Osvaldo Dallera

viernes, diciembre 25, 2015

Los votantes y la libertad de expresión

En la nueva configuración de la estructura democrática que nos envuelve, en períodos electorales quedan puestas entre paréntesis las disputas tradicionales y toma protagonismo la contienda entre la mayoría de los votantes (los que no están enrolados en ningún  grupo sólido de una clase social, alguna corriente ideológica definida o un grupo de interés consolidado) y quienes dicen ser los representantes y defensores de la libertad de expresión. Dicho de otro modo, en las elecciones gana o pierde una fracción de los votantes y gana o pierde una fracción de "la libertad de expresión" (el grupo Clarín, la Nación, Perfil, Página 12, etc., etc., etc.). Puede parecer una obviedad pero yo creo que no lo es. Detrás de esas dos categorías se esconde un escenario complejo que a mí me llama mucho la atención.
Me parece que en coyunturas como esta una diferenciación que puede ayudar, no digo a entender, pero sí a poner sobre la mesa el problema que nos mantiene ocupados, es la relación entre dos grandes categoría sociales: los votantes y la libertad de expresión  y los grupos económicos que lo tuvieron como la expresión concreta de sus aspiraciones y como el gran candidato a pelear el poder. Pero, contra quién? La respuesta es sencilla: contra los votantes.
La categoría social o sociológica "los votantes" (si prefieren, "el electorado") se impregnó de significados ajenos a la sustancia que le da contenido a su ethos social ( comportamientos propios de la clase social de pertenencia, percepciones  ideológicas del mundo y de la vida,  e  intereses inmediatos relacionados con expectativas, necesidades, etc.). De este modo la categoría votante se vuelve heterogénea y  su capacidad de elaboración de lo que consume en términos de información va siempre detrás de la complejidad del producto elaborado por los que representan la libertad de expresión. Por eso, la explicación y/o la comprensión del producto del votante, es decir, el voto, siempre resulta por lo menos problemática para otros votantes.
De acuerdo con esto que acabo de decir, a mi juicio, de aquí en más la puja hay que entenderla en estos términos: de un lado están los votantes y del otro quienes representan o dicen representar la libertad de expresión. En el día a día, la libertad de expresión va modelando, le va dando forma a los votantes no integrados. Sin tregua, sin descanso. El día de las elecciones se ve el dibujo de lo que queda de esa relación. Por eso cuesta explicar el voto, a pesar de las buenas intenciones de los analistas, los encuestadores, los opinólogos, los académicos y demás gurúes. Sólo hay libertad de expresión y votantes. Por supuesto, hay explicaciones, pero ninguna del todo convincente. Póngase cualquiera de ustedes en la situación de intentar explicarse el voto del otro lado, y de inmediato encontrará sólo respuestas parciales e insatisfactorias.
 Puede parecer una simplificación pero detrás de esto está la aceptación de ciertas verdades generalmente admitidas, ciertos verosímiles. El principal de ellos, el respeto a la libertad de expresión. Hablo de la libertad de expresión que es distinta de la libertad de información que, por lo general es modelada por la libertad de expresión y pierde buena parte de su potencial de relativa objetividad. Por ejemplo, la libertad de información requiere, o requeriría, cierta rigurosidad en la búsqueda de contenido y, aún cuando luego ese contenido sea inexorablemente interpretado (recortado, amplificado, o las dos cosas al mismo tiempo), en algún punto tiene que hacer referencia a algún hecho. La libertad de expresión no tiene ningún requerimiento. Cualquiera puede decir cualquier cosa en cualquier lado y en cualquier momento (quién, qué, dónde y cuándo no tienen ninguna importancia; casi siempre son sustituidos por "una fuente", "dejó trascender", "en una reunión", "hace unos días"). En el peor de los casos, la libertad de expresión se apropia del derecho de seleccionar lo que vale la pena decir y lo que conviene ocultar.
