Osvaldo Dallera

domingo, junio 12, 2016

El Capitalismo de nuestros días explicado para Facebook

Si democracia es el nombre que el sistema político se da a sí mismo en la actualidad, capitalismo es el nombre con el que el sistema económico moderno se auto-describe por lo menos, desde mediados del siglo XVIII. Como dice Brown (2010, pág.53) el capitalismo es el más robusto de los dos mellizos y supo reducir la democracia a una marca cuya imagen se vende separada de su contenido real. 
El capitalismo es el régimen económico dentro del cual el capital junto con el trabajo son los principales factores de producción. Según Piketty “el capital se define como el conjunto de los activos no humanos que pueden ser poseídos e intercambiados en un mercado. El capital incluye sobre todo el capital inmobiliario (inmuebles, casas), y el capital financiero y profesional (edificios, equipos, máquinas, patentes, etc.) utilizado por las empresas y las agencias gubernamentales”. (Piketty, 60) “... reúne pues todas las formas de riqueza que, a priori, pueden ser poseídas por individuos (o grupos de individuos) y transmitidas o intercambiadas en un mercado de modo permanente. En la práctica el capital puede pertenecer ya sea a individuos privados (se habla entonces de capital privado), o bien al Estado o a la administración pública (capital público). El capital no es un concepto inmutable: refleja el estado de desarrollo y las relaciones sociales que rigen a una sociedad dada (Piketty, 61) El capital cumple dos grandes funciones económicas. por un lado funciona como reserva de valor y, por otro, lado, como factor de producción.
El capitalismo es un régimen de acumulación. El capital en su origen es el resultado de un proceso de acumulación de dinero, luego diversificado en distintas clases de bienes que en conjunto definen el patrimonio que en general está en manos de empresas, organizaciones, gobiernos y capitalistas individuales. Desde una perspectiva estrictamente económica, esta acumulación de capital adquiere dos formas. 
Por un lado adquiere la forma económica de bienes producidos que sirven para producir otros bienes. El capital, en este caso, se acumula como medios de producción. Desde los inicios de la modernidad, en el proceso de producción, el capital acumulado se transforma en capital industrial, compuesto por capital fijo (edificios, maquinarias, campos, etc.) y capital circulante (materias primas, energía salarios, etc.). En este proceso el endeudamiento es funcional a la estrategia de las empresas de aumentar su capital fijo a través de la obtención de préstamos en el mercado financiero. Por otro lado, el capital puede acumularse como capital financiero, es decir, como dinero que se sustrae al circuito productivo y se coloca en mercados que ofrecen a cambio una renta bajo distintas condiciones de riesgo. En ambos casos la función del capital es producir un excedente.  En función de esta distinción dentro del capitalismo contemporáneo podemos reconocer dos grandes tipos de capital.
a. El capital productivo. Esta forma de capital se utiliza de manera predominante dentro de la economía real. La economía real es la que sostiene su dinámica en la producción, es decir, en un entorno en el que intervienen empresas que producen bienes que venden en el mercado, que contrata gente para que trabaje en sus proyectos productivos y que saben que lo que vale su empresa depende de las ganancias que es capaz de obtener por lo que en definitiva vende en el mercado de consumo de bienes y servicios. Estas empresas, y por lo tanto la economía real, necesitan tiempo y dinero para llevar adelante sus proyectos productivos. En los últimos setenta años, dentro del esquema de la economía real, el capitalismo se expandió durante el período comprendido entre fines de la segunda guerra mundial y mediados de la década de los años setenta. En ese lapso generó expectativas orientadas al logro de metas tales como el pleno empleo, mejoras en las condiciones de trabajo y seguridad social, la inserción de grandes masas de la población occidental en el consumo y, en líneas generales, el mejoramiento colectivo de la calidad de vida. El fordismo apareció en los inicios de la segunda mitad del siglo XX  como un régimen de acumulación excepcional en términos de rapidez y estabilidad del crecimiento y del progreso del nivel de vida. Este régimen de acumulación con predominio de la producción permitió conciliar alto nivel y estabilidad de la ganancias para el capital, con un progreso del ingreso de los asalariados. Fue capaz de conjugar el dinamismo del sector privado con la amplitud de las intervenciones públicas. Finalmente combinó eficacia dinámica en los procesos de producción con moderación de las desigualdades.
