Osvaldo Dallera

martes, septiembre 14, 2010

Hablar sobre educación: una vasija que puede contenerlo todo

Ayer estuve en la ceremonia inaugural del Congreso Iberoamericano de Educación, Metas 2021. El discurso de apertura estuvo a cargo del escritor colombiano, William Ospina. La presentación del escritor estuvo a cargo de uno de los organizadores del congreso, cuyo nombre no recuerdo. En esa presentación hizo referencia a las obras escritas por el orador y a los premios literarios que había ganado. De inmediato me di cuenta qué poco había leído en mi vida.
Después empezó la alocución del disertante. Mientras escuchaba el discurso saqué algunas conclusiones que me gustaría compartir con ustedes en este espacio:
1. ¡Cuántas cosas se pueden decir sobre la educación!Sobre la educación se pueden decir un montón de cosas que, para simplificar, me pareció oportuno recurrir a algunas de las categorías estructurales y funcionales del relato greimasciano. Básicamente sobre la educación se pueden decir cosas sobre lo que hace, lo que debe, y lo que puede, y de sus correspondientes negaciones: lo que no hace, lo que no puede, y lo que no debe. También se pueden vincular esas categorías, entonces uno puede hablar del hacer hacer de la educación (su capacidad para orientar las voluntades de otros o, si ustedes prefieren, para manipularlos); el hacer deber (obligar a actuar o comportarse del modo que la educación dice que hay que actuar y comportarse); y, también, el hacer poder (esa virtud educativa que la hace capaz de modificar las habilidades y destrezas de los otros). Les dejo a ustedes el ingenioso juego de catalogar las otras combinaciones posibles con sus posibles negaciones (por ejemplo el no hacer poder de la educación o el no deber no poder).
Cuando uno escucha discursos como el de William tiene la sensación de que todo eso está contenido allí, y seguramente mucho más que ni el mismísimo Greimas fue capaz de escudriñar.
2. Todo lo que se puede decir sobre la educación puede ser igualmente elogiado y criticado.
Las cualidades de la educación tienen una curiosa cualidad: todas ellas pueden ser positivas y negativas, incluso para el mismo evaluador. Por eso, los discursos educativos son tan proclives a parecerse a las canciones de Diego Torres o Ricardo Arjona: con unos pocos ingredientes valorativos convenientemente aderezados con una pizca de voluntarismo, y algo de pronósticos alentadores, compensados sabiamente con una buena dosis de panoramas sombríos, seguramente cualquiera puede armar una buena disertación educativa que arranque aplausos genuinos del auditorio. Eso si, lo que se dice tiene que tener el estilo sloganero de Arjona, combinado con citas eruditas, si es posible, con frases de escritores clásicos, muy propias para las reflexiones de calendario. La figura de la paradoja siempre resulta excitante para los oídos (no sé si produce el mismo efecto en el intelecto).
3. Los elogios y las críticas sobre el mismo aspecto educativo pueden incluirse en el mismo discurso.Esto será posible, sobre todo, si la ponencia es suficientemente larga, y, entre una afirmación y su negación correspondiente, se dicen otras cosas que, también a su tiempo, serán afirmadas o negadas, según lo que se haya hecho primero. Esto es factible porque ninguna ponencia, sea positivista, romántica, crítica o funcionalista (o todas esas cosas al mismo tiempo), le exige al auditorio estar atento a las contradicciones, porque lo que se busca en la disertación es la apelación no tanto al uso del raciocinio, sino más bien al impacto de lo dicho en la sensibilidad de los oyentes.
El campo educativo da para todo y para todos. Nadie debería privarse, alguna vez, de intentar reflexionar y decir algo sobre él, porque seguramente, en algún punto la pegará. Es un campo amplio, flexible, maleable que hace que la conclusión de conclusiones a la que arribo me permita suponer que ustedes la compartirán, seguramente, conmigo:
¡qué generoso es el campo educativo, con todos nosotros, y con los otros!