Desde la
época de los filósofos griegos se intenta explicar qué es la sociedad. Pero
desde hace aproximadamente doscientos años se intenta explicar qué es la
sociedad apelando a ejemplos, criterios y, sobre todo, a metáforas modernas.
Por lo general se hace este trabajo tratando de reconocer cuáles son los
elementos que la componen, cómo se relacionan entre ellos, cómo funcionan esos
elementos por separado y en conjunto, qué sucede cuando ese funcionamiento se
distorsiona y cómo es que la sociedad se mantiene más o menos estable y, al
mismo tiempo se va modificando. Todos esos intentos se pueden dividir en dos
grandes grupos: un grupo en el que se encuentran las explicaciones que
consideran que la sociedad es más que la suma de los individuos que la componen
y otro grupo en el que son los individuos los que cuentan y la sociedad, en el
mejor de los casos es el resultado de la interacción que se produce entre
ellos.
En cada época se echó mano al recurso de alguna metáfora que permitiera hacer comprensible cada uno de estos aspectos de la sociedad. En general, las metáforas se elaboraban (y se elaboran) eligiendo el objeto o la situación más representativa de la época. Veamos cuáles fueron en cada momento los objetos utilizados para representar la sociedad de la época, cuáles son sus mejores aportes y cuáles sus deficiencias.
En cada época se echó mano al recurso de alguna metáfora que permitiera hacer comprensible cada uno de estos aspectos de la sociedad. En general, las metáforas se elaboraban (y se elaboran) eligiendo el objeto o la situación más representativa de la época. Veamos cuáles fueron en cada momento los objetos utilizados para representar la sociedad de la época, cuáles son sus mejores aportes y cuáles sus deficiencias.
- La sociedad es como una máquina
Para
los partidarios de esta comparación, la sociedad se parece a una máquina tanto
en su composición como en su funcionamiento. En efecto, tanto una como la otra
están compuestas por partes o “piezas” que se ensamblan unas con otras para
producir un resultado o conjunto de resultados que ninguna de esa partes por sí
mismas estarían en condiciones de producir. Al mismo tiempo, como las máquinas,
las sociedades necesitan lubricación y combustible para funcionar de manera
eficiente y hacer lo que se espera de ellas.
Por otro lado, cuando se descomponen o dejan de funcionar es porque la
relación entre las partes comienza a presentar fallas y desajustes que
requieren de algún tipo de reparación para volver a ponerlas en marcha.
Como el resto de las
analogías, también ésta nos exige un esfuerzo de traducción para ver qué es lo
que aporta a nuestro intento por comprender los fenómenos sociales. De este
modo tendremos que saber en lugar de qué están las piezas, cuáles son los
lubricantes y combustibles sociales, qué significa que una sociedad o una parte
de ella deje de funcionar y en qué consiste el arreglo y cómo se lo lleva a
cabo. Además, como ocurre con las máquinas, es necesario saber el grado de
importancia o la jerarquía que tiene cada una de las piezas para el conjunto y,
en todo caso, cuánto depende cada una del resto para cumplir correctamente con
su función, si tienen algún grado de autonomía o, acaso, su participación se
reduce a prestar colaboración para el buen rendimiento de la máquina en su
conjunto.
Para
esta metáfora las piezas de la maquinaria social pueden ser de dos tipos:
individuales y colectivas. Las piezas individuales podemos ser cada uno de
nosotros tomados por separado. Así, un individuo puede tomarse como una pieza
que, con sus acciones diarias en relación con las acciones diarias de los
demás, hacen que al cabo del día, la máquina haya funcionado
satisfactoriamente, siempre que cada uno haya cumplido con lo que se espera de
él.