b. El capital financiero es el protagonista dentro del régimen de acumulación vigente desde la crisis del modelo anterior hasta nuestros días. Esta forma de capital dio lugar al régimen de acumulación con predominio financiero que fue el resultado de la confluencia de tres factores: 
1. el agotamiento del régimen anterior  a partir del estancamiento de la producción y el aumento de la inflación; 
2. la entrada de los avances tecnológicos y los medios masivos de comunicación sobre la economía y sobre los procesos industriales, y 
3. la adopción deliberada de políticas tales como la liberalización de la economía, la desregulación de los mercados y la privatización del patrimonio del Estado. 
El objetivo de este nuevo régimen fue aumentar el valor del capital financiero en todas aquellas plazas que estuvieran en condiciones de sostener un mercado con capacidad para recibir inversiones extranjeras. Dentro de este nuevo régimen de acumulación los mercados financieros buscaron disminuir la importancia de la actividad económica centrada en la producción y aumentar el valor de aquellas operaciones centradas en las transacciones financieras. Las políticas económicas que impulsaban la regulación y la intervención del Estado en la economía y la negociación entre el capital y el trabajo que caracterizaron al régimen anterior fueron sustituidas por políticas de corte liberal que minimizaron el rol del Estado y potenciaron la autonomía de los mercados. En este régimen el dinero proveniente del ahorro se transforma en capital financiero y se concentra en manos de sociedades especializadas en operaciones de inversión, instituciones financieras y los mercados de títulos. A través de los mercados de obligaciones públicas y privadas, la gestión del ahorro se convierte en una poderosa herramienta para la acumulación y centralización financieras. A partir de ahí contribuye a la distorsión de las relaciones económicas y políticas entre el capital y el trabajo. Se establecen, entonces, ventajas decisivas para el capital reforzando su “financiarización” y el peso de la inversión y de los mercados financieros. 
En este contexto cobra impulso la formación de capital especulativo y el privilegio de la especulación como modalidad de generación de renta en lugar de los beneficios que provienen de la producción dentro de la economía real.  Estas innovaciones transformaron la manera de hacer negocios y de intervenir en las relaciones comerciales en la medida que las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TICs) permitieron realizar transacciones más rápidas y con mayor alcance.  En pocas palabras, estos cambios hicieron posible superar limitaciones de tiempo y de espacio. Dentro de este marco los trabajadores tuvieron que aprender y adecuarse constantemente a las cambiantes condiciones de la producción y del mercado. Esto les exigió una enorme capacidad de adaptación personal y una permanente vinculación con ofertas de capacitación.
Para terminar hay que decir que el régimen de acumulación con predominio financiero se impuso también a los Estados. Por un lado, la globalización financiera puso en competencia a los Estados por el acceso a los financiamientos, y esto trajo conflictos y desequilibrios de considerable magnitud. Podemos mencionar dos. Uno de ellos tiene que ver con el poderío de los protagonistas de las altas finanzas internacionales (fondo de pensión, fondos mutualistas y bancos, capitales de riesgo), que son los que concentran la oferta de capitales y poseen los medios para (intentar) imponerles sus reglas a los gobiernos de turno. El ejemplo del conflicto de Argentina con los holdouts, (“fondos buitres”), resulta un testimonio cabal de esta estrategia de imposición. Por otro lado, la magnitud de los capitales especulativos y la cantidad de operaciones que llevan a cabo diariamente ponen en jaque la capacidad de resistencia de cualquier país ante una oleada especulativa. Como dice Dominique Plihon (84-85), “ Ningún país puede resistir una ola especulativa fundada en un desafío a su política. A fin de escapar a la “sanción” de los mercados, las políticas macroeconómicas nacionales en lo sucesivo se subordinan a los imperativos de las finanzas internacionales.... Los bancos centrales, que han llegado a ser independientes del poder político, quedan de facto bajo la dependencia de los mercados financieros y de la presión de las grandes corporaciones”.
El siglo XXI comenzó con la consolidación de la subordinación de la economía real y de los Estados al poderío del capital financiero. Sobre la base del régimen de acumulación con predominio de esta forma de capital se consolidaron tres características estructurales de la nueva configuración del capitalismo: la propensión al riesgo, la informalidad y las prácticas económicas criminales.

