Cuenta la anécdota que cuando John Lennon tenía cinco
años, la madre le dijo que la clave de la vida era la felicidad. Tiempo después
él fue a la escuela y un día le preguntaron qué quería ser cuando fuera grande,
y él respondió que quería ser feliz. La maestra le dijo, entonces, que él no
había entendido la pregunta, y John le contestó que ella no había entendido lo
que era la vida.
Ciertamente, ser feliz, sobre todo en nuestra época, es
una tarea ardua y, por tal razón, no faltan las recetas provenientes de
distintos campos. Por ejemplo, para los cristianos, la clave de la felicidad
hay que buscarla en las bienaventuranzas, pero ésa parece ser una felicidad
prometida para cuando uno ingrese al paraíso, posibilidad que para algunos
parece incierta y para muchos improbable o de escasa relevancia dadas las tentaciones,
tribulaciones y complejidades que ofrece la vida mundana. Para los gurúes de la
autoayuda, la felicidad puede lograrse con fórmulas muy variadas que,
seguramente por mis escasos conocimientos sobre el tema, muchas de ellas me
resultan superficiales, vagas, y nos más que un puñado de generalidades
inconsistentes.
En fin, el logro de la felicidad, en los tiempos que
corren me parece una tarea demasiado ardua y demasiado cargada de deberes
absolutos. Yo prefiero vincular el problema al campo de la ética, como los
antiguos griegos, y caminar detrás de una vida
satisfactoria, armoniosa tal que, si se pueden alcanzar determinados
umbrales de estabilidad razonable en tres campos bien definidos de la sociedad
contemporánea, uno puede decir que en términos generales lleva una vida feliz.
Permítanme referirme brevemente a cada uno de esos tres campos y detrás de qué
hay que ir en cada uno de ellos.
Yo creo que en esta época y dentro de nuestra sociedad,
para llevar una vida razonablemente equilibrada, armoniosa o, si ustedes
prefieren, una vida aceptablemente satisfactoria, es necesario:
1. En el orden afectivo,
construir un mundo íntimo de relaciones estables, genuinas y más o menos
duraderas. Antes, el mundo íntimo parecía estar circunscripto al formato de la
familia tradicional (padre-madre-hijos). Hoy, por suerte, y por las luchas de
las minorías, el menú de opciones se amplió considerablemente y contempla
formas que van desde las familias ensambladas a
los modelos monoparentales, familias de fin de semana, parejas sin
hijos, etc. Los formatos se multiplican, pero lo que permanece inalterable en
todos los casos es la necesidad y búsqueda de compartir afectos que se
prolonguen en el tiempo.
2. En el campo profesional,
elegir una actividad, oficio o profesión tal que, dadas nuestras posibilidades,
en el día a día nos deje satisfechos. Primero que nada, no hay que confundir o
igualar el campo profesional con el campo laboral. El primero es el que es
capaz de brindarnos satisfacción porque nos hace sentir bien la tarea que
hacemos, mientras que el segundo tiene que ver con la provisión de recursos
para hacer frente a los requerimientos de subsistencia, consumo, confort,
placeres, gustos, etc., que nos demanda tanto nuestra vida social como
individual. No es lo mismo una actividad (por ejemplo, pasear perros, hacer
artesanías, etc.), que un oficio (carpintero, electricista, reparador de electrodomésticos,
etc.) o una profesión (programador, médico, contador, profesor, etc.). Hasta no
hace mucho se suponía que sólo las dos últimas categorías eran capaces de
satisfacer la autoestima de los individuos, pero de un tiempo a esta parte
podemos constatar que se puede estar más o menos contento haciendo cualquier
cosa que esté enmarcada dentro de las actividades legales (habrá quienes
también estén satisfechos delinquiendo, pero no los contemplaremos dentro de
este esquema).