Puede
pensarse también que cada individuo sea una pieza, una parte de una pieza
mayor, más compleja, que, vinculada con otras piezas, hagan funcionar a la
máquina. Por ejemplo, supongamos que un pistón, con su movimiento, ayuda a que
funcione el motor que, a su vez, permite que el automóvil se ponga en marcha, o
que la bomba de aceite, el filtro de aire, el motor y el radiador, son piezas
más o menos complejas compuestas por piezas más simples que, en conjunto,
permiten que el auto funcione como se espera. En la sociedad, según esta
analogía, las piezas complejas son las instituciones que están
compuestas por individuos que con sus acciones, en relación con
las acciones de los otros, desempeñan rutinas que permiten que las
instituciones sean más o menos eficaces, es decir, que funcionen cercanamente a
lo que se espera de ellas. Por otra parte, como en el caso de las partes de una
máquina, también los individuos y las instituciones ocupan un lugar específico
dentro del conjunto y tienen una función asignada. Dicho en términos sociales,
tienen un status y desempeñan una función. Algunos autores
prefieren hablar de rol en lugar de función, pero dejaremos el primer término
para explicar oportunamente otra de las metáforas ya que se ajusta mejor al
sentido que propone. En resumen, los individuos y las instituciones son las
partes constitutivas de la sociedad; mantienen una ubicación más o menos
estable y desempeñan funciones más o menos específicas; con sus acciones
relativamente uniformes hacen que el todo social se ponga en movimiento, que es
tanto como decir que esté dotado de un dinamismo diferente al de cada una de
sus partes.
Ahora
bien, hemos hablado de que las piezas funcionan de manera “aceitada” si están
correctamente lubricadas y si la máquina se alimenta con el combustible
adecuado para ponerse en movimiento. ¿Cuáles son esos lubricantes y esos
combustibles “sociales”? También aquí cabe la diferenciación entre fluidos
individuales y colectivos, pero se puede agregar otra variante que es la que
distingue entre alimentación interna y externa. Por ejemplo, un lubricante o un
combustible individual e interno podrían ser las expectativas y las motivaciones
de los individuos, así como sus creencias siempre que cualquiera de
esos factores lo impulsen a actuar de determinada manera. En el mismo sentido,
los individuos agrupados en instituciones y organizaciones se proponen metas
u horizontes comunes que dinamizan la vida social y la ponen en movimiento. También
forman parte de esta gama de lubricantes las acciones de otras personas y
otras instituciones que, oficiando como agentes externos, forman parte de
la trama social y contribuyen a la dinámica de “la maquinaria”.
Pero,
por último, podemos preguntarnos: ¿qué otra cosa le puede suceder a una máquina
además de funcionar bien y cumplir con la función para la cual fue creada?
Desde luego, lo que le puede pasar es que funcione mal y que no cumpla con el
cometido que se le asignó. ¿Cuáles pueden ser las causas que provoquen el
deterioro y las consecuentes anomalías funcionales de un artefacto? Podríamos
pensar, por ejemplo en el desgaste de las piezas, en el desajuste entre ellas,
en la falta de combustible, en la inadecuada lubricación, etc. Para los partidarios
de esta metáfora el equivalente social del mal funcionamiento de la máquina es
el conflicto. Para decirlo rápido, el equivalente social del desajuste
entre las piezas de una máquina estaría expresado en la ruptura de la armonía,
del equilibrio o del orden social que se supone que existe cuando no se
producen enfrentamientos entre sus miembros, sean estos individuos o
instituciones.
Como
suele suceder, cuando una máquina se descompone o funciona mal lo que hay que
hacer es repararla o cambiarla por otra nueva. Suele pensarse que, salvo que
sea posible y que las circunstancias se muestren propicias, para considerar la
posibilidad de cambiar un aparato por otro nuevo hay que estar en condiciones
de asumir el costo de lo que eso significa. Se paga un precio por mandar el
auto al taller o el lavarropas al service y otro muy distinto por comprar un 0
km o un lavarropas nuevo. En general,
para no pegar estos saltos tan grandes, lo que la gente hace es intentar
reparar lo que tiene y entonces, lo que hace es cambiar algo de lo que ya está
en uso.
Quienes
concibieron la metáfora de la maquinaria social, pensaron el buen
funcionamiento en términos de orden
social, el mal funcionamiento en términos de conflicto y la reparación en términos del cambio social. Así
una revolución social sería el cambio de un sistema por otro
radicalmente diferente y un cambio social controlado estaría ubicado en
la línea equivalente a una reparación del mismo aparato social. Según este criterio la finalidad de una
sociedad es que ésta funcione bien y funcionar bien en este marco significa que
se pueda mantener la armonía entre las partes respetando y haciendo respetar
tanto los lugares que cada cual tiene asignado como la función que desempeña.