Bibliografía citada:

Brown, Wendy: "hoy en día, somos todos democráticos" en: AAVV (2010): Democracia, ¿en qué Estado? Buenos Aires, Prometeo Libros.
Piketty, Thomas (2014): El capital en el siglo XXI. Ciudad de Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
Plihon, Dominique (2003): El nuevo capitalismo. México. Editorial siglo XXI



Transformaciones estructurales en la política y la economía posmodernas

El carácter autorreferente, auto-reproductivo y operacionalmente cerrado de los sistemas sociales permite comprender las transformaciones producidas desde el inicio de la modernidad tardía, segunda modernidad o posmodernidad (digamos desde el último cuarto del siglo XX) en la política y la economía.
Tanto el sistema político como el sistema económico moderno se auto-reproducen a partir de sus propias operaciones. En el caso de la política la operación que le es propia es la comunicación de decisiones colectívamente vinculantes, por lo general emanadas desde el gobierno. Esas decisiones generan dentro del sistema político otro tipo de comunicaciones (debates, protestas, denuncias, etc.) propias de los otros actores del sistema (legisladores, movimientos sociales, oposición, medios masivos de comunicación, etc.) que dan lugar a la toma de nuevas decisiones que renuevan el ciclo de comunicación política y de esa manera dinamizan el sistema cerrándolo sobre sí mismo y haciéndolo autorreferente. Esto último significa que, como resultado de esa manera de funcionar, el sistema, en vez de operar teniendo en cuenta lo que pasa en su entorno, es decir, afuera de la política, termina por referirse a sí mismo con cada una de sus operaciones. Lo que el sistema político necesita es que haya siempre comunicación interna entre los actores del sistema y no, como se supone, que resuelva problemas que forman parte de su entorno externo. Al estar tan ocupado en ese aspecto, el sistema deja de lado los problemas verdaderos de la sociedad (los problemas económicos, los problemas educativos, los problemas ecológicos, etc.). Los problemas pueden esperar mientras la política produce comunicación para seguir hablando sobre ellos. Con la misma lógica, el sistema económico se auto-reproduce mediante la producción continua e interminable de elementos del sistema (pagos) a través de su medio de comunicación específico: el dinero. Al constituirse los pagos en el elemento insustituible para que el sistema mantenga su continuidad, deja de tener importancia el valor de lo que se está pagando, los problemas y tribulaciones de la gente, o las dificultades por las que atraviesan la educación, la salud, el mercado inmobiliario, etc.
Ahora bien, ni las decisiones vinculantes ni los pagos llevan consigo alguna carga moral, ni siempre responden a coerciones normativas que los incline a operar sólo con el lado bueno o legal de las operaciones. Por eso hay que admitir que adentro de los sistemas todo puede pasar, aún lo que desde afuera de ellos pueda evaluarse como malo, negativo inmoral o ilegal. A pesar de lo que a todos nos gustaría, las decisiones seguirán siendo lo que son a pesar de que con ellas puedan buscarse efectos que beneficien deliberadamente a unos en perjuicio de otros, y los pagos seguirán siendo pagos con independencia del "valor" moral o legal de la contraprestación recibida. Atentos a esto, deberíamos considerar con mayor atención las tres grandes transformaciones, entre otras de menor impacto que se produjeron en la política y la economía en los tiempos de la modernidad tardía:

1. la propensión al riesgo

Una de las características de las decisiones políticas es la imposibilidad de prever sus efectos. Por un lado esa característica estructuró el espacio social alrededor del eje del riesgo e hizo que fuera un espacio evaluado en términos de seguro/inseguro. La contrapartida del riesgo que se asume en cada decisión es la búsqueda de seguridad que se pretende alcanzar y que nunca termina de concretarse. Por otro lado, ordenó a los actores sociales alrededor del eje que define su ubicación en relación con la toma de decisiones y los dividió en decisores y afectados. Lo distintivo del sistema político actual es que se politizan los riesgos que los decisores toman en nombre de los afectados. En este nuevo contexto se pone en marcha el circuito de la política moderna: ante una situación conflictiva o riesgosa los decisores toman decisiones que afectan a los demás. Los afectados le piden a la política que enderece el rumbo, ante los posibles desastres que pueden acarrear esas decisiones. Conciliar la posición y los intereses de los decisores y los afectados requiere que los decisores acepten que trabajan o hacen su trabajo en situaciones bajo riesgo permanentes y los afectados asuman que ya no es posible reclamar vivir en situaciones bajo seguridad. En un contexto de este tipo, se invoca el diálogo que ahora significa aceptar el riesgo, contar con que el otro entiende las condiciones del caso y flexibilizar las posiciones para reformular las exigencias y los argumentos. En nuestro tiempo, a todo este juego, a toda esta representación se la llama Democracia.
Los riesgos económicos se definen por las diferencias de tiempo y velocidad en la utilización y circulación del dinero. Son riesgos de futuro. Estos riesgos nacen de la posibilidad de que los proyectos que las empresas elaboran para llevar adelante sus negocios no salgan como esperaban. En este sentido los riesgos están relacionados con la inversión y el crédito. La inversión puede que no dé los resultados que se esperaban y entonces las deudas contraídas no se puedan pagar. Esta posibilidad hace que los proyectos lleven consigo una cuota de incertidumbre. Lo que ocurre es que las incertidumbres no tienen un valor. Por eso, las empresas tienen que ponerle alguno a sus incertidumbres y eso significa transformarlas en un riesgo calculable. Una vez que el riesgo tiene un “valor”, entonces es posible comercializarlo en los mercados financieros donde se negocian esa clase de productos. Esa reformulación se impuso de dos maneras: una para los grandes inversores y otra para la gente de menores recursos. Las grandes empresas trasladaron su predisposición al riesgo de la economía de producción al mercado financiero y de acciones. Dentro de ese mercado intervienen operadores que compran y venden los riesgos asegurados con la expectativa de que en el futuro sean menos los riesgos que se concreten y más los que no tengan su peor desenlace. Se genera así un “mercado secundario de riesgos”, dentro del cual un primer comprador le vende a otro, y este a un tercero, y así sucesivamente aquellos riesgos asegurados originalmente, pero distorsionando en cada operación el precio de venta incorporándole las creencias del vendedor respecto de la posibilidad de que ese riesgo se materialice. Las condiciones económicas instauradas en el último cuarto del siglo XX también se volvieron propicias para reformular la estructura del sistema económico en función de la nueva realidad de los sectores populares. Junto con el surgimiento de los mercados derivados y futuros para los más ricos, se instaló con fuerza una forma de riesgo consistente en el crecimiento de los mercados de crédito para gente de medianos y bajos ingresos. El mejor ejemplo de esto es la expansión del uso de tarjetas de crédito en todos los segmentos de la población.

