Osvaldo Dallera

miércoles, marzo 20, 2013

Metáforas sobre la sociedad

Desde la época de los filósofos griegos se intenta explicar qué es la sociedad. Pero desde hace aproximadamente doscientos años se intenta explicar qué es la sociedad apelando a ejemplos, criterios y, sobre todo, a metáforas modernas. Por lo general se hace este trabajo tratando de reconocer cuáles son los elementos que la componen, cómo se relacionan entre ellos, cómo funcionan esos elementos por separado y en conjunto, qué sucede cuando ese funcionamiento se distorsiona y cómo es que la sociedad se mantiene más o menos estable y, al mismo tiempo se va modificando. Todos esos intentos se pueden dividir en dos grandes grupos: un grupo en el que se encuentran las explicaciones que consideran que la sociedad es más que la suma de los individuos que la componen y otro grupo en el que son los individuos los que cuentan y la sociedad, en el mejor de los casos es el resultado de la interacción que se produce entre ellos. 
En cada época se echó mano al recurso de alguna metáfora que permitiera hacer comprensible cada uno de estos aspectos de la sociedad. En general, las metáforas se elaboraban (y se elaboran) eligiendo el objeto o la situación más representativa de la época. Veamos cuáles fueron en cada momento los objetos utilizados para representar la sociedad de la época, cuáles son sus mejores aportes y cuáles sus deficiencias.


  1. La sociedad es como una máquina
 El intento de establecer una relación comparativa entre la sociedad y las máquinas corre parejo con la expansión del industrialismo, digamos a partir del siglo XVIII. Esta idea cobra mayor fuerza durante el siglo XIX y va perdiendo presencia a partir de mediados del siglo XX cuando la aparición de un conjunto de nuevas metáforas resulta más atractivo para comprender la complejidad de la sociedad.

Para los partidarios de esta comparación, la sociedad se parece a una máquina tanto en su composición como en su funcionamiento. En efecto, tanto una como la otra están compuestas por partes o “piezas” que se ensamblan unas con otras para producir un resultado o conjunto de resultados que ninguna de esa partes por sí mismas estarían en condiciones de producir. Al mismo tiempo, como las máquinas, las sociedades necesitan lubricación y combustible para funcionar de manera eficiente y hacer lo que se espera de ellas.   Por otro lado, cuando se descomponen o dejan de funcionar es porque la relación entre las partes comienza a presentar fallas y desajustes que requieren de algún tipo de reparación para volver a ponerlas en marcha.

Como el resto de las analogías, también ésta nos exige un esfuerzo de traducción para ver qué es lo que aporta a nuestro intento por comprender los fenómenos sociales. De este modo tendremos que saber en lugar de qué están las piezas, cuáles son los lubricantes y combustibles sociales, qué significa que una sociedad o una parte de ella deje de funcionar y en qué consiste el arreglo y cómo se lo lleva a cabo. Además, como ocurre con las máquinas, es necesario saber el grado de importancia o la jerarquía que tiene cada una de las piezas para el conjunto y, en todo caso, cuánto depende cada una del resto para cumplir correctamente con su función, si tienen algún grado de autonomía o, acaso, su participación se reduce a prestar colaboración para el buen rendimiento de la máquina en su conjunto.

Para esta metáfora las piezas de la maquinaria social pueden ser de dos tipos: individuales y colectivas. Las piezas individuales podemos ser cada uno de nosotros tomados por separado. Así, un individuo puede tomarse como una pieza que, con sus acciones diarias en relación con las acciones diarias de los demás, hacen que al cabo del día, la máquina haya funcionado satisfactoriamente, siempre que cada uno haya cumplido con lo que se espera de él.

Puede pensarse también que cada individuo sea una pieza, una parte de una pieza mayor, más compleja, que, vinculada con otras piezas, hagan funcionar a la máquina. Por ejemplo, supongamos que un pistón, con su movimiento, ayuda a que funcione el motor que, a su vez, permite que el automóvil se ponga en marcha, o que la bomba de aceite, el filtro de aire, el motor y el radiador, son piezas más o menos complejas compuestas por piezas más simples que, en conjunto, permiten que el auto funcione como se espera. En la sociedad, según esta analogía, las piezas complejas son las instituciones que están compuestas por individuos que con sus acciones, en relación con las acciones de los otros, desempeñan rutinas que permiten que las instituciones sean más o menos eficaces, es decir, que funcionen cercanamente a lo que se espera de ellas. Por otra parte, como en el caso de las partes de una máquina, también los individuos y las instituciones ocupan un lugar específico dentro del conjunto y tienen una función asignada. Dicho en términos sociales, tienen un status y desempeñan una función. Algunos autores prefieren hablar de rol en lugar de función, pero dejaremos el primer término para explicar oportunamente otra de las metáforas ya que se ajusta mejor al sentido que propone. En resumen, los individuos y las instituciones son las partes constitutivas de la sociedad; mantienen una ubicación más o menos estable y desempeñan funciones más o menos específicas; con sus acciones relativamente uniformes hacen que el todo social se ponga en movimiento, que es tanto como decir que esté dotado de un dinamismo diferente al de cada una de sus partes.