3. En el campo
laboral, conseguir un trabajo de calidad que nos provea de condiciones de
vida dignas (trabajo en blanco, remuneración acorde a la labor desarrollada,
etc.). Las mejores condiciones de empleo que se hayan registrado en la historia
de la humanidad son las que se generaron entre 1945 y principios de las década
del setenta bajo el modelo socioeconómico conocido como Estado de bienestar. Durante ese período las condiciones de empleo
estaban enmarcadas dentro de lo que hoy consideramos empleos de calidad:
relación de dependencia, contrato de trabajo por tiempo indeterminado, cobertura
social, vacaciones pagas, etc. A partir de mediados de los setenta y con el
agotamiento de ese modelo económico, comenzó el deterioro de las condiciones de
trabajo y empezó a tomar cuerpo lo que se conoce hoy en día como precarización laboral. Ese nuevo
contexto coincidía con el fin del período de pleno empleo y la aparición de
figuras laborales precarias tales como pasantías, tercerización, contratos por
tiempo determinado, etc. Ya en la primera década de este siglo la precarización
se acentúa y las empresas generan un nuevo modelo de deterioro en la condición
laboral y en la dignidad del trabajador que se conoce con el nombre de “servidumbre
voluntaria”. Esta nueva figura consiste, a grandes rasgos, en inocular en los
trabajadores los ideales de la empresa con el doble propósito de hacer que los
empleados realicen tareas por afuera de sus calificaciones específicas por las
que fueron contratados, pero vinculadas a la promoción y realización de
aquellos ideales, bajo la promesa no siempre explícita de que si se esfuerzan
en llevar adelante actividades de “voluntariado” (lo que significa: no
remuneradas, fuera del horario de trabajo, y ajenas a la calificación
profesional del trabajador), podrán acceder a los mejores cargos y puestos
dentro de la empresa, con los consiguientes beneficios y privilegios que trae
aparejado ocupar esas posiciones destacadas. Por supuesto, no todos los
trabajadores “comprometidos” llegan a tomar contacto con la zanahoria, la
mayoría sigue ubicada en la periferia de los lugares de la empresa con la
consiguiente pérdida de estímulo, caída de su autoestima y deterioro en la
dignidad de su condición de trabajador. En fin, algunos podrán vivir sin afectos,
otros podrán vivir sin estar contentos con las actividades que realizan, pero
difícilmente, hoy en día se pueda vivir sin trabajar, y mantener condiciones de
vida sociales e individuales más o menos dignas o, como se dice ahora,
condiciones que contemplen la inclusión de las personas en la sociedad en la
que viven.
De acuerdo con este esquema es posible imaginar un
cuadro indicativo de los grados de satisfacción que, cualquiera de nosotros
puede atravesar en un momento u otro de la vida. Por ejemplo, una vida satisfactoria será la de aquel o
aquella que, en los tres campos que acabamos de repasar las cosas funcionan
razonablemente bien: hay un núcleo afectivo sólido, se disfruta de lo que se
hace y las condiciones laborales son de calidad. Una vida poco satisfactoria es la que, a lo mejor, va bien en uno o dos de
los campos pero tiene algunos bajones en el otro, o los otros dos. Finalmente,
una vida nada satisfactoria es la que no brinda ni afectos íntimos, ni alegría
o placer en la actividad, y cuenta con un trabajo precario o, directamente, cae
en el conjunto de los desempleados.
Por lo general es muy difícil que cualquiera de nosotros logre mantener siempre en alto los estándares de esos tres pilares que componen la estructura de vida de cualquier persona, en nuestro tiempo. Pero a lo mejor, y sin que todo esto pretenda constituirse en una receta, andar más o menos bien por la vida que nos toca en la actualidad consiste, justamente en armonizar nuestras relaciones afectivas, hacer lo que nos gusta y contar con un empleo que nos brinde a nosotros y los nuestros cierta seguridad social. Díganme, si no, si al fin de cuentas la mayor parte de nuestras horas (y sus respectivos contenidos vitales), no están ligadas a cuestiones vinculadas a alguno de esos tres grandes dominios de nuestras existencias.
Por lo general es muy difícil que cualquiera de nosotros logre mantener siempre en alto los estándares de esos tres pilares que componen la estructura de vida de cualquier persona, en nuestro tiempo. Pero a lo mejor, y sin que todo esto pretenda constituirse en una receta, andar más o menos bien por la vida que nos toca en la actualidad consiste, justamente en armonizar nuestras relaciones afectivas, hacer lo que nos gusta y contar con un empleo que nos brinde a nosotros y los nuestros cierta seguridad social. Díganme, si no, si al fin de cuentas la mayor parte de nuestras horas (y sus respectivos contenidos vitales), no están ligadas a cuestiones vinculadas a alguno de esos tres grandes dominios de nuestras existencias.