La libertad de expresión es el arma letal que reemplazó o que reemplaza a las armas de fuego en tiempos de paz. Es un lápiz, es un pincel, es una foto, es un título, es una chicana, es una tapa, es un cartel en fb, una ocurrencia en twitter,  es un silencio, etc.. Es el arsenal con el que se disputa el poder en las arenas donde se distribuye sentido ( creencias, datos, opiniones, relatos, etc.) Es la máquina de formatear votantes. Indolora. Su poder de fuego no tiene límites ni final, su costo de producción es tendiente a cero, y su desgaste es nulo. Dice o calla, según el mayor o menor poder de quien la ejerce. El votante, de manera tal vez un poco ingenua, la ejerce creyendo en lo que le han dicho del poder de las redes y entonces publica una y otra vez, consignas, carteles, ocurrencias, en fb, Twiter o Instagram. Resulta que quien acumula mayor libertad de expresión que el votante, también publica en esos espacios, además de la utilización de sus armas tradicionales con  mayor poder de modelación. Por otra parte, un buen porcentaje de las listas de amigos, seguidores o "me gusta" que  tiene cada votante en sus redes sociales son autorreferentes, entonces terminan hablándole a su propio ombligo y convenciendo al que ya está convencido. Música para los oídos de la libertad de expresión.
Lo que los votantes hemos comprado es la idea según la cual la libertad de expresión es buena e incuestionable. Yo no estoy tan seguro, tal y como funciona. Es un recurso (un "derecho") distribuido en forma desigual.  Quien acumula mayor libertad de expresión, quien la defiende con más énfasis, quien la protege con mayor  fervor no  tiene asegurada  ninguna victoria, y eso es lo que le da cierta riqueza a la contienda. Pero, paradójicamente la utiliza con nosotros, los votantes, con el argumento del yudo: al defender nosotros la libertad de expresión le damos más fuerza a quien mejor la utiliza, más la ejercita y mayor alcance tiene con su uso. Nosotros, los votantes, tenemos la ilusión de que al usarla somos capaces de producir algún efecto de envergadura como por ejemplo torcer el rumbo de una compulsa o dar vuelta las convicciones de alguna conciencia individual. Personalmente, no creo que sean probables logros masivos de ese tipo.
Tal vez muchos se preguntarán qué estoy sugiriendo con todo esto que acabo de decir. Se dirán: ¿qué prefiere?, ¿la mordaza de las dictaduras?, ¿abolir la libertad de expresión? Soy votante pero no soy tan ingenuo. En principio solamente  y  para empezar, propongo pensar estas cuestiones en términos de problema no resuelto; en cuán beneficiosa resulta ser la libertad de expresión para las expectativas de los votantes y qué tan amigable es la democracia como su teatro de operaciones tal como la experimentamos.  Los que podemos y tenemos la posibilidad de acceder una mayor variedad de fuentes de información y entretenimiento, al principio abandonamos la tv de aire y nos pasamos al cable, después dejamos el cable y nos fuimos a Internet, ahora estamos en Internet y nos entretenemos vía streaming. No todos son tan afortunados.