Ahora bien, hemos hablado de que las piezas funcionan de manera “aceitada” si están correctamente lubricadas y si la máquina se alimenta con el combustible adecuado para ponerse en movimiento. ¿Cuáles son esos lubricantes y esos combustibles “sociales”? También aquí cabe la diferenciación entre fluidos individuales y colectivos, pero se puede agregar otra variante que es la que distingue entre alimentación interna y externa. Por ejemplo, un lubricante o un combustible individual e interno podrían ser las expectativas y las motivaciones de los individuos, así como sus creencias siempre que cualquiera de esos factores lo impulsen a actuar de determinada manera. En el mismo sentido, los individuos agrupados en instituciones y organizaciones se proponen metas u horizontes comunes que dinamizan la vida social y la ponen en movimiento. También forman parte de esta gama de lubricantes las acciones de otras personas y otras instituciones que, oficiando como agentes externos, forman parte de la trama social y contribuyen a la dinámica de “la maquinaria”.

Pero, por último, podemos preguntarnos: ¿qué otra cosa le puede suceder a una máquina además de funcionar bien y cumplir con la función para la cual fue creada? Desde luego, lo que le puede pasar es que funcione mal y que no cumpla con el cometido que se le asignó. ¿Cuáles pueden ser las causas que provoquen el deterioro y las consecuentes anomalías funcionales de un artefacto? Podríamos pensar, por ejemplo en el desgaste de las piezas, en el desajuste entre ellas, en la falta de combustible, en la inadecuada lubricación, etc. Para los partidarios de esta metáfora el equivalente social del mal funcionamiento de la máquina es el conflicto. Para decirlo rápido, el equivalente social del desajuste entre las piezas de una máquina estaría expresado en la ruptura de la armonía, del equilibrio o del orden social que se supone que existe cuando no se producen enfrentamientos entre sus miembros, sean estos individuos o instituciones.

Como suele suceder, cuando una máquina se descompone o funciona mal lo que hay que hacer es repararla o cambiarla por otra nueva. Suele pensarse que, salvo que sea posible y que las circunstancias se muestren propicias, para considerar la posibilidad de cambiar un aparato por otro nuevo hay que estar en condiciones de asumir el costo de lo que eso significa. Se paga un precio por mandar el auto al taller o el lavarropas al service y otro muy distinto por comprar un 0 km o un lavarropas nuevo.  En general, para no pegar estos saltos tan grandes, lo que la gente hace es intentar reparar lo que tiene y entonces, lo que hace es cambiar algo de lo que ya está en uso.

Quienes concibieron la metáfora de la maquinaria social, pensaron el buen funcionamiento en términos de orden social, el mal funcionamiento en términos de conflicto y la reparación en términos del cambio social. Así una revolución social sería el cambio de un sistema por otro radicalmente diferente y un cambio social controlado estaría ubicado en la línea equivalente a una reparación del mismo aparato social.  Según este criterio la finalidad de una sociedad es que ésta funcione bien y funcionar bien en este marco significa que se pueda mantener la armonía entre las partes respetando y haciendo respetar tanto los lugares que cada cual tiene asignado como la función que desempeña.

Es evidente que esta metáfora de la sociedad contribuye a poner sobre la mesa del analista, el científico o el investigador social, un conjunto de categorías básicas que integran el aparato conceptual utilizado para comprender y explicar los fenómenos sociales. Además, en su formulación quedan implícitamente  introducidos algunos de los principales problemas de la teoría social y de la sociología: ¿la sociedad es sólo la suma de sus partes o es algo superior y  está por encima de cada individuo o institución?, ¿existe la sociedad, o existen sólo individuos que están relacionados unos con otros?, ¿hay algo llamado sociedad que sea diferente de sus componentes?