2. la estabilización de la informalidad

La comunicación política (el incremento de decisiones que, por sus efectos exigen tomar nuevas decisiones) y la comunicación económica (interminable cadena de pagos que permiten y reclaman la realización de otros pagos) aumentan la complejidad de los dos sistemas. La informalidad es, en un principio, un instrumento de simplificación o de reducción de complejidad. En su evolución se incorpora como un "mal necesario" de ambos sistemas que al normalizarse, naturalizarse y generalizarse pasa a formar parte de sus respectivas estructuras. La estabilización de la informalidad confronta con el cuerpo normativo e institucional que regula el funcionamiento legal de los dos sistemas y termina por convertirse en un subsistema dentro de la política y la economía. Dicho de otro modo la informalidad deja de ser un desvío y se convierte en un componente normal del funcionamiento político y económico.
Frente a la política formal que está orientada por reglas y por instituciones legítimamente constituidas, se posiciona la política informal que, por definición, es modificadora de reglas y “evitadora” de los caminos institucionales. La política informal se define por la cercanía y frecuencia de los contactos entre funcionarios y actores que no forman parte del núcleo sistema político (sobre todo los MMC y las corporaciones), pero que tienen influencia sobre él desde el lugar que ocupan en la periferia. Los contactos se vuelven decisivos para llevar adelante esas “prácticas de anticipación” propias del ejercicio del poder.
La corrupción política presenta una dimensión coyuntural definida por el logro inmediato de un beneficio de pequeña escala o pasajero (como contraprestación de una remuneración clandestina y del momento), y otra dimensión estructural definida por la permanencia de relaciones recíprocas entre empresas, partidos políticos e instituciones del Estado. El eslabón que une la corrupción con las instituciones del Estado y de los gobiernos es el funcionario público. El funcionario público corrupto es el que abre la puerta de las instituciones públicas al cliente que, en gran escala y de forma corporativa con otros grandes beneficiarios, pueden terminar apropiándose del Estado. Y una de las llaves principales para abrir esa puerta es el soborno, uno de los mecanismos principales de la corrupción.
La liberalización y desregulación de los mercados (tanto de bienes y servicios como de dinero) le abrió las puertas de la economía a la informalidad integrada por actividades que generan ingresos fuera del marco regulatorio del Estado y tienen similitudes con las que se llevan a cabo dentro de la economía formal. Aquellas transformaciones posicionaron a la informalidad como un componente más de la estructura del sistema económico contemporáneo. La informalidad, dentro del sistema económico presenta dos vertientes estrechamente entrelazadas:
a. La informalidad económica propiamente dicha es la que procede de la producción de bienes y servicios por afuera de los mecanismos de regulación legal y fiscal por parte del Estado y la consecuente comercialización de esa producción en el mercado negro, pero también en el mercado legal. Por eso las economías formal e informal están entrelazadas. Empresas que operan en la economía formal compran, venden y contratan en la economía informal. Por lo tanto, la informalización de la economía no queda circunscrita a un tipo de actividad (aunque es cierto que algunas, como la textil o la construcción son las que más utilizan esta vía); tampoco está compuesta por un grupo de sectores específicos, ni es sólo una actividad estratégica de supervivencia de los sectores más humildes. Más bien lo que la define es la transgresión de los límites impuestos desde la regulación del Estado.
b. La informalidad financiera es el complemento necesario de la informalidad económica. Como sabemos, el dinero se usa para comprar y vender bienes y servicios, contratar  mano de obra y pagar deudas. Sin embargo, distintos dineros están en relación con distintos mercados. El dinero legal circula en los mercados legales y en la mayor parte de los circuitos que integran la economía formal (la economía formal, como vimos, también se entrecruza con la informal). El dinero informal es el que circula en el mercado negro de dinero y, una variante de éste, es el dinero sucio que está en relación con mercados criminales e ilegales.

3. la expansión del crimen organizado en la estructura de los dos sistemas.

