Osvaldo Dallera

viernes, febrero 23, 2024

Sobre el concepto de "normalidad social"

 

El concepto de normalidad, en nuestra época tiene mala prensa. Sin embargo, es una noción de la que no se puede prescindir. El concepto de normalidad es necesario para el mantenimiento del orden social y la constitución del sentido de lo aceptable entre los miembros de la sociedad. Se predica lo normal o lo anormal de algo que pasa o que sucede y no de las personas. La normalidad es una propiedad social de los hechos y no de la gente. Si la gente no cuenta con un parámetro más o menos flexible pero colectivamente presente de lo que puede esperar que suceda o que se haga con la aprobación de esa misma gente (o con la conciencia de que en caso de no hacerlo de esa manera no será aprobado por los demás), la sociedad en su conjunto pierde el sentido de la orientación y con ello el rumbo hacia dónde se encuentra lo que se considera socialmente esperable y aceptable.

Podríamos definir la normalidad social como el criterio de aceptabilidad colectiva con el que la gente actúa, juzga y valora las acciones propias y las de las demás personas o grupos. Como todo hecho social la normalidad es una construcción colectiva. De la interacción social surgen criterios de aceptabilidad de dos grandes clases. Por un lado, criterios de aceptabilidad éticos, relacionados con la corrección de las acciones públicas que a la postre serán juzgadas como normales (es decir, aceptables y esperables) y, por otro lado, criterios de aceptabilidad estéticos, relacionados con la afectación del gusto y la sensibilidad colectiva de una época y lugar.

Cuando se flexibiliza el concepto de normalidad social y cultural los sujetos sociales pierden el sentido y la noción de lo positivamente aceptable y se esparce entre ellos un cierto aire relativista. Cuando el concepto de normalidad social y cultural se congela y se vuelve rígido se impone en los miembros de la sociedad una mirada fundamentalista sobre los mismos hechos. En el primer caso el criterio de normalidad se desvanece e impera la idea de que todo es según la mirada subjetiva de cada cual. No hay, en este caso, ningún criterio social regulador. En el segundo caso, el criterio de normalidad se petrifica y entonces, todo lo que no encaja con él es desechado por diferente y considerado nocivo, peligroso o, como diría Durkheim, patológico.

En situaciones sociales críticas o de crisis, puede llegar a normalizarse el lado negativo de aceptabilidad. Entonces, lo que hasta ese momento era inaceptable se vuelve normal. Por lo general, esto sucede cuando los límites culturales que regulaban lo correcto y agradable se desdibujan y la atmósfera cultural comienza a ser insensible a los cambios que se suceden y las nuevas prácticas sociales cuestionan las creencias, los valores y los comportamientos tomados como normales hasta ese momento. El uso de la violencia, por ejemplo, se normaliza como medio de comunicación en los sistemas de interacción; el desaseo se instala como forma aceptable de presentación ante los otros.   

En esta nota distinguimos dos grandes enfoques a partir de los cuales puede explicarse el concepto de normalidad social. El primero de ellos atiende a la forma en que se construye. El concepto de normalidad se construye socialmente. Dentro de la tradición sociológica esa construcción reconoce dos fuentes principales. El representante de una de esas fuentes es Durkheim y el de la otra es Foucault.  La fuente que, según Durkheim, construye el concepto de normalidad es la estadística. La fuente, para Foucault, es el ejercicio del poder sobre la producción de discursos.

El segundo enfoque está orientado a la composición, función y efectos que la noción de normalidad produce sobre la dinámica de la sociedad. El mayor exponente de esta perspectiva es Luhmann. Para este autor la normalidad social está compuesta de expectativas colectivas, que contribuyen a modelar un orden social cuyo efecto principal es dotar de sentido a las acciones y comunicaciones de los individuos dentro de los diferentes sistemas sociales (la familia, la escuela, la justicia, la religión, la economía, etc.).

 

1.                  El concepto de normalidad como construcción social

 

1.1.             Durkheim: normalidad estadística

 

La normalidad estadística resulta de tomar como normal lo que hace la mayoría de la gente. La expresión que defiende la normalidad estadística es “la mayoría lo hace”. Para Durkheim la normalidad es definida con un criterio moral y, por lo tanto, a partir de este concepto se construye un prototipo del individuo deseable. Esto quiere decir que lo normal presenta el doble carácter de tipo y valor[1], y ese doble carácter le otorga la capacidad de ser “normativo” o, lo que es igual, la propiedad de coincidir con aquello que colectivamente podría tomarse como las expectativas que la gente debería tener con respecto de determinadas formas de ser, hacer y parecer.

Para Durkheim, la contracara de lo normal es lo patológico. En una versión más actualizada y menos cargada de valoraciones negativas podríamos hablar de “diferente” en vez de patológico. Lo normal y lo diferente son como las dos caras de la moneda. En este sentido, las "diferencias sociales" están constituidas por todo aquello que en una sociedad es considerado como apartado o alejado de lo que hace la mayoría o el promedio de la gente.

