Antecedentes
En
los últimos cuarenta o cincuenta años los MMC cumplieron un papel destacado en
la flexibilización de los límites espaciales, perceptivos, sociales y
culturales. En cada período las instituciones hegemónicas han sabido definir (o
borrar) los límites y los alcances de las prácticas más o menos estables que
posteriormente debían ser incorporadas, por exitosas, al bagaje de recursos
válidos para la propia perpetuación de la institución. Así, en distintos períodos,
la iglesia, la familia y la escuela se erigieron en instituciones hegemónicas
en la transmisión de valores y en la circulación de opiniones que debían ser
generalmente admitidas.
Sólo por tomar los últimos doscientos
años, puede decirse que entre fines del siglo XVIII y mediados del siglo XX,
más o menos, la escuela ocupó el lugar
hegemónico a la hora de seleccionar contenidos y valores para distribuir y
reproducir entre los sujetos sociales. Durante ese período la escuela transformó
en laica la cultura y se constituyó en la forma de socialización privilegiada y
lugar de paso obligatorio para los niños de todos los sectores sociales.[1]
Ya dentro de la segunda mitad
del siglo XX los medios adquirieron un rol protagónico y una posición
hegemónica en la difusión de pautas, criterios y valores que a la postre
resultaron formativos y presentaron grandes lineamientos que contribuyeron a
orientar la manera de vivir de la gente. Esa hegemonía
es, entre otras cosas, la que les permitió introducir en los hogares y en las
escuelas sus temas, sus formas de expresión y las actitudes que fueron
promoviendo. A partir de ese momento, para
poder convivir con los demás en los ambientes que se frecuentan diariamente (la
escuela, el trabajo, la reunión con los amigos) ya no importó tanto qué ni
cuánto es lo que había que saber, cómo había que actuar o cómo mantener el buen
gusto; comenzó a importar más estar en sintonía con los productos elaborados en
los MMC. Además, el apogeo de los MMC en
las décadas del 50 y 60 coincidió con la mirada crítica que para ese entonces
comenzaba a utilizarse para analizar las fisuras que empezaban a mostrar las
instituciones escolares y la flexibilización de los criterios formativos de las
familias.
A partir de los años
ochenta comienza a llamar la atención la influencia que los medios de
comunicación de masas ejercen sobre las personas y los grupos de nuestra época,
en el nivel propiamente antropológico y social[2]. Entre esas influencias se destaca la
penetración de la televisión en el cambio del espacio doméstico y el deterioro
de las redes de comunicación intrafamiliares. En los noventa se intensifica el
borramiento de los límites que separan a las instituciones sociales
tradicionales de las instituciones mediáticas. La relación entre familia,
escuela y medios se vuelve confusa y borrosa. Ya no se percibe con claridad la procedencia
de las pautas, los criterios y las opiniones que circulan socialmente con más
frecuencia.
2. Nuevos actores mediáticos
Dos nuevos actores se
destacan dentro la nueva escena social: la
pantalla y las audiencias. Para Roger Silverstone[3]
el objeto mediático de la época es la pantalla convertida en la puerta de
acceso al mundo en sus distintas facetas materiales y simbólicas. Esto significa que la pantalla se posiciona en el
centro de la escena social por tres razones: en primer lugar, por su ubicación
dentro de la cultura hogareña y escolar, en segundo lugar por el papel que
desempeña en el conjunto de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación (TIC) (pensemos no sólo en el
televisor y la computadora, sino también el creciente papel de la pantalla
telefónica y ahora, en las pantallas de 7” de los autos de media y alta gama)
y, finalmente, por su doble carácter de objeto de consumo y de “transmisor de
significados/intenciones/propósitos que son también consumidos”. Desde esta
triple perspectiva, la pantalla oficia como instrumento de integración o
desintegración institucional, es decir, como constructora y difuminadora de
límites, tanto a nivel familiar como a nivel pedagógico.