La criminalización del sistema político es el resultado del vínculo que existe entre los políticos (desde funcionarios de los gobiernos pasando por los legisladores hasta llegar a la oposición) y las organizaciones mafiosas. En general, la organización mafiosa trata de no confrontar con la política. La lógica que guía sus relaciones con el Estado es “vivir y dejar vivir”. Por eso, la relación con los políticos es, además de esencial, una relación de cercanía.
Las organizaciones mafiosas se constituyen en actores que operan en la periferia de la política, desde el mundo configurado dentro del subsistema económico. Con esto buscan la privatización del poder. Un rasgo que las identifica es la privatización de la violencia, y el efecto inmediato de la puesta en vigencia de este aspecto es la progresiva disolución del monopolio de la violencia pública legítima del Estado. El otro rasgo decisivo de estas organizaciones es el control de recursos financieros y votos con los cuales construyen sus propios medios de expresión de sus intereses, convirtiéndose así en grupos de presión político y económico con representación social. La relación de la política con las organizaciones mafiosas se instala dentro de un régimen que funciona sobre la base del trueque y el intercambio de favores. Sus demandas son: 1.Privilegios ilícitos (autorizaciones, adjudicaciones, subvenciones), 2. Benevolencia policial y judicial (en relación con investigaciones y sobreseimientos). Las organizaciones mafiosas recompensan estos favores con dinero y votos, criminalizando el sistema político.
La preferencia de las organizaciones mafiosas por la democracia es evaluada en términos de escenario fértil para los negocios, sobre todo por la libertad de empresa, sus rasgos procedimentales y las garantías procesales. Por eso, las democracias débiles son funcionales y propicias a la inserción mafiosa en el sistema político, porque les permite libertad de acción (civil y comercial) y les ofrece garantías (presunción de inocencia, etc.). Además, la represión legal a las organizaciones mafiosas es más efectista, “para la foto”, que real. Dentro de las democracias, también las elecciones son funcionales a estas organizaciones, porque son proclives a la manipulación: La ingenuidad democrática se aferra a la consigna según la cual el voto es la mejor manera de solucionar problemas políticos. Sin embargo, la aceptación de esta realidad requiere aceptar el costo que supone mantener viva la relación entre expansión de la apertura democrática y permeabilidad favorable al ingreso del crimen organizado en el orden global moderno. Esta relación termina en una paradoja tan visible como inquietante: el divorcio entre democracia y legalidad.
La economía basada en el crimen organizado presenta, en primer lugar, un conjunto de rubros o contenidos específicos: drogas, copias piratas, depredación de recursos naturales, lavado de dinero, guerras (comprende el tráfico y negocio de armas). Sin embargo, con independencia del rubro al que estén destinados los esfuerzos de los beneficiarios, lo que tienen en común todos estos actores es la obtención de logros económicos de gran escala. Para eso, en segundo término, tienen que hacer inversiones en infraestructura y logística. Con este paso lo que logran es instalar una economía paralela que, por falta de regulación, se integra al mercado mediante la oferta de bienes producidos ilegalmente, que circulan ilegalmente. Una vez instalados construyen una red de información, mercancías, dinero y personas que se manejan desde otros centros ubicados fuera de su espacio operativo. En esta instancia se hacen necesarios recursos y operadores que oficien como "puentes" entre lo ilegal y lo legal. Por ejemplo, en la tarea de lavar dinero son necesarias entidades financieras que funcionen en forma paralela a la economía formal, que tengan muy buenos vínculos con este sector y que estén especializadas en transferir dinero sucio de los países con mejores controles a los centros off shores que no exigen certificados de origen y no preguntan demasiado por la procedencia y el destino de los fondos. Para terminar, conviene recordar cuál es el circuito que recorren las prácticas económicas criminales y cuáles son los pasos que en un camino de doble vía, llevan de la economía ilegal/informal a la legal/formal: 1. asignación sucia de valor a productos que no pueden comercializarse dentro de la economía formal;  2. producción de mercancías ilegales;  3. realización de negocios dentro de la economía informal; 4. generación de dinero sucio; 5. lavado de dinero.


En resumen, Es imposible entender el funcionamiento de la política y la economía contemporáneas si no se asume que los riesgos, la informalidad y la criminalidad ya no pueden ser tomadas como desvíos, anomalías o patologías de un supuesto funcionamiento "normal", sino que esos programas pasaron a ser parte constitutiva de la nueva estructura funcional de esos dos sistemas sociales. Cada una de esas formas de operar se consolidaron como elementos estables de la dinámica política y económica de la época y ya no se las puede abordar como prácticas nocivas que hay que erradicar. Llama la atención que en los debates de la época este aspecto no ocupe el centro de los análisis ni las preocupaciones más inmediatas de políticos y economistas aun cuando, por supuesto, se mencionan, pero como “defectos” que hay que corregir, sin aceptar que al incorporarse a la estructura de la política y la economía ninguno de estos sistemas puede volver a ser lo que era.