Es
evidente que esta metáfora de la sociedad contribuye a poner sobre la mesa del
analista, el científico o el investigador social, un conjunto de categorías
básicas que integran el aparato conceptual utilizado para comprender y explicar
los fenómenos sociales. Además, en su formulación quedan implícitamente introducidos algunos de los principales
problemas de la teoría social y de la sociología: ¿la sociedad es sólo la suma
de sus partes o es algo superior y está
por encima de cada individuo o institución?, ¿existe la sociedad, o existen
sólo individuos que están relacionados unos con otros?, ¿hay algo llamado
sociedad que sea diferente de sus componentes?
Por
otra parte y sin mucha dificultad, podemos ver en esta metáfora una tendencia
teórica y a partir de ella advertir una dificultad. La tendencia teórica que
insinúa es que la sociedad (es decir, la máquina) es mucho más (jerárquica y
cualitativamente hablando) que cada una de sus partes por separado y esto hace
que esas partes sean meros componentes estáticos con escasas posibilidades de ocupar
otros lugares y desempeñar otras funciones distintas de las que tienen
asignadas dentro del conjunto para que éste funcione de manera equilibrada. O
sea, que es difícil, en este esquema, que los sujetos sociales puedan ser algo
diferente de lo que son. En este sentido, la sociedad de alguna manera es
condicionante y hasta a veces determinante del destino de los sujetos que la
componen, en la medida que, por su
propio peso, orienta la vida de sus miembros sin que éstos puedan hacer
demasiado para oponer resistencia. Aun más, en muchas ocasiones esa resistencia
es tomada como una anomalía o un desequilibrio social que está en la capacidad
y atribuciones de la sociedad, volver a sus cauces para reestablecer el
equilibrio y que todo vuelva a su lugar. De este modo, el cambio es visto en
esta lectura como un efecto, resultado del desajuste de las piezas y, por lo
tanto algo que no merece ser promovido sino, por el contrario, es visto como
algo que hay que evitar y si no es posible, entonces, orientarlo para que
ocasione la menor cantidad de dificultades a la sociedad en su conjunto. Ya
veremos que otros intentos explicativos, tienen a subsanar estas deficiencias y
a proponer otras lecturas en las que intervienen otros factores y otros
elementos que también forman parte de la vida social y que en esta
construcción o no son tenidos en cuenta
o son minimizados.
Se puede apreciar a simple
vista que esta metáfora peca por ser demasiado simplista e ingenua. Podría
decirse, en sintonía con su propio contenido, que ve a la sociedad de una
manera demasiado “mecánica”. En principio la sociedad se revela como demasiado
estática y demasiado rutinaria. Cada una de sus partes, desde la más simple a
la más compleja, ocupa un lugar fijo y cumple siempre la misma función hasta
que se descompone o no sirve más. Las partes, por decirlo así, están al
servicio del buen funcionamiento de la máquina. Por otra parte la función que
se le asigna es más bien conservadora porque el principal objetivo de la
sociedad tiene que ver con mantenerse a sí misma, funcionando correctamente
para producir siempre, más o menos los mismos resultados. Es una metáfora que
no tiene demasiado en cuenta aspectos que están relacionados con el cambio y la
movilidad social.
- La sociedad es como un organismo
Pensemos
en esa expresión que todos hemos escuchado alguna vez: "la familia es la célula
de la sociedad", o "tal o cual grupo constituyen el tejido
social". Pero, además, y a
diferencia de la metáfora de la máquina, en este nuevo intento de comparación y
explicación, la sociedad crece, se adapta, evoluciona, se transforma, y sus funciones
se hacen más complejas.
Desde
luego, dentro de esta metáfora se hablará de sociedades sanas o enfermas,
según sus componentes aporten a la armonía y el equilibrio del cuerpo social o
atenten contra su buen funcionamiento. Por eso, también se hablará de distintas
modalidades de cura o terapia que irán desde aplicar remedios
a las partes dañadas hasta extirpar (con todo lo que eso significa) los
órganos o los miembros enfermos que atentan contra la salud del todo. De
inmediato se aprecia, detrás de esta metáfora, el sesgo conservador y
reaccionario que en, general acompañó a estas interpretaciones.
El
organicismo social (así se conoce al contenido de esta metáfora) hace recaer
todo el peso del buen funcionamiento de la sociedad en la importancia del
Estado que, en esta analogía, hace las veces del cerebro que piensa, ordena y
garantiza el buen funcionamiento del cuerpo en su conjunto. Todas las demás
partes del organismo son subsistemas (la familia, la escuela, la religión, la
economía, etc.) que, como si fueran un hígado, un corazón o un riñón, cada uno
cumple su función y está en directa relación con los demás para que el
organismo en su totalidad se mantenga estable y compensado, lo cual no
significa otra cosa que, adaptado al orden instituido.