En cuanto al otro actor
social, según Orozco Gomez[4],
las audiencias nacen del borramiento
de los límites que antes servían para segmentar a la población (el género, la
edad, la clase social, el tipo de trabajo o el nivel educativo) y que hoy
resultan insuficientes o poco representativos para reconocer la constitución de
nuevos grupos que se han ido gestando alrededor de la pantalla y sobre la base
de un “criterio transversal de segmentación mediática”. Dicho de otro modo, lo que
hoy aglutina y, al mismo tiempo, divide a las personas y los grupos es el tipo
de intercambios simbólicos que se realizan a través de los contactos que se
mantienen y de los circuitos que se recorren en los espacios construidos en los
MMC.
En este contexto ser audiencia significa que los nuevos
sujetos sociales reemplazan las antiguas formas de abordaje de la realidad por las pantallas del televisor y la
computadora. Significa, al mismo tiempo, que los encuentros personales van
siendo reemplazados por contactos virtuales realizados a través del chat
y la navegación por internet. Finalmente, esta nueva configuración hace
que lo que pasa por (y a través de) los medios adquiere progresivamente el
carácter de “vehículo para conocer, aprender, sentir y gustar”. Ser audiencia, por lo tanto, supone una transformación sustancial
de la estructuración de los sujetos, ya que se han reformulado los límites espacio-temporales
del intercambio social y esto ha devenido, por un lado, en una modificación del
vínculo entre ellos ya que los encuentros pasan de ser personales a ser
virtuales y, por otro lado, en una modificación de las relaciones que esos
mismos sujetos mantienen con el entorno, con los acontecimientos y con las
fuentes clásicas de información y producción de conocimientos.
3. El nuevo modelo de instituciones
sociales mediatizadas
Como resultado de todas
estas transformaciones producidas en los últimos años alrededor de los MMC se
ha ido configurando un modelo de
instituciones sociales mediatizadas que presentan rasgos específicos en
distintos órdenes.
a. Así, en el orden espacial el lugar ocupado por la pantalla
fue ganando la pulseada por la convocatoria grupal que antes se disputaban los
lugares de reunión familiar y escolar (desde la cocina y el living en la casa,
hasta el patio y los pasillos en la escuela).
b. En el orden del
conocimiento, al haberse mediatizado la realidad, “lo que está afuera de
uno”, se aprehende de otra manera. Esta manera de aprehender el mundo trae
aparejados por lo menos tres efectos. Por un lado, un efecto cualitativo: lo que se conoce se percibe y se aprende de
un modo más empobrecido y esto es así porque de hecho la realidad masiva debe
ser necesariamente simplificada para poder ser recibida por la mayor cantidad
de gente posible. Por otro lado, un efecto en los contenidos: aumentó el
desdibujamiento del límite entre la realidad y la ficción. De este modo, al
exacerbar el carácter espectacular, los medios esfumaron los límites entre el
espectáculo y el acontecimiento. Por último, un efecto en la elaboración del discurso:
los medios contribuyeron a diluir el límite que distinguía dos tipos
tradicionales de discurso: el discurso ligado a la episteme (el saber) y el
discurso ligado a la doxa (la opinión).
El resultado de este desdibujamiento fue la conversión de cualquier tema
o contenido mediático en materia opinable. Aquello que visto desde los medios
es un contenido tematizable, visto desde el lugar del receptor es un tema
potencial para ser tratado con otros en formato de opinión o punto de vista.
Esta es, tal vez, la mayor contribución
de los medios al desdibujamiento de los límites: la transformación de cualquier
tema, contenido, norma o criterio en materia opinable. La instalación del
reino de la opinión en todos los dominios de la vida pública y privada sin
ninguna restricción derivó en la relativización de cualquier criterio de
medición. Todo se reduce, ahora, a una cuestión de percepción subjetiva y
valorativa del mundo, de los hechos y de las cosas.
c. En el orden de la interacción,
los medios contribuyeron a la construcción de una red pseudocomunicativa que
crea una cohesión imaginaria del tejido social (una pseudosociedad) pero que de
hecho lo fracciona en infinitas unidades aisladas, compartimentadas en sujetos
y pantallas. En efecto, los medios construyeron un modelo actitudinal mediático que propone un prójimo al que le
pasan cosas. Aquí, la expresión le pasan cosas adquiere un doble
significado: por un lado le pasan cosas en el sentido que le sucede algo, o sea
es afectado por algún hecho o circunstancia, y, por otro lado, a la gente le
pasan cosas en el sentido que, una vez que le sucedió, ya le pasó y todo lo que
el suceso tuvo que ver con el otro es que se dio por enterado y le produjo
algún efecto. Esto significa que lo que le pasa a los otros siempre puede
volver a nosotros en forma de noticia, como información, pero no tiene nada que
ver con nosotros. Los otros, en este sentido, son impersonales, no están en
contacto con los espectadores o la audiencia en su calidad de personas. En este
contexto lo importante no es lo que le pasó a los demás que aparecieron en los
medios sino el efecto que produjo en la audiencia eso que le pasó a ellos. En
este sentido, una vez producido el efecto, los otros mediáticos o
mediatizados son descartados.