Antes de terminar quiero insistir con algo que dije al principio y que a lo mejor pareció dicho al pasar: lo que pretendí con esto es hacer un llamado de atención a esa categoría social de los votantes (es decir, a todos los que votamos) en relación con algo que parece vital para nuestra supervivencia, pero que en realidad empuja a unos y otros en dirección de tal o cual corriente según la fuerza que le imprime quien más y mejor la conduce.

miércoles, diciembre 16, 2015

El funcionamiento de la política explicado para facebook

Esta breve nota pretende ser un aporte teórico al debate político "express" que suele pasar por las redes sociales. La idea es aportar algo a la comprensión del funcionamiento de la política contemporánea, pero sin mayores pretensiones. Por eso tiene un cierto grado de abstracción e intenta no identificar a tal o cual actor estructural del sistema con alguno o algunos de los protagonistas concretos de la época (este o aquel partido, tal o cual funcionario, etc.). De modo que un buen ejercicio de lectura consiste en buscar los ejemplos adecuados para confirmar o desmentir la teoría. A nadie le faltará alguno para una cosa o la otra.  Tal vez lo más significativo de este punto de vista es que prescinde del uso de categorías morales para analizar el objeto. Nada original, si uno piensa que ya Maquiavelo nos había hecho notar que la política y la moral se habían divorciado (si es que alguna vez estuvieron casadas o a lo sumo en pareja). Dicho de otro modo, las cosas son como son, independientemente de nuestros gustos o preferencias personales. Para más detalles pueden leer mi libro La era de las decepciones. deslegitimación política, economía ilegal, precariedad laboral y consumismo. 
La teoría de sistemas sociales ofrece una explicación plausible o por lo menos digna de ser atendida acerca del funcionamiento del conjunto de sistemas que componen la sociedad contemporánea. Cada sistema social (la economía, la educación, la justicia, la salud, la política) cumple una función para la sociedad. La función de la política no la puede cumplir ningún otro sistema y consiste en tomar decisiones colectivamente vinculantes, a través de quienes en cada momento ocupan los cargos de la administración, es decir, los funcionarios del gobierno. Y para cumplir con esa función la política cuenta con un medio que es el poder. Definamos "poder" como la capacidad de influenciar en los otros sin necesidad de apelar a recursos coercitivos. Cuando hay que apelar a la "mano dura", por ejemplo, es porque el poder empieza a escasear. 
El nombre con que el sistema político se denomina a sí mismo en nuestra época es "democracia". La democracia es la forma del sistema político moderno en la mayor parte de los países de Occidente. Para que la democracia haga posible el cumplimiento de la función específica del sistema político necesita de tres grandes actores: el gobierno, la oposición y la población, que en épocas de campaña y en las elecciones se transforma en el electorado (los votantes). 
Existen entre estos tres grandes actores distintas relaciones. El gobierno se vincula con el electorado y con la oposición mediante sus decisiones, el electorado con el gobierno y la oposición a través de apoyos o reclamos, pero sobre todo con la protesta y el voto. La oposición se relaciona con el gobierno ejerciendo la crítica y formulándole exigencias y el gobierno contesta con desmentidas y contra-denuncias. La herramienta para sostenerse dentro del ámbito del sistema que regula la relación entre gobierno y oposición es la negociación. 
Una de las maneras de relacionarse que tienen los protagonistas de la política es a través de diferencias. Cada uno de estos actores presenta diferencias internas (es decir, dentro de su propia composición) y externas (o sea, en relación con los otros dos actores). Esas diferencias las usan para llevar adelante sus estrategias políticas dentro del sistema. La diferencia más conocida es izquierda-derecha. Esta diferencia tiene dos características: la primera y principal es que es una diferencia interna del sistema político y no tiene ningún correlato en el mundo externo. Como cualquier otra distinción construye sentido dentro del ámbito en el que resulta funcional. La otra característica tiene que ver con su dimensión: es más grande en el imaginario colectivo que en las prácticas de la política real, pero es muy útil para alimentar los debates y mantener viva la llama del conflicto político, indispensable para el funcionamiento del sistema. La contracara del conflicto es el consenso, otro componente también más voluminoso dentro de las expectativas que en su posibilidades concretas de realización. Conflicto y consenso son, si se quiere, dos grandes excusas que usan el gobierno y la oposición para producir sentido político (=condiciones de entendimiento del funcionamiento de la política) dentro del teatro de operaciones del sistema. 
Estos actores llevan adelante cada uno, de manera predominante, distintos tipos de acciones genéricas: el gobierno a través de sus funcionarios es el que toma las decisiones colectivamente vinculantes, la oposición critica, exige y denuncia y la población reclama, protesta, orienta sus preferencias (apoya o rechaza) hacia el gobierno o la oposición y, periódicamente ejerce el derecho al voto. Dicho de otro modo, fuera de los momentos en que se vota y se transforma en "el electorado", la población se agrupa de manera heterogénea en movimientos sociales o de protesta, o simplemente, mira la televisión, revisa facebook, escribe en twitter y, ocasionalmente, lee el diario. 
Para llevar adelante estas acciones el sistema político, es decir, la democracia, cuenta con tres recursos: la capacidad de decidir (lo que se llama tener poder), la capacidad de expresarse (lo que se llama "libertad de expresión" como capacidad de ejercer la crítica, denunciar, exigir, protestar, etc.) y la capacidad de elegir ( lo que todos conocemos como "votar"). 