El criterio que usa Durkheim para establecer cuáles son los fenómenos que se pueden encuadrar dentro de lo normal y cuáles son aquellos que hay que considerar diferentes es un criterio meramente estadístico. Lo normal, podríamos decir, coincide con aquello que es bien visto, aceptado y aprobado por la gente (este es su aspecto valorativo) y, por lo tanto, es aquello que pasa con más frecuencia (este es su aspecto estadístico). Por eso, un fenómeno social es normal si es frecuente, y es esa frecuencia la que le otorga un valor moral. El valor de normalidad de un fenómeno social depende de su coincidencia con el tipo medio, es decir con aquello que, en promedio, sucede o se presenta con mayor frecuencia.

Supongamos, por ejemplo, que, en algún momento, en una sociedad hipotética, se tomó una muestra de treinta y cinco niños y se midió el grado de aplicación escolar en cada uno de ellos. Los investigadores concluyeron que los niños en edad escolar considerados socialmente muy aplicados eran los que cumplían con criterios tales como hacer los deberes, respetar las consignas de los maestros, no faltar a clase y concurrir limpios al colegio. Los que cumplían siempre y con todos esos requisitos se posicionaban en el extremo derecho debajo de la curva en el que se encuentran pocos casos de alumnos de los que puede predicarse que son “demasiado aplicados”.  Los que no cumplían nunca y con ninguno de esos requisitos estaban ubicados en el extremo izquierdo debajo de la curva y eran encuadrados dentro de los alumnos considerados “nada aplicados. Cerca de ambos extremos hay pocos alumnos que reúnan la condición de “demasiado aplicados” y de “nada aplicados”. A medida que nos acercamos al centro el número de alumnos aumenta. Los que cumplen frecuentemente con la mayoría de los requisitos son los que se posicionan alrededor del punto medio y son los que conforman la media normal que cumple con las pautas de aplicación.

Si quisiéramos expresar gráficamente esta postura podríamos recurrir al trazado de una curva de este tipo:



 

Esta es una curva normal en la que en el eje horizontal se expresa la gradación de un determinado aspecto que es el que se está evaluando. Ese aspecto o “variable” está construido a partir de criterios extraídos de las expectativas de comportamiento que tiene la gente con respecto a los demás, en un determinado momento y lugar. En el eje vertical, se anota el número de casos que han sido evaluados en relación que el comportamiento que se está considerando. Los casos comprendidos dentro de la curva y más cercanos a la media son “los más normales”. A medida que los casos se alejan de la media comienzan a mostrar comportamientos no esperables por la mayoría de la sociedad. Esto indica que se alejan de la normalidad y se aproximan a los estados considerados socialmente diferentes o estadísticamente desviados del tipo medio.

En resumen, Para Durkheim lo normal estará directamente vinculado con dos factores, uno numérico: la cantidad de casos; y otro social y moral: la organización y cohesión[2]. La organización y la cohesión social son, para Durkheim, los signos de una sociedad saludable. La anomia, la atomización y la dispersión son síntomas de estados sociales diferentes o problemáticos en relación con la normalidad esperada.

Si mantenemos nuestro criterio deliberadamente simplificador, podemos decir que en nuestro tiempo impera una concepción crítica de la normalidad tal como fue entendida por Durkheim. En su reemplazo y como fruto de esa crítica se instaló socialmente una noción de normalidad deconstruida por Michel Foucault.

 

1.2.             Foucault: Normalidad disciplinaria

 

Según Foucault, la normalidad derivada del ejercicio del poder es la que se construye produciendo e imponiendo explícita o implícitamente los discursos que “dicen” qué es normal y qué no lo es. La inclusión social se obtiene a partir del ejercicio del poder disciplinario ejercido sobre la gente por las instituciones sociales como la familia y la escuela, mediante el uso de las técnicas de vigilancia, las sanciones normalizadoras y el control permanente.

Según este autor todo código normativo es relativo a un contexto histórico, social y cultural, y se impone a los sujetos mediante recursos coactivos que se sostienen en determinadas prácticas en las que el saber y el poder ofician de herramientas puestas al servicio de los puntos de vista dominantes en la sociedad, que por lo general coinciden con los de un determinado sector o clase social. Es como decir, por ejemplo, que el modelo de familia normal es el que procede de la familia tipo de clase media urbana. En ese esquema, cualquier otro “formato” familiar sería juzgado como desviado por el tipo de normalidad construido por Durkheim. Como dice Habermas[3], para Foucault las prácticas son “regulaciones de las formas de acción, y costumbres consolidadas institucionalmente, condensadas ritualmente y, a menudo materializadas en formas arquitectónicas”. Esas prácticas son el producto de la victoria de la razón reglamentadora que emerge en la modernidad y que mantiene disciplinadas tanto la naturaleza y las necesidades del organismo particular como la dinámica social de una población entera[4].

Así, según este enfoque, la familia, la escuela, la fábrica y la cárcel oficiarían de mecanismos normalizadores en la medida que los niños, los jóvenes, los trabajadores y los presos son sometidos a los criterios de los padres, los maestros, los propietarios de los medios de producción y los representantes de la justica que, a su vez, responden a sus propios conocimientos y a sus particulares esquemas valorativos tomados como dominantes. Por otra parte, y si esto es así, lo normal es una cuestión de clase, contexto, tiempo y lugar, ya que los sistemas de reglas son siempre construidos culturalmente y, por lo tanto, responden a precisas condiciones sociohistóricas.