Podríamos incluir a esta
metáfora y a la anterior, dentro de las que conforman el grupo de explicaciones
sistémicas de la sociedad que, como queda dicho, entienden al todo como mayor y
más complejo que la suma de sus partes y que, además, esas partes no tienen
mayor relevancia cada una por si misma si no están en función y al servicio de
la sociedad en su conjunto.
- La sociedad es como un teatro
Desde este intento de
explicación la sociedad es el escenario donde los actores
despliegan sus papeles o roles, según la escena que les toca
desempeñar. Ahora bien, cada actor, a su vez, está llamado a ocupar en cada
obra que le toca representar y según sea el escenario, una determinada posición
o estatus: algunas veces será protagonista, otras estará en el elenco de
reparto y, otras, será un extra.
Desde esta lectura no hay una
gran obra que pudiera ser la vida social en su totalidad. Todos pasamos a ser
actores de muchas obras a lo largo de nuestra vida y se juzga y se valora
nuestra actuación por como desempeñamos nuestro papel en cada una de ellas.
Actuamos de una manera en la escena familiar, de otra en el ámbito laboral y de
otra, en el escenario que construimos con nuestros amigos.
Las nociones de actor, rol,
estatus, e interacción, como puede apreciarse, son más importantes, en esta
metáfora, que la de escenario. En todo caso, para este intento de explicación
social la escenografía no es más que la apoyatura en donde cada uno de nosotros
desempeña su papel con más o menos fortuna, con más o menos pericia.
Como en el teatro, en la
sociedad usamos máscaras o representamos papeles para cumplir con un guión o un
libreto que ayudamos a escribir con nuestras acciones presentes y pasadas. Este
aspecto de la metáfora es interesante porque si somos nada más que nuestros
papeles, no hay nada de esencial en nosotros; no hay nada que pueda decirse de
nosotros que sea estable y permanente. Como estamos llamados a actuar según se
nos presente la circunstancia (la escena) y el papel o rol que tenemos asignado
en cada caso, hoy actuamos de hijo, mañana de padre; aquí de jefe, allá de
súbdito; en este caso de galán y en aquel otro de recio; en aquella escena
pasamos desapercibidos y en esta otra ocupamos el centro del escenario.
La sociedad es ese gran teatro
en el que a cada instante se van representando múltiples obras con distintos
protagonistas que interactúan entre ellos. Es como si fuéramos saltando de una
sala a la otra, unas veces como actores y otras como espectadores. A veces
dominamos la escena y otras veces somos atrapados por ella. Los otros, en esta
metáfora juegan un papel decisivo para que cada "yo" pueda
representar su papel. Se podría decir que no hay monólogos o soliloquios en
esta manera de entender la sociedad. A veces el otro es el protagonista y
nosotros somos los "partenaires", los que estamos ahí para que
los demás cumplan con su papel, y otras veces son los otros los que completan
la escena en la que por cuestiones de guión nos toca sobresalir.
Una última cuestión para la
descripción de esta metáfora. No hay obras objetivamente buenas o malas. En
todo caso, aquí entra en escena el tema de la subjetividad. Como es
imposible que cada uno de nosotros no actúe en alguna obra, en la que nos toque
actuar nos desempeñaremos mejor o peor, pero esa es la obra en la que nos tocó
actuar y allí desplegaremos nuestras
mejores dotes actorales. Sin embargo,
este último aspecto es interesante porque deja traslucir que, a pesar de todo
lo que pueda decirse acerca de la prevalencia del actor por sobre la escena, el
guión y la obra, queda bien claro que no siempre uno elige dónde actuar ni
cómo. En este sentido, y a pesar de la incidencia de lo individual que se
reconoce en este modo de ver las cosas, por ejemplo no es lo mismo actuar
perteneciendo a una clase social que a otra, o formar parte de un elenco que de
otro. Lo social no desaparece.
- La sociedad es como un texto
Después de la segunda mitad
del siglo XX comenzaron a aparecer en el ámbito de las ciencias sociales
disciplinas que intentaban bucear o internarse en las profundidades de los
fenómenos sociales intentando ir más allá de lo que cada uno de ellos por sí
mismo dejaba ver en la superficie. La vida social había dejado de ser un
fenómeno a percibir y a analizar para convertirse en una especie de libro, de
texto, o de discurso que era necesario leer e interpretar.