Por otra parte y sin mucha dificultad, podemos ver en esta metáfora una tendencia teórica y a partir de ella advertir una dificultad. La tendencia teórica que insinúa es que la sociedad (es decir, la máquina) es mucho más (jerárquica y cualitativamente hablando) que cada una de sus partes por separado y esto hace que esas partes sean meros componentes estáticos con escasas posibilidades de ocupar otros lugares y desempeñar otras funciones distintas de las que tienen asignadas dentro del conjunto para que éste funcione de manera equilibrada. O sea, que es difícil, en este esquema, que los sujetos sociales puedan ser algo diferente de lo que son. En este sentido, la sociedad de alguna manera es condicionante y hasta a veces determinante del destino de los sujetos que la componen, en la medida que, por  su propio peso, orienta la vida de sus miembros sin que éstos puedan hacer demasiado para oponer resistencia. Aun más, en muchas ocasiones esa resistencia es tomada como una anomalía o un desequilibrio social que está en la capacidad y atribuciones de la sociedad, volver a sus cauces para reestablecer el equilibrio y que todo vuelva a su lugar. De este modo, el cambio es visto en esta lectura como un efecto, resultado del desajuste de las piezas y, por lo tanto algo que no merece ser promovido sino, por el contrario, es visto como algo que hay que evitar y si no es posible, entonces, orientarlo para que ocasione la menor cantidad de dificultades a la sociedad en su conjunto. Ya veremos que otros intentos explicativos, tienen a subsanar estas deficiencias y a proponer otras lecturas en las que intervienen otros factores y otros elementos que también forman parte de la vida social y que en esta construcción  o no son tenidos en cuenta o son minimizados.

Se puede apreciar a simple vista que esta metáfora peca por ser demasiado simplista e ingenua. Podría decirse, en sintonía con su propio contenido, que ve a la sociedad de una manera demasiado “mecánica”. En principio la sociedad se revela como demasiado estática y demasiado rutinaria. Cada una de sus partes, desde la más simple a la más compleja, ocupa un lugar fijo y cumple siempre la misma función hasta que se descompone o no sirve más. Las partes, por decirlo así, están al servicio del buen funcionamiento de la máquina. Por otra parte la función que se le asigna es más bien conservadora porque el principal objetivo de la sociedad tiene que ver con mantenerse a sí misma, funcionando correctamente para producir siempre, más o menos los mismos resultados. Es una metáfora que no tiene demasiado en cuenta aspectos que están relacionados con el cambio y la movilidad social.


  1. La sociedad es como un organismo

 Sobre fines del siglo XIX, los descubrimientos en el campo de la biología y el desarrollo de esta disciplina pusieron de moda una nueva metáfora para tratar de describir la sociedad. Se toma como ejemplo el cuerpo humano que es considerado como un todo donde cada parte responde a una función necesaria del conjunto o cumple con una finalidad. Hasta ahí, se podría decir, el cuerpo es como una máquina. Pero entra en juego un nuevo factor propio de las ciencias biológicas de entonces: el evolucionismo. La sociedad, en este sentido, es dinámica y funciona como una unidad orgánica. El organismo, igual que en el caso anterior, está por encima y es más que la suma de sus partes componentes. Como cualquier organismo, cuenta con elementos que son indispensables para su salud y funcionamiento. Semejante a lo que ocurre con el organismo biológico, la acción de una parte de la sociedad afecta a otras partes del "organismo social" en su totalidad.

Pensemos en esa expresión que todos hemos escuchado alguna vez: "la familia es la célula de la sociedad", o "tal o cual grupo constituyen el tejido social".  Pero, además, y a diferencia de la metáfora de la máquina, en este nuevo intento de comparación y explicación, la sociedad crece, se adapta, evoluciona, se transforma, y sus funciones se hacen más complejas.

Desde luego, dentro de esta metáfora se hablará de sociedades sanas o enfermas, según sus componentes aporten a la armonía y el equilibrio del cuerpo social o atenten contra su buen funcionamiento. Por eso, también se hablará de distintas modalidades de cura o terapia que irán desde aplicar remedios a las partes dañadas hasta extirpar (con todo lo que eso significa) los órganos o los miembros enfermos que atentan contra la salud del todo. De inmediato se aprecia, detrás de esta metáfora, el sesgo conservador y reaccionario que en, general acompañó a estas interpretaciones.

El organicismo social (así se conoce al contenido de esta metáfora) hace recaer todo el peso del buen funcionamiento de la sociedad en la importancia del Estado que, en esta analogía, hace las veces del cerebro que piensa, ordena y garantiza el buen funcionamiento del cuerpo en su conjunto. Todas las demás partes del organismo son subsistemas (la familia, la escuela, la religión, la economía, etc.) que, como si fueran un hígado, un corazón o un riñón, cada uno cumple su función y está en directa relación con los demás para que el organismo en su totalidad se mantenga estable y compensado, lo cual no significa otra cosa que, adaptado al orden instituido.

Podríamos incluir a esta metáfora y a la anterior, dentro de las que conforman el grupo de explicaciones sistémicas de la sociedad que, como queda dicho, entienden al todo como mayor y más complejo que la suma de sus partes y que, además, esas partes no tienen mayor relevancia cada una por si misma si no están en función y al servicio de la sociedad en su conjunto.


