Osvaldo Dallera

viernes, noviembre 20, 2015

Filosofía vs. periodismo: pensar vs. decir

Desde hace algunos años asistimos como espectadores preocupados, a la lenta agonía de la enseñanza de la filosofía. Esta disciplina, en otros tiempos presuntuosa de oficiar como fundamento de todo saber y guía de la acción de la humanidad, aparece hoy en los márgenes de la preocupación de los encargados de diseñar la currícula de las escuelas y, a lo sumo tolerada como una curiosidad intelectual digna de ubicar algún espacio dentro de los estudios superiores.
Si esto es lo que ocurre con la filosofía en el ámbito escolar, mucho peor es lo que le pasa a esta materia en la consideración que se hace de ella en la vida cotidiana. En algunos casos suele ser considerado como un saber oscuro y propio de iniciados; consecuéntemente, una ocupación absolutamente inútil sin ninguna posibilidad de hacer con ella algo "práctico, útil y necesario". En pocas palabras, algo absolutamente inapropiado para ser ofrecido en el transporte público. Pero, en otros casos, es frecuente advertir la adjudicación del mote de filósofo sin ninguna considerdación, a cualquiera que pueda decir algo parecido a una opinión. Y entonces, Aristóteles, Heidegger, Adorno, Nietszche, Kant, o Hume, se confunden con el periodista locuaz, o el humorista ocurrente.
¿Por qué sucede esto, con una disciplina que durante siglos (también es justo decirlo, a veces con cierta arrogancia) se preció de ser "la madre de todas las ciencias"?  En el artículo  "Refutación del periodismo" de su libro "Crónicas del ángel gris", Alejandro Dolina decía:
            "...la exposición periodística está condenada fatalmente a cierta economía de razonamientos que no siempre conduce al conocimiento cabal. Y se produce entonces un fenómeno que a mi juicio es fatal para el pensamiento de nuestro tiempo: millones de personas creen saber cosas que en realidad ignoran. El mundo está lleno de mentecatos que se consideran en el caso de opinar sobre cualquier cuestión.
            Utilizan para ello opiniones ajenas, menesterosos argumentos que se venden a tres por cinco y cuya difusión corre -casi siempre- por cuenta del periodismo. Existen revistas que explican la teoría de la relatividad en dos carillas y con una ilustración que muestra a dos trenes que parten al mismo tiempo de diferentes estaciones. Los diarios solventan una teoría audaz acerca de las causas de la inflación mediante un recuadro de dos columnas. Y aun desconociendo yo enteramente la teoría de la relatividad y las causas de la inflación, me atrevería a jurar que se trata de arduos asuntos, cuya cabal comprensión reclama mucho más que diez minutos.
            Quizá pueda decirse que esto sucede porque el periodismo ha extendido su campo de acción y no contento con informar, opina y esclarece.
            Es posible. Un amigo mío sostiene que esta situación no es culpa del periodismo. A lo mejor no existen maestros en estos días. Tal vez no abundan aquellos espíritus rectores a quienes el futuro visita por anticipado. Y ante la ausencia de grandes mentores, la opinión general es conducida no por filósofos, sino por locutores."[1 