Si lo normal es el resultado de un proceso productivo normalizador, la pregunta que cabe es ¿cuál es el mecanismo de producción que pone en marcha semejante aparato de control y disciplinador? Según Foucault lo normal surge de la producción y la circulación de discursos. Un discurso es cualquier cosa que se usa para que los demás entiendan el sentido o el significado de lo que se quiere expresar. Un afiche, un tema musical, un libro de texto, o un artículo periodístico son, en este sentido, discursos sociales. Los discursos, una vez en circulación, producen determinados efectos. Esto quiere decir, entre otras cosas, que, con los discursos, además de producir sentido, se produce también una fractura social que divide a las prácticas sociales entre aquellas que están en sintonía con el sentido y se aceptan como normales y aquellas que se desvían de lo normal y quedan afuera del circuito caratulándolas como socialmente desviadas, diferentes o anormales.  Según este punto de vista, en cada época y lugar, quien elabora el discurso dominante (y tiene capacidad para imponerlo mediante diferentes dispositivos de comunicación) organiza una manera de entender lo que pasa. Es decir, organiza el mundo estableciendo qué es normal y qué no lo es.

De esta manera, si lo normal es una producción, ningún criterio que dictamine qué es normal y qué no, puede ser estable o eterno. No hay normas o criterios socioculturales fijos o inmóviles. Por eso, para la línea teórica iniciada en Foucault la normalidad es un sistema práctico e ideológico de apropiación de conceptos y enunciados dentro de un saber, es decir, una construcción, un objeto, que incluye una práctica social y el ejercicio del poder.

Este enfoque tiene dos derivaciones importantes: una individual y la otra social. En cuanto a los individuos, Foucault entiende las prácticas educativas (tanto familiares como escolares) como formas sutiles e “indirectas” de represión que afectan y "encarrilan” sin violencia (o, en todo caso, a partir del uso de una violencia simbólica) a los sujetos a través, fundamentalmente, de los procesos de socialización. El poder de normalización determina dónde finaliza el orden y dónde comienza el desorden, pero sin obligar ni inhibir las capacidades de la gente; al contrario, induce a la gente a comportarse “como corresponde”, según los parámetros de normalidad construidos discursivamente (pensemos el mismo ejemplo que utilizamos para explicar la normalidad de los alumnos según Durkheim, pero desde este punto de vista). Por otro lado, y como consecuencia de lo anterior, lo normal, al ordenar las prácticas de los sujetos, es decir, al normalizarlas, también ordena el funcionamiento de la sociedad, pues dictamina, de algún modo, “cómo hay que ser y hacer, para pertenecer”.

En síntesis, Michel Foucault con este análisis, busca exhibir la eficacia de los discursos dentro del conjunto de prácticas sociales realizadas en el eje "discurso-saber-poder". De esta forma, la normalidad es un producto de la actividad discursiva y se constituye en un sistema constructivo cuya táctica está orientada a permitir un determinado dominio social a través de la producción de criterios normativos y valorativos.

Como vemos, mientras para Durkheim la “acción social normal” encuentra su explicación en la frecuencia con que se acatan las normas, valores o ideologías que están por encima de los miembros de la comunidad, para Foucault esas mismas acciones se explican por el carácter represivo que ejercen los discursos sobre las conciencias de los sujetos a través de los mecanismos de socialización puestos al servicio de los sectores dominantes de la sociedad.

Puede que uno y otro tengan razón. Pero lo cierto es que la normalidad como noción construida socialmente y sostenida en determinados criterios específicos de cada ámbito de aplicación (o sea para hablar socialmente de familias normales, escuelas normales, alumnos normales, padres normales, trabajadores normales etc.) “sirve” como patrón de medida para que la sociedad funcione más o menos cohesivamente, aun cuando esos criterios procedan, como dice Foucault, del punto de vista de los sectores dominantes. La ausencia de ese “espejo” donde mirarse para obtener los comportamientos esperables deriva en la anomia que diagnostica Durkheim.

 

2.                  Composición y función del concepto de normalidad social

 

2.1.             Luhmann: combinación de expectativas y mantenimiento del orden social

 

Para Luhmann, la normalidad es un emergente social que surge de la relación entre expectativas y decepciones. Las expectativas, sobre todo las colectivas, son los elementos que componen la estructura más o menos estable que hace posible el funcionamiento de la sociedad. La estructura es la sintaxis social que limita las posibilidades combinatorias de los acontecimientos con el fin de generar acciones sociales y comunicaciones que satisfagan las expectativas que la sostiene. Dicho de otra manera, las estructuras de la sociedad, por medio de las expectativas, definen los límites impuestos a la combinación de acontecimientos que, a la postre, serán considerados socialmente normales.

