Osvaldo Dallera

miércoles, noviembre 19, 2008

De los bares de los 70 a los despachos oficiales de los 2000

Por fin la izquierda de café y los intelectuales progresistas encontraron su lugar en el mundo y su cuota de poder institucional. Ya no necesitan ni deben conformarse con transformar el mundo en sus devaneos nocturnos que supieron desplegar por los bares y cafés porteños (si estaban por la calle Corrientes, o alrededor de alguna facultad de ciencias sociales o de ciencias humanas, mejor).
Ahora, gracias a la mezcolanza opinante y a la confusión reinante en cuestiones de evaluar qué está bien y qué está mal o en materia de reconocer quién tiene autoridad y facultades para definir o determinar una política o una acción a seguir dentro del ámbito de alguna institución, los intelectuales de café pueden ejercer sus ideales humanitarios y sus desvelos por la igualdad y la defensa de los más desposeídos gracias a que les ha sido otorgada la posibilidad de denunciar las "crueldades", las "injusticias" y los "abusos de autoridad" que perpetran, por ejemplo, los responsables de las instituciones escolares. Y su abnegado amor por los débiles, pobres e indefensos lo pueden poner de manifiesto, ahora, desde algún despacho oficial encargado de velar por la imposición de la igualdad en cualquier ámbito o institución social. Como dice Bauman, "Los "derechos humanos" que, por una parte, son el resultado de que el estado haya abdicado de ciertas prerrogativas para legislar y de su pasada ambición de reglamentar de manera absoluta y escrupulosa la vida individual (el estado que se reconcilia con la permanencia de la diversidad dentro de su ámbito) son también un grito de guerra y una herramienta de chantaje en manos de quienes aspiran a ser "líderes comunitarios" y desean recoger los poderes desechados por el estado. De un lado, está la expresión de la individualización de la diferencia, de una nueva autonomía moral; de otro lado, intentos disfrazados aunque definidos por colectivizar nuevamente la diferencia y diseñar una nueva heteronomía, si bien a una escala diferente que antaño(1).
Ellos no siempre saben muy bien qué defienden ni a quién, ni por qué, pero por las dudas lo hacen. El mecanismo es más o menos simple: usted va al despacho de algún defensor y hace una consulta, por ejemplo, por discriminación de su hijo en un colegio privado, por parte de las autoridades, y ellos inmediatamente actúan, denuncian a la institución, le piden rendición de cuentas y solicitan que se anule la medida tomada por autoridades legítimamente constituidas, que de inmediato pasan a ser "autoritarias".
En realidad no es la primera "donación" que los poderosos les han entregado a los intelectuales progresistas para que las manejen. Los que conducen aquello que verdaderamente hay que administrar (por ejemplo, la economía), ya se dieron cuenta, hace mucho, que hay instituciones y ministerios que no hacen daño a sus intereses y cuyo manejo se puede delegar sin mayores consecuencias al progresismo vernáculo para que sigan "despuntando" el vicio de hablar y teorizar, pero ahora creyendo que sirven para algo. Pero la verdad es que en esta época ni esas instituciones (como las secretarías de cultura, los ministerios de educación, o las escuelas en su formato más conocido con los progresistas intelectuales adentro), sirven para gran cosa. En todo caso, son funcionales a la autopoiesis del sistema: ellos funcionan para que el sistema siga funcionando. Con la gran diferencia, respecto de décadas pasadas, que ahora cobran por eso y se los ve más contentos porque parece que son útiles, sin ser idiotas (lo digo por aquello que se decía antes de quienes asumían algún compromiso social y eran calificados por los conservadores como "idiotas útiles").
El mejor caso es la transferencia de los Ministerios de Educación a reputados intelectuales progresistas profesores y egresados de instituciones progresistas, y esto, hasta en los gobiernos de tinte más conservador. La razón es clara: allí se aglutina toda la posibilidad de hablar, pensar reformas, hablar, acuñar nuevos conceptos pedagógicos, hablar y seguir hablando, sin que se toquen grandes intereses. Pero ahora, con la sensación de que el progresismo también gobierna, aunque más no sea, dentro del ámbito educativo y de las nuevas oficinas destinadas a defender tanto lo que hay que defender verdaderamente, como lo que a veces resulta indefendible. Ellos se dirán: no es mucho, pero peor es nada.
Tal vez, hayan cambiado el cortadito por la ronda del mate cuando se reúnen (es lógico, el mate, da una imagen más nac & pop) y han tenido que dejar los cigarrillos negros, porque ya no se puede fumar ni en lugares públicos ni en las dependencias públicas. Pero las elucubraciones permanecen intactas, con el aditamento de que ahora parece que transforman, no el mundo (porque el cinismo también los abrazó a muchos de ellos), pero sí la sociedad o una parte de ella.
No está mal. Es una especie de premio consuelo a tanto "fervor desinteresado" que de paso es funcional a la política de disminución de desempleo. Es un premio consuelo porque nadie puede imaginar que alguna vez le van a dar el ministerio de economía, y es funcional a la política de disminución del desempleo, porque con los salarios que cobran se los mantiene ocupados, el empleo público sigue funcionando como una especie de subsidio (lo que está muy bien), ahora no sólo para aquellos con baja calificación sino también para aquellos para los que el establishment no sabía muy bien como tratarlos ni donde ponerlos y ahora les dio una oficina o unos despachos para mantenerlos ocupados mientras siguen creyendo que la sociedad se transforma (aunque sea un poquito) gracias a ellos, que "ya llegaron".
(1) Bauman, Zygmunt (2004): Ética posmoderna. Buenos Aires, Siglo veintiuno editores Argentina. Páginas 54-55