Pero, ¿cómo es posible ver a la
sociedad como un texto? Lo primero que hay que decir es que cada uno de sus
componentes deja de ser lo que es para convertirse en un signo que
encierra o que contiene uno o más significados. Así, la ropa que usa la
gente deja de ser un recurso para abrigarse y pasa a ser, por ejemplo, un signo
de la clase social a la que pertenece. El observador se convierte en un lector
social de textos sociales.
Dicho
en otras palabras, todos los fenómenos
sociales son analizados en su dimensión
significante (desde el saludo a un articulo periodístico, desde la
situación dentro de un aula que significa por ejemplo "gente estudiando en
una escuela" hasta la ubicación de un film dentro del género al que
pertenece). Cada uno de nosotros se convierte en un lector más o menos avezado
de ese objeto que nos contiene, nos invade y nos interroga a cada instante: la
sociedad. Intentamos darnos cuenta de los rasgos que hacen que en un momento
“levantar la mano” en nuestra sociedad sea un saludo y en otro momento
signifique “parar el colectivo”. En pocas palabras, para esta metáfora todos los fenómenos sociales pasan a ser
objetos que significan algo, que tienen significado.
En
la metáfora que toma a la sociedad como un texto hay un doble trabajo de interpretación-comprensión. En general, cuando
alguien busca entender el sentido de algún fenómeno social (un hecho, un
artículo de un diario, una situación de calle, un programa de televisión, etc.)
comienza la tarea tratando de responderse a una pregunta implícita que
genéricamente podría formularse en estos términos: "A ver, ¿de qué se
trata esto?". Formulada la pregunta, empieza su tarea comprensiva,
buscando elementos (un personaje, un rasgo de un personaje, una circunstancia)
que le proporcionen pistas, recorridos, que le permitan en algún momento decir:
"¡Ah! se trata de..." Es en
este sentido que la sociedad se nos presenta como un texto que estamos leyendo
a cada paso. Esas realidades textualizadas son interpretadas cada vez por los
sujetos que se enfrentan con ellas, simplemente porque las personas necesitan
entender la sociedad. Entender la sociedad no es lo mismo que tratar de
explicarla. La ciencia trata de explicar la sociedad real. Tratar de entender
la sociedad es construir una interpretación posible "de lo que pasa"
para seguir viviendo en ella.
Para
esta metáfora las personas cuentan con un procedimiento
específico para poder realizar el trabajo de leer la sociedad y tomarla como un
texto. Ese procedimiento es el trabajo
de interpretación. La interpretación
nos plantea dos problemas: por un lado, nos podemos preguntar: ¿Hasta dónde
puedo llegar con mi interpretación?, ¿puedo interpretar lo que se me antoja?,
¿hay algún límite para la interpretación?; por otro lado, y relacionado con lo
anterior, nos podemos preguntar ¿hay alguna forma de decir cuál es la
interpretación correcta? Si bien el proceso de interpretación no tiene límites
impuestos de antemano, lo que hace que una interpretación sea más o menos
válida es el grado de aceptación social que alcanza en el tiempo y lugar donde
se realiza. Desde luego nada impide que cada uno diga cualquier cosa respecto
al sentido de un texto cualquiera. Pero sólo aquello que resulta más o menos
aceptable socialmente en ese momento se presenta como algo que "tiene
sentido".
Una
sociedad y sus miembros siempre comprenden los textos entre dos umbrales
extremos: un umbral es el que está determinado por la interpretación literal
del texto. La interpretación literal es la interpretación de superficie. La
interpretación literal es la que sólo advierte o toma "lo que el texto
dice", sin indagar en "lo que quiere decir".
El
otro umbral es el que marca el límite más allá del cual, la interpretación
aparece como "delirante' o sin sentido. Esta interpretación además de
buscar lo que el texto quiere decir, le asigna sentidos que van más allá de las
"lecturas aceptables" que el conjunto de la sociedad, en ese momento,
en ese lugar, y dentro de sus posibilidades, está en condiciones de reconocer.
La
finalidad del trabajo de interpretación que hacen los lectores de la sociedad
tomada como un texto es comprender lo que ella es y lo que pasa dentro de ella.
