Osvaldo Dallera

miércoles, octubre 09, 2013

La filosofía “de” la cultura mediática*

 
Antecedentes
En los últimos cuarenta o cincuenta años los MMC cumplieron un papel destacado en la flexibilización de los límites espaciales, perceptivos, sociales y culturales. En cada período las instituciones hegemónicas han sabido definir (o borrar) los límites y los alcances de las prácticas más o menos estables que posteriormente debían ser incorporadas, por exitosas, al bagaje de recursos válidos para la propia perpetuación de la institución. Así, en distintos períodos, la iglesia, la familia y la escuela se erigieron en instituciones hegemónicas en la transmisión de valores y en la circulación de opiniones que debían ser generalmente admitidas. 
Sólo por tomar los últimos doscientos años, puede decirse que entre fines del siglo XVIII y mediados del siglo XX, más o menos,  la escuela ocupó el lugar hegemónico a la hora de seleccionar contenidos y valores para distribuir y reproducir entre los sujetos sociales. Durante ese período la escuela transformó en laica la cultura y se constituyó en la forma de socialización privilegiada y lugar de paso obligatorio para los niños de todos los sectores sociales.[1]
Ya dentro de la segunda mitad del siglo XX los medios adquirieron un rol protagónico y una posición hegemónica en la difusión de pautas, criterios y valores que a la postre resultaron formativos y presentaron grandes lineamientos que contribuyeron a orientar la manera de vivir de la gente. Esa hegemonía es, entre otras cosas, la que les permitió introducir en los hogares y en las escuelas sus temas, sus formas de expresión y las actitudes que fueron promoviendo. A partir de ese momento, para poder convivir con los demás en los ambientes que se frecuentan diariamente (la escuela, el trabajo, la reunión con los amigos) ya no importó tanto qué ni cuánto es lo que había que saber, cómo había que actuar o cómo mantener el buen gusto; comenzó a importar más estar en sintonía con los productos elaborados en los MMC.  Además, el apogeo de los MMC en las décadas del 50 y 60 coincidió con la mirada crítica que para ese entonces comenzaba a utilizarse para analizar las fisuras que empezaban a mostrar las instituciones escolares y la flexibilización de los criterios formativos de las familias.
A partir de los años ochenta comienza a llamar la atención la influencia que los medios de comunicación de masas ejercen sobre las personas y los grupos de nuestra época, en el nivel propiamente antropológico y social[2].  Entre esas influencias se destaca la penetración de la televisión en el cambio del espacio doméstico y el deterioro de las redes de comunicación intrafamiliares. En los noventa se intensifica el borramiento de los límites que separan a las instituciones sociales tradicionales de las instituciones mediáticas. La relación entre familia, escuela y medios se vuelve confusa y borrosa.  Ya no se percibe con claridad la procedencia de las pautas, los criterios y las opiniones que circulan socialmente con más frecuencia.
2.     Nuevos actores mediáticos
 