Las expectativas son conocimientos o creencias subjetivas o colectivas relacionadas con el curso futuro de los acontecimientos acerca de los que se sabe que puede pasar (expectativas cognitivas) o acerca de lo que se cree que debe pasar (expectativas normativas). Frente a un acontecimiento uno no espera que a continuación suceda cualquier cosa. Uno espera que el acontecimiento siguiente esté encuadrado dentro de un menú de opciones posibles, que considera normales. Si la expectativa se cumple, entonces queda satisfecha por el acontecimiento. Si la expectativa no se cumple, entonces desilusiona. Por eso, las expectativas nos permiten evaluar los acontecimientos con la distinción satisfacción/desilusión.

Las expectativas satisfechas regularmente se institucionalizan. Las instituciones son dispositivos culturales que, con el propósito de sostener el orden social, tienen como función volver a poner en pie las expectativas que fueron decepcionadas. Para eso, las instituciones se hacen cuerpo en normas que surgen del cumplimiento recurrente de las expectativas tanto en el orden cognitivo (pasa lo que se cree que va a pasar) como en el orden normativo (pasa lo que se espera que debe pasar). Si las expectativas decepcionadas son cognitivas, entonces se enseña aquello que ayudará a satisfacerlas; si las expectativas decepcionadas son normativas, entonces se sanciona, para que no se vuelva a transgredir la norma: “Se trata esencialmente de explicaciones de la decepción y de la sanción —aplicables según si las expectativas decepcionadas fueron cognoscitivas o normativas. Las declaraciones de la decepción sirven para volver a la normalidad la situación”.[5]  En otras palabras, las instituciones sirven para hacerse cargo de las decepciones como acontecimientos consumados (que sucedieron, pero debían no haber sucedido), o acontecimientos posibles (que pueden no suceder, pero a veces suceden), con el propósito de restituir la normalidad de las expectativas.

Muchas de nuestras expectativas están orientadas a la evaluación de las acciones ajenas a partir de lo que consideramos socialmente normal. Cuando las expectativas orientadas al comportamiento de otros (ya sean cognitivas o normativas) se estabilizan y se generalizan, definen los límites de las conductas aceptables, propias y ajenas y pasan a ser consideradas socialmente normales. Como dice Luhmann, las normas fijan los límites de la realidad significativa utilizada para sostener las expectativas ya comprobadas y socialmente aceptadas: “La esquematización de correcto/falso, aceptable/ inaceptable, normal/anormal o, finalmente, derecho/ no derecho, se encuentra, tomando en cuenta ambos lados de la distinción al interior del orden social.”  Y nos advierte: “La única alternativa a esta normatividad fundante es, como lo ha subrayado Durkheim, la anomia.”.[6]

Una vez que se estabilizan socialmente, las normas contribuyen a consolidar el orden social fijando las pautas que definen la normalidad sociocultural. La normalidad sociocultural es un constructo compuesto de requisitos de comportamientos que satisfacen expectativas colectivas previamente institucionalizadas. Esos requisitos funcionan como pautas de orientación y criterios culturales de evaluación de los comportamientos, y definen la posición de la conducta dentro del rango de aceptabilidad social en un momento y tiempo determinados.

El cambio social y, por tanto, la mutación del contenido de la noción de normalidad resulta de la modificación de expectativas. La sociedad cambia su concepto de normalidad cuando se modifican las expectativas. Un cambio en la manera de vestirse, una forma de presentarse en una reunión, una transformación en el lenguaje, pueden generar situaciones que alteren las expectativas vigentes hasta ese momento respecto de esos acontecimientos. Analizar tales situaciones requiere observar las transformaciones de los elementos y el funcionamiento de las instituciones (la familia, el sistema educativo, las creencias y ceremonias religiosas, los sistemas de interacción, la economía, etc.). Lo que antes permitía que la sociedad mantuviera sus expectativas, ya no lo hace; acontecimientos que antes, dentro de una determinada estructura resultaban aceptables, ahora no se admiten; prácticas que en otro momento resultaban inadmisibles, ahora son incorporadas al repertorio de conductas consideradas normales.

Sin embargo, el cambio sólo es posible mientras quede asegurada la continuidad del funcionamiento de la sociedad dentro de un orden cuya continuidad resulte aceptable. Por eso Luhmann recalca que el límite para cambios estructurales (es, decir, para el cambio de expectativas) se encuentra en la función de las estructuras que consiste en limitar las posibles combinaciones de elementos (acciones y comunicaciones) para que el sistema pueda seguir funcionando.

En relación con este requerimiento simultáneo de cambio y autoconservación social, cada situación presenta, al mismo tiempo, tres posibilidades. En primer lugar, una acción o una comunicación se vincula con otra dentro de un marco estructural en el que las expectativas convergen. El otro y yo nos saludamos cuando nos encontramos, y respetamos las convenciones vigentes para ese tipo de intercambios. En este caso, uno y el otro, en sus interacciones, mantienen una sintonía de expectativas más o menos convergente. Todo es, y parece normal. Una segunda posibilidad es que una acción o una comunicación se enlace con otra a partir de expectativas divergentes. Aquí, uno y el otro interactúan bajo expectativas valorativas diferentes. Dentro de un contexto o de un ámbito de formalidad uno saluda al otro respetando las normas de cortesía y el otro responde el saludo ignorando esas normas y acentuando el acercamiento y la confianza. Las expectativas de uno, y su lectura de la normalidad social son puestas en entredicho por las acciones y comunicaciones del otro. Por último, la autoconservación exige que el cambio social tenga un límite. Esto quiere decir que las transformaciones o alteraciones en las expectativas que regulan los intercambios lleguen hasta el punto en que más allá de ciertos márgenes de aceptabilidad, el funcionamiento del sistema vea peligrar su continuidad. En el ejemplo anterior, el otro responde el saludo de uno, con un insulto.  En resumen, la relación cambio/autoconservación se da bajo condiciones de expectativas relativamente convergentes, expectativas divergentes, y limitación de las divergencias, pero nunca bajo el mantenimiento y el éxito permanente de todas las decepciones al mismo tiempo.