De este breve fragmento extraigo cinco tópicos que tal vez arrojen alguna luz sobre el asunto que estoy considerando.
1) El primer tópico tiene que ver con la ligereza y el vértigo en la exposición de los temas que se abordan. Dolina habla de "economía de razonamientos" en la función periodística. Se sabe, el razonamiento es un trabajo y a la vez un producto mental que está intimamente ligado a los procedimientos lógicos. Es cierto que el pensamiento lógico o el razonamiento lógico no es el único posible, ni tampoco el único que asegura la mejor forma de llegar a buen puerto a la hora de fijar una posición frente a algún asunto arduo. Pero, el problema aparece cuando se establece la relación forma de abordar un asunto - grado de complejidad de ese asunto. Como a todos los asuntos, también a aquellos que se nos presentan como difíciles, fatigosos, áridos, o complejos, se los puede tratar de dos maneras.  Una forma de acercase a los problemas complejos puede ser por la vía de la opinión ligera, apresurada, poco comprometida, y que admite otras tantas versiones equivalentes. Esa es la manera periodística de vincularse con la complejidad. La otra forma, supone la presencia de tres propiedades que, en principio, forman parte de lo que se suele llamar los razonamientos correctos: una propiedad es la coherencia, otra la rigurosidad en la articulación de la exposición y la tercera partir de premisas consideradas verdaderas por la comunidad especializada en el tratamiento de esos asuntos. En algún tiempo esta última forma de abordar los problemas fueron patrimonio de la ciencia y la filosofía y alcanzaban para distinguir una opinión de un "conocimiento" o un "saber".
2) Dolina dice que "El mundo está lleno de mentecatos que se consideran en el caso de opinar sobre cualquier cuestión". Aquí se ha confundido lo saludable del derecho ético de cada uno a poder opinar, con el deber de cada uno de tener algo que decir acerca de cualquier cosa. Todo el mundo se siente obligado a decir algo sobre lo que sea. Pero para poder opinar se requieren dos cosas: la primera es "estar enterado de lo que pasa" y la segunda es haber comprendido el suceso "por encima", es decir tener capacidad para interpretar libremente los fenómenos sin necesidad de tener que demostrar ni explicar nada de los mismos. Een resumen, el mundo de la opinión está encuadrado en el marco de la ligereza y la ligereza, finalmente, construye un mundo solamente opinable.
3) Tanto "la economía de razonamientos" como el hecho de sentirse en la obligación de tener que estar enterado e interpretar los fenómenos exige de parte del periodismo cierto grado de simplificación de las cuestiones. De modo diferente, la filosofía presume de ser, y debe ser compeja. Pero, la complejidad filosófica no es (o por lo menos no siempre es) gratuita. Sucede que un presupuesto de la filosofía es la complejidad de la realidad y la complejidad del análisis de la realidad. Y hablar de la complejidad del mundo y de lo real tiene que ver con el hecho de aceptar que en los acontecimientos intervienen múltiples variables que interactuan y que exigen de parte del analista una actitud cuidadosa, no apresurada y casi siempre sujeta a la necesidad de construir sólidos argumentos a la hora de decir algo sobre aquello que aborda. El periodismo funciona de manera diferente; en general, cuando dice algo lo hace desde afuera de cualquier posición teórica o epistemológica (que no es lo mismo que decir que lo hace desde afuera de una posición ideológica). Como diría Aristóteles, el lugar del periodismo es más un lugar de lo verosímil que un lugar de lo epistémico; menos de lo riguroso, y más de lo doxástico.
4) El periodismo como trabajo ha incorporado a su faceta informativa otra tarea que es la tarea interpretativa. Esta última incorporación lleva consigo la pretensión de echar luz sobre los acontecimientos. Pero esa luz proviene más de la fuerza y el ímpetu que portan los medios de comunicación en los que se ejerce el oficio de periodista que en el propio trabajo de interpretación. En otras palabras, "el periodismo tiene prensa"; la filosofía, no. Una cosa es informar lo que pasa y otra muy distinta es poder explicarlo. Sobre todo, cuando, como en los ejemplos que pone el mismo Dolina, lo que pasa es un fenómeno complejo (una transformación en el orden social, un descubrimiento en el campo científico) que demanda alguna formación previa y especializada y cierto tiempo de dedicación al estudio de la cuestión. La época ha acuñado los nombres de "periodismo de investigación" y "periodismo científico" para este decir particular que es la suma de la recopilación de datos, más la "lectura personal" del periodista acerca de los mismos. En resumen, el periodismo comparte con la filosofía esa avidez de "meterse en todo", pero difieren en sus funciones y en el respeto que cada oficio tiene por el otro: la filosofía o el trabajo del filósofo no es un trabajo informativo; el periodismo, o el trabajo del periodista, si. La filosofía es, o el trabajo del filósofo es, un trabajo de esclarecimiento (aunque no siempre es esclarecedor); el periodismo, o el trabajo del periodista, no. Aunque, de un tiempo a esta parte, el periodismo tuvo la osadía, el valor o la intrepidez de incursionar en terreno de trabajo ajeno, cosa que los filósofos, por debilidad, respeto o prudencia no quisieron o no supieron hacer.
5) Por último, Dolina opina que "la opinión general es conducida no por filósofos, sino por locutores". Tal vez se pude advertir aquí cierta reminiscencia platónica al sugerir que la opinión general, es decir, los rumbos de la gente común, deberían estar trazados por los filósofos y no por los locutores. Tengo alguna duda sobre la conveniencia del ejercicio de ese platonismo. De lo que no tengo ninguna duda es de la desventaja que supone el caer en manos de la lectura del mundo de los locutores. Los filósofos, siguiendo a Lyotard, trabajan con la palabra. Los locutores (el periodismo) usan como herramienta de trabajo también la palabra. Los dos, filósofos y locutores, trabajan con la misma herramienta, pero el uso, la función y la finalidad de esa herramienta en uno y otro es sustancialmente diferente.
"La palabra filosófica... no está por completo en lo que dice, no se deja, o trata de no dejarse, llevar por el impulso autónomo de sus temas, quiere detectar las metáforas, desmenuzar los símbolos, poner a prueba las articulaciones de su discurso, y eso la lleva a formar una lengua lo más depurada posible, a buscar una lógica y axiomas rigurosos sobre los cuales y con los cuales se pueda pronunciar un discurso sin intermitencias, sin lagunas, es decir sin inconsciente."[2]
En esta cita aparece suficientemente claro el uso que hace el filósofo de la palabra. Por oposición podemos determinar en qué consiste el uso de la palabras por parte del periodismo, y elaborar el siguiente cuadro comparativo:

La palabra
Filósofo
periodista
Uso
Depurado, lógico, riguroso
Coloquial, lógicamente débil
Función
Detectar metáforas, desmenuzar símbolos
Seguir el impulso de los temas (hablar de lo que hay que hablar)
Finalidad
Elaborar un discurso lo más coherente y consciente posible
Cubrir un espacio mediático

Si no es el impulso de los temas lo que reclama la palabra del filósofo,entonces, como se pregunta Lyotard, ¿Por qué filosofar? Según este autor, la necesidad de la filosofía, la respuesta a esa pregunta, aparece cuando desaparecen las otras palabras, o las palabras de los otros:
"La filosofía...comienza cuando los dioses enmudecen. Sin embargo, toda la actividad filosófica se basa en la palabra."[3]
Hoy, se sabe, los dioses transitan por los medios de comunicación y la frecuencia de sus apariciones y la confusión de su verborragia, muchas veces, saturan. Y es ahí cuando aparece la palabra del filósofo, creando un mundo diferente de significación: en el medio de esa saturación y en la vorágine de esa confusión, cuando ya no hay más nada que decir...
"La paradoja de la filosofía consiste en ser una palabra que se alza cuando el mundo y el hombre parecen haberse callado...el filosofar comienza precisamente cuando Dios enmudece, en tiempos de desamparo, como decía Hölderlin, en el momento en que se pierde la unidad de la multiplicidad que forman las cosas, cuando lo diferente deja de hablar, lo disonante de consonar, la guerra de ser armonía..."[4]
Una última diferencia, en estos dos oficios de pensar que endefinitiva son dos oficios de decir, radica en la lectura que uno y otro hacen de la verdad. Para el periodismo, la verdad, el decir la verdad, el descubrir la verdad, es una obligación: investiga la verdad, informa con la verdad. La verdad es "algo" a lo que hay que llegar y a lo que se puede llegar.
Para el filosofo, la verdad es siempre evasiva; es aquello que se oculta, que hay que hacer ver, pero que se escapa una y otra vez. Para cerrar con las palabras de Lyotard,
"La verdad hacia la que la palabra filosófica apunta explícitamente, falta; y sólo es cierta en la medida en que está al margen de lo que dice, en la medida en que habla al margen."[5]




[1]. Alejandro Dolina, "Crónicas del ángel Gris" Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, pag. 246.

[2]. Lyotard, J. F.,"sobre la palabra filosófica", en ¿Por qué filosofar?, Paidós,  1989, pag.139-140.
[3]. Lyotard, J. F.,obra citada, pag. 121.

[4]. Lyotard, obra citada, pag. 135.
[5]. Lyotard, obra citada, pag. 142.