En resumen en la democracia, básicamente se hacen dos cosas: se decide y se habla. Es interesante, en esto de hablar, la relación que cada uno de los actores tiene con la libertad de expresión. Es cierto, todos hablan, todos se pueden expresar, pero la fuerza y penetración de lo que se dice no es idéntica: no es igual la potencia de una publicación mía o tuya en facebook que un editorial del diario, la palabra de un político mediático o de un analista político en el horario central de la TV. No es necesario insistir mucho en esto, los MMC juegan un papel si no decisivo o determinante, sí condicionante dentro de esta acción genérica del sistema que denominamos "hablar". Por supuesto, hablar es toda una labor y los partidos o " espacios políticos", como se dice ahora, tienen la función específica de darle trabajo a personas con cualidades especiales para llevar adelante la acción de hablar - por ejemplo, en el parlamento, o en los MMC-) . 
El momento de las elecciones es un momento clave del sistema político contemporáneo por varias razones. La primera y principal es que deja siempre al sistema político en un estado de indeterminación futura, que dinamiza todas y cada una de las cosas que mencionamos: la oposición quiere ser gobierno, el gobierno no quiere dejar el poder, el electorado aprovecha la ocasión de elegir para tomar una decisión colectivamente vinculante (ejerce el poder mediante el voto). La otra razón que hace de las elecciones un momento clave dentro de la democracia es que, en las condiciones actuales, las elecciones funcionan como un "test de popularidad". Por lo tanto todos los que participan quieren ser vistos de la mejor manera y para eso despliegan sus mejores disfraces y sus mejores dotes histriónicas. Por eso, los partidos políticos siempre escogen para poner dentro de sus filas algún que otro artista, deportista o personaje mediático capaz de atraer la atención de alguna parte de la población. 
Este proceso interno del sistema, contado de manera muy simplificada, se repite indefinidamente de manera circular y esto hace que mientras funciona, el sistema se auto-re-produzca: el gobierno tiene que tomar decisiones, todos tienen que seguir hablando y la propia dinámica del sistema hace que el sistema exponga su condición más fundamental y a la vez inquietante: se hace autorreferente. La autorreferencia hace que la política trabaje para su propio sostenimiento. De este modo el sistema político, al llevar adelante sus operaciones para su propia supervivencia, se desvincula de lo que pasa afuera, lo que llamaríamos el mundo real (el problema de las fuentes de trabajo, los problemas medioambientales las vacantes en la educación, el empleo juvenil, la seguridad civil o social, etc.). 
Este carácter autorreferencial de la política presenta dos aristas. Por un lado, limita la capacidad de acción de los actores porque cada uno, en su necesidad por mantenerse dentro del juego y cumplir con sus expectativas está obligado a no desatender lo que hacen los otros dos, y todo eso, para que el futuro lo vuelva a encontrar con chances de seguir participando. Esto, por supuesto, hace que el sistema se haga dinámico y se vaya transformando con sus propias operaciones, mientras funciona. Por otro lado, al estar siempre preocupado por su propio funcionamiento, hace que lo que pasa en el mundo real sea nada más que "la molestia", la "irritación" necesaria para que aparezcan los temas con los que poner en marcha esa maquinaria. Dicho de otro modo, el mundo no es otra cosa que la colección de temas con que el sistema político construye su agenda (la forma en que esto sucede, por supuesto, tiene también su complejidad y en este asunto los MMC tienen un papel destacado). Desde luego, lo que el sistema político hace tiene implicancias en el mundo real, pero esas implicancias son efectos colaterales que oportunamente se visten con el ropaje de aciertos o errores en la gestión, la crítica, la protesta y, en su momento, el voto. 
Además, como la existencia de cada uno de los actores y las relaciones entre ellos es imprescindible para la constitución de la política (no puede concebirse la democracia sin alguno de los tres integrantes, como tampoco puede concebirse sin las relaciones y los vínculos entre ellos), el sistema termina siendo un núcleo indisoluble que obliga a las partes a llevar adelante sus respectivas acciones sin correrse demasiado de lo que las otras dos partes esperan: cada una tiene un ojo puesto en la agenda y el otro en su propia posición. Por eso o para eso la democracia necesita la negociación y los acuerdos como prótesis. Ahora bien, como cada uno está atento a su propio juego sin sacar la mirada de lo que hace y espera el otro, suceden dos cosas: por un lado las negociaciones exitosas logran acuerdos cada vez de más corto plazo a la espera de que un nuevo problema, que surgirá inevitablemente por la imposibilidad natural de controlar todas las variables en cada toma de decisión, los obligue a volver a negociar para un nuevo acuerdo de corto plazo, y así sucesivamente. 
Todo esto explica por qué, fuera de los momentos de campaña para las elecciones, gobierno y oposición terminen pareciéndose demasiado y alternativamente, cuando cada uno ocupa uno u otro rol, termina estando limitado en sus posibilidades de tomar decisiones que se corran demasiado del eje de lo posible para el funcionamiento de la política. Con esto la idea de que la política moderna es capaz de trazar proyectos de largo plazo o, como se dice ahora, políticas de Estado, es más un slogan que una posibilidad cierta de realización. El pragmatismo es el alimento del sistema y cualquier cosa que pueda torcer ese estado de cosas es lo que hoy podría llamarse una revolución en la política, re-significando, eso sí, el uso del término. 
Todo lo demás forma parte del escenario y la ornamentación que sirve para que el sistema despliegue su repertorio y para que nosotros nos mantengamos entretenidos mirando (o participando de) el espectáculo, que a veces adquiere la forma de drama, otras de comedia y, de vez en cuando, de sainete o parodia. Mientras tanto la política funciona y nosotros seguimos atendiendo nuestras necesidades cotidianas, esperando que lleguen otra vez las elecciones para reafirmar nuestras expectativas o enderezar nuestras decepciones.