  1. La sociedad es como un teatro

 Ya bien entrados en el siglo XX esta metáfora empieza a formar parte del grupo de explicaciones en las que las acciones de los individuos son más significativas que (o, en todo caso,  construyen a) la sociedad.

Desde este intento de explicación la sociedad es el escenario donde los actores despliegan sus papeles o roles, según la escena que les toca desempeñar. Ahora bien, cada actor, a su vez, está llamado a ocupar en cada obra que le toca representar y según sea el escenario, una determinada posición o estatus: algunas veces será protagonista, otras estará en el elenco de reparto y, otras, será un extra.

Desde esta lectura no hay una gran obra que pudiera ser la vida social en su totalidad. Todos pasamos a ser actores de muchas obras a lo largo de nuestra vida y se juzga y se valora nuestra actuación por como desempeñamos nuestro papel en cada una de ellas. Actuamos de una manera en la escena familiar, de otra en el ámbito laboral y de otra, en el escenario que construimos con nuestros amigos.

Las nociones de actor, rol, estatus, e interacción, como puede apreciarse, son más importantes, en esta metáfora, que la de escenario. En todo caso, para este intento de explicación social la escenografía no es más que la apoyatura en donde cada uno de nosotros desempeña su papel con más o menos fortuna, con más o menos pericia.

Como en el teatro, en la sociedad usamos máscaras o representamos papeles para cumplir con un guión o un libreto que ayudamos a escribir con nuestras acciones presentes y pasadas. Este aspecto de la metáfora es interesante porque si somos nada más que nuestros papeles, no hay nada de esencial en nosotros; no hay nada que pueda decirse de nosotros que sea estable y permanente. Como estamos llamados a actuar según se nos presente la circunstancia (la escena) y el papel o rol que tenemos asignado en cada caso, hoy actuamos de hijo, mañana de padre; aquí de jefe, allá de súbdito; en este caso de galán y en aquel otro de recio; en aquella escena pasamos desapercibidos y en esta otra ocupamos el centro del escenario.

La sociedad es ese gran teatro en el que a cada instante se van representando múltiples obras con distintos protagonistas que interactúan entre ellos. Es como si fuéramos saltando de una sala a la otra, unas veces como actores y otras como espectadores. A veces dominamos la escena y otras veces somos atrapados por ella. Los otros, en esta metáfora juegan un papel decisivo para que cada "yo" pueda representar su papel. Se podría decir que no hay monólogos o soliloquios en esta manera de entender la sociedad. A veces el otro es el protagonista y nosotros somos los "partenaires", los que estamos ahí para que los demás cumplan con su papel, y otras veces son los otros los que completan la escena en la que por cuestiones de guión nos toca sobresalir.

Una última cuestión para la descripción de esta metáfora. No hay obras objetivamente buenas o malas. En todo caso, aquí entra en escena el tema de la subjetividad. Como es imposible que cada uno de nosotros no actúe en alguna obra, en la que nos toque actuar nos desempeñaremos mejor o peor, pero esa es la obra en la que nos tocó actuar y allí  desplegaremos nuestras mejores dotes actorales.  Sin embargo, este último aspecto es interesante porque deja traslucir que, a pesar de todo lo que pueda decirse acerca de la prevalencia del actor por sobre la escena, el guión y la obra, queda bien claro que no siempre uno elige dónde actuar ni cómo. En este sentido, y a pesar de la incidencia de lo individual que se reconoce en este modo de ver las cosas, por ejemplo no es lo mismo actuar perteneciendo a una clase social que a otra, o formar parte de un elenco que de otro. Lo social no desaparece.


  1. La sociedad es como un texto

Después de la segunda mitad del siglo XX comenzaron a aparecer en el ámbito de las ciencias sociales disciplinas que intentaban bucear o internarse en las profundidades de los fenómenos sociales intentando ir más allá de lo que cada uno de ellos por sí mismo dejaba ver en la superficie. La vida social había dejado de ser un fenómeno a percibir y a analizar para convertirse en una especie de libro, de texto, o de discurso que era necesario leer e interpretar.

Pero, ¿cómo es posible ver a la sociedad como un texto? Lo primero que hay que decir es que cada uno de sus componentes deja de ser lo que es para convertirse en un signo que encierra o que contiene uno o más significados. Así, la ropa que usa la gente deja de ser un recurso para abrigarse y pasa a ser, por ejemplo, un signo de la clase social a la que pertenece. El observador se convierte en un lector social de textos sociales.