¿Qué significa comprender? Comprender es "darse cuenta". La
interpretación es un trabajo que interroga a la sociedad. La comprensión es
respuesta a esa pregunta. Comprender es una tarea que surge como una necesidad
del sujeto que aborda el texto, cuando se presume una distorsión, un desajuste
en la relación entre él como lector y el texto como objeto portador de sentido.
En
líneas generales, para comprender la sociedad tomada como un texto es necesario
que se den las siguientes condiciones:
a)
lo que se trata de comprender, es decir, eso que es tomado como texto siempre
se da en una situación histórica determinada. Las personas no comprenden
"en el aire". Toda comprensión se realiza en un lugar y un tiempo
preciso que aporta las condiciones necesarias para acceder a los múltiples
sentidos que los textos pueden tener dentro
de esas condiciones.
b)
La comprensión presupone un telón de fondo cultural, una base en cuya
composición están presentes las costumbres
y tradiciones de la cultura en la
cual dicho texto adquiere sentido. Costumbres y tradiciones sirven como punto
de partida, como lugar de referencia a partir del cual los textos que
interpretamos se nos hacen inteligibles. Comprendemos de alguna manera lo que
pasa y lo que “leemos” porque ya nuestra cultura nos provee un mundo previo,
"ya instalado", desde el cual nos es posible abordar el conjunto de
textos y obras que esa cultura produce.
c)
Como las costumbres y tradiciones se modifican según los tiempos y lugares,
esas modificaciones hacen que se modifique también el sentido que adquieren las
prácticas sociales, según la comunidad en que se insertan. Por ejemplo, las
costumbres familiares no tienen el mismo significado para los hijos que para
los padres y adquieren el sentido que le asignan los sujetos de esa época y ese
lugar, en función de las circunstancias que componen la biografía de unos y
otros.
Los
que propician el uso de esta metáfora proponen una visión relativa del valor de
las interpretaciones. Sostienen que en la comprensión de los textos no hay una
lectura que pueda ser mejor que otra si las condiciones en que se hacen ambas
lecturas son diferentes. Puede haber lecturas mejores y peores, más o menos
acertadas, bajo las mismas condiciones, pero eso es difícil de lograr. Cuando
varían las condiciones tanto objetivas (es decir, lo que realmente pasa) como
subjetivas (la variación de los cristales con los cuales cada cual mira lo que
pasa) lo que hay es nada más que comprensiones, lecturas diferentes, y entonces
sólo puede decirse que el texto se comprende de otra forma y nada más que en
eso consiste la modificación en la calidad del resultado interpretativo.
Para resumir el alcance de esta metáfora, diremos que la
sociedad es un gran texto compuesto por hechos, circunstancias, productos
culturales (desde normas y valores hasta formas de vestirse, pasando por
programas de tv o espectáculos deportivos) que funcionan como “frases”
expuestas ante los ojos de los miembros de esa sociedad que ofician de
“lectores” interpretando todo aquello que les llama la atención para tratar de
comprender el mundo y la sociedad en la que viven.
- La sociedad es como un juego
Esta es una de las últimas metáforas que se
han elaborado para explicar la sociedad y en su construcción los aportes de la
economía han sido decisivos. Es una metáfora en la que se resalta la supremacía
de la acción de los individuos por sobre la influencia que la sociedad puede
ejercer sobre ellos.
Los componentes de esta metáfora son el
campo de juego, los jugadores, las
reglas del juego y los resultados que se obtienen.
El campo de juego es la sociedad en su
conjunto o cada uno de los ámbitos en los que los individuos interactuan. La familia, el trabajo, el aula o el tránsito
vehicular, pueden constituirse en distintos campos de juego en los que
diariamente jugamos juegos diferentes.
Los jugadores somos cada uno de nosotros
ubicados dentro de los distintos campos de juegos en los que jugamos. Como
jugadores tenemos una ubicación y una
función dentro del juego que: elegimos jugar, estamos obligados a jugar o estamos
invitados a jugar. La ubicación y la función que cumplimos dentro del campo
de juego nos viene dada por distintos factores: nuestras capacidades, nuestras
motivaciones, nuestras relaciones, nuestras posesiones, etc. Según sea la
combinación de todos estos factores, así será nuestra ubicación y nuestra
performance dentro del juego.