viernes, noviembre 20, 2015

Filosofía vs. periodismo: pensar vs. decir

Desde hace algunos años asistimos como espectadores preocupados, a la lenta agonía de la enseñanza de la filosofía. Esta disciplina, en otros tiempos presuntuosa de oficiar como fundamento de todo saber y guía de la acción de la humanidad, aparece hoy en los márgenes de la preocupación de los encargados de diseñar la currícula de las escuelas y, a lo sumo tolerada como una curiosidad intelectual digna de ubicar algún espacio dentro de los estudios superiores.
Si esto es lo que ocurre con la filosofía en el ámbito escolar, mucho peor es lo que le pasa a esta materia en la consideración que se hace de ella en la vida cotidiana. En algunos casos suele ser considerado como un saber oscuro y propio de iniciados; consecuéntemente, una ocupación absolutamente inútil sin ninguna posibilidad de hacer con ella algo "práctico, útil y necesario". En pocas palabras, algo absolutamente inapropiado para ser ofrecido en el transporte público. Pero, en otros casos, es frecuente advertir la adjudicación del mote de filósofo sin ninguna considerdación, a cualquiera que pueda decir algo parecido a una opinión. Y entonces, Aristóteles, Heidegger, Adorno, Nietszche, Kant, o Hume, se confunden con el periodista locuaz, o el humorista ocurrente.
¿Por qué sucede esto, con una disciplina que durante siglos (también es justo decirlo, a veces con cierta arrogancia) se preció de ser "la madre de todas las ciencias"?  En el artículo  "Refutación del periodismo" de su libro "Crónicas del ángel gris", Alejandro Dolina decía:
            "...la exposición periodística está condenada fatalmente a cierta economía de razonamientos que no siempre conduce al conocimiento cabal. Y se produce entonces un fenómeno que a mi juicio es fatal para el pensamiento de nuestro tiempo: millones de personas creen saber cosas que en realidad ignoran. El mundo está lleno de mentecatos que se consideran en el caso de opinar sobre cualquier cuestión.
            Utilizan para ello opiniones ajenas, menesterosos argumentos que se venden a tres por cinco y cuya difusión corre -casi siempre- por cuenta del periodismo. Existen revistas que explican la teoría de la relatividad en dos carillas y con una ilustración que muestra a dos trenes que parten al mismo tiempo de diferentes estaciones. Los diarios solventan una teoría audaz acerca de las causas de la inflación mediante un recuadro de dos columnas. Y aun desconociendo yo enteramente la teoría de la relatividad y las causas de la inflación, me atrevería a jurar que se trata de arduos asuntos, cuya cabal comprensión reclama mucho más que diez minutos.
            Quizá pueda decirse que esto sucede porque el periodismo ha extendido su campo de acción y no contento con informar, opina y esclarece.
            Es posible. Un amigo mío sostiene que esta situación no es culpa del periodismo. A lo mejor no existen maestros en estos días. Tal vez no abundan aquellos espíritus rectores a quienes el futuro visita por anticipado. Y ante la ausencia de grandes mentores, la opinión general es conducida no por filósofos, sino por locutores."[1 