En resumen, dentro de este marco teórico que propone Luhmann, el cambio sociocultural y el pasaje de un concepto de normalidad social a otro es siempre cambio limitado de expectativas respecto del direccionamiento, la orientación y la realización de acciones y comunicaciones.

 

 

 

 



[1] Cfr. Caponi, Sandra: Lo normal como categoría sociológica.

En: https://www.bu.edu/wcp/Papers/Soci/SociCapS.htm. Última consulta: 23-02-2024

 

[2] Ídem.

[3] Habermas Jürgen (1989): El discurso filosófico de la modernidad. Buenos Aires, Ed. Taurus. P. 290-291

[4] Ídem, pág.293-294

[5] Luhmann, (1998): Sistemas sociales. Lineamientos para una teoría general. Madrid, Editorial Anthropos. P. 303

[6] Luhmann, (2005): El derecho de la sociedad. México, Editorial Herder. P. 209

miércoles, febrero 14, 2024

El regreso de Herbert Spencer

 

EL REGRESO DE HERBERT SPENCER

Nunca sabremos nosotros qué y cuánto saben los legisladores, ministros, o miembros del poder ejecutivo acerca del origen y la procedencia de las ideas y los pensamientos que sostienen los argumentos, las acciones y decisiones que llevan a cabo en el cumplimiento de sus funciones. Por no preguntarnos sobre el conocimiento que tiene el pueblo que avala las prácticas apuntaladas por esas mismas ideas.  Decía Nietzsche: "Las palabras más silenciosas son las que traen la tempestad. Pensamientos que caminan con pies de paloma dirigen el mundo". 

La incógnita viene a cuento porque desde hace un tiempo se nos invita a “volver al siglo XIX”. Y, yendo nosotros desde las acciones que se ejecutan desde la política hasta los discursos que las defienden, observamos que esa invitación, más que un viaje de ida de nosotros hacia ese entonces se trata más bien del regreso de las ideas de Herbert Spencer a nuestra época.

Herbert Spencer (1820-1903) fue un filósofo y sociólogo inglés ingles que publicó la mayoría de sus obras en la segunda mitad del siglo XIX, y son las ideas acuñadas y expresadas en esas obras las que están de vuelta, e instaladas entre nosotros. A él se le atribuye la corriente teórica conocida como darwinismo social y la expresión “supervivencia del más apto”.

Tal vez sean los cuatro ensayos que componen su libro “El individuo contra el Estado”, publicado en 1884, los que mejor expresan las ideas que vuelven a ubicar al autor entre nosotros.

A continuación, presento una síntesis elaborada con citas textuales de la obra mencionada y agrupada en capítulos o parágrafos, según mi criterio. Insisto, las citas son textuales y la recomendación, por supuesto, es leer la obra en su totalidad (pueden descargar el PDF).  De ese modo, no sólo podremos acercarnos convenientemente al pensamiento de Spencer, sino también comprenderemos mejor el aforismo de Nietzsche.

Las leyes sociales de la naturaleza

“todos los fenómenos sociales tienen su origen en los fenómenos de la vida individual humana cuya raíz, a su vez, se encuentra en los fenómenos vitales en general…” 

“Los favorables resultados de la supervivencia de los más aptos se han demostrado... El proceso de la selección natural, como lo llama Mr. Darwin, cooperando con la tendencia a la variación y a la herencia de las variaciones, ha mostrado ser la causa principal (aunque yo no creo que la única) de esa evolución por la que todos los seres vivientes, comenzando por los más bajos, y desarrollándose en direcciones distintas a medida que evolucionan, han alcanzado su actual estado de organización y de adaptación a sus formas de vida… Y, sin embargo, … ahora, mucho más que nunca en la historia del mundo, ¡están haciendo todo lo que pueden para favorecer la supervivencia de los menos aptos!”

El diseño de la naturaleza, la división de los miembros de la especie, y cómo deben relacionarse

“… no intento excluir o condenar la ayuda que la especie superior presta a la inferior en la esfera individual. Aunque esta ayuda, concedida con tan poco discernimiento que fomenta la multiplicación de las especies inferiores, significa daño…,”

“… el bienestar de la humanidad actual y su progreso hacia la perfección final están asegurados por esta misma disciplina, benéfica, aunque severa, a la que está sujeta toda la creación animada; disciplina que es implacable cuando se trata de la consecución del bien; ley en busca de la felicidad que no economiza en ningún caso sufrimientos temporales y parciales. La pobreza del incapaz, las angustias que asedian al imprudente, la miseria del holgazán y la derrota del débil por el fuerte que deja a tantos en las sombras y en la miseria, son los decretos de una benevolencia inmensa y previsora.”