Dos nuevos actores se destacan dentro la nueva escena social: la pantalla y las audiencias. Para Roger Silverstone[3] el objeto mediático de la época es la pantalla convertida en la puerta de acceso al mundo en sus distintas facetas materiales y simbólicas. Esto significa que la pantalla se posiciona en el centro de la escena social por tres razones: en primer lugar, por su ubicación dentro de la cultura hogareña y escolar, en segundo lugar por el papel que desempeña en el conjunto de  las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) (pensemos no sólo en el televisor y la computadora, sino también el creciente papel de la pantalla telefónica y ahora, en las pantallas de 7” de los autos de media y alta gama) y, finalmente, por su doble carácter de objeto de consumo y de “transmisor de significados/intenciones/propósitos que son también consumidos”. Desde esta triple perspectiva, la pantalla oficia como instrumento de integración o desintegración institucional, es decir, como constructora y difuminadora de límites, tanto a nivel familiar como a nivel pedagógico.
En cuanto al otro actor social, según Orozco Gomez[4], las audiencias nacen del borramiento de los límites que antes servían para segmentar a la población (el género, la edad, la clase social, el tipo de trabajo o el nivel educativo) y que hoy resultan insuficientes o poco representativos para reconocer la constitución de nuevos grupos que se han ido gestando alrededor de la pantalla y sobre la base de un “criterio transversal de segmentación mediática”. Dicho de otro modo, lo que hoy aglutina y, al mismo tiempo, divide a las personas y los grupos es el tipo de intercambios simbólicos que se realizan a través de los contactos que se mantienen y de los circuitos que se recorren en los espacios construidos en los MMC.
En este contexto ser audiencia significa que los nuevos sujetos sociales reemplazan las antiguas formas de abordaje de la realidad por las pantallas del televisor y la computadora. Significa, al mismo tiempo, que los encuentros personales van siendo reemplazados por contactos virtuales realizados a través del chat y la navegación por internet. Finalmente, esta nueva configuración hace que lo que pasa por (y a través de) los medios adquiere progresivamente el carácter de “vehículo para conocer, aprender, sentir y gustar”. Ser audiencia, por lo tanto, supone una transformación sustancial de la estructuración de los sujetos, ya que se han reformulado los límites espacio-temporales del intercambio social y esto ha devenido, por un lado, en una modificación del vínculo entre ellos ya que los encuentros pasan de ser personales a ser virtuales y, por otro lado, en una modificación de las relaciones que esos mismos sujetos mantienen con el entorno, con los acontecimientos y con las fuentes clásicas de información y producción de conocimientos.
 