martes, junio 07, 2016

Ganadores y perdedores del siglo XXI

En los últimos meses en la Argentina pudo verse una campaña publicitaria gráfica, radial y televisiva del gobierno actual cuyo remate en cada exhibición es la fórmula "todo es posible juntos". Sin dudas, otra manera de decir de aquella campaña publicitaria de una multinacional deportiva que terminaba con la frase "impossible is nothing". En la gráfica callejera podía verse en primer plano las manos de una persona tomando agua potable de una canilla comunitaria. En televisión se explica cómo es posible lograr socialmente desarrollo, crecimiento y hasta autorrealización a partir del "ambicioso proyecto de hacer una empanada". Dejamos para otra ocasión comentar la función que se le asigna en el mismo spot a "los gobernantes que se ocupen de tener buenas rutas para que no haya pozos", como si la administración de un país se redujera a realizar las tareas de un municipio.
La explicación del orden social (cómo es posible, cómo se logra) fue desde siempre uno de los principales problemas en el estudio de la sociedad. En la campaña puede verse toda una  "estrategia de época" utilizada para explicar cómo el orden social vigente construye una imagen de inclusión que les permite a los que están afuera observarse como si estuvieran adentro. El constructivismo sistémico, para explicar el orden social, parte de la distinción inclusión/exclusión. Para esta corriente teórica la sociedad moderna como un todo está compuesta por sistemas sociales parciales tales como el sistema político, el sistema económico, el sistema jurídico, el sistema educativo, el sistema sanitario, etc. En una sociedad con estas características los individuos están incluidos en (o quedan excluidos de) los sistemas sociales parciales, es decir, están adentro o no del sistema económico, del sistema político, del sistema jurídico, del sistema sanitario, del sistema educativo, etc. Sin embargo, nadie puede quedar excluido totalmente de la sociedad porque su elemento constituyente es la comunicación: con el lenguaje en la interacción, con el dinero en el sistema económico, con el poder en el sistema político, con las calificaciones en el sistema escolar, etc. Cada sistema parcial tiene su medio de comunicación simbólicamente generalizado y dentro de ellos quienes están incluidos usan esos medios para producir comunicación.  Como dice Luhmann, para hacer que alguien quede afuera de la sociedad hay que impedirle que se comunique (él dice "habría que matarlo") porque, de otra manera, siempre es posible para cualquiera comunicarse de alguna forma o dentro de algún intercambio social. Los excluidos también se comunican, aunque sea entre ellos.
La exclusión de los sistemas parciales funciona para los excluidos de manera mutuamente condicionante. El que no está incluido en un sistema tiene altas posibilidades de ser excluido de los otros. Si lo quisiéramos decir en términos de la sociología de Pierre Bourdieu, diríamos que las posiciones que cada uno ocupa en un campo social determinan también la posición en los demás campos (y, por supuesto, condicionan las posesiones y las disposiciones de sus ocupantes). Ya lo sabemos: el que no tiene dinero no puede pagar, el que no fue a la escuela tendrá dificultades en el mercado laboral, el que no trabaja queda afuera del sistema de obras sociales, etc. 
En nuestra sociedad la relación inclusión/exclusión se vuelve inestable. La condición de incluido no se adquiere de una vez y para siempre y, por lo tanto, hay que revalidarla a cada momento. Para los que están incluidos “rendir examen todos los días” forma parte de su existencia cotidiana. Nadie tiene asignada una posición sólida y concreta dentro de la sociedad. Más bien los individuos reúnen o no las condiciones para poder participar de la comunicación interna de cada sistema parcial: pueden o no pueden pagar; están en condiciones, o no, de litigar jurídicamente; tienen o no tienen acceso a la salud, transitan o no por el sistema educativo.
La condición de excluido, por el contrario, es más estable y, en ese sentido, más “integrada”. El problema es que al no tener acceso a un sistema social, este condicionamiento refuerza la situación o la imposibilidad de acceder a los demás. La integración es mucho más fuerte, estable y duradera “abajo” que “arriba”, “afuera” que “adentro”. Para los excluidos cambiar de situación se hace muy difícil.
En este contexto, la sociedad oculta la exclusión de dos maneras. Por un lado, oculta el problema de la exclusión como problema estructural y lo considera un problema residual, como "el descarte" de un orden que, pese a ese remanente, funciona. Por otro lado, al hacer solamente visible a los incluidos, oculta a los excluidos porque no aparecen dentro de los sistemas y los arroja del lado de afuera.
Además nuestra sociedad se exculpa de la responsabilidad de generar excluidos y transforma su existencia en un problema que es de ellos. Al hacer responsables a los individuos de su propia condición, la sociedad se libera de la “culpa” de ser como es en cuanto a este problema que, en todo caso, no es “su” problema, sino que es el problema de los que lo padecen.