“Podemos razonablemente dudar de los hombres cuyos sentimientos no pueden soportar las miserias sufridas, especialmente por los vagos e imprevisores ...

Los pobres

“La miseria es el resultado inevitable de la incongruencia entre las constituciones y las condiciones.”

“…las miserias del pobre se piensan como las que corresponden a un pobre virtuoso en lugar de pensarse, como en gran medida debía ser, como pertenecientes a un pobre culpable… no se piensa que experimenten las consecuencias de sus propias culpas.”

“…No tienen trabajo, me dirán. Dígase más bien que no quieren trabajar o que lo abandonan tan pronto como lo empiezan. Son sencillamente parásitos que, de un modo u otro, viven a expensas de la sociedad, vagos y borrachos, criminales y aprendices de criminales…”

“… la mayoría de las personas que desean mitigar mediante leyes la miseria de los desgraciados e imprevisores, se proponen llevarlo a cabo, muy poco a costa de sí mismos, en mayor grado a costa de los demás…”

“la política que se sigue es tal que intensifica los dolores de la mayor parte de los que merecen piedad y mitiga los sufrimientos de los que no lo merecen.”

¿no es crueldad aumentar los sufrimientos de los mejores para evitar los de los peores?

“…la así llamada protección siempre significa agresión…”

El origen político de todos los males sociales

“El derecho divino de los parlamentos significa el reconocimiento del derecho divino de las mayorías. La presunción fundamental que hacen los legisladores y el pueblo es que la mayoría posee poderes que no pueden limitarse… esta teoría necesita una modificación radical.”

Los legisladores

“…los pecados de los legisladores… son el resultado de una carencia de estudio para el que están moralmente obligados a prepararse.”

“… los legisladores carentes de conocimientos adecuados ocasionan males inmensos…”

“En ninguna esfera existe tan asombroso contraste entre la dificultad de la tarea y la escasa preparación de los que la emprenden.”

“…los legisladores ignorantes han aumentado, en tiempos pasados, los sufrimientos humanos, en sus intentos para mitigarlos.”

“Los errores legislativos… Tienen su raíz en la errónea creencia de que la sociedad es un producto fabricado, cuando en realidad es una continua evolución.”

“la responsabilidad parcial de los legisladores de nuestro tiempo por haber hecho posible con sus medidas la existencia de una legión de vagabundos que van de una asociación a otra; e igualmente su responsabilidad por una continua afluencia de criminales que regresan a la sociedad desde la prisión en tales condiciones que casi se ven obligados a cometer nuevos crímenes.

Hacer el bien

“el bien puede provenir no de la multiplicación de remedios artificiales para mitigar dolores, sino, contrariamente, de la disminución de ellos.”

Acerca de la idea contemporánea según la cual, “donde hay una necesidad nace un derecho” Spencer sostiene que:

“…cada nueva injerencia del Estado fortalece la tácita presunción de que es un deber del gobierno ocuparse de todos los males y asegurar el mayor número de bienes.”

Y agrega:

“si ahora se propone que lo uno sea gratuito, se propondrá también que sea gratuito lo otro…

Sobre el Estado y el gobierno

“… a medida que la intervención del Estado aumenta, más se robustece en los ánimos la creencia de su necesidad y con mayor insistencia se exige su intervención.”

Sobre aquella idea de los pobres y su relación con el Estado intervencionista:

“…los incapaces que reciben continua ayuda, adhieren confiadamente a las doctrinas que les prometen beneficios por la intervención del Estado, y creen fácilmente a quienes les dicen que tales beneficios pueden y aun deben darse.”

“Un gobierno que destina parte de las rentas de la mayoría del pueblo … a edificar mejores viviendas para obreros, o a fundar bibliotecas públicas y museos, etcétera, admite que no sólo próximamente, sino en el futuro, resultará un aumento en la felicidad general por el hecho de transgredir un requisito que le es esencial: la facultad de que cada uno goce de los medios de felicidad que sus actos le procuren pacíficamente.”

Sobre la educación

1.      Respecto de la educación que los padres deben proporcionarles a sus hijos:

“La subsistencia de una especie superior de criatura depende de su adaptación a dos principios radicalmente opuestos. Sus miembros tienen que ser tratados de modo diverso en su infancia y en su edad adulta.”

“La ayuda de los padres debe estar en proporción a la capacidad que el hijo tenga para ayudarse a sí mismo o a los demás, disminuyendo a medida que, por su desarrollo, adquiere medios de bastarse a sí mismo primero, y de sustentar a los demás después. Es decir, durante la infancia los beneficios recibidos están en razón inversa de la fuerza o destreza del que los recibe.”

2.      En cuanto a la educación escolarizada,       

“…la educación popular se forma leyendo publicaciones que fomenten ilusiones agradables más que aquellas que insisten sobre la dura realidad.”