Aquí
desaparece el límite que unía al acontecimiento con la solidaridad. Vistas las
cosas de esta manera, los demás están lejos, en una lejanía no sólo espacial
sino también de significado. Los otros suelen estar lejos del horizonte de cosas
importantes para cada uno. O, dicho de forma más directa, los otros significan
poca cosa; significan sólo en la medida que aportan el contenido para llenar un
segmento de cosas que pasan. La
contracara de la lejanía significante es la actitud compasiva que se tiene ante
el mal que padecen los otros. Como consecuencia de esta manera de entender el
mundo actitudinal, se debilitan, en los hechos, los vínculos solidarios entre
las personas y sobreviene el ejercicio de
la piedad y la compasión por el sufrimiento de los otros, en reemplazo del
compromiso social y la acción solidaria ante la desventura ajena. Dicho en
términos más llanos, la gente "tiene lástima" por lo que le pasa a
los otros. Como dice Lipovetsky, es la época de la piedad televisiva; todo nos
conmueve a distancia, y en la pantalla[5].
d. Por
último, en el orden estético, los
medios convirtieron la vida y todo lo que ella supone en un espectáculo, en
algo que puede ser mostrado para consumir y entretener. Esto supone, a su vez,
dos derivaciones. La primera es que, que dentro del seno familiar o grupal, lo
que se espera de los medios es que transformen en entretenimiento, cualquier
cosa. Desde una actividad deportiva hasta una catástrofe, pasando por una
broma, todo debe tener una dimensión espectacular. La segunda derivación es que
aquello que estaba destinado a ser producido como espectáculo en sentido
estricto (una obra de teatro, un film o un deporte) ha perdido su carácter
autónomo de tal, en beneficio de un conjunto más amplio que lo abarca y lo
contiene. Ese conjunto es la vida cotidiana en general, o para decirlo más
rápidamente, todo-lo-que-pasa-es-un-espectáculo o puede ser mostrado y vivido
como tal.
En resumen, puede decirse que los medios
permearon y atravesaron las instituciones sociales produciendo modificaciones
en la construcción/percepción de la realidad, en las relaciones entre las
personas y en las relaciones entre las personas y los acontecimientos. De este
modo influyeron en el borramiento de los límites en tres grandes dimensiones:
1. en la dimensión discursiva, los medios contribuyeron
a diluir el límite que distinguía dos tipos tradicionales de discurso: el
discurso ligado al saber y el discurso ligado a la opinión. De este modo se
instaló en la vida pública el imperio de la opinión sin límites.
2. en la dimensión de las relaciones intersubjetivas, los medios ayudaron a reconfigurar los límites que establecen el
grado de cercanía espacial y afectiva con el prójimo. El trato interpersonal se
configuró sobre la base de un nuevo modelo actitudinal mediático caracterizado
por la lejanía del otro, el carácter segmentario de la consideración de lo que
le pasa a los demás y la telecompasión.
3. En la dimensión de los hechos, los medios aumentaron
el desdibujamiento del límite entre la realidad y la ficción. Exacerbando el
valor de la espectacularidad, los medios esfumaron los límites entre el
espectáculo y el acontecimiento.
4.
Conclusión
Una lógica borrosa. La lógica borrosa es entonces definida como
un sistema que convierte unas entradas en salidas acordes con los
planteamientos lógicos que usan el razonamiento aproximado. La lógica borrosa
es una rama de la inteligencia artificial que se funda en el concepto "Todo es cuestión de grado", lo cual
permite manejar información vaga o de difícil especificación. Con la lógica
borrosa es posible gobernar un sistema por medio de reglas de “sentido común”
que, por lo general, se refieren a cantidades indefinidas. En este sentido la
lógica mediática representa bastante bien el alcance de la lógica borrosa. Nada
es del todo así.