3.     El nuevo modelo de instituciones sociales mediatizadas
 
Como resultado de todas estas transformaciones producidas en los últimos años alrededor de los MMC se ha ido configurando un modelo de instituciones sociales mediatizadas que presentan rasgos específicos en distintos órdenes.
a. Así, en el orden  espacial el lugar ocupado por la pantalla fue ganando la pulseada por la convocatoria grupal que antes se disputaban los lugares de reunión familiar y escolar (desde la cocina y el living en la casa, hasta el patio y los pasillos en la escuela).
b. En el orden del conocimiento, al haberse mediatizado la realidad, “lo que está afuera de uno”, se aprehende de otra manera. Esta manera de aprehender el mundo trae aparejados por lo menos tres efectos. Por un lado, un efecto cualitativo: lo que se conoce se percibe y se aprende de un modo más empobrecido y esto es así porque de hecho la realidad masiva debe ser necesariamente simplificada para poder ser recibida por la mayor cantidad de gente posible. Por otro lado, un efecto en los contenidos: aumentó el desdibujamiento del límite entre la realidad y la ficción. De este modo, al exacerbar el carácter espectacular, los medios esfumaron los límites entre el espectáculo y el acontecimiento. Por último,  un efecto en la elaboración del discurso: los medios contribuyeron a diluir el límite que distinguía dos tipos tradicionales de discurso: el discurso ligado a la episteme (el saber) y el discurso ligado a la doxa (la opinión).  El resultado de este desdibujamiento fue la conversión de cualquier tema o contenido mediático en materia opinable. Aquello que visto desde los medios es un contenido tematizable, visto desde el lugar del receptor es un tema potencial para ser tratado con otros en formato de opinión o punto de vista. Esta es, tal vez, la mayor contribución de los medios al desdibujamiento de los límites: la transformación de cualquier tema, contenido, norma o criterio en materia opinable. La instalación del reino de la opinión en todos los dominios de la vida pública y privada sin ninguna restricción derivó en la relativización de cualquier criterio de medición. Todo se reduce, ahora, a una cuestión de percepción subjetiva y valorativa del mundo, de los hechos y de las cosas.
c. En el orden de la interacción, los medios contribuyeron a la construcción de una red pseudocomunicativa que crea una cohesión imaginaria del tejido social (una pseudosociedad) pero que de hecho lo fracciona en infinitas unidades aisladas, compartimentadas en sujetos y pantallas. En efecto, los medios construyeron un modelo actitudinal mediático que propone un prójimo al que le pasan cosas. Aquí, la expresión le pasan cosas adquiere un doble significado: por un lado le pasan cosas en el sentido que le sucede algo, o sea es afectado por algún hecho o circunstancia, y, por otro lado, a la gente le pasan cosas en el sentido que, una vez que le sucedió, ya le pasó y todo lo que el suceso tuvo que ver con el otro es que se dio por enterado y le produjo algún efecto. Esto significa que lo que le pasa a los otros siempre puede volver a nosotros en forma de noticia, como información, pero no tiene nada que ver con nosotros. Los otros, en este sentido, son impersonales, no están en contacto con los espectadores o la audiencia en su calidad de personas. En este contexto lo importante no es lo que le pasó a los demás que aparecieron en los medios sino el efecto que produjo en la audiencia eso que le pasó a ellos. En este sentido, una vez producido el efecto, los otros mediáticos o mediatizados son descartados.
Aquí desaparece el límite que unía al acontecimiento con la solidaridad. Vistas las cosas de esta manera, los demás están lejos, en una lejanía no sólo espacial sino también de significado. Los otros suelen estar lejos del horizonte de cosas importantes para cada uno. O, dicho de forma más directa, los otros significan poca cosa; significan sólo en la medida que aportan el contenido para llenar un segmento de cosas que pasan.   La contracara de la lejanía significante es la actitud compasiva que se tiene ante el mal que padecen los otros. Como consecuencia de esta manera de entender el mundo actitudinal, se debilitan, en los hechos, los vínculos solidarios entre las personas y sobreviene el ejercicio de la piedad y la compasión por el sufrimiento de los otros, en reemplazo del compromiso social y la acción solidaria ante la desventura ajena. Dicho en términos más llanos, la gente "tiene lástima" por lo que le pasa a los otros. Como dice Lipovetsky, es la época de la piedad televisiva; todo nos conmueve a distancia, y en la pantalla[5].
d. Por último, en el orden estético, los medios convirtieron la vida y todo lo que ella supone en un espectáculo, en algo que puede ser mostrado para consumir y entretener. Esto supone, a su vez, dos derivaciones. La primera es que, que dentro del seno familiar o grupal, lo que se espera de los medios es que transformen en entretenimiento, cualquier cosa. Desde una actividad deportiva hasta una catástrofe, pasando por una broma, todo debe tener una dimensión espectacular. La segunda derivación es que aquello que estaba destinado a ser producido como espectáculo en sentido estricto (una obra de teatro, un film o un deporte) ha perdido su carácter autónomo de tal, en beneficio de un conjunto más amplio que lo abarca y lo contiene. Ese conjunto es la vida cotidiana en general, o para decirlo más rápidamente, todo-lo-que-pasa-es-un-espectáculo o puede ser mostrado y vivido como tal.
En resumen, puede decirse que los medios permearon y atravesaron las instituciones sociales produciendo modificaciones en la construcción/percepción de la realidad, en las relaciones entre las personas y en las relaciones entre las personas y los acontecimientos. De este modo influyeron en el borramiento de los límites en tres grandes dimensiones:
1.     en la dimensión discursiva, los medios contribuyeron a diluir el límite que distinguía dos tipos tradicionales de discurso: el discurso ligado al saber y el discurso ligado a la opinión. De este modo se instaló en la vida pública el imperio de la opinión sin límites.
2.     en la dimensión de las relaciones intersubjetivas, los medios ayudaron a reconfigurar los límites que establecen el grado de cercanía espacial y afectiva con el prójimo. El trato interpersonal se configuró sobre la base de un nuevo modelo actitudinal mediático caracterizado por la lejanía del otro, el carácter segmentario de la consideración de lo que le pasa a los demás y la telecompasión.
3.     En la dimensión de los hechos, los medios aumentaron el desdibujamiento del límite entre la realidad y la ficción. Exacerbando el valor de la espectacularidad, los medios esfumaron los límites entre el espectáculo y el acontecimiento.
 
