Osvaldo Dallera

miércoles, abril 30, 2008

Faltar al trabajo, faltar a clase

Al contrario de lo que suele ser una opinión generalmente admitida, “la realidad está siempre presente en la escuela”. Muchos suponen que la escuela es un lugar por el que no transitan los acontecimientos que acaecen fuera de ella. En general, son los que creen que para que la realidad entre en la escuela hace falta hablar de los últimos sucesos que fueron noticia en los diarios o en la televisión. Pero las cosas no siempre son como parecen, y verbalizar un tema de actualidad es sólo una manera de hacer que la realidad entre en la escuela. Otro problema es saber cómo la escuela debe “hablar” de esos temas que son de “palpitante actualidad”. Pero este asunto merece un tratamiento aparte.
La escuela es una caja de resonancia de los problemas sociales, políticos, económicos y culturales del país y, a veces, del mundo. Lo que pasa es que no siempre los temas resuenan en ella mediante el uso del lenguaje verbal. Existen otras maneras de apreciar cómo, por ejemplo, los deterioros sociales y culturales se hacen un lugar en la vida escolar a través de prácticas individuales o colectivas que son cada vez más frecuentes. Por mencionar y comentar solamente una: faltar al trabajo, faltar a clase.
Todo el mundo sabe o por lo menos sabía que hasta no hace mucho el hecho de no asistir a la escuela (hablemos de los alumnos) era una situación excepcional que se podía utilizar cuando se estaba enfermo o ante una circunstancia de tal gravedad, que la ausencia quedaba justificada por el hecho mismo que la había motivado. Los tiempos han cambiado y la idea comunmente aceptada por los alumnos y, hay que decirlo, también convalidada por muchos padres, es que las faltas son un derecho que tiene el estudiante. Así es que, promediando el año comienzan a aparecer las primeras solicitudes de reincorporación, que cada vez son más los que las solicitan y cada vez más temprano se hacen las presentaciones. Total, se suele escuchar entre algunos chicos, “las faltas están para gastarlas...”. Todo esto, sin entrar en detalles acerca del uso de las faltas como instrumento de especulación en materia de evaluaciones.
A esta altura de los acontecimientos y relajadas que están las costumbres y pautas culturales con respecto al trabajo, uno podría pensar que no hay nada de malo en eso. Total, se dice, “la primera reincorporación es automática”.
No muy distinta es la situación de los trabajadores, sobre todo, de algunos trabajadores de la educación en esta materia. Tienen por sobreentendido, por ejemplo, que en el reglamento existen seis faltas al año que pueden usarse a discreción y otras tantas, también contempladas en el reglamento, que “para eso están” y si el caso fuera que me excedo en el número de faltas contempladas por reglamento, “...y bueno, que me lo descuenten”. Sin duda alguna, son conquistas legítimas de los trabajadores que no deberían perderse, pero que al momento de ser obtenidas formaban parte de un contexto que ha desaparecido.
El contexto en el que esas reivindicaciones laborales (y esto vale también para las inasistencias de los alumnos) aparecieron en la escena social, era aquél en el que el trabajo y el estudio eran significativos, tenían valor en sí mismos y estaban dotados de contenido. El trabajo era salud, y estudiar valía la pena; se entendían como (el trabajo y el estudio) el motor en el que los que no pertenecían a los sectores privilegiados, fundaban sus expectativas de progreso. Hasta había palabras y distinciones que se usaban para resaltar el mérito de los que cumplían con su obligación. Recuerdo una de cada una. Se decía de quien no faltaba al trabajo que era “cumplidor” y era una satisfacción para el alumno y para la familia cuando a fin de año, en el colegio aquel era destacado, porque había tenido “asistencia perfecta” .
Hoy las cosas han cambiado. H. Marcuse, un filósofo de la escuela de Frankfurt, afirmaba que una de las formas no coordinadas y no organizadas que tenían los trabajadores de expresar la disconformidad con las condiciones laborales, era faltar al trabajo (en esto tuvo mucho que ver la progresiva pérdida de credibilidad de los sindicatos). Para los alumnos, la excusa suele ser que como la escuela no resulta interesante, si uno falta al colegio, “no pasa nada”.
Es todo un problema. En lo que respecta a la ausencia de los profesores y las maestras (que por supuesto, no son todos; ni siquiera, la mayoría), deberíamos hacer notar que contrariamente a lo que sucede en otros trabajos, cuando el docente no está en su lugar, pasa algo más que no haber archivado un papel, o no haber terminado de confeccionar alguna pieza. Cuando un docente no está, queda un espacio vacío... y se nota (siempre que cuando esté su presencia resulte distintiva). Por fin, y todos lo sabemos, nuestro objeto de trabajo es el conocimiento, y nuestros destinatarios, nada más ni nada menos que personas. Trabajamos directamente con personas, y eso es todo un detalle.
En lo que hace a la ausencia de los alumnos, aquí me parece que los padres, como siempre, tienen mucho que ver. No alcanza con que nosotros les expliquemos a los chicos que este es el trabajo de ellos y que la obligación que tienen es la de hacerlo bien. Es necesario que también desde las casas se revalorice, además del democrático sentido del derecho, el no menos democrático sentido de la obligación. Pero claro, también es cierto que este último concepto era significativo y estaba dotado de contenido cuando iba acompañado de la idea de responsabilidad, otra noción que cada vez tiene menos eco en los esenarios de la vida social de nuestro tiempo.