De este breve fragmento extraigo cinco tópicos que tal vez arrojen alguna luz sobre el asunto que estoy considerando.
1) El primer tópico tiene que ver con la ligereza y el vértigo en la exposición de los temas que se abordan. Dolina habla de "economía de razonamientos" en la función periodística. Se sabe, el razonamiento es un trabajo y a la vez un producto mental que está intimamente ligado a los procedimientos lógicos. Es cierto que el pensamiento lógico o el razonamiento lógico no es el único posible, ni tampoco el único que asegura la mejor forma de llegar a buen puerto a la hora de fijar una posición frente a algún asunto arduo. Pero, el problema aparece cuando se establece la relación forma de abordar un asunto - grado de complejidad de ese asunto. Como a todos los asuntos, también a aquellos que se nos presentan como difíciles, fatigosos, áridos, o complejos, se los puede tratar de dos maneras.  Una forma de acercase a los problemas complejos puede ser por la vía de la opinión ligera, apresurada, poco comprometida, y que admite otras tantas versiones equivalentes. Esa es la manera periodística de vincularse con la complejidad. La otra forma, supone la presencia de tres propiedades que, en principio, forman parte de lo que se suele llamar los razonamientos correctos: una propiedad es la coherencia, otra la rigurosidad en la articulación de la exposición y la tercera partir de premisas consideradas verdaderas por la comunidad especializada en el tratamiento de esos asuntos. En algún tiempo esta última forma de abordar los problemas fueron patrimonio de la ciencia y la filosofía y alcanzaban para distinguir una opinión de un "conocimiento" o un "saber".
2) Dolina dice que "El mundo está lleno de mentecatos que se consideran en el caso de opinar sobre cualquier cuestión". Aquí se ha confundido lo saludable del derecho ético de cada uno a poder opinar, con el deber de cada uno de tener algo que decir acerca de cualquier cosa. Todo el mundo se siente obligado a decir algo sobre lo que sea. Pero para poder opinar se requieren dos cosas: la primera es "estar enterado de lo que pasa" y la segunda es haber comprendido el suceso "por encima", es decir tener capacidad para interpretar libremente los fenómenos sin necesidad de tener que demostrar ni explicar nada de los mismos. Een resumen, el mundo de la opinión está encuadrado en el marco de la ligereza y la ligereza, finalmente, construye un mundo solamente opinable.
3) Tanto "la economía de razonamientos" como el hecho de sentirse en la obligación de tener que estar enterado e interpretar los fenómenos exige de parte del periodismo cierto grado de simplificación de las cuestiones. De modo diferente, la filosofía presume de ser, y debe ser compeja. Pero, la complejidad filosófica no es (o por lo menos no siempre es) gratuita. Sucede que un presupuesto de la filosofía es la complejidad de la realidad y la complejidad del análisis de la realidad. Y hablar de la complejidad del mundo y de lo real tiene que ver con el hecho de aceptar que en los acontecimientos intervienen múltiples variables que interactuan y que exigen de parte del analista una actitud cuidadosa, no apresurada y casi siempre sujeta a la necesidad de construir sólidos argumentos a la hora de decir algo sobre aquello que aborda. El periodismo funciona de manera diferente; en general, cuando dice algo lo hace desde afuera de cualquier posición teórica o epistemológica (que no es lo mismo que decir que lo hace desde afuera de una posición ideológica). Como diría Aristóteles, el lugar del periodismo es más un lugar de lo verosímil que un lugar de lo epistémico; menos de lo riguroso, y más de lo doxástico.
4) El periodismo como trabajo ha incorporado a su faceta informativa otra tarea que es la tarea interpretativa. Esta última incorporación lleva consigo la pretensión de echar luz sobre los acontecimientos. Pero esa luz proviene más de la fuerza y el ímpetu que portan los medios de comunicación en los que se ejerce el oficio de periodista que en el propio trabajo de interpretación. En otras palabras, "el periodismo tiene prensa"; la filosofía, no. Una cosa es informar lo que pasa y otra muy distinta es poder explicarlo. Sobre todo, cuando, como en los ejemplos que pone el mismo Dolina, lo que pasa es un fenómeno complejo (una transformación en el orden social, un descubrimiento en el campo científico) que demanda alguna formación previa y especializada y cierto tiempo de dedicación al estudio de la cuestión. La época ha acuñado los nombres de "periodismo de investigación" y "periodismo científico" para este decir particular que es la suma de la recopilación de datos, más la "lectura personal" del periodista acerca de los mismos. En resumen, el periodismo comparte con la filosofía esa avidez de "meterse en todo", pero difieren en sus funciones y en el respeto que cada oficio tiene por el otro: la filosofía o el trabajo del filósofo no es un trabajo informativo; el periodismo, o el trabajo del periodista, si. La filosofía es, o el trabajo del filósofo es, un trabajo de esclarecimiento (aunque no siempre es esclarecedor); el periodismo, o el trabajo del periodista, no. Aunque, de un tiempo a esta parte, el periodismo tuvo la osadía, el valor o la intrepidez de incursionar en terreno de trabajo ajeno, cosa que los filósofos, por debilidad, respeto o prudencia no quisieron o no supieron hacer.
5) Por último, Dolina opina que "la opinión general es conducida no por filósofos, sino por locutores". Tal vez se pude advertir aquí cierta reminiscencia platónica al sugerir que la opinión general, es decir, los rumbos de la gente común, deberían estar trazados por los filósofos y no por los locutores. Tengo alguna duda sobre la conveniencia del ejercicio de ese platonismo. De lo que no tengo ninguna duda es de la desventaja que supone el caer en manos de la lectura del mundo de los locutores. Los filósofos, siguiendo a Lyotard, trabajan con la palabra. Los locutores (el periodismo) usan como herramienta de trabajo también la palabra. Los dos, filósofos y locutores, trabajan con la misma herramienta, pero el uso, la función y la finalidad de esa herramienta en uno y otro es sustancialmente diferente.
"La palabra filosófica... no está por completo en lo que dice, no se deja, o trata de no dejarse, llevar por el impulso autónomo de sus temas, quiere detectar las metáforas, desmenuzar los símbolos, poner a prueba las articulaciones de su discurso, y eso la lleva a formar una lengua lo más depurada posible, a buscar una lógica y axiomas rigurosos sobre los cuales y con los cuales se pueda pronunciar un discurso sin intermitencias, sin lagunas, es decir sin inconsciente."[2]
En esta cita aparece suficientemente claro el uso que hace el filósofo de la palabra. Por oposición podemos determinar en qué consiste el uso de la palabras por parte del periodismo, y elaborar el siguiente cuadro comparativo:

La palabra
Filósofo
periodista
Uso
Depurado, lógico, riguroso
Coloquial, lógicamente débil
Función
Detectar metáforas, desmenuzar símbolos
Seguir el impulso de los temas (hablar de lo que hay que hablar)
Finalidad
Elaborar un discurso lo más coherente y consciente posible
Cubrir un espacio mediático

Si no es el impulso de los temas lo que reclama la palabra del filósofo,entonces, como se pregunta Lyotard, ¿Por qué filosofar? Según este autor, la necesidad de la filosofía, la respuesta a esa pregunta, aparece cuando desaparecen las otras palabras, o las palabras de los otros:
"La filosofía...comienza cuando los dioses enmudecen. Sin embargo, toda la actividad filosófica se basa en la palabra."[3]
Hoy, se sabe, los dioses transitan por los medios de comunicación y la frecuencia de sus apariciones y la confusión de su verborragia, muchas veces, saturan. Y es ahí cuando aparece la palabra del filósofo, creando un mundo diferente de significación: en el medio de esa saturación y en la vorágine de esa confusión, cuando ya no hay más nada que decir...
"La paradoja de la filosofía consiste en ser una palabra que se alza cuando el mundo y el hombre parecen haberse callado...el filosofar comienza precisamente cuando Dios enmudece, en tiempos de desamparo, como decía Hölderlin, en el momento en que se pierde la unidad de la multiplicidad que forman las cosas, cuando lo diferente deja de hablar, lo disonante de consonar, la guerra de ser armonía..."[4]
Una última diferencia, en estos dos oficios de pensar que endefinitiva son dos oficios de decir, radica en la lectura que uno y otro hacen de la verdad. Para el periodismo, la verdad, el decir la verdad, el descubrir la verdad, es una obligación: investiga la verdad, informa con la verdad. La verdad es "algo" a lo que hay que llegar y a lo que se puede llegar.
Para el filosofo, la verdad es siempre evasiva; es aquello que se oculta, que hay que hacer ver, pero que se escapa una y otra vez. Para cerrar con las palabras de Lyotard,
"La verdad hacia la que la palabra filosófica apunta explícitamente, falta; y sólo es cierta en la medida en que está al margen de lo que dice, en la medida en que habla al margen."[5]




[1]. Alejandro Dolina, "Crónicas del ángel Gris" Ediciones de la Urraca, Buenos Aires, pag. 246.

[2]. Lyotard, J. F.,"sobre la palabra filosófica", en ¿Por qué filosofar?, Paidós,  1989, pag.139-140.
[3]. Lyotard, J. F.,obra citada, pag. 121.

[4]. Lyotard, obra citada, pag. 135.
[5]. Lyotard, obra citada, pag. 142.