4.     Conclusión
 Si quisiéramos llevar todo esto al terreno que nos proveen los distintos campos de la filosofía, podríamos decir que la cultura mediática que hemos repasado se sostiene en:
Una lógica borrosa.  La lógica borrosa es entonces definida como un sistema que convierte unas entradas en salidas acordes con los planteamientos lógicos que usan el razonamiento aproximado. La lógica borrosa es una rama de la inteligencia artificial que se funda en el concepto "Todo es cuestión de grado", lo cual permite manejar información vaga o de difícil especificación. Con la lógica borrosa es posible gobernar un sistema por medio de reglas de “sentido común”  que, por lo general, se refieren a cantidades indefinidas. En este sentido la lógica mediática representa bastante bien el alcance de la lógica borrosa. Nada es del todo así.
Una teoría del conocimiento. La materia de ese conocimiento es el dato y el chisme y la forma es la opinión y el aserto. Los géneros de los programas que cultivan esta teoría del conocimiento son los paneles y los programas de preguntas y respuestas  Los estilos varían van desde el estilo “alto” en programas como usted tiene la palabra, hora clave, octavo mandamiento, etc. Hasta los programas de la tarde, intrusos, indomables, etc. Los programas de preguntas y respuestas también tienen su estilo: un estilo bajo representado por el imbatible de Susana  Jiménez y un estilo  pretendidamente alto que intenta representar Sofovich en tiempo límite.                               
Una ética de la telecompasión. La ética mediática es la ética de la compasión edulcorada. El género predominante es el de los noticieros. Allí aparecen tullidos, gente en lista de espera para un trasplante, personas perdidas, marginales buenos, clase media indignada y animalitos que nacen en los zoológicos y a los que hay que ponerles un nombre. Las catástrofes y los accidentes lejanos también son contenidos que demandan una telecompasión. Los estilos también varían de un noticiero a otro. El de América es más lacrimógeno que el de canal 13.
Una estética de la desmesura. La estética mediática es la estética de la exuberancia, la exageración, del impacto, de lo espectacular. El género predominante de esta estética se percibe con más nitidez en los programas de entretenimiento. El estilo que predomina es el que se opone al recato y la mesura. Desde los títulos de Página 12 en gráfica hasta las formas de expresión en Petinato, Tinelli , Gianola, etc. El estilo predominante es el de la desmesura.
Una ontología de estar-ahí. La ontología de la cultura mediática es una ontología del “estar ahí”, tanto adentro como afuera de la pantalla. Del lado de adentro de la pantalla la cultura mediática dota de realidad a todo cuanto pasa por ella (personas y acontecimientos). Del lado de afuera resulta difícil existir sin ser o formar parte de alguna audiencia. Esta ontología del “estar-ahí” atraviesa todos los géneros. Se ha repetido que lo único que dota de existencia a la gente es la presencia en, y el saber sobre los medios. Lo confirma el título de un fragmento del programa de Tinelli (treinta segundos de fama) y le da el verdadero contenido al alcance y la dimensión que adquiere esa existencia, la parodia que hace Petinato bajo el título “treinta segundos de nada”. 

Rama de la filosofía

característica

Género

Ontología

Estar ahí

Todos

Lógica

borrosa

Todos

Gnoseología

De la opinión

Paneles, chimentos

Del dato

Preguntas y respuestas

Ética

Compasión, catástrofe, escándalo

Noticieros

Estética

Exuberancia, kitch

Entretenimientos, humorísticos
 
 
* Conferencia pronunciada en las XII jornadas de la Asociación profesores de filosofía (SAPFI) en 2005





    [1].Varela, Julia: La maquinaria escolar, en Varela, Julia y Alvarez Uría, Fernando: Arqueología de la escuela. Ed. La piqueta, Madrid, 1991.

 


[2] Cfr. González Requena, Jesús: El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad. Editorial Cátedra. Madrid, España, 1988. Páginas 160-161


[3] Silverstone, Roger: De la sociología de la televisión a la sociología de la pantalla.  Bases para una reflexión global. En: www.felafacs.org/dialogos/pdf33/3.%20Roger.pdf


[4]. Guillermo Orozco Gómez: Audiencias, televisión y educación: Una deconstrucción pedagógica de la «televidencia» y sus mediaciones. En: Revista Iberoamericana de Educación Número 27. Madrid, España. Septiembre-Diciembre 2001. Página 157. Disponible también en Internet en: http://www.campus-oei.org/revista/rie27a07.PDF

 


[5]. Cfr. Lipovetsky, Gilles El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos. Ed. Anagrama, Barcelona, 1994, página 149.