Una teoría del conocimiento.
La materia de ese conocimiento es el dato y el chisme y la forma es la opinión
y el aserto. Los géneros de los programas que cultivan esta teoría del
conocimiento son los paneles y los programas de preguntas y respuestas Los estilos varían van desde el estilo “alto”
en programas como usted tiene la palabra, hora clave, octavo mandamiento, etc.
Hasta los programas de la tarde, intrusos, indomables, etc. Los programas de
preguntas y respuestas también tienen su estilo: un estilo bajo representado
por el imbatible de Susana Jiménez y un
estilo pretendidamente alto que intenta
representar Sofovich en tiempo límite.
Una ética de la telecompasión.
La ética mediática es la ética de la compasión edulcorada. El género
predominante es el de los noticieros. Allí aparecen tullidos, gente en lista de
espera para un trasplante, personas perdidas, marginales buenos, clase media
indignada y animalitos que nacen en los zoológicos y a los que hay que ponerles
un nombre. Las catástrofes y los accidentes lejanos también son contenidos que
demandan una telecompasión. Los estilos también varían de un noticiero a otro.
El de América es más lacrimógeno que el de canal 13.
Una estética de la desmesura.
La estética mediática es la estética de la exuberancia, la exageración, del
impacto, de lo espectacular. El género predominante de esta estética se percibe
con más nitidez en los programas de entretenimiento. El estilo que predomina es
el que se opone al recato y la mesura. Desde los títulos de Página 12 en gráfica hasta las formas de
expresión en Petinato, Tinelli , Gianola, etc. El estilo predominante es el de
la desmesura.
Una ontología de estar-ahí.
La ontología de la cultura mediática es una ontología del “estar ahí”, tanto
adentro como afuera de la pantalla. Del lado de adentro de la pantalla la cultura
mediática dota de realidad a todo cuanto pasa por ella (personas y
acontecimientos). Del lado de afuera resulta difícil existir sin ser o formar
parte de alguna audiencia. Esta ontología del “estar-ahí” atraviesa todos los
géneros. Se ha repetido que lo único que dota de existencia a la gente es la
presencia en, y el saber sobre los medios. Lo confirma el título de un
fragmento del programa de Tinelli (treinta segundos de fama) y le da el
verdadero contenido al alcance y la dimensión que adquiere esa existencia, la
parodia que hace Petinato bajo el título “treinta segundos de nada”.
Rama de la filosofía
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característica
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Género
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Ontología
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Estar ahí
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Todos
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Lógica
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borrosa
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Todos
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Gnoseología
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De la opinión
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Paneles, chimentos
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Del dato
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Preguntas y respuestas
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Ética
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Compasión, catástrofe, escándalo
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Noticieros
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Estética
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Exuberancia, kitch
|
Entretenimientos, humorísticos
|
* Conferencia pronunciada en las XII jornadas de la Asociación profesores de filosofía (SAPFI) en 2005
[1].Varela, Julia: La maquinaria
escolar, en Varela, Julia y Alvarez Uría, Fernando: Arqueología de la escuela. Ed. La piqueta, Madrid, 1991.
[2] Cfr. González
Requena, Jesús: El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad.
Editorial Cátedra. Madrid, España, 1988. Páginas 160-161
[3]
Silverstone, Roger: De la sociología de
la televisión a la sociología de la pantalla.
Bases para una reflexión global. En:
www.felafacs.org/dialogos/pdf33/3.%20Roger.pdf
[4].
Guillermo Orozco Gómez: Audiencias, televisión y educación: Una
deconstrucción pedagógica de la «televidencia» y sus mediaciones. En:
Revista Iberoamericana de Educación Número 27. Madrid, España. Septiembre-Diciembre
2001. Página 157. Disponible también en Internet en:
http://www.campus-oei.org/revista/rie27a07.PDF
[5]. Cfr. Lipovetsky,
Gilles El crepúsculo del deber. La ética
indolora de los nuevos tiempos democráticos. Ed. Anagrama, Barcelona, 1994,
página 149.