Dicho en otras palabras, todos los fenómenos sociales son analizados en su dimensión significante (desde el saludo a un articulo periodístico, desde la situación dentro de un aula que significa por ejemplo "gente estudiando en una escuela" hasta la ubicación de un film dentro del género al que pertenece). Cada uno de nosotros se convierte en un lector más o menos avezado de ese objeto que nos contiene, nos invade y nos interroga a cada instante: la sociedad. Intentamos darnos cuenta de los rasgos que hacen que en un momento “levantar la mano” en nuestra sociedad sea un saludo y en otro momento signifique “parar el colectivo”. En pocas palabras, para esta metáfora todos los fenómenos sociales pasan a ser objetos que significan algo, que tienen significado.

En la metáfora que toma a la sociedad como un texto hay un doble trabajo de interpretación-comprensión. En general, cuando alguien busca entender el sentido de algún fenómeno social (un hecho, un artículo de un diario, una situación de calle, un programa de televisión, etc.) comienza la tarea tratando de responderse a una pregunta implícita que genéricamente podría formularse en estos términos: "A ver, ¿de qué se trata esto?". Formulada la pregunta, empieza su tarea comprensiva, buscando elementos (un personaje, un rasgo de un personaje, una circunstancia) que le proporcionen pistas, recorridos, que le permitan en algún momento decir: "¡Ah! se trata de..."  Es en este sentido que la sociedad se nos presenta como un texto que estamos leyendo a cada paso. Esas realidades textualizadas son interpretadas cada vez por los sujetos que se enfrentan con ellas, simplemente porque las personas necesitan entender la sociedad. Entender la sociedad no es lo mismo que tratar de explicarla. La ciencia trata de explicar la sociedad real. Tratar de entender la sociedad es construir una interpretación posible "de lo que pasa" para seguir viviendo en ella.

Para esta metáfora las personas cuentan con un procedimiento específico para poder realizar el trabajo de leer la sociedad y tomarla como un texto. Ese procedimiento es el trabajo de interpretación.  La interpretación nos plantea dos problemas: por un lado, nos podemos preguntar: ¿Hasta dónde puedo llegar con mi interpretación?, ¿puedo interpretar lo que se me antoja?, ¿hay algún límite para la interpretación?; por otro lado, y relacionado con lo anterior, nos podemos preguntar ¿hay alguna forma de decir cuál es la interpretación correcta? Si bien el proceso de interpretación no tiene límites impuestos de antemano, lo que hace que una interpretación sea más o menos válida es el grado de aceptación social que alcanza en el tiempo y lugar donde se realiza. Desde luego nada impide que cada uno diga cualquier cosa respecto al sentido de un texto cualquiera. Pero sólo aquello que resulta más o menos aceptable socialmente en ese momento se presenta como algo que "tiene sentido".

Una sociedad y sus miembros siempre comprenden los textos entre dos umbrales extremos: un umbral es el que está determinado por la interpretación literal del texto. La interpretación literal es la interpretación de superficie. La interpretación literal es la que sólo advierte o toma "lo que el texto dice", sin indagar en "lo que quiere decir".

El otro umbral es el que marca el límite más allá del cual, la interpretación aparece como "delirante' o sin sentido. Esta interpretación además de buscar lo que el texto quiere decir, le asigna sentidos que van más allá de las "lecturas aceptables" que el conjunto de la sociedad, en ese momento, en ese lugar, y dentro de sus posibilidades, está en condiciones de reconocer.

La finalidad del trabajo de interpretación que hacen los lectores de la sociedad tomada como un texto es comprender lo que ella es y lo que pasa dentro de ella. ¿Qué significa comprender? Comprender es "darse cuenta". La interpretación es un trabajo que interroga a la sociedad. La comprensión es respuesta a esa pregunta. Comprender es una tarea que surge como una necesidad del sujeto que aborda el texto, cuando se presume una distorsión, un desajuste en la relación entre él como lector y el texto como objeto portador de sentido.

En líneas generales, para comprender la sociedad tomada como un texto es necesario que se den las siguientes condiciones:      

a) lo que se trata de comprender, es decir, eso que es tomado como texto siempre se da en una situación histórica determinada. Las personas no comprenden "en el aire". Toda comprensión se realiza en un lugar y un tiempo preciso que aporta las condiciones necesarias para acceder a los múltiples sentidos que los textos pueden tener dentro de esas condiciones.

b) La comprensión presupone un telón de fondo cultural, una base en cuya composición están presentes las costumbres y tradiciones de la cultura en la cual dicho texto adquiere sentido. Costumbres y tradiciones sirven como punto de partida, como lugar de referencia a partir del cual los textos que interpretamos se nos hacen inteligibles. Comprendemos de alguna manera lo que pasa y lo que “leemos” porque ya nuestra cultura nos provee un mundo previo, "ya instalado", desde el cual nos es posible abordar el conjunto de textos y obras que esa cultura produce.

c) Como las costumbres y tradiciones se modifican según los tiempos y lugares, esas modificaciones hacen que se modifique también el sentido que adquieren las prácticas sociales, según la comunidad en que se insertan. Por ejemplo, las costumbres familiares no tienen el mismo significado para los hijos que para los padres y adquieren el sentido que le asignan los sujetos de esa época y ese lugar, en función de las circunstancias que componen la biografía de unos y otros.