“El mejoramiento de la educación despierta el deseo de cultura, la cultura despierta el deseo de muchas cosas que se hallan fuera del alcance de los trabajadores ...; en la furiosa competición en que vive la edad actual, ambas son imposibles para las clases pobres…”

El origen de las miserias y el error de los políticos:

“…estos políticos entusiastas y revolucionarios fanáticos. Impresionados por las miserias que existen en nuestra organización actual, y no considerando estas miserias como causadas por los defectos de la naturaleza humana mal adaptada al estado social, imaginan que es posible remediarlas mediante una nueva ordenación…

El pueblo no comprende de donde proviene el origen de sus males:

“El pueblo parece no comprender la verdad que, no obstante, es evidente, de que el bienestar de una sociedad y lo justo de su organización dependen fundamentalmente del carácter de sus miembros, y que ninguna mejora puede lograrse sin un perfeccionamiento del carácter, resultante del ejercicio de una industria pacífica con las restricciones impuestas por una ordenada vida social.”

Las erróneas creencias de socialistas y liberales:

“La creencia, no sólo de los socialistas sino también de los sedicentes liberales que les están preparando el camino, es que mediante hábiles medidas una humanidad defectuosa puede transformarse en una humanidad con instituciones bien organizadas.”

Por eso, la perspectiva del autor es concluyente:

“El hecho de mirar con ojos indulgentes las irregularidades de las personas cuya vida es dura, no implica por ningún medio una tolerancia hacia los vagos.”

Sobre las verdaderas soluciones en relación con el tiempo y sus resultados:

“Más allá del efecto inmediato surgido se encuentra el remoto, ignorado por la mayoría, y reformador del carácter medio. Esta reforma puede ser o no de la clase que se desea, pero en cualquier caso es el resultado más importante que hay que considerar.”

“…para una actividad próspera de las industrias, ocupaciones y profesiones que mantengan y ayuden la vida de la sociedad, deben existir, en primer lugar, pocas restricciones sobre las libertades individuales para celebrar contratos, y, en segundo lugar, que su cumplimiento sea obligatorio.”

“La vida de una sociedad, en cualquiera de los dos sentidos que se conciba, depende del mantenimiento de los derechos individuales… esta vida compuesta e impersonal será más o menos intensa según los derechos individuales sean reconocidos o negados.”

El individuo es el motor de sus propias mejoras…

“…de los resultados colectivos de los deseos humanos, han sido más valiosos para el desenvolvimiento social los deseos que fomentaron la actividad privada y la cooperación espontánea que los que impulsaron a obrar por medio de la intervención gubernamental. “

En resumen:

“…la burocracia, incita a los miembros de la clase gobernada por ella a favorecer su extensión porque brinda puestos seguros y respetables para todos. El pueblo; habituado a considerar los beneficios recibidos del Estado como gratuitos, alienta continuamente esperanzas de recibir otros nuevos. La difusión de la enseñanza, facilitando la propagación de errores agradables, más que mostrando verdades amargas, aviva y fortalece tales esperanzas. Pero aun, éstas son alentadas por los candidatos al Parlamento con objeto de aumentar sus posibilidades de triunfo.”


martes, noviembre 07, 2023

Vulgaridad moderna

Vulgaridad moderna[1]

Osvaldo Dallera

 

Desde el último cuarto del siglo pasado la vulgaridad impregnó la atmósfera sociocultural moderna, se instaló y se expandió a través de todas las clases sociales como estilo predominante que afecta las formas de sociabilidad (presencia, trato y expresión) en los intercambios comunicativos.

El tiempo de la vulgaridad moderna tiene dos momentos. El primer momento es el de la vulgaridad burguesa y está asociado a la práctica fallida de la buena voluntad cultural[2] de la pequeña burguesía. Esta estrategia malograda de los sectores medios consiste en imitar, sin coherencia ni cohesión, los gustos y las formas de sociabilidad de la aristocracia para acercarse a ella y diferenciarse de las clases bajas de la sociedad. Las características de la vulgaridad burguesa son la petulancia, la soberbia, la vanidad, el creerse más de lo que se es, el rechazo del autocontrol y la falta de moderación en el trato hacia los otros, la manera de presentarse ante los demás, y la pobreza en las formas de expresión gestuales y verbales.[3] Además, la conducta vulgar va acompañada de una falta de consideración y, en ocasiones, de indiferencia hacia la presencia y las intervenciones del otro. El exceso de confianza, el descuido en la presentación, la falta de tacto y discreción respecto de los ocasionales participantes en la interacción (es decir, la falta, justamente, de “cortesía”) y el afeamiento voluntario son otros rasgos propios de la vulgaridad burguesa. Por último, y tal vez el rasgo vulgar que engloba a todos los otros es el de la ausencia de sensibilidad, incapaz de captar los matices de las diferentes situaciones y, en particular, de las emociones y sentimientos ajenos. En resumen, el individuo burgués deviene vulgar porque lo definen sus pretensiones de parecer sin ser. Su presunción queda al desnudo cuando, con sus imitaciones de comportamientos de un mundo y de una atmósfera sociocultural a la que no pertenece, acaban por mostrarlo como un ser ordinario, tosco y grosero que quiere parecer desenvuelto y confunde su imitación con la naturalidad de las conductas de quienes, como señala Bourdieu, conocen por su pertenencia de origen a las clases aventajadas, tanto los códigos de comportamientos como las circunstancias en donde corresponde aplicarlos.