Por último, la forma en que la sociedad presenta el problema de la exclusión en sus propias comunicaciones lleva adosado el lamento cínico por una condición que en el fondo le gustaría resolver pero que, como no es un problema de ella, deposita en el futuro y en las propias posibilidades de transformación de los excluidos. Ocultamiento, exculpación y lamento: tres bonitas formas sociales de presentar y abordar el problema de la exclusión cada vez que nuestra sociedad se describe a sí misma.
También nuestra sociedad supo crear las denominaciones correspondientes para designar a sus incluidos y excluidos. Ganadores y perdedores son los nombres con los que se designa a los que quedan adentro del círculo de los incluidos  y a los que se quedan afuera, respectivamente. La denominación se vuelve oportuna para expresar el funcionamiento competitivo de la sociedad entendida como un juego en el que prevalecen, como siempre, los que están mejor preparados para jugarlo.
Según Scott Lash[i] estar mejor entrenados para jugar el juego posmoderno es poseer las capacidades, habilidades y recursos necesarios para intervenir en los procesos de desarrollo de comunicación e información (C + I) tanto dentro del circuito productivo como en los dominios de la participación cultural. Según este autor, en conjunto, los perdedores constituyen una subclase que tiene una "movilidad descendente estructural" (Lash, S: 161) y carecen de posibilidades de inclusión en los circuitos de información y comunicación.
El estatus de ganador o perdedor desarrolla, según Sloterdijk[ii], un "sistema de comportamiento, habla y organización domesticados"; un "habitus", diría Bourdieu. En el caso de los ganadores se fortalecen las cualidades que conducen al éxito. Los perdedores se dividen en dos grupos: los "buenos perdedores" y los "malos perdedores". Los buenos perdedores reflexionan sobre las causas de su derrota y piensan cómo revertir su situación. En la última temporada de la serie "Orange is the new Black", una reclusa a punto de recuperar su libertad piensa en ponerse un salón de manicura cuando salga porque, según ella reconoce a instancias de un señalamiento de una compañera de prisión, pintar(se) las uñas es lo único que sabe hacer. Si supiera, haría empanadas. A los malos perdedores  los invade el espíritu de revancha y el resentimiento. Por supuesto, en el espíritu de los perdedores (sobre todo en el de los buenos) anida el legado del cristianismo: la esperanza en que un día las cosas podrán ser de otro modo. Con ese sentimiento se instalan entre la resignación, el resentimiento y el deseo de venganza (muchas veces contenido). La esperanza, al fin y al cabo, es "lo último que se pierde". Pero si algo les faltaba a los perdedores era, sobre el final del siglo pasado, enterarse de que la esperanza en el socialismo también había resultado un fiasco. Como dice Sloterdijk [iii], "hay que establecer nuevos estándares para la época posterior a los radicalismos de la ilusión de izquierdas".
Entonces, desde las usinas de producción de nuevas recetas para tratar lo incurable se diseñaron medicinas que buscan hacer más tolerable el mal trance.  Si no se puede ganar, entonces la vida no es más que una "pasión inútil" y lo que más conviene, en ese caso, es hacer de la necesidad, virtud. En la combinación de retirarse del juego y aceptar el propio destino disfrazado de dignidad se construye el esquema de comportamiento perdedor posmoderno "como introducción al fracaso con la cabeza alta".
Los componentes de esos placebos son, básicamente, el abandono de los entusiasmos políticos,  la aceptación del desempleo con alegría (siempre se puede contar con la ilusión o la fantasía de encarar un pequeño emprendimiento). Por eso, hay que completar la felicidad de estar como se está con el mantenimiento de expectativas mínimas con vistas a no deprimirse si lo que llega es la decepción. Por supuesto, también hay lugar para una redefinición de los ganadores en el esquema conceptual perdedor, que incluye entre sus valores más destacados su voluntad de poder, su carácter emprendedor y, por sobre todo, su osadía para hacer frente a los riesgos. En la imagen de los perdedores, para los ganadores, "impossible is nothing".
En resumen, desde hace ya varias décadas los perdedores, sin que lo hayan entendido del todo (según la perspectiva de los ganadores), se tienen que ayudar a sí mismos, y para eso la sociedad les inventó la autoayuda: conjunto de fórmulas que se perfilan a más corto o largo plazo como un nuevo sistema cuya función parecería ser la de ir en auxilio no de los propios perdedores, sino de los demás sistemas, lo que equivale a decir: la sociedad fabricó a los perdedores y, también, la fórmula de hacerlos pasar adentro mientras siguen estando afuera.






[i] Lash, Scott: "La reflexividad y sus dobles: estructura, estética y comunidad", en: Beck, U.; Giddens, A.; y Lash, S. (1997): Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno. Madrid, Alianza Universidad, páginas 159 y siguientes.
[ii] Sloterdijk, Peter (2004): Esferas III.  Versión digital, página 295
[iii] idem, página 296