Osvaldo Dallera

viernes, diciembre 25, 2015

Los votantes y la libertad de expresión

En la nueva configuración de la estructura democrática que nos envuelve, en períodos electorales quedan puestas entre paréntesis las disputas tradicionales y toma protagonismo la contienda entre la mayoría de los votantes (los que no están enrolados en ningún  grupo sólido de una clase social, alguna corriente ideológica definida o un grupo de interés consolidado) y quienes dicen ser los representantes y defensores de la libertad de expresión. Dicho de otro modo, en las elecciones gana o pierde una fracción de los votantes y gana o pierde una fracción de "la libertad de expresión" (el grupo Clarín, la Nación, Perfil, Página 12, etc., etc., etc.). Puede parecer una obviedad pero yo creo que no lo es. Detrás de esas dos categorías se esconde un escenario complejo que a mí me llama mucho la atención.
Me parece que en coyunturas como esta una diferenciación que puede ayudar, no digo a entender, pero sí a poner sobre la mesa el problema que nos mantiene ocupados, es la relación entre dos grandes categoría sociales: los votantes y la libertad de expresión  y los grupos económicos que lo tuvieron como la expresión concreta de sus aspiraciones y como el gran candidato a pelear el poder. Pero, contra quién? La respuesta es sencilla: contra los votantes.
La categoría social o sociológica "los votantes" (si prefieren, "el electorado") se impregnó de significados ajenos a la sustancia que le da contenido a su ethos social ( comportamientos propios de la clase social de pertenencia, percepciones  ideológicas del mundo y de la vida,  e  intereses inmediatos relacionados con expectativas, necesidades, etc.). De este modo la categoría votante se vuelve heterogénea y  su capacidad de elaboración de lo que consume en términos de información va siempre detrás de la complejidad del producto elaborado por los que representan la libertad de expresión. Por eso, la explicación y/o la comprensión del producto del votante, es decir, el voto, siempre resulta por lo menos problemática para otros votantes.
De acuerdo con esto que acabo de decir, a mi juicio, de aquí en más la puja hay que entenderla en estos términos: de un lado están los votantes y del otro quienes representan o dicen representar la libertad de expresión. En el día a día, la libertad de expresión va modelando, le va dando forma a los votantes no integrados. Sin tregua, sin descanso. El día de las elecciones se ve el dibujo de lo que queda de esa relación. Por eso cuesta explicar el voto, a pesar de las buenas intenciones de los analistas, los encuestadores, los opinólogos, los académicos y demás gurúes. Sólo hay libertad de expresión y votantes. Por supuesto, hay explicaciones, pero ninguna del todo convincente. Póngase cualquiera de ustedes en la situación de intentar explicarse el voto del otro lado, y de inmediato encontrará sólo respuestas parciales e insatisfactorias.
 Puede parecer una simplificación pero detrás de esto está la aceptación de ciertas verdades generalmente admitidas, ciertos verosímiles. El principal de ellos, el respeto a la libertad de expresión. Hablo de la libertad de expresión que es distinta de la libertad de información que, por lo general es modelada por la libertad de expresión y pierde buena parte de su potencial de relativa objetividad. Por ejemplo, la libertad de información requiere, o requeriría, cierta rigurosidad en la búsqueda de contenido y, aún cuando luego ese contenido sea inexorablemente interpretado (recortado, amplificado, o las dos cosas al mismo tiempo), en algún punto tiene que hacer referencia a algún hecho. La libertad de expresión no tiene ningún requerimiento. Cualquiera puede decir cualquier cosa en cualquier lado y en cualquier momento (quién, qué, dónde y cuándo no tienen ninguna importancia; casi siempre son sustituidos por "una fuente", "dejó trascender", "en una reunión", "hace unos días"). En el peor de los casos, la libertad de expresión se apropia del derecho de seleccionar lo que vale la pena decir y lo que conviene ocultar.
La libertad de expresión es el arma letal que reemplazó o que reemplaza a las armas de fuego en tiempos de paz. Es un lápiz, es un pincel, es una foto, es un título, es una chicana, es una tapa, es un cartel en fb, una ocurrencia en twitter,  es un silencio, etc.. Es el arsenal con el que se disputa el poder en las arenas donde se distribuye sentido ( creencias, datos, opiniones, relatos, etc.) Es la máquina de formatear votantes. Indolora. Su poder de fuego no tiene límites ni final, su costo de producción es tendiente a cero, y su desgaste es nulo. Dice o calla, según el mayor o menor poder de quien la ejerce. El votante, de manera tal vez un poco ingenua, la ejerce creyendo en lo que le han dicho del poder de las redes y entonces publica una y otra vez, consignas, carteles, ocurrencias, en fb, Twiter o Instagram. Resulta que quien acumula mayor libertad de expresión que el votante, también publica en esos espacios, además de la utilización de sus armas tradicionales con  mayor poder de modelación. Por otra parte, un buen porcentaje de las listas de amigos, seguidores o "me gusta" que  tiene cada votante en sus redes sociales son autorreferentes, entonces terminan hablándole a su propio ombligo y convenciendo al que ya está convencido. Música para los oídos de la libertad de expresión.
Lo que los votantes hemos comprado es la idea según la cual la libertad de expresión es buena e incuestionable. Yo no estoy tan seguro, tal y como funciona. Es un recurso (un "derecho") distribuido en forma desigual.  Quien acumula mayor libertad de expresión, quien la defiende con más énfasis, quien la protege con mayor  fervor no  tiene asegurada  ninguna victoria, y eso es lo que le da cierta riqueza a la contienda. Pero, paradójicamente la utiliza con nosotros, los votantes, con el argumento del yudo: al defender nosotros la libertad de expresión le damos más fuerza a quien mejor la utiliza, más la ejercita y mayor alcance tiene con su uso. Nosotros, los votantes, tenemos la ilusión de que al usarla somos capaces de producir algún efecto de envergadura como por ejemplo torcer el rumbo de una compulsa o dar vuelta las convicciones de alguna conciencia individual. Personalmente, no creo que sean probables logros masivos de ese tipo.
Tal vez muchos se preguntarán qué estoy sugiriendo con todo esto que acabo de decir. Se dirán: ¿qué prefiere?, ¿la mordaza de las dictaduras?, ¿abolir la libertad de expresión? Soy votante pero no soy tan ingenuo. En principio solamente  y  para empezar, propongo pensar estas cuestiones en términos de problema no resuelto; en cuán beneficiosa resulta ser la libertad de expresión para las expectativas de los votantes y qué tan amigable es la democracia como su teatro de operaciones tal como la experimentamos.  Los que podemos y tenemos la posibilidad de acceder una mayor variedad de fuentes de información y entretenimiento, al principio abandonamos la tv de aire y nos pasamos al cable, después dejamos el cable y nos fuimos a Internet, ahora estamos en Internet y nos entretenemos vía streaming. No todos son tan afortunados.

Antes de terminar quiero insistir con algo que dije al principio y que a lo mejor pareció dicho al pasar: lo que pretendí con esto es hacer un llamado de atención a esa categoría social de los votantes (es decir, a todos los que votamos) en relación con algo que parece vital para nuestra supervivencia, pero que en realidad empuja a unos y otros en dirección de tal o cual corriente según la fuerza que le imprime quien más y mejor la conduce.

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