Osvaldo Dallera

viernes, junio 16, 2006

La escuela, Platón y el filósofo-rey

Desde que decidí ejercer el cargo de Rector me impuse la convicción que la escuela en la que trabajase debía pagarme para pensar. Desde ese día mi objeto laboral de pensamiento sería la escuela. Para mí el trabajo de Rector consiste en pensar la escuela en la que trabajo y, por supuesto, cobrar por eso. Desde luego que también hago otras cosas: recibo estoicamente a los padres, asisto cínicamente a algunas celebraciones y actos, persuado sofística, retórica o lógicamente (según los casos) a los distintos auditorios ante los que tengo que presentarme; voy epicúreamente, cuando me invitan, a fiestas y agasajos; vivo con angustia existencial la condición laboral de mis colegas; me enfrento pragmáticamente con supervisores y representantes oficiales o de entidades propietarias y miro desde el escepticismo los resultados obtenidos. En fin, pongo la filosofía al servicio de la escuela a través de mi trabajo de rector. Por eso puedo acudir a Platón y preguntarme ¿En qué otro lugar que no fuera la escuela un filósofo podría tener la pretensión de sentirse rey?
¿En qué consiste pensar la escuela? Básicamente, desde mi punto de vista, pensar la escuela es pensarla en dos grandes campos: el campo político y el campo pedagógico-didáctico. Como resultado de ese pensamiento deben producirse estrategias de acción en cada campo. Estrategias de política institucional y estrategias de acción concretas para el mejoramiento del trabajo en el aula y de la interacción con los alumnos en su conjunto. El campo pedagógico didáctico puede dividirse, a estos efectos, en tres grandes dominios de la acción docente: epistémico, ético y estético. De todas estas cuestiones hablo con detalle en mi libro La escuela Razonable[1]. Podemos forzar algunos puntos de contacto entre este modelo de escuela y las ideas políticas del último Platón, es decir, el de Las Leyes y el Político.
La línea seguida por Platón en La República produjo una teoría en la que todo se subordina al ideal del filósofo-rey, cuyo único título de autoridad se debe al hecho de que él, y sólo él conoce lo que es bueno para los hombres y para los estados. Como se sabe, en ese libro Platón expone, entre otras cosas, las líneas directrices de lo que debe ser un estado ideal. Platón estuvo convencido hasta el fin de que en un estado ideal debía prevalecer el imperio de la pura razón, encarnado en el filósofo-rey, por sobre las apariencias, las costumbres y las convenciones.
La diferencia fundamental entre la teoría de La República y la de Las leyes consiste en que el estado ideal de aquella es un gobierno ejercido por hombres especialmente seleccionados y preparados, sin la traba de ninguna norma general, en tanto que el estado que se bosqueja en la última de esas obras es un gobierno en el que la ley es suprema, y tanto el gobernante como el súbdito están sometidos a ella. (Sabine, 77)
Al escribir Las leyes Platón dice repetidas veces que su propósito es presentar un estado segundo en orden de preferencia (es decir, ya que hacer el ideal es imposible, debemos conformarnos con hacer el que se puede). Él había aprendido de Sócrates (y nunca cambió de opinión a este respecto) que tenía que aferrarse a la razón, pero a esa altura llegó a no estar tan seguro de que debía despreciar la convención.
En cuanto a su definición del político establece una distinción tajante entre el rey y el tirano, distinción que se basa precisamente en este punto. Un tirano gobierna por la fuerza sobre súbditos que no desean su gobierno, en tanto que el verdadero rey o político tiene el arte de hacer que su gobierno se acepte voluntariamente. Nosotros deberíamos corregir y decir que la aceptación no debería ser voluntaria sino racional.
Tercer asunto: Según Platón la masa no es racional y se opone a cualquier modificación inteligente del orden existente. El problema, por lo paradójico e interesante, es que si se obliga a la gente “contra las leyes escritas y las tradiciones heredadas a hacer lo que es más justo, más noble y mejor que lo que hacían antes”, es absurdo decir que se los maltrata. Por lo tanto, desde esta perspectiva, no sería injusto obligar a los hombres a ser mejores de lo que ordenan sus tradiciones.
Además, para Platón, la forma mixta de gobierno bosquejada en Las leyes es una combinación del poder basado en la sabiduría y el principio democrático de la libertad. Un gobierno próspero busca mantener la moderación, templando el poder con la sabiduría o la libertad con el orden. La escuela razonable pretende alcanzar ese grado de moderación mediante la primacía instrumental del lenguaje (como recurso de la sabiduría) para templar el poder y mediante la implementación de un conjunto preciso de criterios para transitar libremente en un marco institucional ordenado. Lo que resulta ruinoso en ambos casos es el extremo. Aquí se encuentra, pues, el principio sobre el que debe formarse, según Platón, un buen estado (una buena escuela, la escuela razonable).Tiene que contener el principio de un gobierno sano y vigoroso, sometido a la ley. Pero, igualmente, si no constituye una democracia (y ninguna escuela lo es), tiene que contener el principio democrático, el principio de libertad y de participación de la gente en el poder, también sometido, naturalmente, a la ley. En eso consiste, desde mi punto de vista hacer una escuela razonable.
Al tener en cuenta todos estos aspectos, uno se pregunta si esto no es, en definitiva, lo que se propone hacer cualquier escuela. Yo creo que la escuela y quienes trabajan en ella toman esta perspectiva como punto de partida para el desarrollo de sus acciones. Otra cosa es que efectivamente se haga de una manera ideal. Todos aceptamos, implícita o explícitamente que la educación sirve para mejorar a las personas. Desde este punto de vista puede advertirse en la escuela un potencial subversivo y en quien la conduce una impronta elitista. Es verdad que con idéntico argumento se ha justificado el despotismo ilustrado desde la época de Platón, pasando por Lenin (recuérdese el lema utilizado para reclutar militantes y afiliados para el partido Bolchevique: “pocos, pero buenos”), hasta nuestros días. Esto hace precisamente la escuela cuando elige los contenidos y cuando selecciona lo que considera que son las maneras agradables y correctas de comportarse en la interacción con los otros. En pocas palabras, la lucha de la escuela en el dominio epistémico es contra el sentido común (o contra las convenciones, como diría Platón) y, si me permiten la expresión un poco pasada de moda, contra la vulgaridad, en los dominios éticos y estéticos.
[1] Dallera, Osvaldo: La escuela razonable. Ediciones E.D.B. Buenos Aires, 2001

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