Las reglas del juego son el conjunto de
normas, prácticas y costumbres que regulan y limitan la interacción de los
jugadores dentro de cada campo de juego. Como cualquier otro juego, el juego
social tiene sus reglas que delimitan el alcance de lo que cada cual, en un determinado
contexto, puede hacer o no puede hacer. No hay ningún juego (y el juego social
no es una excepción) en el que los jugadores puedan hacer lo que quieran o no
tengan reglas que respetar o cumplir. Esas reglas pueden ser de procedencia
diversa (jurídicas, culturales, institucionales, etc.) pero en cualquier caso
su función es la de regular la interacción de los que en cada momento
participan de un determinado juego.
Los resultados del juego son ganar (algo o
todo de lo que está en juego), empatar o perder (algo o todo de lo que está en
juego). Pero en el juego social estos tres tipos de resultados tienen matices y
esos matices están relacionados o dependen del tipo de juego que se esté
jugando. Hay juegos en los que lo que la oposición entre los equipos o los
jugadores es absoluta y entonces uno gana lo pierde el otro, y hay juegos en
los que la oposición de intereses ya no es absoluta y las soluciones que se
obtienen son ventajosas para todas las partes.
Dentro
de cada campo se pueden dar dos tipos de
juegos: juegos colectivos o juegos
individuales. El fútbol es un juego
colectivo, el ajedrez es un juego individual. Según sea el tipo de juego, los jugadores
pueden establecer distintos tipos de
relaciones: si es un juego individual sólo pueden mantener relaciones de competencia. Si es un
juego colectivo, pueden verse dos tipos de relaciones: en primer lugar, las
relaciones que los jugadores del mismo equipo mantienen entre sí. Estas son relaciones de cooperación. En segundo
lugar, las relaciones que cada uno de los jugadores y el equipo en su conjunto
mantienen con el otro equipo y con cada uno de los jugadores que lo componen.
En este caso las relaciones son de competencia.
Una
vez que los jugadores están dispuestos en el campo y conocen las reglas, reproducen
el juego más o menos siempre de la misma manera y las variantes que se producen
son limitadas por la mayor o menor flexibilidad de las reglas. De esa manera la
dinámica del juego adquiere la forma de rutinas.
Por
supuesto los juegos presentan disfunciones
que en la sociedad se interpretan como violaciones a las reglas y que adquieren
la forma del ejercicio de la coerción por medio de la violencia hacia los demás
jugadores, la corrupción, o el engaño para sacar ventajas de la competencia y
obtener mejores resultados. También como en los juegos, la sociedad genera los
recursos necesarios para hacer frente a esas anomalías y castiga con penas o
sanciones a los infractores de las reglas.
Lo
interesante de esta forma de entender la sociedad es que parte de la idea de
que cada sujeto o institución participante en el asunto, procura realizar sus
propios fines sin que ninguna de ellas posea el control total sobre la
situación ni sobre las otras partes intervinientes. Las personas o las
instituciones son tomados, en este modelo, como "jugadores" que deben
confrontar sus posiciones con otros "jugadores", quienes a su vez
también persiguen fines, actúan de acuerdo con sus propios proyectos y procuran
obtener ventajas personales interviniendo en el actuar de los demás. El éxito
de la acción depende en parte de uno y en parte de los otros
"jugadores" quienes, en el mejor de los casos, si son parte del mismo
equipo cooperan para el logro del objetivo común y si son vistos como
“rivales”, por lo general, tratan de obstaculizar la estrategia de juego que
elaboraron los competidores.
Haber
transitado por todas estas metáforas nos permite sacar algunas conclusiones. En
primer lugar, ninguna de ellas, por si sola, da cuenta de la enorme complejidad
de la sociedad. En segundo lugar, cada una de las metáforas nos aporta un punto
de vista parcial y nos provee de algunas herramientas que nos ayudan a explicar
o a entender las acciones de los sujetos sociales dentro de algunos contextos
bien precisos. Sin embargo, no siempre nos resulta fácil aplicar a cualquier
circunstancia el aparato conceptual acuñado dentro de una metáfora específica.
Algunas son más útiles para explicar determinados tipos de interacción o de
circunstancias sociales y otras son más eficaces para comprender otros
contextos. Por último, haber hecho este recorrido nos permitirá hacer uso de
las metáforas presentadas en el abordaje de los temas que presentaremos en las
próximas unidades, sin necesidad de tener que explicar a qué nos estamos
refiriendo cada vez que recurramos a algún concepto que es propio de una
metáfora en particular, del mismo modo que sabremos apreciar cuál es el alcance
que podemos darle y cuáles son sus limitaciones.