En la nueva configuración de la estructura democrática
que nos envuelve, en períodos electorales quedan puestas entre paréntesis las
disputas tradicionales y toma protagonismo la contienda entre la mayoría de los votantes (los que no
están enrolados en ningún grupo sólido de
una clase social, alguna corriente ideológica definida o un grupo de interés
consolidado) y quienes dicen ser los representantes
y defensores de la libertad de expresión. Dicho de otro modo, en las
elecciones gana o pierde una fracción de los votantes y gana o pierde una
fracción de "la libertad de expresión" (el grupo Clarín, la Nación,
Perfil, Página 12, etc., etc., etc.). Puede parecer una obviedad pero yo creo
que no lo es. Detrás de esas dos categorías se esconde un escenario complejo
que a mí me llama mucho la atención.
Me parece que en coyunturas como esta una
diferenciación que puede ayudar, no digo a entender, pero sí a poner sobre la
mesa el problema que nos mantiene ocupados, es la relación entre dos grandes
categoría sociales: los votantes y la libertad de expresión y los grupos económicos que lo tuvieron como
la expresión concreta de sus aspiraciones y como el gran candidato a pelear el
poder. Pero, contra quién? La respuesta es sencilla: contra los votantes.
La categoría social o sociológica "los
votantes" (si prefieren, "el electorado") se impregnó de
significados ajenos a la sustancia que le da contenido a su ethos social ( comportamientos propios
de la clase social de pertenencia, percepciones
ideológicas del mundo y de la vida,
e intereses inmediatos
relacionados con expectativas, necesidades, etc.). De este modo la categoría
votante se vuelve heterogénea y su
capacidad de elaboración de lo que consume en términos de información va
siempre detrás de la complejidad del producto elaborado por los que representan
la libertad de expresión. Por eso, la explicación y/o la comprensión del
producto del votante, es decir, el voto, siempre resulta por lo menos
problemática para otros votantes.
De acuerdo con esto que acabo de decir, a mi juicio,
de aquí en más la puja hay que entenderla en estos términos: de un lado están
los votantes y del otro quienes representan o dicen representar la libertad de
expresión. En el día a día, la libertad de expresión va modelando, le va dando
forma a los votantes no integrados. Sin tregua, sin descanso. El día de las
elecciones se ve el dibujo de lo que queda de esa relación. Por eso cuesta
explicar el voto, a pesar de las buenas intenciones de los analistas, los
encuestadores, los opinólogos, los académicos y demás gurúes. Sólo hay libertad
de expresión y votantes. Por supuesto, hay explicaciones, pero ninguna del todo
convincente. Póngase cualquiera de ustedes en la situación de intentar
explicarse el voto del otro lado, y de inmediato encontrará sólo respuestas
parciales e insatisfactorias.
Puede parecer
una simplificación pero detrás de esto está la aceptación de ciertas verdades
generalmente admitidas, ciertos verosímiles. El principal de ellos, el respeto a la libertad de expresión.
Hablo de la libertad de expresión que es distinta de la libertad de información
que, por lo general es modelada por la libertad de expresión y pierde buena
parte de su potencial de relativa objetividad. Por ejemplo, la libertad de
información requiere, o requeriría, cierta rigurosidad en la búsqueda de
contenido y, aún cuando luego ese contenido sea inexorablemente interpretado
(recortado, amplificado, o las dos cosas al mismo tiempo), en algún punto tiene
que hacer referencia a algún hecho. La libertad de expresión no tiene ningún
requerimiento. Cualquiera puede decir cualquier cosa en cualquier lado y en
cualquier momento (quién, qué, dónde y cuándo no tienen ninguna importancia;
casi siempre son sustituidos por "una fuente", "dejó
trascender", "en una reunión", "hace unos días"). En
el peor de los casos, la libertad de expresión se apropia del derecho de
seleccionar lo que vale la pena decir y lo que conviene ocultar.
La libertad de expresión es el arma letal que
reemplazó o que reemplaza a las armas de fuego en tiempos de paz. Es un lápiz,
es un pincel, es una foto, es un título, es una chicana, es una tapa, es un
cartel en fb, una ocurrencia en twitter, es un silencio, etc.. Es el arsenal con el que
se disputa el poder en las arenas donde se distribuye sentido ( creencias,
datos, opiniones, relatos, etc.) Es la máquina de formatear votantes. Indolora.
Su poder de fuego no tiene límites ni final, su costo de producción es
tendiente a cero, y su desgaste es nulo. Dice o calla, según el mayor o menor
poder de quien la ejerce. El votante, de manera tal vez un poco ingenua, la
ejerce creyendo en lo que le han dicho del poder de las redes y entonces
publica una y otra vez, consignas, carteles, ocurrencias, en fb, Twiter o Instagram.
Resulta que quien acumula mayor libertad de expresión que el votante, también
publica en esos espacios, además de la utilización de sus armas tradicionales
con mayor poder de modelación. Por otra
parte, un buen porcentaje de las listas de amigos, seguidores o "me gusta"
que tiene cada votante en sus redes
sociales son autorreferentes, entonces terminan hablándole a su propio ombligo
y convenciendo al que ya está convencido. Música para los oídos de la libertad
de expresión.
Lo que los votantes hemos comprado es la idea según la
cual la libertad de expresión es buena e incuestionable. Yo no estoy tan
seguro, tal y como funciona. Es un recurso (un "derecho") distribuido
en forma desigual. Quien acumula mayor
libertad de expresión, quien la defiende con más énfasis, quien la protege con
mayor fervor no tiene asegurada ninguna victoria, y eso es lo que le da
cierta riqueza a la contienda. Pero, paradójicamente la utiliza con nosotros,
los votantes, con el argumento del yudo: al defender nosotros la libertad de
expresión le damos más fuerza a quien mejor la utiliza, más la ejercita y mayor
alcance tiene con su uso. Nosotros, los votantes, tenemos la ilusión de que al
usarla somos capaces de producir algún efecto de envergadura como por ejemplo
torcer el rumbo de una compulsa o dar vuelta las convicciones de alguna
conciencia individual. Personalmente, no creo que sean probables logros masivos
de ese tipo.
Tal vez muchos se preguntarán qué estoy sugiriendo con
todo esto que acabo de decir. Se dirán: ¿qué prefiere?, ¿la mordaza de las
dictaduras?, ¿abolir la libertad de expresión? Soy votante pero no soy tan
ingenuo. En principio solamente y para empezar, propongo pensar estas
cuestiones en términos de problema no resuelto; en cuán beneficiosa resulta ser
la libertad de expresión para las expectativas de los votantes y qué tan
amigable es la democracia como su teatro de operaciones tal como la
experimentamos. Los que podemos y
tenemos la posibilidad de acceder una mayor variedad de fuentes de información
y entretenimiento, al principio abandonamos la tv de aire y nos pasamos al
cable, después dejamos el cable y nos fuimos a Internet, ahora estamos en Internet y nos entretenemos vía streaming. No todos son tan afortunados.
Antes de terminar quiero insistir con algo que dije al
principio y que a lo mejor pareció dicho al pasar: lo que pretendí con esto es
hacer un llamado de atención a esa categoría social de los votantes (es decir,
a todos los que votamos) en relación con algo que parece vital para nuestra
supervivencia, pero que en realidad empuja a unos y otros en dirección de tal o
cual corriente según la fuerza que le imprime quien más y mejor la conduce.