Los que propician el uso de esta metáfora proponen una visión relativa del valor de las interpretaciones. Sostienen que en la comprensión de los textos no hay una lectura que pueda ser mejor que otra si las condiciones en que se hacen ambas lecturas son diferentes. Puede haber lecturas mejores y peores, más o menos acertadas, bajo las mismas condiciones, pero eso es difícil de lograr. Cuando varían las condiciones tanto objetivas (es decir, lo que realmente pasa) como subjetivas (la variación de los cristales con los cuales cada cual mira lo que pasa) lo que hay es nada más que comprensiones, lecturas diferentes, y entonces sólo puede decirse que el texto se comprende de otra forma y nada más que en eso consiste la modificación en la calidad del resultado interpretativo.

Para resumir el alcance de esta metáfora, diremos que la sociedad es un gran texto compuesto por hechos, circunstancias, productos culturales (desde normas y valores hasta formas de vestirse, pasando por programas de tv o espectáculos deportivos) que funcionan como “frases” expuestas ante los ojos de los miembros de esa sociedad que ofician de “lectores” interpretando todo aquello que les llama la atención para tratar de comprender el mundo y la sociedad en la que viven.



  1. La sociedad es como un juego

Esta es una de las últimas metáforas que se han elaborado para explicar la sociedad y en su construcción los aportes de la economía han sido decisivos. Es una metáfora en la que se resalta la supremacía de la acción de los individuos por sobre la influencia que la sociedad puede ejercer sobre ellos.

Los componentes de esta metáfora son el campo de juego, los jugadores,  las reglas del juego y los resultados que se obtienen.

El campo de juego es la sociedad en su conjunto o cada uno de los ámbitos en los que los individuos interactuan.  La familia, el trabajo, el aula o el tránsito vehicular, pueden constituirse en distintos campos de juego en los que diariamente jugamos juegos diferentes.

Los jugadores somos cada uno de nosotros ubicados dentro de los distintos campos de juegos en los que jugamos. Como jugadores tenemos una ubicación y una función dentro del juego que: elegimos jugar, estamos obligados a jugar o estamos invitados a jugar. La ubicación y la función que cumplimos dentro del campo de juego nos viene dada por distintos factores: nuestras capacidades, nuestras motivaciones, nuestras relaciones, nuestras posesiones, etc. Según sea la combinación de todos estos factores, así será nuestra ubicación y nuestra performance dentro del juego.

Las reglas del juego son el conjunto de normas, prácticas y costumbres que regulan y limitan la interacción de los jugadores dentro de cada campo de juego. Como cualquier otro juego, el juego social tiene sus reglas que delimitan el alcance de lo que cada cual, en un determinado contexto, puede hacer o no puede hacer. No hay ningún juego (y el juego social no es una excepción) en el que los jugadores puedan hacer lo que quieran o no tengan reglas que respetar o cumplir. Esas reglas pueden ser de procedencia diversa (jurídicas, culturales, institucionales, etc.) pero en cualquier caso su función es la de regular la interacción de los que en cada momento participan de un determinado juego.

Los resultados del juego son ganar (algo o todo de lo que está en juego), empatar o perder (algo o todo de lo que está en juego). Pero en el juego social estos tres tipos de resultados tienen matices y esos matices están relacionados o dependen del tipo de juego que se esté jugando. Hay juegos en los que lo que la oposición entre los equipos o los jugadores es absoluta y entonces uno gana lo pierde el otro, y hay juegos en los que la oposición de intereses ya no es absoluta y las soluciones que se obtienen son ventajosas para todas las partes.

Dentro de cada campo se pueden dar dos tipos de juegos: juegos colectivos o juegos individuales. El fútbol es un juego colectivo, el ajedrez es un juego individual.  Según sea el tipo de juego, los jugadores pueden establecer distintos tipos de relaciones: si es un juego individual sólo pueden mantener relaciones de competencia. Si es un juego colectivo, pueden verse dos tipos de relaciones: en primer lugar, las relaciones que los jugadores del mismo equipo mantienen entre sí. Estas son relaciones de cooperación. En segundo lugar, las relaciones que cada uno de los jugadores y el equipo en su conjunto mantienen con el otro equipo y con cada uno de los jugadores que lo componen. En este caso las relaciones son de competencia.