El segundo momento de la vulgaridad moderna es el de la vulgaridad de masas. Sin que la vulgaridad burguesa desaparezca de la escena social (pues nunca faltarán imitadores con pretensiones de parecer lo que no son), las masas le incorporan el principio de indiferencia cuya aplicación consiste en disolver las distinciones naturales entre individuos y nivelar el valor de las apreciaciones (de conductas, de comportamientos, de juicios o de productos).  En efecto, para que la vulgaridad de masas pueda instalarse y expandirse socialmente por todas las clases sociales primero fue necesario abolir tres pilares cualitativos que expresan diferencias naturales entre individuos.

El primero de los pilares para derribar por el principio de indiferencia es el que reconoce y valora el esfuerzo de autosuperación y distingue a quienes se esfuerzan por superarse a sí mismos de los que se conforman con seguir siendo como son o prefieren ser uno más entre todos. El principio de conformidad es consustancial a las masas modernas.

El segundo pilar distintivo, inaceptable dentro del proyecto burgués igualitarista, es el que sostiene la autoridad del saber, que ahora debe ser sustituido por el imperio de la opinión. Hay que dar de baja la antigua diferencia entre el sabio, depositario de la episteme, y la “asamblea de ignorantes”[4] que se mueve a sus anchas en el medio de la doxa, es decir, al compás de conjeturas y opiniones. Como el concepto clásico de sabio ha caído en desuso, la cultura moderna lo reemplaza primero por el saber científico tecnológico positivo, para terminar, luego, dándole el golpe de gracia subiendo al podio al intelectual crítico que a su vez termina siendo degradado por los periodistas, los panelistas y los opinadores mediáticos. En su caída, la degradación de la autoridad del saber se asentó en el periodismo de opinión.

El último pilar que sostenía las diferencias naturales y que es excluido por el proyecto de la vulgaridad de masas es el reconocimiento del talento, que distingue a los dotados de los no dotados. Solo en el ámbito de los deportes de alta competencia se admite que hay algunos que son “diferentes”. Los autores que dan cuenta de esta desvalorización del talento coinciden en que uno de los terrenos en los que mejor se aprecia es en el campo artístico que supo reemplazar al genio por el productor de obras de factura rápida, dirigidas al gran público y a quienes se esfuerzan por practicar la buena voluntad cultural.

Tomadas en conjunto, todas estas distinciones abolidas por el principio de indiferencia terminaron con la distinción entre los individuos extraordinarios y el resto de la gente común. Esas personalidades modélicas (el héroe, el santo, el sabio, el genio) que sirvieron, en otro tiempo, como guías y orientación de quienes estaban dispuestos a seguir sus enseñanzas y sus ejemplos dejaron su lugar a las “celebridades” que ahora se las distingue por el éxito económico, la fama adquirida en las arenas del entretenimiento y los escándalos difundidos en los medios de comunicación masiva y las redes sociales. No es que ya no hay a quien seguir ni que la gente dejó de ir detrás de individuos que encarnan algún valor o idea que considera digna de ser acompañada. La práctica se mantiene, lo que se modificó es la calidad de lo que hay que imitar. En síntesis, la vulgaridad de masas es el último eslabón en la cadena del progresivo deterioro de las instituciones y de formas de sociabilidad.

Con buen tino Buffon menciona los tres peligros que acarrea la expansión de la vulgaridad moderna. En primer lugar, peligro para el individuo que adopta la vulgaridad como habitus porque deteriora sus comportamientos y, con ellos, los intercambios comunicativos en los que interviene. En segundo lugar, peligro para la sociedad, porque la vulgaridad también socava la armonía colectiva. La sociedad pierde su cohesión al validar todas las formas de comportamiento. Para poder consolidarse, la vulgaridad precisa del relativismo. Por otra parte, la vulgaridad es tanto más peligrosa socialmente porque tiene un efecto contagioso. En tercer lugar, peligro para el funcionamiento y el propósito mismo de las instituciones modernas. En este punto la vulgaridad socava el funcionamiento y los fines del régimen democrático. Al disminuir la calidad de los gobernantes, elección tras elección, las políticas implementadas se deterioran. Existe entonces el riesgo de ver comenzar un círculo vicioso de vulgaridad recíproca: los gobernantes se esfuerzan por parecer populares y para eso adoptan formas vulgares de expresión y presentación que, a su vez, refuerzan el habitus de sus seguidores. El régimen democrático está particularmente expuesto a estos peligros de vulgaridad porque el poder tiene un efecto mimético.



[1] Adaptado del capítulo del libro: “Vulgaridad moderna” en: Dallera, Osvaldo (2021): ¿Cómo llegamos hasta aquí? Orden social y cambio sociocultural.  Amazon

[2] Para una exposición detallada del concepto “buena voluntad cultural”, cfr. Bourdieu, Pierre (1998): La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. España, Editorial Taurus.

[3] Buffon, Bertrand (2019): Vulgaridad y modernidad. Francia, Ediciones Gallimard, edición electrónica.

[4] Sloterdijk, Peter (2005): El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna (España: Editorial Pre-Textos). P. 82.