y para siempre y, por lo tanto, hay que revalidarla a cada
momento. Para los que están incluidos “rendir examen todos los días” forma
parte de su existencia cotidiana. Nadie tiene asignada una posición sólida y
concreta dentro de la sociedad. Más bien los individuos reúnen o no las
condiciones para poder participar de la comunicación interna de cada sistema
parcial: pueden o no pueden pagar; están en condiciones, o no, de litigar
jurídicamente; tienen o no tienen acceso a la salud, transitan o no por el
sistema educativo.
La condición de excluido, por el
contrario, es más estable y, en ese sentido, más “integrada”. El problema es
que al no tener acceso a un sistema social, este condicionamiento refuerza la
situación o la imposibilidad de acceder a los demás. La integración es mucho más fuerte,
estable y duradera “abajo” que “arriba”, “afuera” que “adentro”. Para los
excluidos cambiar de situación se hace muy difícil.
En este contexto, la sociedad oculta la exclusión de dos maneras. Por un lado, oculta
el problema de la exclusión como problema estructural y lo considera un
problema residual, como "el descarte" de un orden que, pese a ese
remanente, funciona. Por otro lado, al hacer solamente visible a los incluidos,
oculta a los excluidos porque no aparecen dentro de los sistemas y los arroja
del lado de afuera.
Además nuestra sociedad se exculpa de la responsabilidad de generar
excluidos y transforma su existencia en un problema que es de ellos. Al hacer
responsables a los individuos de su propia condición, la sociedad se libera de
la “culpa” de ser como es en cuanto a este problema que, en todo caso, no es
“su” problema, sino que es el problema de los que lo padecen.
Por último, la forma en que la
sociedad presenta el problema de la exclusión en sus propias comunicaciones
lleva adosado el lamento cínico por
una condición que en el fondo le gustaría resolver pero que, como no es un
problema de ella, deposita en el futuro y en las propias posibilidades de
transformación de los excluidos. Ocultamiento, exculpación y lamento: tres
bonitas formas sociales de presentar y abordar el problema de la exclusión cada
vez que nuestra sociedad se describe a sí misma.
También nuestra sociedad supo crear
las denominaciones correspondientes para designar a sus incluidos y excluidos. Ganadores
y perdedores son los nombres con los que se designa a los que quedan adentro
del círculo de los incluidos y a los que
se quedan afuera, respectivamente. La denominación se vuelve oportuna para
expresar el funcionamiento competitivo de la sociedad entendida como un juego
en el que prevalecen, como siempre, los que están mejor preparados para
jugarlo.
Según
Scott Lash[i]
estar mejor entrenados para jugar el juego posmoderno es poseer las capacidades,
habilidades y recursos necesarios para intervenir en los procesos de desarrollo
de comunicación e información (C + I) tanto dentro del circuito productivo como
en los dominios de la participación cultural. Según este autor, en conjunto,
los perdedores constituyen una subclase que tiene una "movilidad
descendente estructural" (Lash, S: 161) y carecen de posibilidades de inclusión en
los circuitos de información y comunicación.
El
estatus de ganador o perdedor desarrolla, según Sloterdijk[ii],
un "sistema de comportamiento, habla y organización domesticados"; un
"habitus", diría Bourdieu. En el caso de los ganadores se fortalecen
las cualidades que conducen al éxito. Los perdedores se dividen en dos grupos:
los "buenos perdedores" y los "malos perdedores". Los
buenos perdedores reflexionan sobre las causas de su derrota y piensan cómo
revertir su situación. En la última temporada de la serie "Orange is the new Black", una reclusa a punto de recuperar su libertad piensa en ponerse un salón de manicura cuando salga porque, según ella reconoce a instancias de un señalamiento de una compañera de prisión, pintar(se) las uñas es lo único que sabe hacer. Si supiera, haría empanadas. A los malos perdedores
los invade el espíritu de revancha y el resentimiento. Por supuesto, en
el espíritu de los perdedores (sobre todo en el de los buenos) anida el legado
del cristianismo: la esperanza en que un día las cosas podrán ser de otro modo. Con ese sentimiento se instalan entre la resignación, el resentimiento y el deseo de venganza
(muchas veces contenido). La esperanza, al fin y al cabo, es "lo último
que se pierde".
Pero si algo les faltaba a los perdedores era, sobre el final del
siglo pasado, enterarse de que la esperanza en el socialismo también había
resultado un fiasco. Como dice Sloterdijk [iii], "hay que establecer nuevos estándares para la época posterior a los radicalismos de la ilusión de izquierdas".
Entonces,
desde las usinas de producción de nuevas recetas para tratar lo incurable se diseñaron
medicinas que buscan hacer más tolerable el mal trance. Si no se puede ganar, entonces
la vida no es más que una "pasión inútil" y lo que más conviene, en
ese caso, es hacer de la necesidad, virtud. En la combinación de retirarse del
juego y aceptar el propio destino disfrazado de dignidad se construye el
esquema de comportamiento perdedor posmoderno "como introducción al
fracaso con la cabeza alta".
Los
componentes de esos placebos son, básicamente, el abandono de los entusiasmos
políticos, la aceptación del desempleo
con alegría (siempre se puede contar con la ilusión o la fantasía de encarar un
pequeño emprendimiento). Por eso, hay que completar la felicidad de estar como
se está con el mantenimiento de expectativas mínimas con vistas a no deprimirse
si lo que llega es la decepción. Por supuesto, también hay lugar para una
redefinición de los ganadores en el esquema conceptual perdedor, que incluye
entre sus valores más destacados su voluntad de poder, su carácter emprendedor
y, por sobre todo, su osadía para hacer frente a los riesgos. En la imagen de
los perdedores, para los ganadores, "impossible is nothing".
En resumen, desde hace ya varias
décadas los perdedores, sin que lo hayan entendido del todo (según la perspectiva de los ganadores), se tienen que
ayudar a sí mismos, y para eso la sociedad les inventó la autoayuda: conjunto
de fórmulas que se perfilan a más corto o largo plazo como un nuevo sistema
cuya función parecería ser la de ir en auxilio no de los propios perdedores,
sino de los demás sistemas, lo que equivale a decir: la sociedad fabricó a los
perdedores y, también, la fórmula de hacerlos pasar adentro mientras siguen
estando afuera.
[i] Lash, Scott: "La reflexividad y sus dobles: estructura, estética
y comunidad", en: Beck, U.; Giddens, A.; y Lash, S. (1997): Modernización reflexiva. Política, tradición
y estética en el orden social moderno. Madrid, Alianza Universidad, páginas
159 y siguientes.
[ii] Sloterdijk, Peter (2004): Esferas III. Versión digital, página 295
[iii] idem, página 296
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