Una vez que los jugadores están dispuestos en el campo y conocen las reglas, reproducen el juego más o menos siempre de la misma manera y las variantes que se producen son limitadas por la mayor o menor flexibilidad de las reglas. De esa manera la dinámica del juego adquiere la forma de rutinas.

Por supuesto los juegos presentan disfunciones que en la sociedad se interpretan como violaciones a las reglas y que adquieren la forma del ejercicio de la coerción por medio de la violencia hacia los demás jugadores, la corrupción, o el engaño para sacar ventajas de la competencia y obtener mejores resultados. También como en los juegos, la sociedad genera los recursos necesarios para hacer frente a esas anomalías y castiga con penas o sanciones a los infractores de las reglas.

Lo interesante de esta forma de entender la sociedad es que parte de la idea de que cada sujeto o institución participante en el asunto, procura realizar sus propios fines sin que ninguna de ellas posea el control total sobre la situación ni sobre las otras partes intervinientes. Las personas o las instituciones son tomados, en este modelo, como "jugadores" que deben confrontar sus posiciones con otros "jugadores", quienes a su vez también persiguen fines, actúan de acuerdo con sus propios proyectos y procuran obtener ventajas personales interviniendo en el actuar de los demás. El éxito de la acción depende en parte de uno y en parte de los otros "jugadores" quienes, en el mejor de los casos, si son parte del mismo equipo cooperan para el logro del objetivo común y si son vistos como “rivales”, por lo general, tratan de obstaculizar la estrategia de juego que elaboraron los competidores.

Haber transitado por todas estas metáforas nos permite sacar algunas conclusiones. En primer lugar, ninguna de ellas, por si sola, da cuenta de la enorme complejidad de la sociedad. En segundo lugar, cada una de las metáforas nos aporta un punto de vista parcial y nos provee de algunas herramientas que nos ayudan a explicar o a entender las acciones de los sujetos sociales dentro de algunos contextos bien precisos. Sin embargo, no siempre nos resulta fácil aplicar a cualquier circunstancia el aparato conceptual acuñado dentro de una metáfora específica. Algunas son más útiles para explicar determinados tipos de interacción o de circunstancias sociales y otras son más eficaces para comprender otros contextos. Por último, haber hecho este recorrido nos permitirá hacer uso de las metáforas presentadas en el abordaje de los temas que presentaremos en las próximas unidades, sin necesidad de tener que explicar a qué nos estamos refiriendo cada vez que recurramos a algún concepto que es propio de una metáfora en particular, del mismo modo que sabremos apreciar cuál es el alcance que podemos darle y cuáles son sus limitaciones.

martes, marzo 12, 2013

El sentido de la vida

¿Tiene sentido la vida? Esta es una pregunta que en otros tiempos se hacían los filósofos y que nunca se hicieron los teólogos porque ellos, desde su perspectiva, conocían la respuesta de antemano: el sentido de la vida individual es la salvación del alma una vez que la persona abandona este mundo y, si el enfoque es un poco más amplio, la respuesta a esa pregunta, para las personas religiosas, es que el sentido final de la vida de todos es la instauración del reino de Dios en la tierra o el encuentro con el mismísimo Dios, vaya a saber dónde.
De un tiempo a esta parte las cosas cambiaron un poco, y la pregunta (si es que todavía quedan algunos que se la formulan) dejó de estar orientada “hacia arriba” y se volvió más “existencial”. Digamos que le podríamos echar la culpa de esos cambios, entre otros responsables, a esos dos grandes impostores de la modernidad: la secularización y la investigación científica, y a esa actitud tan propiamente posmoderna que se suele identificar con el nihilismo y el desencanto.
Para empezar, podríamos decir que hay dos maneras de enfocar el asunto. La primera es una manera llamémosla cosmológica y que intenta responder a la pregunta por el sentido de la vida no ya mirando hacia adónde va cada individuo en particular (el sentido de mi vida, de la tuya, la de él, etc.), sino del sentido de la vida biológica en su conjunto y, si se pretende ser un poco más precisos, pero no lo suficiente, del sentido de la vida humana en general. Aquí encontramos dos respuestas posibles. Para decirlo en el lenguaje de los filósofos una respuesta es inmanente y la otra es trascendente.
La respuesta inmanente de la manera cosmológica dice que el sentido de la vida se agota en la propia reproducción biológica y sus emergentes, en todas sus formas. La reproducción biológica incluye la evolución de las especies no en el sentido de su propio mejoramiento, sino en el sentido de “mutaciones permanentes, ciegas y hacia adelante”, lo que quiere decir sin ninguna finalidad a la que haya que llegar, y sin presuponer ni identificar evolución con mejora (se puede evolucionar para peor), sino simplemente con la repetición constante de un circuito que comprende variación – selección - reestabilización - variación - selección - ... etc. , y con un final inexorable que es la extinción.
La respuesta trascendente de la manera cosmológica, como ya anticipamos, es de un tono más optimista y ve el sentido de la vida como una meta. Esa meta, a su vez, puede ser trascendente, como en el caso religioso, en el que se postula la unidad final con Dios, o puede ser metafísica. En este último caso el sentido de la vida apunta a lograr un destino conjunto de la humanidad que está más allá de las contingencias individuales y a la que está orientada (la vida) como una flecha hacia adelante que más tarde o más temprano, se unirá a ese objeto difuso (paraíso, utopía, etc.). El sentido trascendente de la vida, entonces, consiste en lograr una especie de unidad en la que impera finalmente la armonía en sus tres categorías metafísicas principales: la verdad, la bondad y la belleza.
Con toda honestidad, no sé si todavía quedará mucha gente que se preocupe por estas cuestiones, o personas a las que todo esto le interese, aunque más no sea, a título de curiosidad intelectual, como esos temas en los que se piensan cuando uno no tiene nada que hacer. En cambio, lo que sí me parece que todavía tiene vigencia es la pregunta del sentido de la propia vida, y todo eso por culpa de la muerte.
¿Tiene sentido la vida de cada uno de nosotros? Esta pregunta apunta a encontrarle una respuesta a la segunda manera de enfocar el asunto que es, justamente, interrogarse por el sentido de la vida individual, es decir, el de cada persona. Mi punto de vista es que el sentido de la vida de cada persona se construye a partir de la adopción de creencias que luego sirven para orientar las acciones particulares en una dirección que al individuo que adoptó esas creencias le resulta funcional y, en ese aspecto, tranquilizador para seguir adelante, pese a los inconvenientes ocasionales o estructurales que esa vida particular pueda experimentar. Inconvenientes ocasionales pueden ser las fatalidades, accidentes o tribulaciones que le pueden pasar a cualquiera, pero que más tarde o más temprano pueden revertirse. Inconvenientes estructurales son todas aquellas dificultades con escasas posibilidades de que sean revertidas a lo largo de la vida biológica, psíquica o social del individuo.
Esas creencias que alimentan el sentido de la vida individual pueden ser de cualquier tipo y tenor: religiosas (en cuyo caso el sentido de la vida individual se acopla al sentido de la vida cosmológico – trascendente), éticas (que luego se vuelcan a distintos órdenes de la vida: familiar, político, social, etc.) hedonistas (se cree que el sentido de la vida consiste en disfrutar, y luego se orienta el disfrute según las preferencias de cada uno: corporal, estético), etc..
En concreto, creo que si uno no cree en algo (Dios, el más allá, el amor, la diversión, el dinero, la educación, el servicio social, la política o lo que sea) la vida no tiene sentido (es decir, no va a ninguna parte prefijada o predeterminada ni, tampoco, está proyectada para lograr objetivos o metas), y no hay por qué atormentarse por eso. Los destinos, los objetivos o las metas son otras tantas creencias que ayudan a seguir viviendo. Uno transita por este mundo, y con el barro que tiene a mano construye un sistema más o menos coherente de creencias que le sirve para sobrellevar el día a día, pero también para elaborar proyectos que prolonguen el mientras tanto, tanto como sea posible en las mejores condiciones que se puedan realizar. Por supuesto, y esto es necesario aclararlo, la coherencia es interna, es decir, entre las creencias que en conjunto forman el sistema de cada uno, pero de ningún modo cada creencia en particular o el sistema de creencias propio en su conjunto guarda alguna relación punto por punto con el supuesto contenido externo sobre el que creen apoyarse y asumen como “real”. Por cierto, el entorno de cada cual ayuda a la elaboración de ese sistema de creencias que, para el que lo utiliza, no es nada más que uno de los tantos mundos posibles (en el sentido de Bruner) que pudo haber construido. Pensemos, si no, como hacen para seguir adelante todas aquellas personas que, cuando las observamos, percibimos en ellas dificultades estructurales que uno entiende que difícilmente cambiarán, pero que, a pesar de todo, como se dice, las vemos seguir remando. Creen en algo y eso es suficiente.
Desde hace un tiempo, a nuestro alrededor, circula un consejo que suelen darle algunos a otros que no le encuentran la vuelta a su vida y que transforman esa carencia en una queja permanente, o en una constante crítica a todo y a todos los que se le cruzan en el camino. Nada les viene bien. “Inventate una vida”, les dicen a modo de sugerencia los que intentan mejorarle el rumbo a esos otros a los que todo les viene mal. Y me parece que, al fin de cuentas, todos los que intentamos que nuestro tránsito sea el mejor posible, hicimos y hacemos a cada instante, justamente eso: nos inventamos una vida, para que hasta último momento la propia tenga sentido.